Guerra Colonial

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La construcción imperial de la Etiopía contemporánea bajo Menelik II

The Imperial construction of Contemporary Ethiopia under Menelik II

Mario Lozano Alonso

Universidad Eclesiástica San Dámaso, Madrid, España

Recibido: 8/11/2023
Aceptado: 29/11/2023

DOI: https://doi.org/10.33732/RDGC.13.98

Resumen

La moderna Etiopía configuró sus fronteras durante el reinado de Menelik II (1889-1913). Soberano originalmente de Shewa, la conquista de territorios oromo y de otros grupos étnicos del sur le permitió financiar la compra de armamento que le sirvió para hacerse con el trono imperial etíope a partir de 1889. Bajo su mando, Etiopía logró evitar ser colonizada al derrotar a los italianos en la batalla de Adua (1896). Sin embargo, la expansión etíope conllevó la implantación de un verdadero sistema colonial en el sur cuyos efectos aún pueden percibirse en la región.

Palabras clave
Menelik II, Etiopía, imperialismo, colonialismo, Italia.

Abstract

Modern Ethiopia established its borders during the reign of Menelik II (1889-1913). Originally the sovereign of Shewa, his conquest of Oromo territories and other ethnic groups in the south allowed him to finance the purchase of weaponry that helped him secure the Ethiopian imperial throne from 1889 onwards. Under his leadership, Ethiopia managed to avoid colonization by defeating the Italians in the Battle of Adwa (1896). However, Ethiopian expansion resulted in the implementation of a true colonial system in the south, the effects of which can still be observed in the region today.

Keywords
Menelik II, Ethiopia, Imperialism, Colonialism, Italy.

Si tuviéramos que elegir al arquitecto de la Etiopía contemporánea, seguramente el primer nombre en que pensaríamos sería el de Haile Selassie, durante cuyo largo reinado (1930-1974) el país experimentó una tímida modernización, fue invadido por segunda vez por Italia y se fundó la Organización para la Unidad Africana en Adís Abeba. Sin embargo, su legado, lleno de episodios oscuros como el absolutismo que implantó o las hambrunas del final de su mandato, ensombrece al de Menelik II (1889-1913), quien pasó de ser el soberano de un territorio periférico etíope, Shewa, a convertirse en el emperador que construyó la Etiopía contemporánea, derrotando a los italianos en Adua en 1896 al tiempo que establecía un verdadero imperio colonial en los territorios que conquistó en el sur. En este artículo se pretende explicar el nacimiento del nuevo Imperio etíope a partir de una entidad política alejada del centro de poder gondarino, y sobre cómo se articuló un verdadero sistema colonial en el sur del país conforme Menelik II expandió sus fronteras.

¿REINO O IMPERIO? DEFINIENDO EL ESTADO ETÍOPE

Definir a Etiopía como imperio antes de finales del siglo XIX es un error común en la historiografía, en gran medida porque los autores jesuitas que operaron en el país entre 1557 y 1632 utilizaron dicho término para referirse a la compleja estructura política del país. Sin embargo, el débil poder del monarca, sobre todo si se compara con el de la nobleza, impide hablar de un verdadero imperio a la manera de los que existían en ese momento en Europa (Toubkis y Pennec 2004).

Ni siquiera el concepto de frontera, tan importante en las cancillerías del siglo XIX, era igual en Etiopía. Sin mapas con líneas que demarcasen exactamente a quién pertenecía cada metro cuadrado, los etíopes usaban formas de relieve tales como ríos o cadenas montañosas para demarcar las diferentes regiones que, en no pocas ocasiones, contaban con límites difusos (Pankhurst 2003).

Sin embargo, la situación cambió durante la segunda mitad del siglo XIX. En esta época suceden dos hechos fundamentales, que explicaré con detalle en los siguientes apartados: la reunificación del reino cristiano tras el Zemene Mesafint (“Era de los príncipes”) bajo el mando del reino de Shewa, y la irrupción en el Cuerno de África de las potencias coloniales europeas, principalmente Italia, que amenazaron la existencia de una Etiopía independiente.

Paradójicamente, a pesar de que fue víctima de las potencias coloniales, Etiopía estableció un sistema colonial en los territorios que ocupó al sur en la segunda mitad del siglo XIX. Se empleó una retórica de construcción imperial a partir de una agresiva expansión militar que empleó tecnología y asesores europeos, al tiempo que se hacía efectiva la ocupación de nuevos territorios, lo cual era anunciado a las principales cancillerías. La conquista fue seguida por una política de colonización que implicó la apropiación del Estado de los medios de producción, la imposición de fuertes impuestos a los pueblos dominados, una fuerte militarización para mantener el orden y la instalación de colonos. La cultura amhara, a pesar de que no era mayoritaria en Shewa, la región que dio origen al Imperio etíope, se convirtió en la dominante, imponiéndose el amhárico como lengua oficial, lo cual fue acompañado de una campaña de expansión del cristianismo ortodoxo tewahedo, la iglesia miafisita local vinculada al patriarcado copto de Alejandría. Las expresiones culturales locales fueron muy restringidas cuando no directamente prohibidas, al tiempo que se animaba a los indígenas a asimilar la cultura amhara para progresar en el aparato del Estado (Holcomb y Ibssa 1990: 9–11).

