Guerra Colonial

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El discurso católico ante la Semana Trágica y el Barranco del Lobo de 1909

The catholic speech providing to La Semana Trágica and El Barranco del Lobo, 1909

Alfonso Bermúdez Mombiela

Universidad de Zaragoza

Recibido: 21/11/2018; Aceptado: 15/12/2018

Resumen

En 1909, dos acontecimientos marcaron para siempre el devenir de la colonización española en Marruecos: las protestas contra la llamada de reservistas en Barcelona, conocidas como la Semana Trágica, y el Desastre del Barranco del Lobo, en el que se produjeron alrededor de 750 bajas españolas. A través del estudio de los periódicos católicos de la época, este artículo tiene como objetivo analizar cómo fueron difundidas las noticias de estos sucesos por un sector favorable a la colonización de Marruecos y sus estrategias a la hora de convencer a la opinión pública española de los beneficios de la guerra colonial.

Palabras clave

Marruecos, Semana Trágica, Barranco del Lobo, Iglesia católica, periódicos.

Abstract

In 1909, two events marked the historical path of Spanish colonization in Morocco: the protests to the call of reservists in Barcelona, known as the Tragic Week, and the Disaster of The Wolf Ravine, with 750 Spanish casualties. Through the study of the Catholic newspapers, this article aims to analyse how the news of these events were spread by a sector favourable to the colonization of Morocco, and its strategies in convincing the Spanish public opinion of the benefits of the colonial war.

Keywords

Morocco, Tragic Week, Wolf Ravine, Catholic Church, newspapers.

1. Introducción

El 9 de julio de 1909, los obreros de las vías de tren que unía la ciudad de Melilla con unas minas de hierro cercanas fueron atacados por las tribus rifeñas. El resultado del ataque fueron cuatro muertos por parte de los obreros y la organización de una expedición de castigo del gobierno español contra las cabilas marroquíes. De esta forma empezó una campaña que a la postre resultaría ser vital en el impacto de las guerras coloniales en la sociedad española de principios del siglo XX.

No era este el primer conflicto que mantenía España en el norte africano en los últimos tiempos, pero sí será el primero en el que las críticas se impondrán en varios momentos a los elogios. La guerra de Marruecos de 1859-1860, conocida también como la Primera Guerra de Marruecos, es recordada por la ola de entusiasmo general que provocó por todo el país. En la campaña de 1893, conocida como la Guerra de Margallo, predominó la indiferencia sobre las críticas o en todo caso un fervor patriótico. Sin embargo, en 1909, la reacción popular ante la conocida posteriormente como Guerra de Melilla cambiaría la pauta y pasaría a la historia por la magnitud de las protestas que provocó, recordadas de forma más mayoritaria en comparación con las tradicionales demostraciones pro-belicistas.

Del lado militar, la campaña no terminaría hasta principios de octubre, cuando las tropas españolas conquistaron y plantaron la bandera de España en lo alto del Monte Gurugú, punto estratégico y simbólico de la región. Sin embargo, esta victoria había resultado a un alto precio, puesto que pocas semanas después del ataque a los obreros, concretamente el 27 de julio, el Ejército español había sufrido una dolorosísima derrota en una emboscada en un valle, que sería posteriormente conocida como el «Desastre del Barranco del Lobo». En ella, el Primer Batallón de Cazadores de Madrid, al mando del general Guillermo Pintos fue diezmado desde las alturas por los rifeños, sufriendo en torno a unas 750 bajas, alrededor de 150 muertos y 600 heridos (cifras siempre en disputa).

Esta derrota, grave, pero a nivel militar y logístico de carácter menor en comparación con posteriores y sucesivas escaramuzas, quedaría grabada a fuego en la mente de los españoles y se convertiría en el símbolo de la ineficacia del Ejército español en Marruecos.

Por otra parte, del lado social, entre finales de julio y principios de agosto de 1909, se produjo uno de los acontecimientos más traumáticos de principios del siglo XX, la Semana Trágica de Barcelona, en la que las protestas por la marcha de soldados a Marruecos, reservistas en su mayoría, es decir padres de familia, derivaron en una revuelta generalizada en la que se quemaron más de 100 conventos e iglesias.

Esta serie de graves incidentes, que tuvo como epicentro Barcelona, pero que afectó a otras ciudades españolas, estuvo indudablemente ligada a la guerra colonial y a la movilización de reservistas, aunque en última instancia se convirtiese y fuera más recordada por la violencia anticlerical, que poco tenía que ver con sus motivaciones originales.

¿Cómo lidió la Iglesia católica española con este conflicto? En este artículo se analizará la utilización de los discursos clericales a la hora de influir en la sociedad española a favor de los conflictos coloniales, en concreto las reacciones de la Iglesia católica ante la campaña de Melilla y los sucesos de la Semana Trágica de 1909, a través fundamentalmente de la consulta de prensa histórica.

