Guerra Colonial

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Después de la conquista: la defensa de Orán y las relaciones con la población local (1732-1737)

After the conquest: the defence of Oran and the relationship with the local population (1732-1737)

Víctor García González

Universidad de Málaga

Recibido: 30/05/2022
Aceptado: 06/06/2022

DOI: https://doi.org/10.33732/RDGC.10.60

Resumen

La conquista de Orán en 1732 es uno de los grandes momentos de un reinado controvertido como el de Felipe V y como episodio militar ha recibido tradicionalmente la atención de la historiografía. Aunque han aparecido interesantes estudios sobre la sociedad oranesa de la Edad Moderna en las últimas décadas, existen sin embargo pocas investigaciones recientes sobre la defensa de Orán posterior a 1732. Este artículo busca arrojar luz sobre este contexto, haciendo hincapié en otro aspecto poco conocido: las relaciones con la población local de dentro y fuera de la plaza. Para ello se han consultado los testimonios de testigos de primera mano como el gobernador José Vallejo o los ingenieros militares que sirvieron en Orán durante ese período.

Palabras clave
Guerra irregular, ingenieros militares, Orán, población local, fortificaciones

Abstract

The conquest of Oran in 1732 is one of the great moments of a controversial reign like that of Philip V of Spain and as a military affair, it has traditionally received the attention of historians. Although interesting studies on Early Modern Oran’s society have appeared recently, there is however little recent research on the defence of Oran after 1732. This paper aims to shed light on this context, emphasizing another little-known aspect: the relationship with the local population inside and outside the Spanish stronghold. For this purpose, the testimonies of first-hand witnesses such as Governor José Vallejo or the military engineers who served in Oran during this period have been consulted.

Keywords
Irregular Warfare, military engineers, Oran, local population, fortifications

INTRODUCCIÓN

El expansionismo de Felipe V tras la Guerra de Sucesión española vuelve a ser objeto de interés historiográfico en los últimos años. Las iniciativas en Italia con objeto de recuperar para la dinastía borbónica las posesiones perdidas en la contienda concentran la mayor parte de la atención, con nuevas investigaciones que atienden no solamente a aspectos meramente bélicos de este irredentismo español sino también a las armadas, el espionaje, la logística, la diplomática, los intercambios culturales o los estudios de corte. La conquista de Orán en 1732 ha sido también reconocida como uno de los mayores éxitos del reinado y en consecuencia se ha convertido en el foco de contribuciones que han analizado en profundidad las circunstancias del asedio, el encaje de la expedición en el contexto de la estrategia de Felipe V en el Mediterráneo Occidental, así como la sociedad del presidio y su papel en la lucha contra con el corsarismo norteafricano y la liberación de cautivos, destacando al respecto las obras recientes de Luis Fé Cantó (2011, 2014, 2015, 2016).

Pese al renovado interés por el Orán borbónico, la producción científica reciente en torno al mismo sigue estando lejos de aquella relativa al XVI (Bravo Caro, 2017: 342). La mayoría de relatos sobre el XVIII español que mencionan a Orán, desde manuales y monografías a textos más específicos sobre la política mediterránea de Felipe V y sus ejércitos, no avanzan más allá del momento de la batalla, ni siquiera tratando los meses posteriores, generando la sensación de que la defensa de la plaza fue una tarea cómoda para la guarnición que quedó allí tras la repatriación de la mayor parte de la fuerza expedicionaria en agosto de 1732. Frecuentemente, las narraciones no vuelven a mentar a Orán hasta el terremoto de octubre de 1790 y el posterior abandono del presidio en 1792. Pese a este enorme paréntesis de 60 años, lo cierto es que los defensores de Orán estuvieron lejos de experimentar una estancia tranquila tras la toma de 1732.

Para analizar el peligro de servir en Orán y las tensas relaciones con el hinterland circundante y especialmente con Argel los años posteriores a su conquista, es de capital importancia consultar la documentación producida por los comandantes generales e ingenieros militares que estuvieron destinados allí y que se conserva principalmente en los legajos de Secretaría de Guerra del Archivo General de Simancas. Tanto los ingenieros que participaron en la expedición como los que se desplazaron al presidio posteriormente para reforzar la guarnición y trabajar en la recuperación y mejora del perímetro defensivo abandonado en 1708 encontraron grandes dificultades en el desempeño de su profesión. Se han de considerar los escasos recursos económicos, humanos y materiales disponibles o la dificultad de abastecer por un mar no plenamente controlado por la Armada española a una plaza que seguiría siendo muy dependiente de puertos peninsulares como Alicante, Cartagena o Málaga (Bravo Caro, 2017: 365-366). El abastecimiento había exigido grandes consignaciones de dinero en la segunda mitad del XVII (Espino López, 2019: 362-363) y durante los primeros años de la Guerra de Sucesión (Sénéchal, 2016: 354). Asimismo, las razias magrebíes y turcas continuaron los meses y años posteriores a la toma. En ocasiones, las propias fortificaciones en las que se estaba trabajando fueron alcanzadas por los combates y en momentos críticos como el otoño de 1732 llegaron a darse verdaderas batallas campales con miles de bajas entre muertos y heridos (incluso perecieron generales como Álvaro de Navia-Osorio y Vigil, marqués de Santa Cruz de Marcenado, caído en combate el 21 de noviembre de 1732).

Los documentos sobre obras y proyectos defensivos, abastecimiento de materiales u operaciones militares son eminentemente útiles para comprender la situación. Sin embargo, los papeles de los ingenieros y en general de los militares que sirvieron allí aportan unos testimonios más personales que ayudan a saber cómo percibían la peligrosidad de su destino fronterizo, por ejemplo a través de sus expedientes personales y correspondencia, o cómo seguían adelante a pesar de los atrasos en las pagas o el desamparo de sus superiores en la península respecto a las solicitudes de ascenso o traslado (Galland Seguela, 2008: 189). Estos problemas eran endémicos en el siglo XVIII en cualquier rincón de la monarquía, aunque se acentuaban en destinos remotos o fronterizos que no gozaban de una economía local sólida, sobre todo en aquellos separados de la metrópoli por mar, pese a que no se tratara de una gran distancia, como en el caso de Orán, pero sí de una travesía arriesgada.