EL FINAL DE LA FRAGMENTACIÓN POLÍTICA: EL NACIMIENTO DEL IMPERIO ETÍOPE

El siglo XIX comienza en Etiopía con el Zemene Mesafint, un período de tiempo de fragmentación política que comenzó en 1769 tras el colapso del poder central de la corte gondarina. En esta época, a pesar de que seguía existiendo un negus o rey con autoridad teórica sobre todo el país, en realidad el poder estaba fragmentado entre diferentes señores regionales que no dudaron en enfrentarse por la hegemonía (ver figura 1).

Figura 1. Mapa de Etiopía durante el período del Zemene Mesafint

Extraído de Lozano Alonso 2022: 123.

La situación comenzó a cambiar bajo el reinado de Tewodros II (1855-1868), quien logró someter a todos los territorios anteriormente obedientes al poder gondarino. Su proyecto unificador centralista se basó en ideas antioromos y antimusulmanas, de tal manera que acabó con el poder de la nobleza oromo amharizada en Begemder, Gojjam, Lasta y Yejju, al tiempo que forzaba a los oromos musulmanes de Wallo a convertirse al cristianismo (Hassen 2015: 352). Esta agresiva política de amharización y cristianización será posteriormente continuada por Menelik II. Tewodros II logró movilizar un ejército de 150.000 soldados que aún continuaba con el antiguo esquema militar gondarino. El nuevo emperador no realizó ninguna modernización ni en estrategias ni en modelo de ejército, que seguía estando compuesto por tropas directamente lideradas por el monarca a las que se sumaban las de distintos gobernadores provinciales, que aportaban soldados generalmente sacados de levas de campesinos (Schröder 2014: 433–434).

Sin embargo, las erráticas y en muchos casos brutales decisiones del monarca acabaron causando su caída. Al secuestrar a varios ciudadanos ingleses, incluyendo a una legación diplomática, provocó la ira de la reina Victoria, que envió una fuerza punitiva de 13.000 hombres al mando del general Napier, quien desembarcó en Zula (hoy Eritrea) en enero de 1868. El propio señor de Tigray, Kassa Mercha, dejó paso franco a los ingleses a cambio de la entrega de armamento. En abril del mismo año, Napier procedió al asedio de Magdala, la capital de Tewodros II, que concluyó con el suicidio del propio soberano (Müller y Pankhurst 2010). Los ingleses no aprovecharon la oportunidad para controlar Etiopía, retirándose tras saquear la biblioteca y numerosos tesoros del monarca, muchos de los cuales siguen expuestos en el Victoria and Albert Museum de Londres, pese a las repetidas exigencias de devolución realizadas por el gobierno etíope (Lozano Alonso 2022: 128).

El señor de Wag, Tekle Giyorgis II, aprovechó el vacío de poder para hacerse con el trono. No duró mucho, dado que su cuñado y señor de Tigray, Kassa Mercha, pronto se enfrentó a él. La superioridad que le dieron las armas proporcionadas por los británicos fue aplastante: en la batalla de Assem (1871) sus tropas barrieron a las de su rival, permitiéndole acceder al trono. El emperador estableció en Tigray la primera fábrica de armas de fuego de la historia del país, dirigida por técnicos europeos, que si bien nunca alcanzó altos niveles de producción industrial, permitió que el monarca contase para la fecha de su muerte con unos 60.000 rifles (Pankhurst 2005: 548). Frente al brutal centralismo de Tewodros II, que acabó en desastre, Yohannes IV mantuvo una política más benevolente hacia los grandes poderes regionales, como Gojjam y Shewa, a los que permitió un alto grado de autogobierno que, como veremos, contribuyeron a la caída del monarca (Zewde 2002: 60).

Yohannes IV (1871-1889) tuvo que enfrentar serias amenazas exteriores. En primer lugar, el Imperio egipcio del jedive Ismail buscó la anexión de Etiopía, lanzando una potente campaña militar desde el antiguo eyaleto de Habesh, en la costa eritrea. Sin embargo, sus tropas, pertrechadas con un armamento moderno y dirigidas por mercenarios europeos, fueron derrotadas en las batallas de Gundet (1875) y Gura (1876). El colapso económico de Egipto y la consiguiente ocupación británica del país de los faraones implicó el abandono de ciudades como Harar, que recuperó su independencia, Zeyla, Berbera y Massawa (Zewde 2002: 52–55; Dunn 2005: 125–150; Lozano Alonso 2022: 129–130).

La segunda amenaza externa fue Italia. La joven nación europea quiso reclamar su puesto entre las principales potencias de la época construyendo un imperio colonial. El mar Rojo aún mantenía a mediados del siglo XIX territorios sin colonizar que despertaron el interés italiano. En 1869, la compañía Rubattino adquirió un terreno al sultán de Baylul donde fundó Assab, inicialmente una estación que debía servir para abastecer de carbón a los navíos italianos que transitaban hacia o desde el canal de Suez. Italia fue, a nivel regional, la gran beneficiada por el hundimiento egipcio. Así, en 1884 adquirió de Egipto el puerto de Massawa, el principal de la zona al ser el emporio de entrada y de salida de los productos que iban hacia Bogos, Hamasien y Tigray (Zewde 2002: 56; Lozano Alonso 2022: 131).

Desde la costa eritrea los italianos comenzaron a avanzar hacia el interior, tomando Saati, a 24 km al oeste de Massawa, y Wia, a 32 km al sur de la misma ciudad. Estos avances alertaron al gobernador de la provincia de Mareb Melash, ras (“general”) Alula Engida. Este primero solicitó la retirada de los transalpinos de las regiones anexionadas, pero al ver sus demandas ignoradas, procedió a atacar a la guarnición italiana de Saati, siendo repelido. Sin embargo, sus tropas acabaron en Dogali con los 500 soldados italianos que fueron enviados a reforzar la posición de Saati (Zewde 2002: 56–57).