2. Antecedentes. El discurso católico ante La guerra de Cuba

Las guerras coloniales de fin del siglo XIX ya habían sido acompañadas de un amplio conjunto de manifestaciones favorables al conflicto, en las que participaron sectores muy amplios de la sociedad española. Aunque no unánimemente, casi todos los partidos políticos, incluidos los principales de la oposición al régimen como carlistas y republicanos, se expresaron a favor de la guerra colonial. Lo mismo hicieron los más importantes grupos de presión, el Ejército, la Iglesia, la mayoría de los sectores culturales e intelectuales y casi toda la prensa.

Para el entendimiento de los postulados ideológicos favorables a la posterior colonización española en Marruecos, que aparecerán desde principios del siglo XX, es interesante analizar pautas discursivas que surgieron en el conflicto cubano, y que veremos aplicadas de forma repetida o modificadas ligeramente en 1909.

La Iglesia católica, el aparato ideológico y cultural más organizado por su presencia en todo el territorio y por su capacidad de influencia en las capas populares, fue sin duda la instancia de mayor peso en la movilización patriótica de estos años. Deseosa de recuperar un papel exclusivo en la organización social y política, la Iglesia entendió la guerra como una ocasión para mostrar la identidad profunda entre Trono y Altar, entre los intereses españoles y los propios.

España, como señalaba el obispo de Salamanca en una carta pastoral «es España en cuanto que es católica»; «la Religión y la Patria, la cruz y la espada, son inseparables en el suelo de España». Por ello, a lo largo de la Guerra de Cuba, nunca dejó de repetirse que en esta ocasión la causa de la patria era también «la causa de la Religión, la causa de nuestra fe sacrosanta». La guerra se convertía en una guerra religiosa, una cruzada en favor de la nacionalidad cristiana (Esteban de Vega, 2013: 206).

De hecho, los enemigos del imperio español tuvieron una profunda raíz anticristiana. Los separatistas cubanos o filipinos aparecieron descritos como rebeldes paganos, hordas salvajes, desagradecidos con la misión civilizadora y evangelizadora realizada por España, movidos por su carácter liberal, judaico y, sobre todo, masón. Los Estados Unidos fueron descritos como un país de herejes protestantes, pueblo bárbaro, incivilizado, «pueblo en el error, pueblo embustero, nación mosaica, con toda la fanfarronería y pedanterismo del orgullo y del dinero, sin leyenda, sin Historia» (Mota, 1998: 183-193).

Al servicio de este análisis, la Iglesia realizó una intensa labor movilizadora durante los años de la guerra. Es preciso destacar, en primer lugar, su activa participación en iniciativas destinadas al sostenimiento de la guerra. Así pues, existió una notable presencia eclesiástica en la organización de las fiestas de despedida a las tropas y en las manifestaciones patrióticas, unas veces directamente, a través de los distintos niveles de la jerarquía eclesiástica, desde los obispos hasta los párrocos, y en otras ocasiones mediante su red asociativa seglar. Además, su contribución material a la guerra adoptó otras muchas formas. Por ejemplo, en Valladolid, se constituyó en septiembre de 1895 una Junta presidida por el arzobispo de la diócesis para recabar socorros en dinero y en especie para ayudar a los familiares de los expedicionarios a Cuba (Blanco, 1996: 181).

El estrecho compromiso de la Iglesia con la movilización pro-belicista de estos años se expresa aún más directamente en la introducción de la exaltación patriótica en las propias celebraciones religiosas. Durante los tres años de la guerra, menudearán por toda la región las procesiones, misas, novenas, rogativas, exposiciones de imágenes y Te Deums que unían estos dos componentes (Esteban de Vega, 2013: 207).

Durante los meses iniciales de la guerra, fueron muy frecuentes además las fiestas de despedida con motivos religiosos de las tropas que salían hacia Cuba. Por ejemplo, en agosto de 1895, en la ciudad de León, para la marcha de un batallón se confeccionaron escapularios que fueron impuestos a los soldados por los padres capuchinos en una ceremonia religiosa.

A finales de 1896 se produjo un suceso que dio lugar a una verdadera explosión de júbilo popular, cuando llegó la noticia de la muerte del jefe militar cubano Antonio Maceo, precisamente el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción. Este acontecimiento se interpretó como anuncio del final de la guerra y la victoria española, y se cargó de un alto significado religioso. En el discurso católico, las victorias militares españolas no fueron sino resultado de la protección que Dios dispensaba a España. La muerte de Maceo el día de la Inmaculada Concepción fue interpretada como señal inequívoca de la intervención de la «Excelsa Reina del Cielo María Inmaculada, Patrona de España y de nuestra siempre heroica infantería». 1

Sin embargo, la decepción por la prolongación de la guerra y las dificultades que por culpa de esta sufrían muchas familias quizá expliquen que, desde comienzos de 1897 y durante meses, no volvieran a producirse celebraciones similares. La última de estas explosiones, y la más intensa, tuvo lugar en la primavera de 1898, ante la perspectiva de la guerra contra los Estados Unidos.