LA CONQUISTA DE ORÁN EN 1732 Y LA SITUACIÓN MILITAR INMEDIATAMENTE POSTERIOR

No he podido antes aplicar a este importante fin, las considerables fuerzas que la Divina Omnipotencia ha fiado a mi arbitrio, y al presente, aunque no enteramente libre de otros cuidados, he resuelto no dilatar el de recobrar la importante plaza de Orán, que ha sido tras veces objeto del valor y de la piedad cristiana de la nación española, considerando muy principalmente que estando esta plaza en poder de los bárbaros africanos es una puerta cerrada a la extensión de nuestra sagrada religión y abierta a la esclavitud de los habitadores de las inmediatas costas de España1.

Felipe V anunció la expedición a Orán con el manifiesto del que forma parte este fragmento. En el mismo se sugiere que entre los motivos de la operación estaba la necesidad de proteger las costas surorientales de la península, las cuales habían venido siendo objeto de una intensa labor de fortificación y lo seguirían siendo a lo largo de la centuria. El monarca reconocía no haber emprendido antes un ataque contra Orán al no haber contado con las fuerzas suficientes. Esta confesión evidencia una dura realidad: tomar y conservar Orán (u otra gran ciudad norteafricana como pudiera ser Argel) exigía un gran contingente, el cual no era siempre posible reunir dadas las necesidades defensivas de la monarquía en otros teatros. En este momento, el primer Borbón español gozaba del lujo de elegir cuándo atacar, en un contexto propicio dadas las buenas relaciones con Inglaterra desde 1729 (Baudot Monroy, 2016: 250). Sin embargo, en el futuro podría volver a darse que la defensa de Orán exigiera de nuevo un ejército nutrido en un momento en el que no se pudieran desviar fuerzas desde otros frentes. Este dilema no tardaría en emerger cuando a partir de 1733 la atención volviera de nuevo a los asuntos italianos. No obstante, mantener y abastecer a una tropa tan grande fue un desafío desde el primer momento:

Participo a V.Ex. nuestro desembarco en esta playa de las Aguadas que se ha empezado esta mañana al amanecer, y se continúa con felicidad ahora que son las seis de la tarde, hallándose casi todo el ejército en tierra, pero sin tiendas, ni víveres, sino para cuatro días que cada uno trae consigo, y los oficiales, sin criados, caballos, ni equipaje alguno, y según lo que se ve de lo áspero y seco de este terreno, padecerá mucho el ejército por la presente estación, si no se dan exactas providencias para la conducción de víveres, equipajes y particularmente de agua, de que hay gran falta en este terreno2.

Como puede verse, ya en la primera comunicación tras el desembarco al ministro José Patiño de Isidro de Verboom, comandante de los ingenieros de la expedición y cuartel maestre general, este diagnostica el principal problema de la invasión: el ejército expedicionario, potentísimo como era para poder llevar a término con garantías la operación, no estaba sin embargo preparado para quedarse y de hecho, pronto sería en su mayor parte reembarcado hacia puertos peninsulares. Las fuerzas españolas desembarcaron en la playa de las Aguadas y marcharon en tres columnas hacia Mazalquivir y Orán. Una cuarta columna de granaderos y caballería cubriría la primera por el interior, ocupando alturas, barrancos y desfiladeros, con objeto de asegurar pronto un hinterland que se prometía origen de escaramuzas en el futuro3.

La colaboración con la Armada para proteger Orán fue objeto de atención desde el momento de la conquista, cuando algunos navíos apoyaron el avance con fuego artillero, el cual al menos sirvió para dispersar concentraciones enemigas y empujarles a retirarse al interior. Las galeras participaron directamente en la ocupación del puerto y los fuertes inmediatos4. Isidro de Verboom mencionó específicamente la destacada intervención del navío Castilla, mandado por el almirante Juan José Navarro, construido en Pasajes y en servicio desde 1730, y los certeros disparos de sus 62 cañones5. Esta meta explicaría también la obstinación posterior por construir un muelle de tamaño considerable en la marina del presidio, proyecto que se vería retrasado por numerosas dificultades técnicas y se llevaría a cabo únicamente en un formato reducido al cabo de varias décadas.

El 1 de julio se tuvo conocimiento de la retirada de las fuerzas del bey de Orán Mustafá Buchlagham o Buk Ağa, conocido como «Bigotillos» por los españoles, habiendo bastado las refriegas e intercambios de fuego extramuros para convencerle de no forzar un asedio formal. La ocupación de Orán no fue sencilla, entre el calor y las dificultades del terreno. Pronto se tomaron los principales castillos: San Felipe, San Andrés y Rosalcázar. Ya el 2 de julio, Isidro de Verboom propone a Montemar fortificar una línea interior en torno a puestos y mezquitas para evitar cualquier golpe de mano por sorpresa, lo que pone de manifiesto que se era plenamente consciente de que el peligro no había pasado y que era urgente adecentar el perímetro defensivo para dar por concluida la primera fase de la conquista. Inmediatamente, también, se produjeron los primeros contactos con los líderes musulmanes proclives a aceptar el nuevo statu quo. La relación de Orán con su entorno inmediato era tan estrecha que parte de la población local entendía que era mejor conservarla independientemente de quién fuera el amo de la plaza:

Esta tarde han venido muchos moros a caballo con sus armas a rendir la obediencia de los lugares circunvecinos y a tomar seguro para traer víveres al ejército, y se ha echado un bando prohibiendo a cualesquiera persona pena de la vida de maltratarlos6.