La derrota de Dogali provocó un ansia de revancha en Italia. El Parlamento votó a favor de aumentar los fondos para la guerra contra Etiopía que se aproximaba, instigando al soberano de Shewa, Menelik II, a atacar a Yohannes IV. El emperador, tras intentar que los italianos se retirasen de los territorios anexionados por la vía diplomática, finalmente avanzó sobre el fuerte italiano de Saati con 80.000 hombres. Los transalpinos no quisieron confrontar a una fuerza tan poderosa en campo abierto, preparándose para un largo asedio. Sin embargo, el emperador tuvo que retirarse ante las noticias del avance de los mahdistas, que habían saqueado Gondar, y de la posibilidad de un complot liderado por Menelik II de Shewa y Takla Haymanot de Gojjam (ibidem, 57). La solución al desafío italiano quedaba temporalmente pospuesta.

EL ASCENSO DE SHEWA

Entretanto, Menelik II, soberano de Shewa, esperaba su momento como soberano de un estado, Shewa, al sureste del antiguo reino gondarino. Su posición periférica respecto al poder gondarino le permitió mantenerse al margen de las guerras que asolaron Etiopía durante el Zemene Mesafint y proyectar su poder hacia el este y el sur, territorios habitados por diferentes pueblos que no habían estado bajo el dominio etíope desde las guerras del imam Ahmad b. Ibrahim (1529-1543). El soberano de Shewa Sahle Selassie (1813-1847) utilizaba el título de rey de Shewa y de los oromos, lo que da una clara idea de sus intenciones expansionistas. En 1840 su reino contaba con una población de 2,5 millones, de los cuales sólo un millón eran amharas ortodoxos, siendo el resto oromos y afar (Markakis 2011: 90).

Menelik II estuvo preso durante el reinado de Tewodros II. Sin embargo, logró escapar de su cautiverio y se proclamó rey de Shewa en 1865 (Lozano Alonso 2022: 127). La expansión territorial comenzó con la conquista de los gurages (1875-1876) tanto septentrionales, que no ofrecieron resistencia, como de los occidentales, que sí presentaron batalla (Zewde 2002: 61).

El enfrentamiento con el emperador Yohannes IV estuvo a punto de producirse en 1878, pero cuando ambos líderes estaban a punto de enfrentarse en el campo de batalla, finalmente se pactó un acuerdo ventajoso para ambos (Acuerdo de Liche): Menelik II mantendría el dominio de Wallo a cambio de pagar un fuerte tributo al emperador, al tiempo que se repartía con el soberano de Gojjam, ras Adal, el sur: la zona del valle del Gibe sería para Gojjam, mientras que la región del Awash correspondería a Menelik II. Además, Yohannes IV reconoció a Menelik II como negus (rey) (Henze 2000: 149; Zewde 2002: 61–62; Lozano Alonso 2022: 131).

Sin embargo, el suroeste resultaba una zona demasiado rica y tentadora como para que Menelik II dejara pasar la oportunidad de conquistarla. Ras Adal de Gojjam fue coronado por Yohannes IV en 1881 negus (rey) Takla Haymanot de Gojjam y Kaffa. En aquel momento, Kaffa era un estado independiente que aún no había sido conquistado, pero de esta manera el soberano de Gojjam anunciaba su interés por anexionarlo. Ras Gobena, un general oromo próximo a Menelik II, fue enviado a la región de Gibe, donde estaba ya operando ras Gereso, de Gojjam. La batalla final entre ambos estados estalló en Embabo (1882), con victoria para Shewa, cuya caballería aplastó al ejército de Gojjam, superior en términos de uso de armas de fuego. El emperador Yohannes IV decidió mediar entre ambas partes, quitando a Shewa el control de Wallo y a Gojjam la región de Agaw Meder (Henze 2000: 150; Zewde 2002: 62; Lozano Alonso 2022: 131–132).

Embabo demostró que el único rival serio por el trono imperial para Yohannes IV era Menelik II. Este, en adelante, pudo centrarse en la conquista del suroeste oromo, que fue conquistado con poca o nula resistencia. Así, entre 1882 y 1886 ocupó Leqa, Nekemte, Leqa Qellam, Jimma, el valle del Gibe e Illubabor. Mucho más complicada fue la conquista del territorio oromo de Arsi (figura 2). Allí los clanes se organizaron para ofrecer una férrea resistencia de lanzas y flechas contra las armas de fuego de Shewa, la cual forzó al propio Menelik a intervenir. Finalmente, los oromos fueron derrotados en la batalla de Azule en septiembre de 1886 (Zewde 2002: 62–63).

Figura 2. La expansión territorial de Etiopía durante Menelik II

Fuente: Lozano Alonso 2022: 135.

Otro problema era la falta de control de puertos. Tanto Massawa como Zeyla, los principales emporios comerciales en el mar Rojo y el golfo de Adén, respectivamente, quedaron fuera del control etíope durante el Zemene Mesafint, dado que fueron ocupados por potencias coloniales europeas (ibidem, 73). Uno de los principales emporios de venta de armas fue Harar, donde el poeta francés Rimbaud trabajó como traficante de armamento. Ciudad de gran importancia mercantil para la región desde comienzos del siglo XVI, fue capital de un emirato independiente hasta la conquista egipcia de 1875, recuperando su independencia en 1885 (Miran 2005). Menelik II puso sus ojos en el debilitado emirato, regido por el que sería su último emir independiente, Abdullahi b. Muhammad. En la batalla de Chelenqo (enero de 1887) las tropas emiratíes fueron derrotadas y Harar, anexionada. Como gobernador, Menelik II puso a su primo Makonnen Walda Mikael, padre de Tafari Makonnen, el futuro Haile Selassie (Henze 2000: 152; Zewde 2002: 63–64; Lozano Alonso 2022: 135).

