Guerra Colonial

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Una guerra colonial a destiempo: el segundo conflicto ítalo-abisinio (1935-1941)

A colonial war out of time: the Second Italo-abyssinian conflict (1935-1941)

Alberto Consuegra Sanfiel

Universidad Nacional de La Plata-Conicet, Argentina-Escuela de Humanidades, Universidad Nacional de San Martín, Argentina

Recibido: 27/07/2021
Aceptado: 28/05/2022

DOI: https://doi.org/10.33732/RDGC.10.56

Resumen

El presente trabajo analiza las causas y los diferentes momentos por los que transitó el Segundo Conflicto ítalo-abisinio (1935-1941), una operación colonial llevada a cabo por Italia en tierras africanas en el siglo XX. En ese sentido, el artículo también hace un esbozo de las miradas e interpretaciones historiográficas que se han producido sobre la invasión, las cuales varían de acuerdo con los espacios de enunciación.

Palabras clave
Italia, Abisinia, invasión, fascismo, colonialismo

Abstract

This work analyzes the causes and the different moments through which the Second Italo-abyssinian conflict (1935-1941) passed, a colonial operation carried out by Italy in african lands in the 20th century. In this sense, the article also makes an outline of the historiographic views and interpretations that have been produced about the invasion, which vary according to the spaces of enunciation.

Keywords
Italy, Abyssinia, invasion, fascism, colonialism

INTRODUCCIÓN

En noviembre de 1997 el presidente de Italia, Oscar Luigi Scalfaro, en una visita a Etiopía, reconoció los sufrimientos infringidos al país africano durante la ocupación italiana y comprometió al gobierno a restituir en poco tiempo el obelisco de Axum, pieza que fue arrebatada a los etíopes en 1937 por orden de Benito Mussolini. Sin embargo, no fue hasta el año 2008, después de un período de debates y polémicas, que se embarcó el último bloque del monolito que estuvo enclavado en la Piazza di Porta Capena por más de setenta años. A pesar de la magnitud del acontecimiento y la cobertura que le dieron las agencias informativas, el hecho pasó desapercibido y fueron pocos –tal vez los más curiosos-, los que investigaron por qué se había trasladado la reliquia.

«¿Qué era aquella «piedra»? ¿Cómo había llegado a Italia? ¿Por qué la devolvían?». Estas y otras preguntas fueron las que abundaron, incluso, en ambientes académicos dedicados a la enseñanza y la producción de conocimientos sobre la Historia. Y es que poco se sabe del Segundo Conflicto ítalo-etíope. Si bien la década de 1930 ha sido uno de los períodos más trabajados por su impronta y dinamismo en el siglo XX, lo cierto es que el ascenso y consolidación de regímenes políticos autoritarios en Europa, el desarrollo de la Guerra Civil española, el progresivo ascenso del militarismo japonés en el continente asiático o el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, son algunos de los fenómenos que casi siempre ilustran este decenio.

Sin embargo, no pocos historiadores olvidan mencionar el conflicto entre Italia y Abisinia (1935-1941) —hoy Etiopía— a la hora de analizar este período. Precisamente, el objetivo de este artículo es esbozar cómo se desarrolló la operación colonial italiana a nivel bélico, analizar sus causas, así como los diferentes momentos por los que atravesó el conflicto en tierras africanas. Asimismo, se analizarán cuáles han sido las diferentes miradas de la historiografía respecto al tema, lo que permitirá comprender, además de la singularidad del hecho —una guerra colonial a destiempo, que se convirtió en un elemento catalizador de procesos identitarios a nivel mundial—, cómo esas interpretaciones han estado sujetas a los espacios de enunciación desde donde se han hecho, dígase Europa, Estados Unidos o América Latina.

EL SEGUNDO CONFLICTO ÍTALO-ABISINIO (1935-1941)

A diferencia del resto de las contiendas bélicas que se desencadenaron durante la década de los años treinta del pasado siglo, dígase la Guerra Civil española o la Segunda Guerra Mundial, la invasión fascista a Etiopía constituyó una operación militar sui géneris ya que fue, primero, una guerra colonial atemporal que se desarrolló en un lapso de tiempo muy corto -aproximadamente siete meses aun cuando la ocupación efectiva duró hasta 1941-, y segundo, una acción castrense en la que mucho antes de su comienzo se podía claramente predecir a su vencedor, debido a la superioridad visible y palpable que portaba la nación agresora en cuanto a armamento moderno y municiones para la época.

