Guerra Colonial

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Las guerras Kanakas: Fin de la Oceanía española

Kanakas wars: The end of Spanish Oceania

Santiago Cabello Berdún

Recibido: 29/10/2023
Aceptado: 29/11/2023

DOI: https://doi.org/10.33732/RDGC.13.96

Resumen

El enfrentamiento entre España y Estados Unidos a finales del siglo XIX no solo hay que circunscribirlo a las grandes entidades territoriales de Cuba y Filipinas, sino extenderlo a todos los baluartes de soberanía que aún perduraban en el Pacífico español: Los archipiélagos de Palaos, Marianas y Carolinas. De hecho, la pugna entre España y los agentes norteamericanos en la carolina isla de Ponapé ya era un conflicto crónico en 1898. En su trascurso tuvieron lugar diversos enfrentamientos entre las guarniciones españolas y los nativos kanakos, que serán la praxis de la rivalidad entre los modelos coloniales de España y Estados Unidos.

Palabras clave
Guerras Kanakas, islas Carolinas, fin siglo XIX, conrienda hispano-norteamericana, modelos coloniales.

Abstract

The confrontation between Spain and the USA at the end of the 19th century must not only be limited to the large territorial entities of Cuba and the Philippines, but also extended to all the bastions of sovereignty that still existed in the Spanish Pacific: The Palau, Marianas and Carolinas archipelagos. In fact, the struggle between Spain and the North American agents on the carolina island of Ponapé was already a chronic conflict in 1898. In its course, various confrontations took place between the Spanish garrisons and the native Kanakos, which will be the praxis of the rivalry between the colonial models of Spain and the United States.

Keywords
Kanakas war, Caolinas islands, end of the XIX century, Spanish-North American contest, colonial models.

INTRODUCCIÓN

La presencia española en el Pacífico se remonta a las ya legendarias expediciones que iniciaron Magallanes y Elcano en el siglo XVI y tomará carta de naturaleza propia con el estableciente del tornaviaje entre el Extremo Oriente y América. No obstante, la mayor parte del islario del del Pacífico occidental una vez que ha sido descubierto, explorado y consignado por la corona española pasará al olvido más absoluto hasta las últimas décadas del siglo XVII e inicios del XVIII en que se manifiesta la pretensión de la evangelización de estos territorios que termina en un estrepitoso fracaso y un nuevo olvido hasta finales del siglo XIX. Eran la frontera externa, lejana y difusa de las posiciones ultramarinas de primer nivel.

Ilustración 1. Islas Palaos, Carolinas y Marianas

Fuente: Biblioteca Nacional, Cartografía R 29.615 s

Solo cuando los sistemas políticos internacionales mostraron cierta atención por los territorios que se extendían al este de Asia se reavivó el interés nacional por sus posesiones pacíficas.

Pero para las mentalidades políticas del último cuarto del siglo XIX no bastaba con tener historia, se tenía que poseer, administrar, y ocupar de manera fehaciente y demostrable un territorio ante la comunidad de naciones, y no solo eso, era necesario poseer el pulso industrial y militar suficiente como para hacerlo patente. Lamentablemente España, además de desempolvar legajos, carecía de los medios y del músculo económico-político necesario1, es por lo que, ante la incapacidad de la diplomacia, la inoperancia de la administración y la debilidad de las fuerzas armadas, solo le quedó el rol de espectador ante el reparto de sus colonias en Oceanía.

Las posesiones españolas en el Pacífico interesaron a las grandes potencias que marcaban el ritmo de la segunda revolución industrial dado que, en primer lugar, se había desarrollado un comercio bastante lucrativo en copra, guano, maderas preciosas, carey y alguna que otra plantación azucarera gestionada por súbditos nacionales; en segundo, porque las posesiones españolas disponían de una situación estratégica de primer orden en el Pacífico, de hecho eran el punto de entrada a Filipinas y a los mercados de China2; en tercero porque la incorporación de nuevas posesiones y áreas de influencia era un factor multiplicador del prestigio nacional frente a otras potencias; en cuarto porque, aunque en menor grado, la ampliación de espacios vitales suponía posibles vías de asentamiento de excedentes demográficos (María José Vilar, 2017) y, por último, era cosa sabida la incapacidad española para mantener sus colonias, tal como había quedado demostrado en el caso de Joló-Borneo (1885)3.