Verboom afirmaba que en los combates de Huerta Vieja había 5500 turcos, dato que habían obtenido a través de los musulmanes amigos y los cónsules de Francia e Inglaterra y que parece exagerado, aunque evidencia la presencia de fuerzas otomanas de consideración en esta primera «frontera» hispanoturca (Bunes Ibarra, 2012: 55). Esto tiene más mérito si se considera que por esos mismos años, entre 1730 y 1736 y sobre todo desde 1732, cuando el sha Nader asumió personalmente el gobierno persa como regente, la Sublime Puerta mantuvo un durísimo conflicto con la Persia safávida (Axworthy, 2007: 637), el cual se venía a sumar a un ya muy tenso contexto con Austria y Rusia (Bunes Ibarra, 2015: 194). El poder otomano estaba lejos de encontrarse en una situación «decadente» (Fé Cantó, 2016: 98). La situación en Orán permaneció tranquila el resto del mes de julio, de manera que a principios de agosto tanto Montemar como la mayoría de la fuerza expedicionaria regresaron a la península. Es en este momento cuando Mustafá Buchlagham decidió volver a probar suerte reuniendo un nuevo ejército (Sáez Abad, 2020: 346).

LA CRISIS DE OTOÑO DE 1732 Y LA «SALIDA» DEL 21 DE NOVIEMBRE: UNA VERDADERA BATALLA CAMPAL

Las crónicas y la historiografía en general son a veces caprichosas y elevan a la categoría de batalla decisiva choques en los que apenas hubo unas decenas de bajas por ambos bandos al tiempo que ignoran enfrentamientos masivos que por su aparente falta de relevancia no tuvieron suficiente eco contemporáneo. La salida del 21 de noviembre de 1732 es un buen ejemplo de ello. De haberse tornado en un fracaso de mayor calado sería recordada como el fin de una efímera presencia española en Orán en el XVIII. Como no fue el caso, habitualmente no es más que una breve nota al pie en el conjunto del período. Sin embargo, para los que estuvieron presentes sobre el terreno ese día, con seguridad la batalla fue nítidamente recordada el resto de sus días.

A partir de agosto de 1732 la situación en los alrededores de Orán vuelve a deteriorarse rápidamente, lo que exigió el envío de refuerzos en septiembre y la realización de trabajos de urgencia en las fortificaciones exteriores. Para conocer en qué contexto se acometieron estas intervenciones al tiempo que se intensificaba la escalada militar hasta noviembre contamos con un testigo de excepción, el ingeniero director Antonio Montaigu de la Perille. Protagonista al liderar una de las brigadas de ingenieros durante la toma de la plaza (la otra estuvo comandada por el otro ingeniero director del destacamento, Pedro Coysevaux7), poco después comenzó a trabajar en los castillos de Santa Cruz y San Felipe. Mientras comentaba las obras en los mismos, Montaigu cifraba sus esperanzas de terminarlas pronto tras la salida que se produciría al día siguiente:

Como espero que la salida que se hará de esta plaza al arribo de las tropas que no han todavía enteramente llegado, el enemigo descampará del país, y con esto se logrará el poder hacer aquí cal y ladrillos que necesitaremos8.

De la dureza de la guerra en una región tan hostil da fe la atención que se presta en las órdenes previas del marqués de Santa Cruz de Marcenado a las cuestiones sanitarias y el tratamiento de los heridos, destinándose 12 hombres por batallón a la retirada de los mismos del frente. La opinión del general sobre las fuerzas otomanas a las que se enfrentaba era eminentemente negativa y recomendaba asaltarlos con las bayonetas caladas, pues los turcos no contaban con ellas:

Los turcos que vamos a combatir son la escoria de Levante, pues a Argel no vienen si no los excluidos para las tropas del gran señor, que estos nunca vieron guerra, que son mucho menos que nosotros9.

Desaparecido el marqués de Santa Cruz en la batalla, es de nuevo la narración de Antonio Montaigu la que detalla los sucesos del 21 de noviembre. Las fuerzas de Felipe V reunían unos 8640 soldados, divididos en dos columnas de 1900 y 1440 respectivamente y un cuadro central de 4200 hombres. En retaguardia quedaron 400 de caballería y dragones y 700 infantes del regimiento de Asturias como reserva. Los combates se iniciaron con el bombardeo de las trincheras árabes y turcas por parte de la artillería española y la respuesta de los cañones musulmanes. El propio Montaigu fue herido de bala:

Me detuve a hablar con el coronel del referido batallón [del regimiento de Irlanda] quien recibió un balazo a su brazo derecho, sin hacerle más que una contusión, e inmediatamente recibí uno, que me abrió el vestido y me hizo una mediana contusión al costado derecho.

La batalla duró todo el día, desde las 6 de la mañana, y se caracterizó por un vigoroso ataque de 12000 infantes y 2000 de caballería del ejército musulmán, que dividió en dos el campo español, aislando a gran parte de las fuerzas de Santa Cruz del hospital de sangre para los heridos habilitado en el castillo de San Felipe, y por los combates en torno a los cañones. La segunda columna de las anteriormente mencionadas, mandada por el mariscal de campo marqués de Tay, sufrió numerosas bajas y Santa Cruz decidió adelantar el cuadro central para cubrir su retirada, colocándolo en una posición comprometida al perder la ventaja de la elevación del terreno. Una vez se produjo el movimiento, la improvisación a la hora de reorganizar las líneas españolas provocó que reinara el caos:

No sé cómo sucedió una confusión tan grande que todo el ejército se puso en fuga sin que todas las precauciones que los oficiales podían tomar no pudieran detener al soldado, dejándose más presto matar que volver cara y rehacerse contra el enemigo10.

La situación fue únicamente salvada por la intervención de la reserva del regimiento de Asturias y de los batallones de los regimientos de Aragón y Ultonia, que acababan de desembarcar en el puerto. A pesar de las pérdidas españolas (entre las que se incluían varios cañones y dos banderas) y de que algunas de las fuentes españolas hablan de una victoria musulmana, lo cierto es que las bajas en el ejército de Mustafá Buchlagham debieron ser también grandes, sobre todo si se considera que se llegó al combate cuerpo a cuerpo, y que no se logró el objetivo de recuperar Orán, por lo que cabe hablar cuanto menos de tablas.