Oficialmente, los choques armados a gran escala entre las tropas regulares de ambos países, cuyo accionar legalmente enmarcan el desarrollo de la conflagración, se iniciaron el día 3 de octubre de 1935 y culminaron el día 5 de mayo de 1936 con la toma de Addis Abeba. No obstante, se pudiera considerar que los incidentes fronterizos que se iniciaron en diciembre del año 1934 y que se extendieron durante los primeros seis meses del propio año 1935, formaron parte, también, del inicio de las maniobras militares.

Cabe recordar, como antecedente de la disputa, que en 1896, a raíz de la derrota sufrida por Italia a manos de las tropas de Menelik II1, ambos países habían firmado el Tratado de Addis Abeba por el cual se establecía que, además de quedar sepultado el Tratado de Ucciali de 18892 y establecerse el reconocimiento del imperio abisinio como un Estado soberano e independiente por parte de Roma, las fronteras entre las colonias italianas de la zona y Abisinia —las cuales no se habían fijado hasta el momento—, serían delimitadas amigablemente en un futuro. Sin embargo, la relativa paz que se alcanzó entre ambos vecinos así como la imposibilidad de establecer una línea divisoria real y efectiva en un área donde, tanto a un lado como al otro existían grupos humanos pertenecientes a una misma tribu, hizo que esa parte del acuerdo contraído a finales del siglo XIX fuera prácticamente postergada, asunto que no se volvió a retomar por parte de ambos gobiernos hasta la década del 30 de la pasada centuria3.

Así, el 5 de diciembre de 1934, mientras una comisión mixta anglo-etiópica se encargaba de llevar a cabo la delimitación de fronteras entre el Somaliland británico y el Ogadén etíope —exactamente en el oasis de Walwal—, el destacamento etíope encargado de la protección de dicha comisión entró en combate con un destacamento italiano, convirtiéndose este incidente fronterizo en el casus belli que inició, por parte de Mussolini, la preparación de la agresión (Ortega y Gasset, 1935:170). Este exabrupto, provocado o no, abrió paso a un sinnúmero de choques a todo lo largo de la frontera, los cuales fueron agravando progresivamente la situación hasta hacer desencadenar la embestida final, llegando a involucrar a gobiernos vecinos ajenos a la controversia como, por ejemplo, el francés.

La etapa que vino después antecedió a la de las acciones armadas, puso de manifiesto las posibilidades y limitaciones de los países –Gran Bretaña y Francia- que, con carácter formal y en nombre de la Sociedad de Naciones, buscaron una solución pacífica al conflicto (Consuegra Sanfiel, 2015). A raíz del suceso, de enero a octubre, el alto mando militar italiano se encargó de preparar y mover hacia las colonias vecinas de Eritrea y Somalia toda la logística necesaria requerida para atacar; mientras que en el organismo ginebrino el representante italiano, portavoz del Primer ministro fascista, informaba que las negociaciones con Haile Selassie marchaban a todo ritmo y positivamente. Sin embargo, rotativos importantes estrechamente vinculados a la maquinaria propagandística del régimen, como el periódico Giornale D´Italia o La Force Armate4, daban a conocer cifras y datos referentes a los preparativos con vistas a la contienda que desmentían por completo las propias declaraciones oficiales emitidas por Roma.

Según estas mismas fuentes, solo a la altura del mes de abril, Italia había movilizado y trasladado a Eritrea más de treinta mil soldados, 7500 obreros y más de mil norafricanos — estos últimos procedentes de Libia— con el objetivo de realizar y ampliar importantes obras públicas como la construcción de cuarteles, talleres, fábricas, depósitos de armas, así como la expansión de los puertos principales, especialmente el de Massauah, faenas estas que garantizarían el mantenimiento y recepción de más efectivos de guerra en un futuro.

Siguiendo esa misma lógica, se calcula que Mussolini llegó a acuartelar en tierras africanas más de medio millón de italianos antes de octubre, en su mayoría provenientes de las interminables listas de desempleados censados por los gobiernos provinciales, además de que el número de conscriptos era significativo dentro de la gran masa de soldados (figura 1). Las primeras unidades llegadas a África respondían, como si fueran legiones romanas, a nombres como Gavinana, Peloritana, Sabauda (Mockler, 2003: 54; 99-101; Piraino & Stefano, 2013:48), al tiempo que las divisiones de Camisas Negras se llamaban según las fechas importantes del calendario fascista (Alpert, 2005: 40).

Figura 1. Soldados italianos parten hacia Etiopía en la estación de Montevarchi, Toscana

Tomado de: https://italiaenlaguerra.blogspot.com/2014/08/blog-post_77.html. Consultado julio de 2021.