GEOPOLÍTICA FIN DE SIGLO

No todas las grandes potencias coloniales de finales de siglo mostraron el mismo interés por los archipiélagos españoles del Pacífico. Para Gan Bretaña eran espacios de importancia secundaria que ni siquiera llevó a su agenda estratégica, se reservaba la explotación secundaria de los territorios y su inclusión en el juego de áreas de influencia.

Desde el principio en Madrid se consideró a Japón como la amenaza directa de los territorios ultramarinos en Asia-Pacífico dado su carácter expansionista y el interés por establecer diversos núcleos de población. Llegada la tensión al máximo cuando los nipones se anexionan las islas Vulcano en 1891 (frontera con las Marianas), decae posteriormente cuando se firma el 7 de agosto de 1895 la Declaración de Límites entre España y Japón.

A Alemania, en contraposición a Gran Bretaña, sí le compensaba la ampliación de sus dominios coloniales por diversas causas: primero estarían las meramente comerciales, como son la expansión de su potencial industrial y la búsqueda tanto de nuevas materias primas como de mercados, en otras palabras, construir una economía que ayudase al mantenimiento de su posición dominante en Europa; en segundo lugar estaría la de su reconocimiento como parte del grupo de potencias colonizadoras; había llegado tarde como Imperio y el prestigio era vital, y por último, una tercera causa sería la necesidad de cooperación con Gran Bretaña dentro de la red diplomática bismarckiana para aislar a Francia (en esos años ambas potencias tenían intereses coincidentes), por lo que puso en funcionamiento un sistema político colonial diseñado por Bismarck, caracterizado por la no agresión, el ejercicio de un gobierno indirecto dejando la administración a los propios comerciantes y el mando a cónsules apoyados por la armada imperial.

La vinculación de Alemania con las Carolinas comienza en la mitad del siglo XIX cuando empiezan a establecerse en las islas numerosas compañías comerciales y se discute el derecho arancelario español, por demás los comerciantes establecidos en las islas reclaman a las autoridades españoles el ejercicio de una autoridad eficiente que pusiese fin a las rencillas que entre ellos se estaban produciendo. A tal efecto, desde Manila se enviarán sucesivas expediciones para la evaluación y toma de posesión efectiva de los archipiélagos. Así, en agosto de 1885 saldrán de la capital filipina los vapores armados Manila y San Quintín. Al llegar a la isla de Yap (Carolinas Orientales) tienen un incidente con el buque alemán Iltis que tensa de manera importante las relaciones entre Madrid y Berlín. Sólo la intervención como mediador del Papa León XIII impidió que se produjese un enfrentamiento directo.

La visualización de la ocupación efectiva española llevó pareja una reorganización político-militar de los territorios del archipiélago carolino, quedando agrupados en:

División Naval de Carolinas Occidentales con los conjuntos de Yap (con sede central en la isleta de Tapalao), Palaos dividido en los subconjuntos de Koror (islas del sur) y Badeldzuap (islas del norte), Ulea, Uluthi y Matelotas.

División Naval de Carolinas Orientales con los grupos de Ponapé (capital Santiago de la Ascensión), Pinguelap, Truck, Kusaie (o Ualan) y Mortlok