Las bajas de la batalla del 21 de noviembre de 1732 en un solo día son equiparables a las de algunas campañas e incluso guerras del XVIII completas. Conservamos un detallado registro de las mismas, que arroja una cifra de 474 muertos y desaparecidos y 1206 heridos entre sargentos y soldados11. Sumando oficiales, ayudantes, tambores, desterrados (como se denominaba también a los presidiarios) y otros auxiliares, el número ascendió a 543. Las unidades más castigadas fueron los dos batallones del regimiento Hibernia, con 96 fallecidos, y los dos del regimiento de Flandes, con 91. Entre los oficiales perecieron también dos coroneles, un teniente coronel, siete capitanes, ocho tenientes y seis subtenientes. Corona la trágica lista el anteriormente mencionado general del ejército y gobernador de Orán, Álvaro José Navia-Osorio y Vigil de Quiñones, marqués de Santa Cruz de Marcenado. Como apunta Pelayo Fernández García (2015: 32), el marqués cayó en plena coherencia con la letra de sus Reflexiones militares, que propugnaban que un general debía compartir el destino de su ejército y estar presente para animar a las tropas allí donde fuera necesario. Las circunstancias concretas de su muerte y lo acontecido con su cuerpo son aún desconocidas, a pesar de que existen algunas fuentes que aportan datos al respecto, aunque cabe considerarlos probablemente apócrifos (Fernández García, 2015: 33).

En los registros aparece también como fallecido Francisco Javier de Avellaneda y Lucena, II marqués de Valdecañas, aunque en realidad había sido hecho prisionero, permaneciendo en cautiverio durante 5 años. En los meses siguientes, las operaciones de la escuadra de Blas de Lezo contribuyeron a alejar el peligro de Orán y hacer temer al bey de Argel que Felipe V pudiera estar preparando un nuevo desembarco más al este, lo que provocó la retirada de la mayoría de las fuerzas que inquietaban el presidio recién reconquistado (Sáez Abad, 2020: 347).

Pocos enclaves extraeuropeos podían ser conservados por una potencia europea de la época tras un golpe tan duro. Que esta batalla no conllevara la inmediata reconsideración de la presencia española en Orán evidencia la enorme determinación de la corona de conservar la plaza a toda costa. Probablemente, la obstinación tras este difícil momento dé más fe del revanchismo posterior a la Guerra de Sucesión que la propia toma unos meses antes. Felipe V estaba convencido de recuperar todo el patrimonio perdido costara lo que costara, y mantendría este inflexible designio hasta el final de sus días, de manera que a veces se liga la derrota en Plasencia en 1746 con el deceso del monarca poco después.

INESTABILIDAD Y OBRAS DE FORTIFICACIÓN EN LOS AÑOS POSTERIORES A 1732

Una serie de personalidades sobresalieron en la gestión de la defensa y las obras de construcción a partir de 1732. José Vallejo de la Canal (1675-1743) contribuyó notablemente como gobernador general a la estabilización de Orán entre 1733 y 1737. De origen peruano, como coronel de dragones se destacó en operaciones de guerra irregular durante la Guerra de Sucesión, experiencia de gran valor para la defensa de un contexto geográfico y estratégico de guerra prácticamente asimétrica como era el entorno de Orán. Las otras figuras dignas de mención son el mencionado Montaigu y otro ingeniero militar, Juan Ballester y Zafra. Este último, tras haber participado en la toma, volverá en 1734 a Orán llamado por Montaigu, que se encontraba el año anterior desbordado por los numerosos proyectos y el escaso personal. A pesar de la escasez de recursos y la lentitud de las obras, los ingenieros tenían gran confianza en las posibilidades de la plaza. Al comentar su proyecto en marzo de 1733 Montaigu afirmaba:

Con esta disposición de proyecto, he procurado unir el arte a la naturaleza de una situación de plaza tan dominada, la cual se puede considerar casi tan fuerte como la de Gibraltar que la tiene tan ventajosa, y por consiguiente será una de las mejores del mundo12.

Los esfuerzos de fortificación se centrarían en los castillos de Mazalquivir, Rosalcázar, San Andrés, Santa Cruz, San Felipe y San Gregorio, con la prioridad de que el amplio perímetro defensivo resultante fuera capaz de ser defendido con pocas tropas, lo que era sabido podía ser una circunstancia habitual en la plaza:

De este modo se logra la ventaja de ocupar las mismas obras que existen, de aumentar fortificaciones y de poder resistir con todo oposición, con menos de la cuarta parte de gente que necesitan actualmente13.

No obstante, los progresos eran lentos. Según Vallejo, justo un año después de la salida del 21 de noviembre de 1732, algunas de las brechas y desperfectos que había provocado la artillería árabe todavía no se habían reparado, especialmente en el caso del castillo de Santa Cruz, uno de los más importantes por su posición, al que se había prestado poca atención en comparación con otros puntos del perímetro defensivo:

Este [el castillo de Santa Cruz] se halla actualmente del todo abierto, no solo por la brecha que hicieron los infieles cuando le atacaron a fines del próximo año pasado, sino también y en mayor parte con la ruina ejecutada por los ingenieros para la fábrica de las nuevas fortificaciones que por aquella parte han proyectado, sin que en obra tan precisa se haya trabajado hasta ahora, casi cosa alguna14.

En abril de 1737, José Vallejo recogió las bajas de la guarnición de Orán entre noviembre de 1733 y ese momento, apenas tres años y medio que arrojan el terrible dato de 1564 muertos, desertores y cautivos15. Destaca entre las causas la enfermedad, que se cobró una factura de 933 muertos. La dureza de las condiciones de servicio explicaría las iniciativas para construir y mantener hospitales en la plaza a lo largo del siglo.