Por su parte, las tropas del Negus ascendían pobremente a la cifra de trescientos cincuenta mil hombres y, aunque habían sido formadas y entrenadas por consejeros extranjeros, las carencias materiales que tenían impedían que el ejército hamítico se pudiese comparar con el alto nivel alcanzado por cualquier ejército europeo, incluyendo el italiano. La situación del armamento era una de las limitantes mayores que debieron enfrentar. Con apenas cuarenta mil fusiles de diversos tipos, el alto mando etíope se vio, sobre todo durante el período prebélico, privado de encontrar cartuchos para los mismos debido a la variedad y los diversos tipos de calibres que necesitaban. De igual forma, las más de 200 piezas de artillería que poseían estaban montadas sobre cureñas rígidas, lo que imposibilitaba cualquier movimiento rápido sobre el terreno (tal y como se observa en la figura 2); además de que el puñado de aviones que conservaban incluían biplanos Potez sin pertrechos que tendrían que enfrentarse a lo más moderno de la Regia Aeronáutica (Alpert, 2005: 40).

Figura 2. Batallón de artillería del ejército etíope

Foto original de la época. Archivos gráficos, revista Bohemia, Cuba.

Como se puede ver, la disparidad tecnológica existente entre ambas fuerzas era innegable (Madueño, 2017). Esto le proporcionó al primer ministro fascista una profunda confianza y seguridad en la victoria, además de que lo llevó a mantener una política hostil y poco cooperativa durante los diferentes períodos en que se trató, tanto por la parte abisinia como por la Sociedad de Naciones, de hallar una solución pacífica al conflicto, situación esta que intencionalmente alargó hasta el fin de la temporada lluviosa en el cuerno africano5.

Firmes y seguras en las colonias de Eritrea y Somalia, en la madrugada del 3 de octubre de 1935, las tropas fascistas italianas irrumpieron en territorio etíope, exactamente por un punto fronterizo entre la Somalia francesa y Eritrea, justo al sur de las elevaciones del Mussa Alí. Ese mismo día, Haile Selassie envió una nota de protesta dirigida a Ginebra con motivo de la acción a través de la cual se informaba al mundo lo siguiente:

… Informamos a usted para que lo traslade al Consejo y a los estados que pertenecen a la Liga, que las tropas italianas han violado la frontera etiópica en la región del sur del Monte Mussa Alí, provincia de Aussá, entre esa montaña y la frontera de Etiopía y el Somal francés […] (EFE, 1935: 22).

Iniciada la guerra, los meses venideros estuvieron signados por un constante avance de las tropas italianas. Sin embargo, la táctica de pacificación empleada en un primer momento por el General italiano Emilio De Bono, así como el temor que tenía en alargar demasiado sus líneas de comunicación y de caer en una trampa, resultó ser una estrategia que permitió maniobrar con cierto éxito a las tropas que se encontraban bajo el mando de algunos rases en el norte, algo que no toleró el primer ministro, quien exigía desde el inicio un triunfo fulminante. A pocas semanas de haber iniciado las acciones castrenses, De Bono fue sustituido por el Mariscal Pietro Badoglio, quien a partir de entonces empleó en el terreno de lucha todos los métodos que tuvo a su alcance con el objetivo de satisfacer a Mussolini en su deseo por destruir totalmente a las tropas enemigas.

Aunque en un principio los centenares de miles de soldados y milicianos fascistas que tomaban parte en la llamada conquista del imperio no pudieron dar a aquella empresa un juicio negativo, en la medida que pasaron los meses la moral y el ánimo de las tropas invasoras, así como su percepción de la contienda, tuvo que ser constantemente fortalecida por los medios propagandísticos del régimen debido a la propagación de epidemias típicas de la región. Además, la agresividad del relieve provocó una extenuación generalizada en las huestes. No obstante, la inesperada ineficacia mostrada por los efectivos de tierra fue suplantada por la aviación, sin la cual se pudiera conjeturar que no hubiesen vencido.

Siguiendo la teoría del poder aéreo esgrimida y desarrollada por algunos militares como el italiano Guilio Dohuet o el norteamericano William Mitchell en la década de 19206, la cual preconizaba la utilización masiva de bombardeos como opción estratégica y decisiva para la victoria final, se puede afirmar que el Estado Mayor italiano puso en práctica esta hipótesis a cabalidad durante la guerra en Etiopía. A partir de noviembre de 1935 el avance italiano se vio fuertemente amenazado por las operaciones y los exiguos conocimientos militares de cuatros rases, quienes hicieron retroceder al ejército del Mariscal Badoglio hasta la frontera con Eritrea, situación esta que obligó al alto mando a arreciar los bombardeos, además de conjugarlos con el uso de iperita o gas mostaza7.