Ilustración 2. Distribución de las Divisiones Navales de las islas Carolinas

Fuente: elaboración propia a partir de Elizalde Pérez Grueso 1988, 79

Hasta las últimas décadas del siglo XIX Estados unidos se había dedicado a su consolidación como país, tenía una frontera interior, camino al Oeste, que había que vencer a la vez que tenía que solucionar sus propias contradicciones internas como potencia industrial o agraria. Lo primero quedó solventado con las grandes migraciones hacia las Grandes Llanuras y California y lo segundo tras la Guerra de Secesión. De esta manera, en medio de una gran prosperidad y a caballo de las revoluciones industriales, Estados Unidos se perfila como una potencia ávida de nuevos mercados; el consumo interno no era suficiente para la absorción de los excedentes que era capaz de producir. La apertura al exterior y la búsqueda de nuevos puntos de venta exigía entrar en competencia con otras potencias que ya habían atesorado la experiencia necesaria. El mantenimiento o fundación de las posibles factorías, bases o puntos de carboneo, demandaba la presencia de una flota de guerra lo suficientemente fuerte como para defender con éxito, llegado el caso, las concesiones obtenidas.

Es por ello que Estados Unidos “se desbordó” por encima de su propio ámbito geográfico, lo hizo hacia el Sur, influyendo en las inestables jóvenes repúblicas americanas 4, hacia el sureste, donde se encuentra con España en Cuba y Puerto Rico y lo hará hacia Asia a través del Pacífico, irá incrementando su islario de manera progresiva hasta que se vuelve a encontrar otra vez con España. Este país europeo en decadencia clara estaba empezando a ser un problema en su expansión

Ilustración 3. Expansión norteamericana por el Pacífico

Fuente: The encyclopedia of the Spanish-American and Philippine-American wars: A political social and military History Vol I Spencer C. Tucker editor (2009) ABC-CLIO, LLC Santa Barbara, California.

Al igual que comerciantes de otros países a partir de 1870, también ciudadanos y aventureros norteamericanos comenzaron a establecerse en las islas de soberanía española causando graves incidentes, incluso entre ellos mismos, por su avidez comercial.

En estas comunidades empezó a destacar la presencia de pastores protestantes (según terminología propia) o metodistas (según denominación hispana) que exportaban un modelo religioso en base al congregacionismo, con una gran acogida entre las poblaciones insulares.

La primera misión fue fundada en 1852 en Ponapé, bajo los auspicios de la American Board of Commisioners for Foreign Mission, que tuvo un papel relevante en la gestión de una infección de viruela que se produjo al poco tiempo de su llegada, circunstancia que aprovecharon para ganar la confianza de los nativos y establecer los primeros centros de enseñanza y adoctrinamiento religioso.

En poco tiempo se expandieron por un gran número de aldeas e islas, cristianizando y occidentalizando a los carolinos. El indiscutible líder de esta expansión fue el reverendo Edward T. Doane que llegó a las islas en 1854; en las décadas siguientes se le sumaría una decena de misioneros entre pastores, educadores y sanitarios. Esto permitió que en el año 1885 la misión contara con cinco familias de misioneros, cuatro profesores, veinticinco escuelas, otros veinticinco centros de adultos, siete centros misioneros y una institución, a semejanza de una Escuela Normal, que formaba profesores que viajarían en última instancia a Estados Unidos, además poseían también una goleta, la Morning Star que actuaba como elemento de comunicación entre los diferentes núcleos establecidos en las islas del archipiélago. (Rodao García 1989; Elizalde Pérez-Grueso, 2019)

Esta red religiosa tejida con esmero hizo que los isleños se mostrasen más proclives a seguir las directrices emanadas desde los emocionales púlpitos metodistas que las impartidas por las autoridades españolas en el marco político de su soberanía. Estados Unidos, desde un principio, exigió que los derechos de sus ciudadanos fuesen respetados, a lo que no pusieron objeción alguna desde Madrid. A pesar de las buenas intenciones por ambas artes no tardaron en surgir problemas entre los residentes en referencia a la posesión de varios territorios que se había auto adjudicado la iglesia metodista y cuya propiedad era cuestionada por parte de la autoridad civil española.

LAS GUERRAS KANAKAS

Pueden tipificarse como guerras kanakas5 aquellos enfrentamientos de intensidad variable que tuvieron lugar en la isla de Ponapé en las Carolinas orientales entre los miembros de las tribus locales6 y las autoridades españolas entre 1887 y 1898. De los cuatro enfrentamientos (1887, 1890, 1894 y 1898), tres de ellos corresponden a problemas surgidos inmediatamente después de la ocupación efectiva del archipiélago por parte española y la último a un conflicto religioso con eco en la guerra hispano-norteamericana de finales del XIX.