A mediados de ese año la guarnición de Orán había recuperado cierto porte, alcanzando la cifra de 5776 oficiales y soldados16, lo que no en vano coincidió con el fin de la Guerra de Sucesión polaca en Italia, la cual había exigido el desvío de numerosos refuerzos. El perímetro fortificado disfrutaba de los esfuerzos de los cuatro años anteriores, de manera que las brechas habían sido reparadas y las basuras y tierras acumuladas junto a las murallas limpiadas. Quedaba pendiente resolver la conexión entre Orán y Mazalquivir, que se juzgaba compleja debido a la orografía y el coste de instalar torres y parapetos cubriendo todo el camino. Las calles fueron empedradas y se formaron almacenes, armerías, cuarteles, hospitales y polvorines. En los recintos exteriores, como en el frente de Rosalcázar, fueron construidas estructuras de menor porte en diversos materiales para complicar que cualquier fuerza enemiga se acercara a las murallas:

En toda la frente que mira a la campaña se han formado parapetos de tierra y fajina del debido espesor, con sus troneras y respectivas explanadas, y quedan montados en ellas 32 cañones de servicio que son los únicos que tiene17.

LA POBLACIÓN LOCAL CRISTIANA

Es necesario realizar un matiz a la hora de hablar de población local en un contexto como el del norte de África del XVIII, que podríamos considerar colonial a pesar de que las diferencias con los procesos coloniales africanos posteriores son evidentes. Cabe entender por población local no únicamente a los musulmanes de la zona, tanto los que hubieran vivido dentro de los confines de Orán antes y después de 1708 como a los del hinterland inmediato, sino también a los cristianos españoles herederos de 200 años de presencia española en la plaza y que, aunque en gran parte abandonaron Orán ese año, también volvieron a partir de 1732. Este grupo de expatriados retornados, especialmente sus élites, fue protagonista de iniciativas políticas como las estudiadas por Luis Fé Cantó (2014: 365-366), que muestran la existencia de cierta identidad y de la conciencia de la posesión de unos derechos. En abril de 1737, el gobernador Vallejo registraba la restitución a Orán desde la España peninsular de 46 familias integradas por 125 naturales de Orán nacidos allí antes de 170818. 42 de ellos formaban parte del regimiento fijo de infantería y el estado mayor, siendo los demás civiles. De entre ellos, algunos eran guías, empleados de almacenes y de la Real Hacienda, pero Vallejo señala que en su mayoría se trataba de un colectivo que sufría una gran miseria, lo que se agravaba en el caso de las mujeres:

En las 80 restantes solo hay hasta doce familias de mujeres de alguna distinción, según se reconoce de la relación adjunta, y las demás son mujeres tan pobres que apenas pueden alimentarse aún con el pan y pensión que la piedad del rey les tiene concedidos19.

Abortado el intento de establecer un gobierno municipal similar al anterior a 1708, fue formado un ayuntamiento o junta con cuatro regidores que correspondían a capitanes de los cuatro regimientos de infantería que habitualmente componían la guarnición y que tenían entre sus funciones el control del abastecimiento de víveres y sus precios20.

La de José Vallejo en abril de 1737 que seguimos en este análisis es un buen ejemplo de las relaciones que se producían en esta época, pues no se limitaban a hablar de la situación militar, de fortificaciones u obras, sino que incluían información variada sobre la plaza en la que trabajaban y sus alrededores. En el caso de un enclave como Orán, el vínculo entre su destacamento de ingenieros y la población local era todavía más estrecho. Estas relaciones son una buena manera de conocer la sociedad oranesa de esta época21.

El comandante general indicaba en su relación que de las 390 casas que había en Orán, 180 estaban siendo ocupadas por la guarnición, mientras que las 210 restantes habían sido devueltas a sus dueños, aunque no todos las habían vuelto a habitar, convirtiéndose el alquiler en su principal fuente de ingresos junto a las huertas, que también habían sido restituidas a sus antiguos propietarios. Los altos precios se convirtieron en un motivo de fricción entre militares y civiles, ya que «los habían ya subido tanto, que agraviaría en extremo la tropa, que es la que al fin lo paga todo»22.

LAS RELACIONES CON LA POBLACIÓN LOCAL MUSULMANA

Relaciones como la de Vallejo no atendían en sus descripciones únicamente a la población cristiana, sino también a la musulmana, distinguiendo entre «moros de paz» y «moros de guerra», según el uso de la época. Sobre los llamados «moros de paz», Vallejo afirmaba que en Orán a mediados de 1737 había 132 familias musulmanas, «que no se han atrevido a repoblar sus lugares temerosos de ser insultados de los moros de guerra y aun de los turcos», en total 705 personas, más otras 52 que «se restituyeron aquí de España», dando a entender que eran naturales de Orán que se mantuvieron fieles a Felipe V tras la pérdida del presidio en 1708, abandonándolo entonces, punto difícil de confirmar. A pesar de dejar patente la utilidad de su colaboración y el hecho de que recibían mensualmente porciones de trigo y raciones de paja y cebada para sus caballos, el juicio de Vallejo sobre el colectivo seguía mostrando la negatividad y desconfianza típica de la época:

Dánseles también las municiones que necesitan para 132 hombres armados que tienen, siempre con gran reserva para evitar toda mala versación de esta especie en gente que por su naturaleza es invariable enemiga de los cristianos, y de quien continuamente experimentamos su mala fe y engañoso trato23.

Pese a todo, eran los llamados «moros de guerra» el verdadero objeto de las preocupaciones de Vallejo y los demás altos oficiales en Orán. La narración del oficial señala el complejo contexto fronterizo de Orán, una realidad porosa y mezclada, a veces confusa, en la que las lealtades eran en extremo cambiantes y en la que se daban relaciones de diferentes niveles, de manera que no cabe distinguir simplemente entre cristianos y musulmanes como dos mundos aislados. Es especialmente interesante el enfrentamiento de marzo de 1735 que Vallejo detalla en su relación. Las 31 «parcialidades» (grupos, tribus o cabilas) del entorno de Orán desarrollaban habitualmente una gran conflictividad entre ellas por diversos motivos y a veces lograban unirse contra los españoles, pero también colaboraban contra otros poderes externos, como pudieran ser Argel y sobre todo la otra presencia hegemónica en el norte de África: los turcos. Para enfrentarse a ellos podía llegar a darse que buscaran el apoyo español, dando por sentado que la guarnición querría siempre adherirse a un objetivo como asestar un golpe a las tropas otomanas en la región.