A partir de este momento, se puede observar una paulatina oposición a la campaña en la que, aunque no de forma tan fuerte como las explosiones anticoloniales de 1909, se percibe un manifiesto descontento popular contra la política colonial del gobierno español. A este respecto, es interesante señalar dos apreciaciones que tuvieron gran importancia en 1909.

En primer lugar, uno de los motivos principales de protesta fue el servicio militar obligatorio, que durante la Guerra de Cuba y hasta la Ley de reclutamiento y reemplazo de 19 de enero de 1912 se podía evitar mediante el pago de 1500 pesetas. El famoso lema «o todos o ninguno» de los socialistas, que volvió al primer plano en 1909, surgió en este momento. Autores como Alfonso Iglesias Amorín estiman a raíz de esto que el punto de transición entre el predominio del ardor patriótico nacionalista y notablemente «popular», y la oposición abierta de amplios sectores que permiten calificar las guerras coloniales como algo netamente «impopular» se produjo precisamente durante el conflicto cubano (2015: 180).

En segundo lugar, se desarrollaron motines a la llegada de las tropas a la vuelta de Cuba, como en Zaragoza en 1899, que estuvieron en muchas ocasiones liderados por madres de soldados. Como veremos, un aspecto fundamental del discurso católico fue precisamente la figura de la madre católica doliente, a la que se apela constantemente para que, de forma patriótica, aceptase el destino de los hijos muertos en el combate por la patria.

3. La campaña de Melilla de 1909

Tras la derrota de 1898 y la perdida de las últimas posesiones de ultramar, los intereses coloniales españoles viraron poco a poco hacia tierras marroquíes. De esta forma, para fundamentar sus planteamientos en el norte de África, el colonialismo español aludió a numerosas razones, algunas de las cuales son: derechos históricos, unidad natural de España y Marruecos, interés por asegurar la defensa de los presidios y un hinterland para ellos, necesidad de levantar una frontera segura que permitiera la navegación y el comercio en el Mediterráneo occidental y el litoral africano frente a Canarias, motivos geopolíticos, impedir que Francia se instalase en el norte de Marruecos, emparedando a España, interés por potenciar el comercio exterior, y finalmente razones morales y religiosas, como la necesidad de evangelizar, civilizar y retornar a los marroquíes el esplendor de Al-Ándalus, para compensar la deuda de las aportaciones musulmanas en España (Villanova, 2004: 38). Son estas últimas las que especialmente interesan para la realización de este artículo.

Los partidarios de la intervención en Marruecos, llamados por entonces africanistas (no confundir con los militares africanistas de años posteriores) estaban divididos en dos lobbies que abogaron por involucrarse en mayor medida en Marruecos: el neocolonial, por un lado, y el que podríamos llamar del nacionalismo conservador, por otro.2 El primero abarcaba no solo sustanciales intereses industriales, financieros y comerciales, sino también de intelectuales y políticos destacados, como Joaquín Costa, el conde de Romanones y José Canalejas.

El otro lobby, que es el que concierne a este artículo, estaba formado por dos corrientes distintas. La primera era la tradicionalista de la Iglesia y los carlistas, para los cuales España tenía una misión evangélica en África. La segunda era la expresión del nacionalismo conservador cuya base era el ejército y cuyos proyectos iban desde oponerse al expansionismo galo en una esfera tradicionalmente considerada de influencia española hasta la creación de un nuevo imperio en África que compensara la pérdida del imperio colonial en América.

Para entender el conflicto de estos años, es importante señalar que, a diferencia de la Guerra de África de 1859-60, en las campañas que empezaron en Marruecos a partir de 1909, España no estaba luchando en ningún momento contra el Estado de Marruecos, del que era supuestamente el protector, sino que combatía contra las tribus que se habían opuesto a la autoridad del representante de la autoridad del Sultán, el Majzén (figura controlada por España por supuesto). Por consiguiente, toda la sucesión de campañas militares que marcaron la conquista y «pacificación» española del Protectorado estaban, en principio, amparadas por la autoridad del sultán. Incluso en el intervalo de tiempo que fue de la Campaña de Melilla de 1909 a la instauración legal del Protectorado hispano-francés en Marruecos en 1912, se actuó siempre contra cabilas rebeldes y no contra el sultán (Macías, 2013: 60).