Ilustración 4. Ubicación de tribus Isla de Ponapé

Fuente Rodao García 1989, 112

PRIMER ENFRENTAMIENTO: LA GUERRA DE JULIO A SEPTIEMBRE DE 1887

En julio de 1887 hacía solo tres meses que se había procedido a la toma de posesión efectiva cuando empezaron a surgir problemas con los indígenas. El jefe o pastor principal de la iglesia metodista, el norteamericano E.T: Doane, no dejaba de poner obstáculos a al trabajo que estaban desempeñando los españoles, desautorizando constantemente al gobernador y dificultando las obras. El punto límite de desacuerdo llegó cuando el gobernador quiso edificar diversos edificios administrativos en un terreno a lo que se opuso el pastor, alegando su propiedad, cosa que no pudo documentar de ninguna manera. Esto hizo que fuese detenido y puesto a disposición de las autoridades de Manila el día 16 de junio.

El 1 de julio no se presentó ningún nativo a trabajar y requerido el rey de Sokeh al respecto respondió que preferían morir antes que ir a la Colonia7. El gobernador Posadillo envió entonces al alférez Martínez con veinte hombres a pedir explicaciones. Fue emboscado y murieron todos los soldados menos uno que, herido, logró regresar. Los efectivos restantes se fortificaron a la espera de un ataque masivo. Desde la casa de Doane estaban siendo hostigados con un fuego continuo.

El día 3, después de unas conversaciones con los kanakas se decidió la retirada de Colonia al pontón María de Molina, por lo que éste fletó unas lanchas para recoger al personal, el embarque fue sucesivamente hostigado llegando hasta el combate cuerpo a cuerpo en la playa, solo cuatro indios y el cabo José Martín “caminando unas veces por los bajos con el agua al cuello y otras nadando, pudieron alcanzar el otro bote que les habían enviado desde el pontón”8. Entre las bajas se encontraban el propio gobernador José Posadillo y el oficial médico Cardona (Francisco De Moya, 1891, 9).

La presencia de ET Doane en Manila no dejó de ser problema para las autoridades españolas, por una parte, estaba la necesidad de ejercer justicia contra las acusaciones que se hacían contra el metodista y por otra la posibilidad de un conflicto diplomático con los Estados Unidos. A fin de evitar más problemas, la Audiencia de Manila falló a favor de Doane, que es puesto en libertad con permiso para regresar a Ponapé, además se informó a Washington de la intención de compensar a la colonia americana por el daño sufrido.

Paralelamente a la acción de los tribunales, las autoridades de Manila llegaron a la conclusión de que había que neutralizar de alguna manera la influencia de los extranjeros y las ventas de armas a los revoltosos, por lo que el Gobierno General de Filipinas decretó el estado de guerra en el conjunto de las islas Carolinas el 27 de julio de 1887 (Manzano Cosano, 2020).

El regreso de E.T. Doane en el San Quintín, el primero de septiembre, relajó un poco los ánimos y los supervivientes pudieron bajar a tierra y retomar la construcción del fuerte Alfonso XII que habían empezado a levantar antes de la revuelta. Como gobernador provisional quedó el teniente de navío de 1ª clase De La Concha, que instó a los rebeldes a entregar a los causantes de los asesinatos, cosa a la que evidentemente se negaron.

El 31 de octubre, con intención de hacer un alarde fuerza entre los nativos, regresó el San Quintín, encabezando la expedición que formaba junto al Manila, el Cebú9 y el General Lezo10, bajo las órdenes del comandante de artillería José Díaz Varela. El contingente estaba formado por dos compañías de artillería peninsular, una batería de montaña de cuatro piezas, dos compañías de infantería indígena y una sección de ingenieros. Además, se incorporaba el nuevo gobernador, capitán de fragata Luis Cadarso.