Mientras Menelik II creaba un verdadero imperio en el centro del macizo etíope, los mahdistas sudaneses amenazaba Etiopía. Estos originalmente luchaban contra el dominio egipcio e inglés, pero pronto extendieron su lucha hacia el país vecino. El primer encuentro militar se produjo en Kufit, en 1885, donde los ansar mahdistas fueron vencidos por el ras Alula Engida. Menelik II tuvo que detener a los mahdistas en la batalla de Gute Dili de 1888, dado que estos habían penetrado en territorio oromo. Yohannes IV, que como vimos había levantado el asedio de Saati, atacó Gojjam en una expedición punitiva contra Takla Haymanot, que esperaba repetir contra Shewa para castigar a ambos reyes por conspirar contra él. Sin embargo, antes de atacar Shewa, decidió lanzar una campaña contra Metemma, una localidad fronteriza de Sudán controlada por los mahdistas. En la batalla de Metemma (9 de marzo de 1889) Yohannes IV fue herido mortalmente por los mahdistas, para posteriormente que su cadáver fuese robado por los derviches, que expusieron su cabeza cortada en Omdurmán. Menelik II de Shewa tenía camino expedito hacia el trono imperial (Henze 2000: 160; Zewde 2002: 58–59; Lozano Alonso 2022: 132).

LA BATALLA DE ADUA Y LA AMENAZA COLONIAL ITALIANA

Ya en el trono imperial, el proyecto de construcción nacional de Menelik II tuvo que enfrentarse a las apetencias expansionistas italianas, que habían quedado sin responder tras la batalla de Dogali. Como hemos visto, la planicie costera eritrea pronto quedó pequeña para las ambiciones italianas, por lo que su gobierno alentó la expansión hacia el sur, a las comarcas de Bogos y Hamasien. La ascensión al trono de Menelik II fue bien vista por los italianos, que anteriormente habían colaborado con él al verlo como un aliado en la retaguardia de Yohannes IV (Zewde 2002: 74).

De hecho, los italianos firmaron dos acuerdos con Shewa: el primero, en 1883, establecía una relación consular plena entre ambos países; el segundo, en 1887, aseguraba la neutralidad de Menelik II en caso de una guerra entre Italia y Yohannes IV, prometiendo a Shewa la entrega de 5000 fusiles a cambio de que no se usasen contra italianos; por su parte, Italia prometía no anexionar ningún territorio etíope (ibidem 75). Pero el tratado más importante fue el que se firmó en 1889 en Wuchale (Ucciali, en italiano). En él se reconocía el dominio italiano entre la costa del mar Rojo y el río Mareb. Dicho río se convertía así en la frontera entre la colonia italiana de Eritrea y el Imperio etíope, lo que supuso dividir a los tigrinos, que hoy conforman casi la mitad de la población eritrea y la gran mayoría de los habitantes de Tigray. Pero la manzana de la discordia fue el artículo XVII, donde en su versión italiana Menelik II debía gestionar todas sus relaciones exteriores a través del cónsul italiano, mientras que en la traducción en amhárico, esto era opcional. El artículo XVII en su versión italiana convertía a Etiopía en un protectorado, lo cual fue concedido por otras cancillerías europeas, como Reino Unido o Francia. Sin embargo, Menelik II, sintiéndose engañado, abrogó el tratado en 1893. Entretanto, en 1890 los italianos declararon el nacimiento de la colonia de Eritrea, con capital en Asmara (Henze 2000: 161–163; Zewde 2002: 74–75; Lozano Alonso 2022: 137). Francia, por su parte, abandonó su proyecto inicial de colonia en Obock, en el golfo de Tadjourah, por Yibuti. El propio Menelik II sugirió conectar su nueva capital, Adís Abeba, con la colonia francesa por ferrocarril, para lo cual los franceses crearon una compañía de ferrocarril que comenzó las obras en 1897, proporcionando a Etiopía la que sería su más segura salida al mar hasta la anexión de Eritrea tras la II Guerra Mundial. El único aliado europeo que tuvo Etiopía, quizá por ser ambos ortodoxos, fue Rusia. Dicho país fue el único que rechazó las pretensiones italianas de establecer un protectorado en Etiopía, pero aunque Menelik II deseaba aumentar las relaciones con el país de los zares, el apoyo de este se limitó al plano diplomático (Henze 2000: 163–165).

El conflicto con Italia no tardó en estallar. El gabinete del primer ministro Crispi decidió alentar la rebelión de la nobleza tigrina. Si bien en principio ras Mangesha Yohannes, un prominente ras local, apoyó la iniciativa italiana, el rechazo del resto de nobles le forzó a volver a someterse a Menelik II (Zewde 2002: 76).