El ataque del 9 de julio de 1909 a los trabajadores del ferrocarril minero fue consecuencia más o menos directa de la anarquía subsiguiente a la desaparición de un pretendiente al trono de Marruecos conocido como Bu Hamara o El Rogui, que de facto era quien había controlado la región del Rif desde aproximadamente 1903. España había negociado directamente la explotación minera con este pretendiente en 1907, que garantizaba que no hubiera disturbios en la zona, ante la oposición manifiesta de las tribus locales a la penetración española en el territorio. Hasta entonces, las cabilas de los alrededores de Melilla habían sido controladas por este pretendiente al trono, pero cuando fue desplazado del poder a finales de 1908, las tribus pudieron organizarse y atacar la construcción del ferrocarril.

Tras la agresión de julio y la muerte de los obreros, la prensa católica mostró su agrado ante las noticias sobre la movilización de tropas y las posteriores sobre el empleo de medidas de fuerza contra Marruecos. Lejos del respeto hacia el país vecino que teóricamente representaba la «penetración pacífica», las pretensiones coloniales, mezcladas con un sentimiento de superioridad cultural y de civilización, así como con la fobia hacia el llamado enemigo islámico, dibujaban un Imperio jerifiano anárquico, caótico, bárbaro y atrasado debido al carácter de su gente y a la religión que profesaba. A pesar de que el discurso oficial de la época presentaba el colonialismo como la mejor manera de modernizar a las sociedades consideradas como atrasadas respecto a las europeas, en el imaginario español subsistía un odio visceral hacia el «enemigo islámico» (Martín Corrales, 2011: 129).

La imagen sanguinaria que se daba del pueblo marroquí contribuía a mantener el estereotipo de pueblo bárbaro y salvaje. Por ejemplo, el diario tarraconense católico La Cruz describía Marruecos como «una aglomeración caótica de gentes, de tribus, a quienes mueve el impulso feroz del fanatismo». 3 La misma descripción daba El Noticiero, periódico católico de Zaragoza, refiriéndose a la traición, ferocidad y fanatismo de los hijos del Islam,4 ridiculizando además a los rifeños, que supuestamente creían que los españoles eran demonios ya que podían abatirlos desde lejos sin que ellos los vieran, mediante artillería.5 Bien es verdad que estos artículos se publicaron en un momento de enfrentamiento bélico, que debió de influir en la repetición de esos clichés negativos. No obstante, fueron los mismos que los que circulaban en tiempos de paz, en los que Marruecos fue representado como el enemigo mahometano, siempre al acecho en las costas del norte de África, como también podemos observar en el periódico católico oscense El Alma de Garibay.6

Posteriormente, en las primeras movilizaciones de tropas, El Noticiero no presentó inicialmente adhesión completa al gobierno, ya que advertía que de Marruecos solo se podría sacar algo de gloria, sin asomo positivo.7 Este diario recordó al gobierno que la prensa liberal, mal informada, había presentado la campaña cubana como una conquista fácil, lo cual había acabado en el Desastre de Cuba.8 Sin embargo, el 23 de julio se repitieron los ataques rifeños sobre el campo atrincherado cercano a Melilla, la Posada del Cabo Moreno, los Lavaderos y el Hipódromo. El periódico integrista El Salmantino dedicó enteramente su sección telegráfica del día siguiente al relato de los mismos, con información plagada de notas de heroísmo.9 En Zaragoza, El Noticiero aseguraba que los católicos se oponían a toda guerra, pero que no quedaba más remedio que recurrir a las armas ante un enemigo desagradecido que debía mucho a España.10 Apelando a la guerra de Tetuán de 1859, recurso que será muy usual, se animará a la noble, heroica e invencible España y a sus benditos soldados a acabar con el enemigo.11

Como vemos, la campaña de Melilla fomentó el sentimiento patriótico y militarista. Por ejemplo, los católicos tarraconenses defendieron la visión del conflicto sostenida por el gobierno de Maura, por lo que se opusieron a los gritos de protesta que surgieron de las capas populares. En uno de los editoriales de La Cruz, que aludía a los gritos de «¡abajo la guerra!» de los primeros manifestantes contra la partida de soldados hacia Melilla en los primeros días de julio, se afirmaba que no existía un enfrentamiento abierto entre el ejército hispano y los rifeños, sino que se trataba de una operación policial para castigar a los marroquíes que atacaron a los obreros españoles, tal y como afirmaba el gobierno.12