En el mes de noviembre de 1887, se presentaron ante el gobierno civil los reyes de las tribus Sokeh, U, Kiti y Metalanim a solicitar perdón y jurar someterse a la soberanía española, entregando a los asesinos de españoles (Manzano Cosano, 2020).

Se evitaron las represiones deteniendo tan solo a los asesinos de Posadillo. La expedición de ayuda dejó las islas en enero de 1888, quedando en Ponapé dos compañías de los regimientos nº 3 y nº 7 mandadas por los capitanes Novillas y Pozo; estas compañías fueron relevadas por las del regimiento nº 5 (Cabezas Pereiro, 1895; MSS/13456; Fornier Casals, 2010).

Desde Madrid se explicó la revuelta como la manifestación palpable que los norteamericanos no estaban dispuestos a someterse a las autoridades españolas y que no dudaban en predisponer a los kanakas contra España; EE. UU. argumentó que la revuelta había sido causada por la negativa a trabajar gratis para el gobierno español, a la defensa de su libertad y la oposición a formar parte de las tropas coloniales, afirmaciones que no podía probar.

SEGUNDO ENFRENTAMIENTO: LA GUERRA DE JUNIO A DICIEMBRE DE 1890

La bibliografía que refleja el relato de la campaña militar de Matelanim, que llevó a la propia disolución de la tribu, se compone fundamentalmente por los escritos de Anacleto Cabezas, oficial médico y herido de guerra11; los de Francisco J. de Moya 12 y también por los de Ramón Sánchez (1974) y Luis E. Togores (1995) que trabajaron sobre un manuscrito titulado “Dominación de España en la isla de Ponapé, en las Carolinas Orientales, llamada Santiago de la Ascensión” redactado por el entonces coronel Manuel Serrano Ruiz, al mando de una de las columnas que asaltaron el poblado de Ketám poniendo fin a la guerra. Esta acción bélica ha sido tratada solo de manera tangencial por dos autores de referencia obligada en la historia colonial española en el Pacífico como son María Dolores Elizalde Pérez Grueso (1992) y David Manzano (2020).

El nuevo gobernador, Luis Cadarso logró imponer un poco de tranquilidad en la isla estrechando las relaciones con Doane, afianzando a su vez las estructuras de la administración española, no obstante, era consciente que sólo en los círculos más cercanos a las autoridades indígenas se tenía algo de influencia.

Reflejo de la relajación que se respiraba, fueron la finalización del fuerte de Alfonso XII, la del cuartel, la realización de la cartografía de la zona y el trazado del camino que llevaba desde Santiago de la Ascensión al reino de Kiti. Terminada esta vía de comunicación, se lanzó el proyecto de ampliar la red viaria con otro camino que llegase a la aldea de Oa, capital de la tribu Metalanim. Pero el trazado de la misma pasaba muy cerca de la misión de la iglesia metodista y Doane no estaba dispuesto a que interfieran en lo que creía su zona privada de influencia.

El 25 de junio, rebeldes bajo las órdenes de los líderes tribales Krown Chapalap y Tok Herú de los Metalanim (Togores Sánchez, 1995) aprovecharon que el contingente que estaba llevando a cabo las obras en Oa, al mando del teniente Marcelo Porras salió a cortar leña a las inmediaciones para atacar al puesto de retaguardia, y matar a tres soldados a la vez que se apropiaron del armamento. De igual forma, atacaron al contingente desarmado que tuvo que huir internándose en los manglares, asesinando al oficial, a dos cabos españoles, a dos indígenas y veintinueve soldados. (Togores Sánchez, 1995 p.247). Lograron salvar la vida solo veintitrés soldados, algunos gracias a intermediación del jefe tribal Nampei que logró ocultar algunos en su casa, donde llegaron heridos. Había sido inútil el esfuerzo del Manila por recogerlos en la playa, dada la escasa efectividad de la artillería que poseía en ese momento13 y la distancia que debía mantener con respecto a la costa, por lo que no pudo hacer fuego directo sobe los insurrectos; es más, encalló en los arrecifes y le fue imposible llevar a cabo un desembarco de auxilio debido al fuego de fusilería con que fueron recibidos los refuerzos.