Se mantienen siempre en guerra civil entre sí, la que influye artificiosamente el Turco para dominarlas mejor cuanto están más desunidas, lográndola con proteger distintamente las unas para que prevaleciendo con este apoyo contra sus enemigas, busquen estas alianzas de otras indiferentes para sostenerse y así entre otros recursos que hacen para su conservación es uno el de ofrecer a esta plaza su obediencia, con tal que les den tropas que unidas con ellas vayan a atacar al Turco y sus adversarios… …No se necesita de grande habilidad para conocer de sus afectadas y cavilosas arengas la falsedad de cuanto ofrecen y el engaño que intentan practicar24.

El comandante, una vez más, recelaba de las verdaderas intenciones de los musulmanes amistosos, que consideraba únicamente se deshacían en elogios y regalos cuando estaban en una muy precaria situación. Juan Ballester realizó un juicio similar al informar en mayo de 1735 al también ingeniero Diego Bordick, el cual había manifestado interés en saber más sobre las posibilidades económicas de la zona. Por entonces la guarnición había quedado reducida a 2346 soldados y oficiales, lo que ayuda a explicar la patente desconfianza, aunque fuera en cualquier caso un número superior al que solía darse en el XVII, cuando las tropas de Orán rara vez se aproximaban a los 2000 efectivos, como ha analizado Espino López (2019: 367-374):

Sus frutos se reducen a los de la cosecha de granos y ganados. De ellos viven y visten, sujetándose a esta infeliz vida por no necesitar de otra nación, y mantener de este modo su libertad, que sostienen a costa de su sangre. Viven siempre en el campo, sin más límite a su ambición que la voluntad propia, robándose y matándose unos a otros. La venganza y la envidia es su mayor blasón y el desprecio de cualquier otro traje y modo de vivir, que el suyo. Con estas noticias, discurro sea fácil el conocimiento de estos hombres y lo que se podrá esperar de ellos, sin que medie la fuerza. De dos medios se valieron los turcos para dominarles, que fueron el de las armas y regalos a un mismo tiempo. Y sin embargo de ser unos y otros mahometanos, cada día se ven a los principios de su conquista25.

El enfoque de Vallejo y Ballester al describir la inestabilidad y conflictividad de los norteafricanos puede parecer costumbrista, casi etnográfico. Desde el punto de vista de oficiales como ellos, enfrentarse unos a otros era el modo de vida tradicional de los lugareños, opinión que además reforzaba su escepticismo respecto a la viabilidad de la presencia española en esos parajes. Pero su aproximación es unidireccional, no tiene en cuenta testimonios locales ni hace un esfuerzo por entender las razones que explicaban esa situación. Es por eso tan importante acudir también a las fuentes árabes y a autores actuales que las han investigado. La conflictividad del norte de África tenía sus motivaciones concretas en cada momento y obedecía asimismo a causas económicas y políticas, en un panorama complejo con lealtades cambiantes que explica también el perenne recurso a la piratería, a la exigencia de rescates y a la búsqueda de pactos económicos y de protección con las potencias europeas para proteger los intereses propios en un contexto de enorme competitividad.

LA CRISIS DE MARZO DE 1735: UN CHOQUE A TRES BANDAS

Según Vallejo, el 18 de marzo de 1735 los jeques Mesuar y Damux se presentaron ante las murallas de Orán con las tropas de sus respectivas tribus y otras siete para rendir vasallaje, a lo que se respondió con regalos y dinero, pero no con una salida de tropas españolas para apoyar su causa. Las solicitudes de apoyo militar se sucedieron en los días siguientes hasta que a principios de abril llegaron a la zona las fuerzas turcas (al parecer en número de unos 600 soldados) con sus aliados locales. Los jeques vecinos se resguardaron al pie del perímetro defensivo de Orán y finalmente sus súplicas lograron cierto éxito cuando se accedió a suministrarles munición.

Salieron inmediatamente nuestros árabes a su encuentro, trabaron escaramuza con ellos, pero no pudiendo resistir la mayor fuerza, se retiraron de los enemigos al amparo de esta plaza, cuyo cañón detuvo aquellos y libró por entonces a estos26.

Merece la pena destacar una palabra de este fragmento de la relación de Vallejo: «nuestros». A pesar de la teórica animadversión y desconfianza que en otros pasajes se vierte sobre el común de los denominados «moros de guerra», en esta formulación se escapa el reconocimiento tácito de que se hacía una distinción entre unos vecinos musulmanes con los que se coexistía a pesar de vivir extramuros y con los que se habían desarrollado unas relaciones más intensas. No cabe hablar de una alianza o un protectorado estables, pero sí de cooperación en momentos de crisis. Esta convivencia plantea la necesidad de superar la idea de un aislamiento estricto de Orán y hace necesario cuestionarse cuáles eran las verdaderas relaciones políticas y económicas de la ciudad con su hinterland. Los españoles de Orán podían quizá negarse a unir sus fuerzas a las musulmanas, pero al mismo tiempo estaban dispuestos a abrir fuego para evitar la destrucción de estas últimas, independientemente de que la seguridad del presidio español estuviera verdaderamente en entredicho. En este caso, la colaboración de la guarnición no se limitó a la artillería, sino que al día siguiente, el 16 de abril, se produjo una salida de 1500 infantes, 200 caballos y cuatro cañones con objeto de interponerse entre ambos ejércitos y evitar la batalla a la sombra de las fortificaciones oranesas. Tras tres horas de deliberación, las tropas turcas y aliadas se retiraron a su campo, repitiéndose una situación similar en los días siguientes. Finalmente, se acordó la paz a principios de mayo. Según Vallejo, los árabes locales obtuvieron buenas condiciones por parte de los turcos, por lo que técnicamente cabe afirmar que la intervención española ayudó a la población local a mejorar su estatus. Asimismo, episodios como este dan pie a plantearse el dominio territorial real de la regencia otomana de Argel, al menos en la mitad occidental de la costa de la actual Argelia, un siglo antes de su disolución tras la invasión francesa.