Dada la orden, el 23 de diciembre del propio año, los aviones italianos hicieron acto de presencia encima de los campamentos indígenas, incluyendo los de la población civil y los edificios supuestamente protegidos de la Cruz Roja, y comenzaron a arrojar ininterrumpidamente contenedores de la sustancia tóxica que, al impactar contra el suelo o al caer en las aguas de los ríos, expandían un líquido incoloro que provocaba en los etíopes sendas quemaduras y ampollas en las partes desnudas de sus cuerpos (Alpert, 2005:46). Aunque los datos son muy imprecisos, se calcula que la aviación italiana arrojó de diciembre de 1935 a abril de 1936 aproximadamente un total de 330 toneladas de agentes químicos, provocando así la muerte de un sinnúmero de guerreros y civiles (Baudendistel, 1998: 91).

Esta manera de hacer la guerra empleada por Italia potenció aún más la superioridad de su ejército en comparación con el etíope y catalizó la llegada de la victoria a sus manos. Además de conseguir infundir en los valerosos soldados africanos el miedo y el terror, la presencia casi a diario de los bombarderos Caproni Ca-101 (figura 3) afectó la moral de los africanos quienes, carentes de equipos especializados para responder a los ataques tóxicos y sin la atención médica adecuada que al menos les hubiese permitido mitigar las secuelas —como demostró la experiencia a finales de la Primera Guerra Mundial—,prefirieron correr el riesgo de ser capturados como desertores antes de morir en tales circunstancias de dolor (Baudendistel, 1998: 91).

Figura 3. Avión Caproni CA-101

Tomado de: https://italiaenlaguerra.blogspot.com/2014/08/blog-post_77.html. Consultado julio de 2021.

Es importante destacar que la organización del sistema de emergencias durante la guerra en territorio etíope era insuficiente para la cantidad de población que día a día caía herida o afectada. Con solo 12 hospitales de campaña de la Cruz Roja y un número reducido de empleados, en su mayoría europeos y norteamericanos8, las posibilidades reales de cubrir con eficacia las necesidades sanitarias de la población abisinia eran muy pocas. De igual forma, cabe tener presente que el arribo de sanitarios y especialistas a las frentes de batalla solo se logró al terminar el conflicto, aparte de que en el noventa por ciento del tiempo que duró la guerra química, el acceso a una adecuada y moderna asistencia hospitalaria fue muy limitada o inexistente.

Debilitadas progresivamente sus fuerzas, el ejército del Haile Selassie fue cediendo terreno hasta llegar a concentrarse en Addis Abeba, ciudad en donde las columnas mecanizadas de Badoglio hicieron su entrada triunfal el 5 de mayo de 1936. Cuatro días después, el Duce proclamó el Imperio de África Oriental ante la multitud delirante que llenaba la Plaza Venecia, estatus que mantuvo Etiopía hasta 1941 cuando las tropas aliadas permitieron el regreso de su emperador Haile Selassie, y con él, la restauración de la monarquía.

EL SEGUNDO CONFLICTO ÍTALO-ETÍOPE (1935-1941) DESDE LA HISTORIOGRAFÍA

Hasta el momento, la invasión italiana a Etiopía no ha sido un hecho que ha ocupado mucho la atención por parte de la historiografía. En sentido general, el conflicto ha sido presentando como un apéndice de la historia contemporánea de Europa, siempre visto como el resultado de la política exterior del fascismo italiano, o simplemente como un suceso que dinamizó algunos procesos políticos-identitarios, tanto al interior del continente africano como en aquellas regiones con fuerte presencia de comunidades afro. Ha sido este último aspecto, sobre todo, la arista sobre la que más han ahondado investigadores estadounidenses y, en menor medida, los europeos. Por su parte, la región latinoamericana presenta un vacío historiográfico sobre el tema a pesar de haber sido uno de los sucesos internacionales que repercutió en el área.

Y es que el accionar colonial de Italia para con Etiopía, entre 1935 y 1941, no pasó desapercibido para algunos sectores de la sociedad latinoamericana. A los ojos del mundo, Italia, motivada por la necesidad de expansión proclamada por la doctrina fascista, junto al resentimiento que había provocado la derrota de la batalla de Adua (Madueño, 2016), en 1896, lanzó una nueva contienda militar contra el país africano con el objetivo de explotar los supuestos recursos naturales que allí existían para «vengar la derrota sufrida» y conquistar un territorio que permitiera darle el respiro económico que el gobierno fascista necesitaba. Este hecho sellará el comienzo de una campaña mundial que, con importantes dirigentes panafricanistas al frente como George Padmore, Namdi Azikiwe, Wallace Johnson, Jomo Kenyatta, así como la posterior fundación del Buró Internacional Africano de Servicios al calor de la solidaridad con Etiopía en 1937, cambiará el destino de los pueblos africanos (Entralgo, 1980: 101-118).