Tras el Desastre del Barranco del Lobo, el 27 de julio, el endurecimiento de la censura fue la primera y fulminante reacción del gobierno presidido por Antonio Maura. Tampoco tuvo ningún reparo el periódico católico salmantino El Lábaro en justificar la imposición de esta medida represora.13 El convulso momento histórico lo exigía y a la prensa le tocaba resignarse para mostrar su patriotismo. El Noticiero no hizo referencias hacia esta censura, pero la justificaba implícitamente al insistir en que era necesario apoyar al Ejército sin reservas, sin entrar en debates estériles. Además, los católicos zaragozanos fueron firmes defensores de la llamada de los reservistas, justificando que en todo momento se estaban cumpliendo las leyes vigentes. Paradójicamente, según su criterio, los grandes perjudicados de esta guerra eran en realidad los capitalistas que habían invertido su dinero;14 la guerra del Rif era ahora algo bueno para España.15

4. La Semana Trágica de Barcelona

Llegados a este punto, cabe remarcar que el análisis de la protesta de la Semana Trágica es fundamental para el estudio de las repercusiones de la guerra colonial en España, dada su estricta vinculación directa con la guerra de Marruecos, y por la asimilación automática que se hizo desde entonces entre el Desastre del Barranco del Lobo y la Semana Trágica. Sin duda, estos acontecimientos y sus posteriores consecuencias calaron muy profundamente en el recuerdo de la población española.

Por un lado, para la izquierda, se convirtió en una demostración de la oposición popular a las campañas de Marruecos, así como un símbolo de la represión brutal y arbitraria del gobierno conservador de Antonio Maura, ejemplificada en la ejecución del pedagogo anarquista Francisco Ferrer y Guardia, al que se culpó de los acontecimientos. Aunque el recuerdo de lo sucedido en Barcelona predominó como un trágico desastre, desde sectores de la izquierda fue conmemorada como un símbolo de la lucha contra la opresión y el reclutamiento militar.

Por otro lado, para la derecha, fue toda una expresión del peligro que movimientos como el socialismo y el anarquismo suponían para la España católica y tradicional, por lo que fue una eficaz herramienta de propaganda del peligro de la sedición revolucionaria. La guerra colonial pudo influir por lo tanto a la hora de instalar miedos y resquemores profundos de una revolución social provocada por la rabia producida por la política colonial española.

Un apunte que me gustaría realizar es que el término en sí, «Semana Trágica», o incluso «Semana Sangrienta», acuñado a los pocos días del suceso de forma peyorativa por los periódicos de la Restauración, ha sido aceptado y asumido con normalidad por los historiadores. Este concepto ha sido cuestionado por algunos investigadores, como Josep Pich i Mitjana, que prefieren hablar de la Revolución Española de 1909, para quitar la carga denotativa y además remarcar que este conflicto no tuvo un especial carácter catalanista, como se dijo en la época para restarle apoyos fuera de Cataluña. A pesar de ello, dada la amplia extensión del término «Semana Trágica» en la historiografía, lo he utilizado en este artículo ya que lo considero operativo, al menos por el momento.

Por otro lado, es imprescindible señalar que, pese a la conocida relación entre la guerra colonial y la Semana Trágica, el momento de mayor intensidad de la protesta violenta en Barcelona coincidió con el Desastre del Barranco del Lobo, por lo que este no pudo influir de ninguna manera en las protestas barcelonesas. Es de hecho un error común entre los historiadores relacionar directamente el Desastre del Barranco del Lobo con la inmediata protesta de la Semana Trágica de Barcelona.

No obstante, hay que tener en cuenta que, en primer lugar, la Semana Trágica empezó el 26 de julio, un día antes de los sucesos del Barranco del Lobo, el 27. En segundo lugar, expertos como Alfonso Iglesias han demostrado que los hechos difícilmente pudieron ser conocidos por la población barcelonesa, debido a la estricta censura impuesta por el Ministro de Gobernación, el en aquel entonces temido Juan de la Cierva. Barcelona había quedado casi incomunicada, por lo que no podía recibir noticias de Madrid, y la censura gubernamental trabajaba duro para atenuar la magnitud de la derrota. Estos factores contribuyeron a que ni siquiera en los últimos días de protestas violentas se supiese lo que había ocurrido realmente en el Rif (Iglesias, 2015: 199). Si se analizan periódicos de otras regiones en las que también hubo protestas, como los de Zaragoza, se constata que la noticia del Barranco del Lobo no fue conocida hasta más adelante.16

En estas protestas, el problema principal no era solo que existiera un sistema de reclutamiento injusto, en el cual se podía evitar ir a la guerra como ya se ha mencionado abonando 1500 pesetas, una suma inalcanzable para la mayoría de la población española. A ello debemos unir que se movilizasen soldados de la reserva, hombres que llevaban muchos años sin haber sido llamados a filas, y que con frecuencia habían conformado una familia a la que mantenían. Ello suponía un desastre para las familias, al dejarlas sin su sustento principal durante muchos meses y la alta posibilidad de que el cabeza de familia nunca volviera de la guerra, o lo hiciera inválido para toda la vida.