Según la relación del comandante general, este capítulo de amistad fue breve y pronto los jeques locales empezaron a desentenderse de las promesas de enviar rehenes y estrechar las relaciones con las autoridades españolas, de manera que la cooperación se tornó primero indiferencia y después renovada hostilidad:

Decamparon sin decir palabra de su inmediación, retirándose al país adentro con bárbara ingratitud. Sin embargo, afectaron por seis meses ser amigos, cuando no vasallos, y al fin de ellos se presentaron de guerra, intentando insultar guardias y trabajadores avanzados27.

Aquí se refiere Vallejo a aquellos oraneses involucrados en los trabajos en el perímetro exterior, que durante estos años ampliaban las fortificaciones de Orán de acuerdo a los planes del propio comandante e ingenieros como Montaigu de la Perille y Ballester. Los líderes locales ponían en práctica siempre un doble juego respecto a los grandes poderes territoriales, un difícil equilibrio que sin embargo se mantuvo salvo breves paréntesis durante casi tres siglos:

Escribieron diciendo que la precisión de obedecer al Turco les había hecho venir de guerra, pero que ellos siempre tenían su corazón en esta plaza, con otras ficciones que ordinariamente acostumbraban28.

En el verano de 1736, las intrigas con el bey de Argel llevaron a los turcos a tender una trampa al jeque Damux, ejecutándolo. Se dirigieron entonces a Tremecén con objeto de someter a obediencia al hijo del antiguo bey de Orán, Mustafá Buchlagham, el conocido como Bigotillos que fue anteriormente mencionado, que lideraba otra revuelta de las «parcialidades» de la zona contra el dominio otomano. Junto a Orán quedaron las fuerzas de siete de estas tribus que se habían enfrentado a los turcos, de las que cuatro tenían rehenes en Orán y tres eran hostiles a los españoles. Se acercaron a la plaza, en teoría para dejar a su ganado pastar, pero pronto empezaron a disparar, lo que conllevó una dura respuesta de la artillería española, provocando grandes bajas. Los líderes de los grupos teóricamente aliados continuaron con el mencionado doble juego, hasta llegar a extremos rocambolescos:

Al fin de ellos se retiraron, queriéndonos persuadir las cuatro parcialidades amigas, que solo los acompañaban de cumplimiento, pero que no se habían mezclado en hacernos la guerra con ellos, sino en disfrutar los pastos29.

CONCLUSIONES

Cabe concluir que el caso de Orán en estos años posteriores a 1732, en que se alternaron guerra y coexistencia pacífica, resulta paradigmático para analizar la relación con la población local en el norte del África del XVIII. Las brutales circunstancias no impidieron que se diera una activa colaboración. La guarnición necesitaba poder distinguir entre los lugareños hostiles y los amistosos, que cumplían un importante papel en el abastecimiento y la mano de obra de la plaza. Este modelo prefigura otras experiencias coloniales u otras intervenciones exteriores de épocas posteriores, incluso del siglo XX. Las considerables bajas sufridas y la vulnerabilidad de un presidio que parecía condenado a ser abandonado en cuanto el contexto estratégico impidiera un adecuado aprovisionamiento desde la península hacen pensar que España vivió en Orán en el siglo XVIII un antecedente de la guerra del Rif o un pequeño Vietnam de difícil resolución. No obstante, hay que plantearse si el hecho de mantener el enclave durante 60 años pese a todas las dificultades no fue en sí mismo un gran éxito que merece ser reivindicado.

La guarnición de Orán al término del período de Vallejo como comandante general constaba de siete batallones de infantería (dos del regimiento de Galicia, dos del de Saboya, los dos del regimiento fijo de Orán y uno del de Toscana), dos regimientos desmontados de dragones, el de Almansa y el de Ribagorza, un destacamento de artillería de 145 soldados y una compañía fija de 100 minadores. Trabajaban en las fortificaciones 1552 presidiarios, lo que da fe de su importancia como mano de obra en un enclave escasamente poblado pero con numerosos proyectos en marcha. Este artículo no tiene por objeto estudiar la situación de estos trabajadores forzados, pero fueron fundamentales para la defensa de Orán y su abastecimiento desde el mar, como ocurrió en otros presidios españoles del norte de África o América (Anderson, 2022: 46). De los 480 caballos que quedaron como destacamento tras la conquista, cinco años después quedaban 61 en estado de servicio, con otros 158 muy deteriorados por las fatigas del transporte de materiales hacia las obras de construcción. Los demás habían caído presa de las enfermedades o el excesivo trabajo. El entorno hostil de Orán exigiría el envío periódico desde la península de nuevos contingentes de caballería.

La creación de la academia de ingenieros de Orán en 1732, especialmente a partir de 1736, cuando Antonio de Gaver se hizo cargo de la misma tras lograr convencer a sus superiores de las virtudes de su preservación, resultó fundamental para consolidar las posibilidades de defensa del presidio30. La academia proveería a los oficiales y cadetes de la guarnición de una formación específica para contribuir a la construcción y sostenimiento de las obras de fortificación y contar con las capacidades necesarias para servir con garantías en caso de asedio.

A la altura de abril de 1737, cuando Vallejo redactaba su relación, se encontraban en Orán rehenes de nueve grupos locales diferentes. Pese a la inconstancia de las alianzas con estos, podemos preguntarnos si los episodios de colaboración y las demostraciones de vasallaje iniciadas por los locales (siempre y cuando se produjeran sin coerción de las tropas españolas) podrían haber sido suficiente caldo de cultivo, junto a la evidente hostilidad hacia los otomanos, para un dominio territorial más extenso de España en torno a la plaza, garantizando así su viabilidad económica y defensiva y superando el permanente estado de precariedad que sufrió a lo largo del siglo.

Hasta ahora no se experimenta más fruto de estas prendas, y gasto, que el de no sean declarados enemigos, y esperar si el beneficio del tiempo facilita proporción para que arraigándose una buena correspondencia (la que se procura por todos los posibles y decorosos medios) restablezca la sumisión de estas gentes en la conformidad que estaba antes de la pérdida de la plaza, por ser asunto sumamente difícil el de sujetarlos con la fuerza, cuando no tienen poblaciones que puedan ser de objeto, ni firmeza a su conquista31.