Símbolo de la independencia y de la soberanía, la causa etíope halló en todo el mundo múltiples muestras de apoyo en defensa de su libertad y de respeto como estado miembro de la Sociedad de Naciones desde 1923, convirtiéndose el hecho en un catalizador para la formación del movimiento antifascista internacional. Particularmente, la preparación de importantes manifestaciones públicas, la creación de comités en defensa del pueblo africano, la condena pública de las acciones de Italia por parte de sectores de la política y la intelectualidad más progresista del momento —por citar algunos ejemplos—, fueron varias de las reacciones que tuvieron parte de los sectores que defendieron la causa etíope durante el período de la invasión y posterior ocupación del país africano.

De igual forma, la simpatía que despertó la personalidad del Duce, así como la implementación de una política exterior italiana agresiva, permitió también que la acción fuera alabada como un acto civilizador y libertario para con el pueblo etíope, hallando puntual resonancia en algunos círculos de emigrados italianos y grupos de intelectuales vinculados a los sectores más conservadores de la sociedad. En ellos se encontró, indistintamente, el asidero perfecto para apoyar a Italia a través de mítines, artículos periodísticos, lanzamiento de proclamas, etc., quedando claramente dividida la sociedad en fascistas y antifascistas. Más allá de simpatizantes y detractores, lo cierto es que esta acción colonizadora a destiempo fue el primer cimbronazo internacional que puso a debate el fascismo como ideología política, además de que constituyó un acicate en la formación del movimiento antifascista.

Dentro de la producción de conocimientos sobre la historia contemporánea europea, la década de 1930 es presentada como el comienzo de un cambio de época para las relaciones interestatales a nivel global. En sentido general, la mayoría de los abordajes que se han hecho del período repiten los esquemas clásicos de análisis que centran la investigación en los cambios económicos y su impacto social a nivel europeo, acentuando la mirada en las relaciones entre los Estados como factor determinante en la política interna que se implementó en los principales países que conducían a las cuestiones internacionales: Gran Bretaña, Francia, Alemania, y en menor medida, Italia.

A pesar de que la mayoría de las obras que se escribieron durante los años 1960 y hasta casi entrados los años 1980 sobre la historia europea respondieron a dichos enfoques, influenciados además por un proceso de «autoafirmación de la identidad europea» en el marco de la Guerra Fría (Pastor Verdú, 2012: 6), lo cierto es que algunos autores, entre los que se destaca el francés Pierre Renovin (1969:943-1052) y el británico Robert A. C. Parker (1983: 300-350), incluyeron en sus investigaciones la invasión fascista al país africano como muestra del deterioro de la estabilidad mundial. A pesar del enfoque macropolítico, en ambos casos se explicitan la reacción de la sociedad británica y francesa, primero, ante las acciones expansivas italianas, tanto en la zona balcánica como en África, convirtiéndose un elemento de presión para sus respectivos gobiernos a la hora de tomar cualquier iniciativa9.

Asimismo, desde la perspectiva marxista, en su obra Historia del Siglo XX (2004:149-202), el historiador británico Eric Hobsbawn también incluye el conflicto como resultado de la política exterior de la Italia fascista, aunque centra su análisis y exposición en la campaña antifascista que nucleó a las diferentes fuerzas políticas a nivel mundial, lo que permite hacer dialogar las reacciones particulares que se dieron en otras partes del mundo dentro de ese movimiento global. No obstante, como miembro de la corriente de escritores marxistas que mostró un marcado interés por la historia extraeuropea (Pierre, 2013: 156), Hobsbawn dedicó una parte importante en su obra a analizar el alcance de las transformaciones políticas y económicas que se sucedieron en África durante la década de 1930. Aunque no hace referencias claras al conflicto como la principal causa de las manifestaciones políticas que se dieron a partir de 1935 en la región subsahariana, enfatiza en los cambios organizativos y políticos que mostró la sociedad africana a partir de la oleada de huelgas que se dieron entre 1935-1940, reconociendo el período como uno de los momentos cruciales en la formación del/los nacionalismos africanos10, lo que abrió el camino de la descolonización (Hobsbawn, 2004: 218-219).