Hemos de añadir como otro factor importante de motivación a la protesta que, para la población de la época, era difícil entender que se hubieran movilizado las tropas de Barcelona, que requerían llamamiento de reservistas, en lugar de las de Cádiz, que sí estaban preparadas. Varios historiadores como Connelly Ullman (2009: 318) o Cardona (2005: 124) culpabilizan de hecho al general Linares por no haber movilizado a los 16.000 soldados para casos de emergencia que su predecesor, Primo de Rivera, había preparado. De este modo, la opinión pública española observó como reclutas recién incorporados estaban ociosos mientras se enviaban a Marruecos hombres de la segunda reserva, que habían prestado servicio muchos años antes (Iglesias, 2015: 198).

Ante los sucesos de la Semana Trágica, los católicos fueron los que se expresaron con más dureza, señalando como verdaderos culpables a la prensa y a los propagandistas anticlericales, quienes a su entender instigaron las acciones violentas contra la Iglesia. El catolicismo tarraconense por ejemplo identificó a los culpables de la barbarie de finales de julio en la prensa anticlerical y en la masonería, pidió un severo castigo para aquellos a los que la justicia encontrara culpables, maldijo la campaña a favor de Ferrer y Guardiay clamó contra la reapertura de las escuelas laicas.17 Por su parte, en Zaragoza El Noticiero aseguraba que los verdaderos cabileños eran los revolucionarios de Barcelona.18 Así era de hecho como se refería también en Huesca El Alma de Garibay a los responsables de la quema de conventos en Barcelona, como «los rifeños de Cataluña». 19

A medida que avanzaba el conflicto, los periódicos católicos iniciaron una campaña de ensalzamiento de la Iglesia y de su fe en la consecución del triunfo. Para prender la llama de la venganza entre los lectores, María Gajate observó que la redacción de los periódicos salmantinos seguía la siguiente estrategia: cuando en un mismo número había que dar cuenta de varios hechos de armas, unos victoriosos y otros adversos, sistemáticamente los reporteros se volcaban en la glorificación de los primeros y en la disculpa de los segundos. Así se lograba una imagen global optimista sobre el desarrollo de los acontecimientos rifeños. Sencillamente se insertaban los telegramas oficiales, que abundaban en episodios heroicos. Los momentos más dramáticos se obviaban o, como mucho, se reseñaba alguna «muerte gloriosa». El efecto final se hacía evidente: se lograba un Ejército español muy fuerte y merecedor de la completa adhesión ciudadana (2012: 193).

La estrategia seguida por El Noticiero de Zaragoza resaltaba la igualdad entre ricos y pobres en la guerra, quienes luchaban codo con codo según este diario, los unos como oficiales y los otros como soldados.20 Aludiendo de nuevo al espíritu de 1859, se requería abrir el sepulcro de los héroes para restaurar el honor de España.21 Según este periódico, la guerra era legítima por su labor civilizadora, y supondría la resurrección de España tras el Desastre de 1898. Los soldados, capitaneados por María Auxiliadora, emularían las gestas de Covadonga, las Navas de Tolosa o Lepanto.22

La jerarquía eclesiástica de Tarragona no se quedó atrás en su belicismo y se posicionó claramente a favor de la victoria de las armas españolas. En los primeros días de agosto de 1909, el arzobispo de la ciudad, Tomas Costa i Fornaguera, escribió una circular en la que se mostraba partidario de la expansión colonial en Marruecos, beneficiosa para el progreso material de España, y lamentaba los sucesos de la Semana Trágica. Encargó que se celebraran oficios religiosos en los que se pidiera la victoria del ejército hispano y la «tranquilidad interior de la península», en referencia a los hechos de la última semana de julio (Marchán, 2011: 312).

En Salamanca, la prensa católica también destacó sobre todo la labor caritativa de la Iglesia. Por esta razón, el 2 de septiembre de 1909, Fray Francisco Javier, obispo de Salamanca, se dirigió a los lectores y, a la vez que presentaba el conflicto melillense como una guerra de religión, hizo un llamamiento a los párrocos de la provincia para que socorrieran económicamente a los soldados.23 En Zaragoza, la jerarquía eclesiástica estuvo encabezada por el arzobispo, Juan Soldevila, quien publicó una circular en favor de la patria el primero de agosto.24 En los días posteriores, se establecieron turnos entre las damas de clase alta para rezar por las tropas, se hicieron rogativas y la parroquia de la Basílica del Pilar mandó 500 escapularios a los soldados.25 Según El Noticiero, el catolicismo era la patria de las almas, y los periodistas católicos debían ser sus guerrillas.26

Se observa también que las noticias sobre muertes de soldados y las cifras de bajas eran siempre disculpadas y solapadas por noticias heroicas de combates victoriosos. Hasta el 29 de septiembre, cuando al reconquistar el Barranco del Lobo se descubrieron los cadáveres de más de 100 soldados españoles, no se supo el alcance real de las bajas españolas del Desastre del 27 de julio. Sin embargo, el impacto real de este traumático suceso en la opinión pública española se vio muy reducido, ya que coincidió prácticamente con la toma del monte Gurugú, que era el objetivo principal de la campaña, lo cual provocó una oleada de entusiasmo popular.