El siguiente movimiento que les quedaba a los italianos era el militar. En 1895 cruzaron el Mareb y tomaron Adigrat, en Tigray. Menelik II reunió a una mesnada de 100.000 hombres y se preparó para la guerra avanzando hacia el norte. En Amba Alagi (7 de diciembre de 1895), la posición más meridional alcanzada por los transalpinos, el fitawrari (“comandante de la vanguardia”) Gabayyahu derrotó a un destacamento italiano bien protegido en una posición en altura. En un día los italianos perdieron a una cuarta parte de sus fuerzas en Tigray, unos 1.600 hombres. Los 400 supervivientes lograron alcanzar la posición fortificada de Mekelle (Henze 2000: 167–168; Zewde 2002: 76–77; Lozano Alonso 2022: 137).

El fuerte de Mekelle fue asediado por los etíopes. Menelik II decidió levantar el asedio, especialmente angustioso para los italianos por la falta de agua, no tanto por un gesto de magnanimidad, sino por problemas para avituallar a su propia mesnada. Los etíopes se retiraron a Adua o Adwa, desde donde esperaban atacar Adigrat (Henze 2000: 169).

El general italiano Oreste Baratieri decidió marchar sobre Adua. Su mando resultó desafortunado: acostumbrado a despreciar a los etíopes, minusvaloró el tamaño del ejército de Menelik II, al que presuponía de unos 50.000 hombres bien armados, si bien la cifra real era de cerca de 100.000 soldados, de los cuales 80.000 contaban con rifles, más quizá 25.000 mujeres y sirvientes de apoyo logístico. El ejército imperial se organizaba en realidad como sigue: el propio Menelik II comandaba a 35.000 soldados de infantería -25.000 dotados con fusiles- y 8.000 de caballería; su esposa, Taytu Betul, 5.000 infantes; ras Wale, 8.000 infantes; ras Mangesha Yohannes y ras Alula, 10.000 sodados de infantería y 3.000 de caballería; ras Mangesha Atikam, 8.000 infantes; ras Makonnen, 25.000 fusileros; el fitawrari Gabayyahu, 8.000 soldados de infantería; ras Mikael de Wallo, 11.000 infantes y 5.000 de caballería oromo; y el negus Takla Haymanot de Gojjam, 10.000 soldados de infantería y 3.000 de caballería (Erlich 2003).

Frente a ellos, el ejército italiano avanzaba con 20.000 soldados, de los cuales 11.000 eran askaris eritreos, con 52 cañones y divididos en cuatro columnas, cada una liderada por un general: Ellena, Dabormida, Albertone y Arimondi. El plan italiano, que contaba con pésimos mapas de la zona, consistía en que tres columnas avanzasen sobre los etíopes mientras la última columna esperaba en la retaguardia. Esto fue descubierto por los espías de Menelik II, que dispuso a sus tropas en las numerosas colinas que rodean Adua (Henze 2000: 169; Erlich 2003).

Las columnas italianas marcharon en la noche del 29 de febrero de 1896 al encuentro con las tropas imperiales, en algunos casos perdiéndose, mientras quedaban expuestas al fuego etíope al avanzar en campo abierto, serpenteando entre colinas. La estrategia militar seguida por Menelik II buscaba el enfrentamiento con el enemigo en campo abierto para luego atacar con la caballería. El fuego cruzado resultó desastroso para los italianos, que fueron totalmente derrotados en Adua el 1 de marzo: 7.000 muertos, a los que habría que sumar 1.500 heridos y 3.000 prisioneros. Por el lado etíope, se calcula que hubo entre 4.000 y 6.000 muertos y alrededor de 8.000 heridos (Henze 2000: 169–170; Erlich 2003; Lozano Alonso 2022: 137).

El humillado Baratieri tuvo que retirarse al norte del Mareb. Los prisioneros italianos fueron llevados a Adís Abeba en una penosa marcha, mientras los áskaris eritreos fueron mutilados al ser considerados traidores. A pesar de la victoria, Menelik no aprovechó para avanzar sobre Eritrea. Ras Alula Engida sugirió avanzar sobre Massawa para expulsar definitivamente a los italianos de la región, pero el emperador decidió no hacerlo. Aunque se ha alegado que es posible que Menelik II quisiera mantener a los tigrinos divididos entre Etiopía y la colonia de Eritrea, la realidad era mucho más pragmática: el emperador prefirió capitalizar una solución diplomática, forzando a los italianos a firmar la paz, en lugar de avanzar sobre posiciones fuertemente fortificadas que difícilmente podrían haber asaltado las fuerzas etíopes. Además, el riesgo de una posible represalia italiana que buscase revancha con una nueva invasión resultaba también un poderoso argumento para mantenerse al sur del Mareb (Zewde 2002; Erlich 2003; Lozano Alonso 2022: 138).

LA EXPANSIÓN TRAS ADUA

Finalmente, los humillados italianos tuvieron que sentarse a negociar con los etíopes en medio de fuertes protestas por toda Italia que exigían la retirada de las colonias. El tratado de Adís Abeba del 26 de octubre de 1896 es considerado de gran importancia porque fue la única vez en que un estado africano logró sacar rédito de una victoria militar sobre una potencia europea, forzándola a negociar en pie de igualdad. En él se abrogó el tratado de Wuchale e Italia reconoció la plena independencia etíope, retornándose a las fronteras previas del conflicto, que quedaban pendientes de una futura delimitación (Zewde 2002: 83–84; Lozano Alonso 2022: 137).