Como puede extraerse de las palabras de Vallejo, los propios contemporáneos calculaban las posibilidades de intentar algo así y ofrecían generalmente un juicio negativo, sabedores del frágil contexto local y de los recursos humanos y materiales insuficientes para acometer cualquier proyecto expansivo en la zona. Como ha estudiado el recientemente desaparecido hispanista Ismet Terki Hassaine (1995: 143), el gobernador fue una voz pionera en cuestionar la permanencia española en Orán y Mazalquivir. El considerable esfuerzo económico y logístico de mantener los presidios fue objeto de polémica en la corte en diversos momentos (Storrs, 2016: 45), lo que ha estimulado críticas al sistema en la historiografía del último medio siglo (Bunes Ibarra y García-Arenal Rodríguez, 1992: 144-145). No obstante, a pesar de su en ocasiones escéptica postura, los oficiales lograron con sus denodados esfuerzos, en colaboración con la población local cristiana y musulmana, que tras un momento de fuerte crisis la posición española en Orán se consolidara, de manera que hasta 1790 la defensa del enclave no se vería nunca tan comprometida como en los primeros años de este último período de dominio español.

FUENTES PRIMARIAS DE ARCHIVO

Archivo General de Simancas (AGS), Secretaría de Guerra (SGU), Legajos 3007, 3460 y 3705.

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1 Archivo General de Simancas (AGS), Secretaría de Guerra (SGU), legajo 3705, Sevilla, 6 de junio de 1732, «Manifiesto de S.M. para la expedición de Orán».

2 AGS, SGU, 3705, Campo de las Aguadas a unas leguas al oeste del castillo de Mazalquivir, 29 de junio de 1732, Isidro Verboom a José Patiño, «Sobre el desembarco en la playa de las Aguadas».

3 AGS, SGU, 3705, «Orden y disposición de campar y de marcha para el ejército de S.M. del cargo del señor conde de Montemar».

4 AGS, SGU, 3705, Isidro de Verboom a José Patiño, Campo delante de Orán, 2 de julio de 1732.

5 AGS, SGU, 3705, Isidro de Verboom a José Patiño, Campo de los Galápagos en lo alto del Barranco de la Huerta Vieja, 1 de julio de 1732, «Maniobras del ejército después del desembarco en las Aguadas».

6 AGS, SGU, 3705, Isidro de Verboom a José Patiño, Campo delante de Orán, 2 de julio de 1732.

7 AGS, SGU, 3046, «Relación de los ingenieros nombrados para servir en el ejército de la expedición».

8 AGS, SGU, 3705, Antonio Montaigu a José Patiño, Orán, 20 de noviembre de 1732, «Participa enviando planos el estado de las obras y ataques de los castillos de Santa Cruz y San Felipe».

9 AGS, SGU, 3705, Orán, 20 de noviembre de 1732, «El marqués de Santa Cruz. Órdenes para la salida general en un cuadro».

10 AGS, SGU, 3705, Antonio Montaigu a José Patiño, Orán, 22 de noviembre de 1732, «Participa la salida que hizo con la tropa el marqués de Santa Cruz y su éxito».

11 AGS, SGU, 3705, «Estado de los muertos y heridos que hubo en la salida que se hizo en esta plaza de Orán el día 21 de noviembre de 1732».

12 AGS, SGU, 3705, Antonio Montaigu de la Perille a José Patiño, Orán, 24 de marzo de 1733.

13 Ibídem.

14 AGS, SGU, 3460, José Vallejo a José Patiño, Orán, 21 de noviembre de 1733.

15 AGS, SGU, 3705, «Estado de los oficiales, sargentos, soldados y presidiarios que han muerto de heridas y enfermedades, desertado y sido por desorden cautivados de los enemigos en esta plaza de Orán y la de Mazalquivir desde primero de noviembre de 1733 hasta el presente. Orán, 20 de abril de 1737».

16 AGS, SGU, 3705, «Estado que manifiesta los oficiales, sargentos, tambores y soldados presentes que en la revista de comisario de guerra han tenido los regimientos de esta guarnición de Orán en el actual mes de abril de 1737».

17 AGS, SGU, 3705, José Vallejo, Orán, 20 de abril de 1737, «Castillo de Rosalcázar».

18 AGS, SGU, 3705, José Vallejo, Orán, 20 de abril de 1737, «Relación de las personas naturales de Orán que el presente día de la fecha se hallan sirviendo y avecindados en la misma plaza».

19 AGS, SGU, 3705, José Vallejo, Orán, 20 de abril de 1737, «Familias de cristianos de Orán».

20 AGS, SGU, 3705, José Vallejo, Orán, 20 de abril de 1737, «Gobierno político y económico de la ciudad».

21 AGS, SGU, 3705, José Vallejo, Orán, 20 de abril de 1737, «Relación de todas las obras de fortificación y correspondientes a ella que se han ejecutado en las plazas de Orán, Mazalquivir y sus castillos desde el día 1 de enero de 1734 hasta el presente: del número y estado actual de su guarnición y de las demás disposiciones que se observan para su gobierno militar y político».

22 AGS, SGU, 3705, José Vallejo, Orán, 20 de abril de 1737, «Familias de cristianos de Orán».

23 AGS, SGU, 3705, José Vallejo, Orán, 20 de abril de 1737, «Moros de paz».

24 AGS, SGU, 3705, José Vallejo, Orán, 20 de abril de 1737, «Moros de guerra».

25 AGS, SGU, 3705, Juan Ballester y Zafra a Diego Bordick, Orán, 28 de mayo de 1735.

26 AGS, SGU, 3705, José Vallejo, Orán, 20 de abril de 1737, «Moros de guerra».

27 Ibídem.

28 Ibídem.

29 Ibídem.

30 AGS, SGU, 3007, Antonio de Gaver a José Vallejo, Orán, 19 de mayo de 1736.

31 AGS, SGU, 3705, José Vallejo, Orán, 20 de abril de 1737, «Moros de guerra».