Los periódicos católicos se volcaron con la noticia de la conquista del Gurugú, y ampliaron todavía más sus esfuerzos en su ardor patriótico. Por ejemplo, la portada de El Noticiero era totalmente ocupada por un gran «¡Viva España!»27, y el diario católico salmantino El Lábaro fue el periódico local que mayor cobertura prestó al acontecimiento en Salamanca.28 Asimismo, la toma del Gurugú fue celebrada con festejos por toda la ciudad de Tarragona. El 29 de septiembre a mediodía llegó la noticia, que se extendió rápidamente y causó, según las crónicas, gran entusiasmo. Se izó la bandera española en todos los edificios oficiales, y se engalanaron e iluminaron los balcones de multitud de edificios, entre ellos el Palacio Arzobispal. Por la tarde salió la banda del Regimiento de Luchana, seguida por numeroso público que daba vivas al ejército y a España. La banda se detuvo ante la sede del arzobispado para tocar, y el prelado salió al balcón principal vitoreando a España, al rey y al ejército.29

Una nota editorial de La Cruz celebraba la victoria rebatiendo las famosas palabras de lord Salisbury de 1898 en el Royal Albert Hall, en las que estableció una división del mundo entre naciones vivas y moribundas, situando a España en el segundo grupo.30

En Zaragoza, El Noticiero aseguraba que la toma del Gurugú había sido posible gracias a la Virgen del Pilar, Generalísima de los Ejércitos. Esta acción bélica fue descrita como uno de los mayores triunfos de toda la Historia de España, comparándola con las victorias de Don Pelayo, el Cid, Gonzalo de Córdoba o los Reyes Católicos.31

Otro aspecto imprescindible de señalar también es que, como ya observó María Gajate Bajo, durante toda la campaña se impuso la imagen despectiva del magrebí. La construcción del Otro es algo fundamental para la eficacia militar en la guerra. Creando un Otro externo, caricaturizado, puede definirse con mayor seguridad una propia identidad nacional unicultural y unidimensional. En 1909, la prensa católica recurrió a la propaganda de guerra empleando el argumento de la misión civilizadora de los españoles en Marruecos, insistiendo en el carácter santo y revitalizador de la contienda, trazando muy bien la división entre villanos y héroes. Los rifeños salieron muy mal parados en todas las descripciones, mientras que a los reservistas se les atribuía una elevadísima moral y, sobre todo, enorme disciplina (Gajate, 2012: 185).

Los marroquíes descritos por los periódicos católicos eran prácticamente animales estúpidos, un pueblo bárbaro que no tenía la más mínima noción de civilización, que no sabía manejar las armas y sobre el que se produciría una victoria fácil. Este discurso fanfarrón coincide con el de 1898, cuando también se sobrevaloró la capacidad militar española frente a los insurrectos cubanos y al Ejército de los Estados Unidos, del que se decía que nada tenía que hacer contra el Ejército español.

El último aspecto que me gustaría destacar con respecto al discurso católico en los periódicos de 1909 es la estrategia seguida con respecto a las madres, esposas e hijas de soldados. Como ya hemos visto, fueron las madres de soldado quienes encabezaron los motines a la vuelta de las tropas de la Guerra de Cuba a finales de siglo. En 1909, volvieron las protestas en los embarques de tropa. De hecho, autores como Valentina Fernández Vargas postulan que en esos años fueron realmente las mujeres obreras las que mayoritariamente se manifestaron contra las quintas y embarques y que, por ejemplo, en las protestas de Barcelona previas a la Semana Trágica mujeres y niños encabezaban las manifestaciones (Fernández Vargas, 2004: 222).