La derrota italiana animó a los franceses a emprender su ambicioso programa colonial de conectar su colonia de Yibuti con Dakar. Dicho proyecto chocaba con el inglés de unir sus colonias en dirección norte-sur, de El Cairo a El Cabo, si bien aún la región de Sudán seguía en manos de los mahdistas. Menelik II jugó bien sus cartas, ya que por un lado mostró sus simpatías a los mahdistas, pero no les vendió armamento para no irritar a Reino Unido. Firmó un acuerdo con Francia donde reconocía la posesión gala de Yibuti, considerado en adelante el puerto de salida oficial de los productos etíopes, al tiempo que se comprometía a apoyar las demandas francesas sobre el valle del Nilo, que fueron finalmente desestimadas tras el incidente de Fashoda de 1898 (Henze 2000: 172-173).

Con el peligro colonial italiano conjurado, Menelik II pudo centrarse en la expansión meridional y en la tímida modernización del Estado etíope (Zewde 2002: 111). Así, el siguiente territorio en ser ocupado fue el reino de Kaffa, en cuya conquista participó el soberano de Jimma, Abba Jifar II, en calidad de vasallo de Menelik II. A pesar de la dura resistencia que ofreció Kaffa, finalmente su soberano, Gaki Sherocho, fue capturado y llevado a Adís Abeba con cadenas de plata. Las fronteras del Imperio etíope alcanzaron en ese tiempo la orilla norte del lago Turkana y, aprovechando que el estado mahdista estaba a punto de ser liquidado por los ingleses (1899), se anexionaron los territorios de Ben-Shangul, Asosa y se extendió Wollega hacia el oeste (Henze 2000: 173).

Adís Abeba se convirtió en la capital de Shewa en 1886, cuando la esposa de Menelik II escogió el lugar por su localización junto a unos manantiales de aguas termales. La ciudad sustituyó a la antigua Ankober, en una localización menos conveniente en el escarpe oriental del macizo etíope. En sus primeras décadas, la ciudad parecía más un campamento desorganizado que una ciudad propiamente dicha, destacando en el centro el ghebbi o palacio imperial (Pankhurst 1961; González Núñez 2020).

A partir de 1897 se asentaron en el lugar las legaciones italiana, francesa y británica. La delimitación de las modernas fronteras etíopes con las diferentes potencias coloniales se pactó siguiendo los intereses de estas. Así, las fronteras con las colonias británicas de África Oriental (la futura Kenia), Somalilandia y el Sudán Angloegipcio se fijaron entre 1902 y 1907, y con la colonia francesa de la Costa Francesa de los somalíes y los afar (Yibuti), ya en 1897. Con los territorios italianos de Eritrea y Somalia la situación fue más compleja: durante todo el primer tercio del siglo XX hubo disputas sobre a quién le correspondían los territorios entre Tigray y Eritrea que no estaban próximos al río Mareb. Por tanto, en la víspera de la segunda invasión italiana de Etiopía, ya en 1935, había números tramos fronterizos sin demarcar (Pankhurst et al. 2003).

LOS EJÉRCITOS DE LA GRAN EXPANSIÓN DE SHEWA Y ETIOPÍA

La expansión hacia el sur se realizó con un ejército sin modernizar. Igual que con Tewodros II y sus antecesores, Menelik II dispuso de un ejército bajo su mando directo de unos 15.000 soldados, de los cuales 7.000 componían la guardia real, el Yelfiñ zebeña. A estos habría que sumarles los ejércitos de los gobernadores provinciales, por lo que la tropa imperial en su conjunto podía alcanzar los 200.000 soldados. La principal novedad con respecto a tiempos anteriores fue la contratación de hasta siete asistentes rusos que debían entrenar al ejército (Schröder 2014: 434).

Una cuestión pendiente fue la creación de un sistema salarial para la mesnada, paso necesario para la profesionalización del ejército. Lo habitual entre los ejércitos imperiales era la práctica de una guerra depredadora que compensaba a los soldados mediante el saqueo y la toma de botín de las regiones conquistadas o rebeldes, a la que habría que sumar la obligación del campesinado local del dirgo, es decir, de proveer de alimento, bebida y alojamiento a las tropas que transitasen por la región (Caulk 1978: 463). La falta de instituciones de estado tanto en Shewa como en el Imperio etíope, sumada a la falta de dinero en circulación o de funcionarios preparados, impedía que se pudiera abonar un salario a la soldadesca. Pese a esto, a partir de 1892 se implementó un sistema de almacenes estatales de grano distribuidos por todo el imperio que repartían raciones a los soldados mensualmente. Dicho grano procedía de diezmos e impuestos cobrados en los mercados. A esto habría que sumarle la entrega de tejido, dependiendo las cantidades del rango, y de tierras de cultivo libres de impuestos para soldados veteranos, que fue la base del sistema nefteña (ibidem: 467).

El acceso al armamento europeo fue un aspecto clave para Menelik II. El empleo de armas de fuego en Etiopía se conoce desde las guerras del imam Ahmad contra el reino cristiano etíope (1527-1543). Sin embargo, la producción local de este armamento se limitaba a talleres artesanos que fabricaban artefactos defectuosos. Tras la expulsión de los jesuitas en 1632 el país se cerró a los extranjeros, lo que evitó que numerosos avances tecnológicos entrasen en él. En suma, nunca llegó a desarrollarse una industria armamentística local, a excepción de la fábrica que propició Yohannes IV. Por ello, las cruciales armas de fuego sólo podían adquirirse mediante su importación. En las batallas de Gundet y Gura, Yohannes IV capturó a los egipcios 30 cañones y 20.000 modernos rifles Remington, lo cual le garantizó la superioridad militar sobre el resto de los competidores al trono imperial. Posteriormente, los traficantes de armas franceses, asentados en Harar, o los regalos del gobierno italiano lograron que Menelik II concentrase 22.000 rifles, de los cuales sólo 4.000 eran modernos (Pankhurst 2005). Los europeos proporcionaban armas obsoletas a los etíopes para deshacerse de los stocks anticuados y granjearse la confianza de sus líderes.