Precisamente, la idea de un cambio profundo en la conciencia de los pueblos africanos, así como el aumento progresivo de enfrentamientos con las autoridades coloniales europeas a partir del desarrollo de la agresión y posterior ocupación italiana a Etiopía, ha sido la tesis fundamental que han defendido la mayoría de los autores, africanos o no, que han escrito sobre la historia contemporánea africana a partir de 1935. Exceptuando algunas obras, como la escrita por el francés Pierre Bertaux (1972)11, casi todos los africanistas coinciden en que el Segundo Conflicto ítalo-etíope desencadenó un fuerte movimiento de solidaridad mundial, particularmente en la región, donde las condenas al acto conquistador sirvieron, indirectamente, para cuestionar la esencia del sistema colonial en todos los rincones del planeta (Sánchez Porro, 2016: 24).

Tras la Segunda Guerra Mundial, la historia de África contemporánea emergió como objeto de estudio escindido de los relatos históricos universalistas que desde finales del siglo XIX la consideraron como un apéndice de la historia de las metrópolis europeas. Así, el interés que despertó el proceso descolonizador a nivel mundial, además de la emergencia de investigadores con formación universitaria en casi todos los campos del saber humanístico, convirtieron a la historia de África en un campo de producción de conocimientos sólido, objetivo, lo que le dio una identidad propia a partir de la utilización de metodologías específicas y poco convencionales en el análisis de las sociedades africanas (Martínez Carreras, 1991: 165-203).

Uno de los académicos latinoamericanos que más se destacó por sus aportes, además de su trabajo en la enseñanza de la historia del continente negro, fue el profesor cubano Armando Entralgo12. En su obra África (1980), el investigador cubano abordó el conflicto ítalo-etíope como el hecho que marcó el tránsito del protonacionalismo de los años veinte a la consolidación de definiciones netamente nacionalistas en un determinado sector medio urbano africano el cual será, a nivel continental, la cuna de donde emanarán los líderes que más tarde exigirán y lucharán por la concesión de las respectivas independencias (Entralgo,1980:103).

Siguiendo con este mismo enfoque, en otras de sus obras el autor retoma algunas valoraciones hechas por otros africanistas en relación al conflicto, como el historiador ghanés S.K.B Asante (1977) y el británico Basil Davidson (1964; 1969), reafirmando el impacto que tuvo a nivel internacional la ocupación italiana13 y, sobre todo, cómo la imagen del país africano —Estado símbolo cuyos ciudadanos eran internacionalmente reconocidos como herederos del único pueblo que no fue doblegado por el colonialismo en el siglo XIX—, innegablemente creó una nueva conciencia sobre el creciente poder europeo en el continente, además de que sirvió para que se cuestionara, indirectamente, la penetración imperialista y la explotación de la que eran víctimas las poblaciones negras en todo el mundo (Entralgo, 1989: 37-48).

Justamente, aquellos trabajos que han abordado la reacción del conflicto en Estados Unidos y el Caribe han centrado sus análisis en las reacciones de poblaciones afrodescendientes asentadas en el país, así como las coincidencias, vínculos políticos e identitarios que se forjaron con las sociedades negras del Caribe durante el período (Yelvington, 2003). Puntualmente, dichos estudios enfatizan en los vínculos culturales-religiosos entre el país africano y las poblaciones afronorteamericana como uno de los principales móviles de las reacciones de estos grupos sociales, argumentados a partir de la importancia simbólica que había ido adquiriendo Abisinia a raíz de la mención del país en algunos pasajes bíblicos, lo que hizo que los movimientos nacionalistas negros que se desarrollaron en las primeras décadas del siglo XX ayudaran a construir, en especial el garveyismo14, una mirada mesiánica para con el país africano desde Estados Unidos y el Caribe (Scott, 1993). De igual forma, sin relegar los antagonismos políticos generadas por el conflicto, además de las formas de sociabilidad analizadas por la historiografía europea y por los propios africanistas, quienes consideraron que a nivel mundial las simpatías por el pueblo etíope fueron capitalizadas por los grupos de izquierda o fueron avivadas por los partidos marxistas del momento, mientras los apoyos a la política de Roma se encontraron entre los partidos de derecha y organizaciones católicas, los historiadores que han analizado las repercusiones en Estados Unidos plantean que las preferencias por el Negus o por el Duce estuvieron motivadas, mayoritariamente, por el color de la piel y las lealtades étnicas (Harris, 1994).

Otros de los puntos de análisis sobre los cuales se ha trabajado la repercusión del Segundo Conflicto ítalo-etíope en la sociedad norteamericana ha sido la impronta que generó el hecho en el desarrollo del movimiento negro norteamericano como una extensión del movimiento panafricano. Según la visión de algunos historiadores, pocos acontecimientos mundiales despertaron tanto interés en la sociedad afroamericana como la invasión italiana a Etiopía (Asante, 1977). Los ecos del conflicto hicieron que se materializara los deseos de lucha por parte de las poblaciones negras norteamericanas en contra de la opresión y la explotación racial a través de manifestaciones que alcanzaron durante el período de la agresión, y más tarde, disímiles formas y grados a través de las protestas públicas, las oraciones de las iglesias, boicot económico a los productos y negocios de los italianos, y la recaudación de fondos (Asante, 1977).