La consulta de periódicos católicos revela datos interesantes, como por ejemplo que puede observarse cómo se feminizaron fuertemente rasgos como la cobardía, indudablemente con el objetivo de desanimar a los mozos que estuvieran valorando desertar. Por ejemplo, en El Alma de Garibay, se aseguraba que los hombres que no quisieran ir a la guerra eran igual que mujeres o incluso eunucos.32 Además, se constata que se llevó a cabo una campaña muy fuerte dirigida a las madres de soldado, con el objetivo de consolar a aquellas que hubieran perdido un hijo en la contienda. Día tras día, aparecieron noticias de madres que acompañaron patrióticamente a sus hijos a las estaciones para despedirlos y que se congratulaban de que sus hijos pudieran servir a la patria. Ello acompañado de constantes elogios a la madre española, mujer valerosa, que no debía llorar si sus hijos caían en el servicio a la Patria, sino alegrarse de que sus hijos estuvieran con su verdadera madre, que no era otra sino España. Esta campaña sería alargada durante todo el año 1909. 33

Una posible hipótesis de la realización de esta campaña es que tanto el gobierno español como la jerarquía eclesiástica tenían un interés muy fuerte en que las madres de soldado, que en fechas anteriores como la Guerra de Cuba, o incluso recientes como en julio de 1909, habían sido las primeras en protestar contra el servicio militar, desistieran en su empeño de situarse contra la política colonial. Por lo tanto, creo que estas muestras de apoyo a las madres son precisamente un intento de desactivar las posibles protestas que la nueva campaña marroquí pudiera generar.

Sin duda, para concluir, la prensa católica desempeñó un papel crucial en la historia política de todo este periodo y, particularmente, en la asimilación de las luchas africanas, en lo que autores como Comaroff llamarían the colonisation of consciousness. El conocimiento del discurso católico, a través del manejo de sus fuentes de difusión, es decir, de sus periódicos es, por tanto, fundamental para aproximarnos, aunque sea con dificultades, a la opinión pública ante las guerras coloniales de Marruecos. Ello ayuda a entender por qué muchos sectores de la población española aceptaron, o al menos no se opusieron a la guerra colonial en un territorio que, en definitiva, no reportó riquezas ni beneficios a una potencia de segundo o tercer orden en el plano internacional, como era la España del periodo, y por la cual se derramó abundante sangre y recursos.

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  1. La Información, 10 de diciembre de 1896. En Esteban de Vega, 2013: 206.

  2. El término «africanista», con sus diferentes variantes, ha sido ampliamente debatido por la historiografía actual. Los mejores expertos en el tema, como María Rosa de Madariaga (2002), Sebastian Balfour y Pablo La Porte (2000) entre otros han teorizado sobre él. Desde mi punto de vista, la mejor y más actual conceptualización del término puede encontrarse en Iglesias, 2016.

  3. La Cruz, 15 de octubre de 1909. En Marchán, 2011: 309.

  4. El Noticiero, 11 de julio de 1909.

  5. El Noticiero, 13 de julio de 1909.

  6. El Alma de Garibay, 25 de julio de 1909.

  7. El Noticiero, 11 de julio de 1909.

  8. El Noticiero, 13 de julio de 1909.

  9. El Salmantino, 24 de julio de 1909. En Gajate, 2012: 181.

  10. El Noticiero, 21 de julio de 1909.

  11. El Noticiero, 24 de julio de 1909.

  12. La Cruz, 29 de julio de 1909. En Marchán, 2011: 310.

  13. El Lábaro, 29 de julio de 1909. En Gajate, 2012: 183.

  14. El Noticiero, 26 de julio de 1909.

  15. El Noticiero, 28 de julio de 1909.

  16. Números consultados de Heraldo de Aragón, Diario de Avisos y El Noticiero de Zaragoza, entre finales de julio y principios de agosto de 1909.

  17. La Cruz, 10, 15 y 29 de agosto, 8 y 15 de septiembre de 1909. En Marchán, 2011: 333.

  18. El Noticiero, 29 de julio de 1909.

  19. El Alma de Garibay 5 de septiembre de 1909.

  20. El Noticiero, 30 de julio de 1909.

  21. El Noticiero, 1 de julio de 1909.

  22. El Noticiero, 4 de julio de 1909.

  23. El Lábaro, 2 de septiembre de 1909. En Gajate, 2012: 225.

  24. El Noticiero, 1 de agosto de 1909.

  25. El Noticiero, 4 de agosto de 1909 y 8 de agosto de 1909.

  26. El Noticiero, 24 de septiembre de 1909.

  27. El Noticiero, 30 de septiembre de 1909

  28. El Lábaro, 29 de septiembre de 1909. En Gajate, 2012: 225.

  29. La Cruz, 30 de septiembre de 1909. En Marchán, 2011: 316.

  30. La Cruz, 29 de septiembre de 1909. En Marchán, 2011: 317.

  31. El Noticiero, 30 de septiembre de 1909.

  32. El Alma de Garibay, 25 de julio de 1909.

  33. Numerosísimos ejemplos han sido encontrados en periódicos como El Noticiero 24 de julio de 1909 en adelante o El Alma de Garibay 1 de agosto de 1909 en adelante.