Cadarso pretendió calmar la revuelta prometiendo perdón para los insurrectos a cambio de entregar las armas y a los culpables, a la vez que les recordó el potencial armado con que contaban los españoles en Filipinas. Como quiera que su llamamiento fue ignorado, pidió refuerzos a Manila. Se estaban repitiendo justamente los acontecimientos que tuvieron lugar en 1887.

A fin de terminar con el problema el Capitán general de Filipinas, Valeriano Weyler, dispuso mandar más tropas que la vez anterior, organizándose la Columna Expedicionaria de Operaciones que embarcó en los cruceros Velasco y Antonio de Ulloa14, bajo el mando del coronel de infantería Isidro Gutiérrez Soto, con los efectivos de tres compañías de Infantería, una compañía y una sección de Infantería de Marina, una compañía de Artillería, encuadrando a cinco capitanes, doce tenientes, dos alféreces, catorce sargentos, treinta y dos cabos y 469 soldados (de los que treinta y ocho eran indígenas)15. La fuerza naval la completaba el vapor mercante Salvadora con suministros y el servicio sanitario. Más tarde, el también vapor mercante Antonio Muñoz, aprovechando que debía hacer una escala en Ponapé, embarcó para la isla a cincuenta artilleros más.

En el Memorial de Artillería de 1891, el comandante del cuerpo, Francisco de Moya expuso lo siguiente sobre la expedición mandada el coronel de Soto:

“Componían las fuerzas, una compañía del segundo batallón de artillería peninsular mandada por el capitán Monasterio, dos compañías de infantería indígena de los regimientos núm. 68 y 73 y una compañía de infantería de marina […] esta expedición […] recogió en la isla de Joló la compañía del regimiento núm. 74 mandada por el capitán Romerales 16

Arribaron las fuerzas expedicionarias a la isla de Ponapé el primero de septiembre de 1890. Pocos días antes, el 21 de agosto, como confirmando las sospechas de la implicación que de los metodistas se tenían, atracó en el puerto de Oa el Morning Star, buque de comunicaciones de las colonias protestantes en el Pacífico.

Al ver la fuerza desplegada se presentaron diversos jefes tribales ante las autoridades a mostrar su adhesión a España; pero al no encontrarse entre ellos los cabecillas de los Metalanim, las autoridades españolas comprendieron que en esta ocasión no se lograría la pacificación de manera rápida.

El plan de operaciones del coronel Gutiérrez Soto, era: salir de Colonia en dirección al S. E. para pasar la divisoria de aguas que separa las vertientes N. y E. de la isla, por una garganta que existe entre las dos cimas más visibles de los montes Hupiricha, que la constituyen y caen sobre Metalanín por la cuenca del río Pilapentak, cerca de cuya desembocadura se hallarían ya los buques de guerra de apoyo a la operación.

A las cinco de la mañana del día 13 de septiembre, emprendió la marcha la columna, compuesta de 483 hombres, en dirección a Metalanín; en la vanguardia y avanzadilla, la fuerza de Artillería; detrás la compañía de Infantería de Marina, la del regimiento nº. 68 y la del 71, quedando a retaguardia la compañía del regimiento nº. 74.

Siguiendo el sendero trazado por la fuerza de vanguardia, se internaron en la espesura sin más auxilio que la brújula y en mitad de un aguacero que no dejó de acompañarlos en todo el tiempo que permanecieron en el interior de la jungla. A los días de marcha y en vista que las raciones habían empezado a descomponerse por el agua y el calor, el coronel dio orden de regreso a Colonia y decidió atacar Oa por otros medios.

Los buques entre tanto cañoneaban las islas de Tamnau, Narpali, Narcap, Nar, la punta de Palitipon y la costa de Ponapé, en la parte de Metalanín.