Sin embargo, unos de los mayores aportes de dichos trabajos recaen en la importancia que le dan a la prensa como fuentes para reconstruir las principales manifestaciones y debates originados a partir del conflicto, tanto de los grupos que condenaron la anexión de Etiopía como los que comulgaban con las ideas fascistas, como la comunidad italiana. William R. Scott, por ejemplo, analiza en profundidad los pronunciamientos que se dieron en diarios que sirvieron como plataformas de divulgación para la comunidad afroamericana que se pronunció a favor del pueblo etíope, como como el Pittsburgh Courier, Chicago Defender, o Crisis, este último el órgano oficial de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (National Association for the Advancement of Colored People) (Scott, 1993: 139-141).

CONCLUSIONES

El Segundo Conflicto ítalo-abisinio (1935-1936) fue, sin lugar a duda, una acción colonial a destiempo, a pesar de que ha sido considerada como una operación directa a causa de la política exterior que llevó a cabo el Gobierno de Benito Mussolini. Desde mediados del siglo XIX, la historia de las relaciones entre Italia y Abisinia estuvo siempre marcada por los deseos del país europeo de convertirse en una potencia colonial fuerte a partir de la conquista del territorio africano. Así, en 1935, con el aumento de las tensiones en la frontera compartida entre el imperio africano y la colonia italiana de Somalia, se desató un conflicto que se caracterizó, desde el inicio, por la superioridad militar de Italia, una fuerte movilización y concentración de soldados italianos en la zona, además de que la conquista y más tarde ocupación de Etiopía se convirtió en un símbolo que ayudó en la consolidación del régimen fascista.

Por su parte, Etiopía optó, a pesar de que la invasión colonial era inevitable, por buscar apoyo internacional, sobre todo de Inglaterra y Francia, quienes eran los principales países con intereses con intereses coloniales definidos en África. Y es que la agresión italiana a Abisinia alteró la dinámica de las relaciones internacionales modificando, además, las proyecciones políticas de dichos gobiernos europeos. Si en principio Inglaterra y Francia se esforzaron por conservar la alianza con Italia fue respondiendo a sus intereses particulares y con el expreso objetivo de mantener alejada a Roma de Berlín. La irreverencia de Mussolini y las posiciones vacilantes de las potencias europeas hicieron fracasar esta táctica y, a la postre, en la medida en que no pudieron evitar el desenlace bélico también constituyeron un catalizador en la formación de los bloques que luego se enfrentarían en la Segunda Guerra Mundial.

En el caso de África y de las regiones con gran número de población afro, como Estados Unidos y los países caribeños, la rivalidad ítalo-etíope influyó sobremanera en la evolución del nacionalismo como ideología y proyecto. Tanto la ascendente clase media urbana africana, como las poblaciones afronorteamericanas y caribeñas, utilizaron el cuestionamiento del conflicto para extender la crítica al sistema de dominación colonial vigente, lo que convirtió la acción colonial en una metáfora para atacar, no solo la explotación colonial europea en el continente africano, sino también para cuestionar la explotación de las que eran víctimas las poblaciones de raza negra en todo el mundo.

Precisamente, desde el punto de vista historiográfico, este ha sido uno de los aspectos desde donde más se ha abordado el conflicto, aun cuando se puede afirmar que ha sido un proceso histórico poco estudiado. A diferencia de otros acontecimientos acecidos durante el mismo período como, por ejemplo, la Guerra Civil española (1936-1939) o la Segunda guerra chino-japonesa (1937-1945), lo cierto es que la invasión italiana no ha ocupado mucho la atención de los historiadores, y la mayoría de las menciones que se han hecho han estado inmersas en relatos más amplios, vinculados a la historia contemporánea de Europa, o a la historia de las poblaciones afroamericanas. En el caso de la región latinoamericana, el vacío historiográfico es aun mayor más, sin embargo, el conflicto, por su impacto y movilización social, provocó sendas expresiones que pueden ser consideradas parte de un movimiento global que puso al fascismo y al colonialismo, por primera vez, en el centro de los debates políticos e ideológicos de las naciones.

BIBLIOGRAFÍA

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1 Emperador de Abisinia (actual Etiopía), quien estuviera en el cargo desde 1889 hasta 1913. Antes de su coronación Menelik era gobernador (ras) de Shoa, zona ubicada en el centro de la actual Etiopía.