La expansión militar de Menelik II hacia el sur buscaba la explotación económica de los territorios conquistados, los cuales proveyeron en adelante al imperio de nuevos productos exportables que engrosaron las arcas reales de Shewa, como oro, almizcle, marfil, pieles y café (Clapham 2007: 923). La esclavitud fue otro de los grandes negocios consecuencia de la conquista, dado que permitió el acceso de Shewa al llamado “cinturón esclavista”, una región afectada por frecuentes ataques esclavistas al oeste y suroeste de Etiopía (Bustorf 2010: 678). La mayoría de estos esclavos salían por el golfo de Adén, concretamente por los puertos de Tadjourah, Zeyla y Berbera, rumbo al Hejaz, Yemen y al golfo pérsico (Miran 2010). Menelik II, convertido en el mayor propietario esclavista, prohibió parcialmente la esclavitud en 1889, permitiéndola sólo para los cautivos de guerra (Sellassié 1930: 602).

MODELOS DE COLONIZACIÓN

La fórmula para proceder a la colonización de los nuevos territorios conquistados al sur fue el sistema de nefteñña-gebbar. En amhárico nefteñña significa fusilero, pero a finales del siglo XIX empezó a referirse a los soldados que se establecieron en las guarniciones (ketema) que debían asegurar el control imperial del territorio y que pronto evolucionaron a pueblos y ciudades. Cada nefteñña recibía una tierra (melkenet) dotada con gebbar, campesinos locales forzados a trabajar para ellos (Abbink 2007; Lozano Alonso 2022: 135). No hay que olvidar que el sistema económico etíope fue similar al feudal hasta el final del imperio, existiendo las figuras de gwelt y rest. Los soldados de los ketema se beneficiaban del sistema de rest, una forma feudal en la que el perceptor recibía una tierra y sus privilegios feudales de modo irrevocable y hereditario, similar al gwelt, también común, en el que la tierra podía ser devuelta si el emperador lo exigía, y no era hereditaria. Los campesinos del rest debían pagar al soldado detentor de los derechos de gwelt el diezmo que correspondía al estado, además de tener que realizar otras corveas personales. El melkeña o detentor de la tierra percibía igualmente regalos en las principales fiestas. Este sistema pronto se vio afectado por abusos: así, dado que el melkeña tenía atribuciones judiciales en su gwelt o rest, en muchos casos no dudaba en cobrar sobornos a fin de beneficiar en la sentencia a una parte o a la otra (Caulk 1978: 468–469).

Los ketema cumplieron una función de centros de colonización, aparte de servir para anunciar a las potencias coloniales que los territorios del sur habían sido conquistados y reclamados de manera efectiva mediante la instalación de guarniciones. Además, los colonos sirvieron como puntas de lanza de la evangelización ortodoxa del sur, habitado principalmente por pueblos seguidores de religiones locales (Holcomb e Ibssa 1990:109–110).

Los desplazamientos de población fueron durante esta época masivos. Se calcula que entre 1888 y 1892 se instalaron en la región de Hararghe entre 200.000 y 300.000 personas procedentes del norte de Etiopía (Caulk 2002: 291). Las zonas menos afectadas por este sistema fueron las menos atractivas para el asentamiento agrícola, como la desértica depresión de Danakil, o el Ogadén, habitado mayoritariamente por nómadas somalíes y que sólo pudo ser sometido tras la muerte del líder derviche Sayid Maxamed Cabdille Xasan en 1921 (Arconada Ledesma 2023: 61–62).

Administrativamente, se impuso gobernadores amharas en los nuevos territorios ocupados. Hubo excepciones, como por ejemplo en el reino de Jimma, donde su soberano, Abba Jifar II, al rendirse a Menelik II en 1882, fue autorizado a seguir gobernando en nombre del emperador, manteniendo un alto grado de autonomía que no fue suspendida hasta el reinado de Haile Selassie (Zewde 2002: 144–145).

La colonización de las tierras del sur implicó una aculturación, o al menos un intento de ella, de los pueblos conquistados. El caso de los oromos ha sido especialmente bien estudiado, dado que son el grupo étnico mayoritario del país. Su cultura tradicional, basado en el sistema de gadaa, fue despreciada, y muchas de sus formas de organización social, prohibidas. El sistema generacional oromo gadaa implica que cada generación debe asumir cada 8 años el poder político, económico, ritual y social, pero previamente sus miembros han de librar una guerra que pruebe su valía (Baxter 2005). El pueblo oromo es, por tanto, tendente al asamblearismo, rechazando el autoritarismo imperial y su rígida jerarquía social. La gadaa y sus derivados no eran bien vistos por el gobierno imperial, que no dudó en prohibir las asambleas chaffe durante el reinado de Menelik II, bajo la excusa de que durante los encuentros se podían producir alborotos (Hassen 2015: 82).

Desde el punto de vista de la religión, se impuso el cristianismo ortodoxo, que junto con el uso del amhárico suponían los pilares de la expansión imperial amhara. Esto implicó una represión de las religiones tradicionales, especialmente la oromo, destacando, por citar un ejemplo, la prohibición de realizar peregrinaciones (jila) a la galma (residencia) de Abba Muuda en 1900 (Hassen 2015: 60).