En consecuencia, era preciso adoptar un nuevo plan, y teniendo presente las dificultades que se habían presentado en la marcha por tierra, pensó el coronel Soto en efectuar un desembarco en Metalanín, embarcando a tal efecto la columna el 16 de septiembre en el transporte de guerra Manila y en el buque mercante Antonio Muñoz, que se encontraban en bahía.

En el primero de ellos, iría la fuerza de las tropas del regimiento nº.74, las del nº. 68 y las de Marina y en el segundo, la unidad de artillería y la del regimiento de infantería nº 71.

El desembarco se llevó a cabo sin excesivos problemas, aun a pesar de transponer los hombres los últimos quinientos metros con el agua al pecho, dado que los arrecifes de coralinos impedían el acercamiento de las lanchas. Acampó la columna en Palitipón después de haber coronado, sin ser hostilizada, las alturas que rodeaban la aguada, y allí pasó la noche.

El mayor médico Cabezas Pereiro relata en su obra que la columna estaba preparada para la partida, cuando extrañados de que no hubiese hecho presencia el coronel:

[…] nos dirigimos precipitadamente al sitio que ocupaba ¡y cuál no sería nuestra sorpresa, al verle inmóvil, salpicado de manchas de sangre, el revólver empuñado con la mano derecha, con el cañón cerca de la boca y una cápsula vacía ¡Se había suicidado durante la noche, disparándose un tiro dentro de la cavidad bucal, sin que ninguno de nosotros lo hubiese notado […]17

Después de este incidente inesperado asumió el mando de todas las fuerzas el capitán de fragata comandante del Velasco, José Paredes y el capitán de artillería Víctor Díaz el de las unidades terrestres.

Las primeras determinaciones fueron reembarcar la columna en el Manila y atacar el puerto de Oa por mar. La escuadra estaba formada por los cruceros Velasco y Antonio de Ulloa, el transporte Manila y el vapor mercante Antonio Muñoz.

Tras una preparación artillera sobre las trincheras que habían hecho los kanakas en torno a Oa, desembarcaron por oleadas las tropas españolas en medio de un denso fuego enemigo y de algún ocasional proyectil de artillería nativa. El asalto de las trincheras, la toma de las alturas que dominaban el pueblo y su conquista no estuvieron exentas de dureza, tanto en cuanto se tuvo que emplear el arma blanca en diversas ocasiones. Los kanakas supervivientes huyeron internándose en la espesura. Hubo cinco muertos y veintisiete heridos españoles.

Cumplida la misión de presencia y de castigo a la tribu rebelde, las fuerzas reembarcaron con destino a Colonia el día 21 de septiembre.

A mediados de octubre, apareció por las costas de Ponapé el navío estadunidense Alliance, que decía ir en auxilio de sus ciudadanos y ofreció su colaboración a las autoridades españolas, estas le recordaron la instigación constante de los pastores metodistas y rechazaron su ayuda. Después de las correspondientes amenazas y de la acusación de desprotección de los norteamericanos, trasladaron la misión a la isla de Ualan. La evacuación si bien alejó a algunos ideólogos, reavivó el conflicto diplomático entre Washington y Madrid, terminando años más tarde con otra indemnización por parte del gobierno español.

Aún después de la operación exitosa, los mandos españoles eran conscientes que no había acabado todo y que la tribu Metalanim seguía sublevada esperando la oportunidad para realizar algún ataque sorpresivo. Sabiendo que las ascuas seguían encendidas, decidió el Capitán General de Filipinas D. Valeriano Weyler, en los últimos meses del año, mandar una segunda expedición, esta vez contra el núcleo de Ketám, para atajar de una vez por todas la amenaza de los rebeldes.

Ilustración 5. Desembarco en Oa Ilustración 4 Desembarco en Oa. Fuente Togores Sánchez, 1995 p. 252

Fuente Togores Sánchez, 1995, 252.