2 El Tratado de Ucciali firmado entre el Reino de Italia y el Reino de Abisinia en el que se establecieron las fronteras en la zona del Tigré. Se firmaron dos versiones del tratado, una en italiano y la otra en amárico, las lenguas oficiales de los países involucrados. Ambas versiones diferían en la redacción del artículo 17, y estas diferencias llevaron a la Primera Guerra Ítalo-etíope (1895-1896), la cual finalizó con la Batalla de Adua, donde Italia quedó moralmente destruida (González López, 1987: 21-59)

3 Los problemas fronterizos fueron, a partir de 1930, el eje principal de las confrontaciones ítalo-abisinias, lo cual hizo que el gobierno etíope tratara de solucionar todos los pendientes durante ese período en su afán de evitar una guerra.

4 Publicación semioficial del Departamento de la Guerra italiano en esa época.

5 La época de lluvias en Etiopía comienza a finales de junio y se extiende hasta el 27 o 28 de septiembre. (Ortega y Gasset, 1935:66)

6 Los principales postulados de Guilio Dohuet, los cuales fueron expuestos en su libro El Comando del Aire (1921), apuntaban a que la guerra moderna no debía distinguir entre combatientes y no combatientes, haciendo énfasis en la idea de que las ofensivas terrestres ya no generarían los mismos resultados, proponiendo bombardeos masivos contra los centros de población, la industria y el gobierno, asignándole mayor peso a las fuerzas aéreas al interior de los ejércitos (Douhet,1983). En el caso del General William Mitchell, también planteó la importancia de los bombardeos estratégicos como eje decisivo en un conflicto bélico, manifestando posteriormente la necesidad e importancia de la aviación de caza para conseguir y consolidar la superioridad aérea (Mitchell, 1925; Mitchell,1930).

7 Conocido ya por su utilización en la Primera Guerra Mundial, se trata de un vesicante que produce afectaciones características como ampollas y quemaduras en la piel, con graves consecuencias para las personas no protegidas. En el momento de la utilización de este agente químico, Italia junto a 40 estados más, era signatario del «Protocolo de Ginebra sobre la prohibición del empleo en la guerra de gases asfixiantes, tóxicos o similares y de medios bacteriológicos», lo que indica que cometía una violación del derecho internacional (Baudendistel, 1998: 89-114).

8 Casi todos los miembros de la Cruz Roja que se encontraban asistiendo en el país eran extranjeros y tenían como tarea, además de coordinar las actividades de los hospitales de campaña de la organización, el adiestramiento del personal de la Cruz Roja local, filial que se había fundado sólo tres meses antes. (Baudendistel, 1998: 91).

9 Otro de los autores que abordó las repercusiones del conflicto africano, puntualmente en la sociedad y en la política británica, fue Winston Churchill, Primer ministro del Reino Unido, en sus memorias sobre la Segunda Guerra Mundial, que salieron publicadas en 1948 bajo el título The Gathering Storm (Churchill, 2002: 93-114)

10 Desde un enfoque marxista mucho más ortodoxo, los académicos de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) también se interesaron por la historia africana, y particularmente respecto a la repercusión que trajo la invasión italiana a Etiopía en los sindicatos negros europeos y norteamericanos: (Frenkel, 1985).

11 El Segundo Conflicto ítalo-etíope aparece presentado como un hecho más de la relatoría de hechos de la historia política contemporánea de África.

12 La presencia de componentes raciales y culturales africanos en la sociedad cubana, así como los cambios políticos- ideológicos introducidos a partir de 1959, impulsaron la promoción de los estudios africanos en Cuba, así como la enseñanza de la historia de África en todos los niveles, convirtiendo al país, a partir de los diferentes centros académicos y/o instituciones culturales dedicadas a la investigación y promoción de la historia reciente africana, en un referente latinoamericano (Álvarez Acosta, 2008: 299-321).

13 Ambos historiadores reconocen que la cuestión etíope jugó un papel fundamental en el despertar al nacionalismo.

14 El garveyismo fue un movimiento nacionalista mesiánico, que llevó su nombre gracias a su fundador, el afro jamaicano Marcus Garvey, y que para 1914 fundó la Asociación Universal de Desarrollo Negro y la Liga de Comunidades Africanas (UNIA por sus siglas en inglés), siendo la sede de Nueva York la de mayor alcance y miembros. La filosofía política de Garvey era un nacionalismo negro que promulgaba el retorno a África. Gran orador, llegó a contar con muchos seguidores a los cuales convenció de la necesidad de un Estado propio, situación que horadó el recién iniciado movimiento panafricano (Entralgo, 1989).