Con Haile Selassie (1930-1974), la centralización del poder imperial impulsó la amharización de las regiones del sur. El desapego de oromos y musulmanes hacia el imperio fue aprovechado por Italia durante su breve ocupación (1935-1942). De este modo, el África Oriental Italiana, la nueva colonia formada por la fusión del territorio etíope con Somalia y Eritrea contó con la provincia de Galla-Sidamo, que quedó desgajada de Scioa, donde se ubicaba la capital, Adís Abeba, y Amara (Zewde 2002: 162). En realidad, la supuesta representación de los otros pueblos en el AOI no fue real, ya que formaba parte de la estrategia de divide y vencerás que aplicaron los transalpinos en Etiopía. En modo alguno lograron un control absoluto del territorio, sin lograr un apoyo total de pueblos a los que habían intentado beneficiar, pero que paradójicamente estaban igualmente sometidos a un sistema racista donde eran considerados indígenas y, por tanto, con menos derechos que los italianos (ibidem, 164).

EL IMPACTO DEL IMPERIO HOY

En cierto modo, las heridas del pasado imperialista en el sur del país aún siguen afectando a sus dinámicas interétnicas, siendo los oromos el grupo étnico que más tiende a rechazarlo. Tras la caída del imperio, el Derg comunista puso especial empeño en desmantelar las viejas instituciones imperiales, especialmente aquellas que se referían a la etapa colonizadora del sur. Los descendientes de los nefteñña, los balabbat, fueron desposeídos de sus tierras y derechos en la reforma agraria de 1975. Del mismo modo, el nuevo gobierno surgido en 1991 tras la guerra civil buscó enmendar los errores de la colonización imperial al reconocer a los nefteñña como una clase opresora, al tiempo que organizaba el sur en nuevas divisiones (kililoch, estados regionales, y woredas o distritos) que pretendían respetar las diferentes etnicidades (Abbink 2007: 1100; Lozano Alonso 2022: 167).

Como sucede en otras naciones modernas, la construcción de la identidad nacional etíope se hizo entre el siglo XIX y el XX sobre varios aspectos heredados de la cultura política aksumita y gondarina, los cuales incluían el uso del amhárico como lengua del Estado, mientras el ge’ez se seguía empleando en la iglesia, una iglesia estatal -la ortodoxa tewahedo-, la idea de una institución imperial semisagrada basada en el Kebra Negest y el sistema de gwelt como base del sistema impositivo que mantenía al aparato del Estado (Abegaz 2018: 86). Así, se empleó el patrimonio cultural e histórico de la zona norte del país, el antiguo corazón del Imperio etíope, para crear una conciencia cultural nacional. Esto ha generado rechazo entre los pueblos del sur, y muy especialmente los oromos, que desde la creación del estado etnofederal, organizado en kililoch -estados regionales- organizados bajo una base étnica, han empezado a reivindicar su cultura tradicional mediante la construcción de museos donde muestran su historia (Fernández Martínez 2012).

Hoy en día, las tensiones entre los pueblos del sur frente a la autoridad central de Adís Abeba siguen activas. La guerrilla del OLA (Oromo Liberation Army) es uno de los principales movimientos insurgentes que operan en el país, principalmente en el kilil de Oromía, junto con el grupo guerrillero gumuz que actúa en el oeste del país. La ideología Medemer (“sinergía”) del nuevo primer ministro Abiy Ahmed Ali, el primer oromo en ocupar el puesto, opta por un nuevo modelo de estado panetíope que, sin embargo, tendrá que restañar las heridas del reciente pasado imperialista en la mitad meridional del país (Lozano Alonso 2022: 177).

CONCLUSIONES

La moderna Etiopía tiene su raíz en el estado imperial construido a partir del reino de Shewa. Menelik II fue un soberano prudente y capaz que supo hacer de un estado periférico el corazón del nuevo Imperio etíope. Su política se basó en una potente expansión hacia el sur, que le permitió conseguir los recursos con los que adquirir armamento. Dichas armas fueron clave para derrotar a Italia, la potencia europea que intentó colonizar el país, y para asentar el poder central del imperio.

Sin embargo, para la nueva construcción nacional de la Etiopía contemporánea se escogió la identidad amhara como base de esta, rechazándose la oromo y las del resto de pueblos que fueron integrados en el nuevo Estado. Estos fueron oprimidos por un sistema de exacción feudal basado en el gwelt y el rest. La presencia de nefteñña, o colonos armados, significó la creación de una nueva casta privilegiada en las tierras conquistadas, dado que los nativos trabajaban para ellos en un tipo de dependencia feudal. Dichos colonos procedían sobre todo del corazón del macizo etíope, importando al sur su religión ortodoxa y su lengua, el amhárico.

La caída del imperio en 1974 no puso punto final a las rivalidades entre pueblos. De hecho, la guerra civil de 1974 a 1991 mostró el nivel de encono al que habían llegado algunas de ellas, que a punto estuvieron de fragmentar el país en pequeñas naciones independientes. El nuevo estado etnofederal de la República Democrática Federal etíope, diseñado por Meles Zenawi, no ha logrado terminar con el sentimiento de agravio que muchos de los pueblos meridionales del sur sufren. Al contrario, el crecimiento económico que experimentó el país entre 1995 y 2016 no llegó a todas las capas sociales. Las demandas de mejores condiciones de vida se han entremezclado con otras de carácter nacionalista, lo que se ha traducido en los conflictos de Oromía, Tigray y Amhara que aún hoy siguen activos (Lozano Alonso 2022: 173–178).

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