A primeros de noviembre, se embarcó en Manila la nueva expedición que constaba de media compañía de artillería peninsular y una compañía de infantería indígena del régimen nº. 74. El mando se le encomendó el coronel Manuel Serrano Ruiz18. Sumada esta fuerza a la que ya había en la Colonia se llegaba a un total de 885 hombres distribuidos en dos compañías de Artillería, una de Infantería de Marina y cinco de Infantería de Línea (de entre todos ellos, aproximadamente un diez por ciento estaba en el hospital y otro tanto en los dormitorios aquejados de dolencias más leves.

Para la realización de la campaña se organizaron dos columnas, una compuesta por la primera compañía de artillería y dos de infantería de línea al mando del capitán Díez de Rivera, la segunda estaba formada por una compañía de artillería, una de infantería ligera y la de infantería de marina al mando del coronel Serrano. Ambas columnas se habían fijado la misión de converger sobre el reducto de Ketám, en el que los esperaban unos 1500 combatientes atrincherados.

Ilustración 6. Croquis del teatro de operaciones de Metalenim (1890)

Fuente: Sánchez Díaz 1974, 142.

Diez de Rivera desembarcó el día 22 en la playa de Oa e inició la marcha sobre el reducto kanaka. Por el camino tuvo que neutralizar diversas trincheras y fortificaciones que habían construido. Cuando llegó a las inmediaciones del punto de encuentro quedó a la espera de la segunda columna que no acudió a la cita. Esto no preocupó al oficial que llega a ordenar tres cargas a la bayoneta sobre las posiciones indígenas siendo rechazado en ellas19, por lo que tuvo que retirarse y en montar un campamento defensivo para pasar la noche.

Los botes en los que tenía que efectuar el desembarco la tropa de Serrano habían quedado varados a una distancia que no permitía el acceso a pie a la playa, por lo que tuvieron que desembarcar en la isla de Tamnan para aproximarse después. Este contratiempo hizo que la segunda columna se demorase catorce horas con respecto a la cita prevista.

Ilustración 7. Ataque de las columnas a Ketam

Fuente Togores Sánchez 1995, 23

Después de una marcha forzada a través del bosque en la madrugada del día 23, lograron tomar contacto con la exhausta primera columna, y ambas, en una maniobra envolvente, asaltaron Ketám a la bayoneta rindiendo a sus defensores.

Establecida la calma y a fin de evitar futuras revueltas, Serrano dividió el territorio de los Metalanim entre las tribus limítrofes Kiti y U, que aceptaron la oferta los días 9 y 13 de diciembre.20 El 26 del mismo mes regresan a Filipinas con las tropas el Manila y el Antonio Ulloa.

Después de tres años, desde 1887 a 1890, las revueltas kanakas habían causado 118 muertos y 87 heridos, los fallecidos correspondían: 32 a acciones de guerra directas y 86 a las dos “matanzas” llevadas a cabo.

El coste fue de 14.110,82 pesos21 para la Hacienda española.

TERCER ENFRENTAMIENTO LA REVUELTA ARMADA DE ABRIL DE 1894

A pesar de los resultados habidos en los enfrentamientos entre soldados españoles y las tribus rebeldes y de la amplia política de mano tendida que se le hace por parte de la administración a los kanakas no llegan en ningún momento a sentirse identificados ni con los administradores legales ni con la distensión promovida desde Madrid, cualquier desacuerdo existente entre los diversos grupos es solucionado con la toma de las armas por los nativos.

En abril de 189422, el gobernador interino Juan de la Concha quiso construir una trocha que fuese desde Colonia al puerto de Mutok que facilitase en primera instancia la comunicación entre ambos puntos sirviendo a la vez de camino rápido para el transporte de la artillería; por demás este trazado separaba las tribus de Kiti y Chakois (Sokeh o Yakoits) de las de U, Not y Metalanim.

En un principio los jefes locales aceptaron la propuesta de aportar personal asalariado, pero llegado el momento se retractaron arguyendo que ellos no podían obligar a sus súbditos a trabajar para los soldados si ellos no querían, y que temían las represalias que pudiese adoptar la tribu de Metalanim con los colaboradores. En esta ocasión, sí detectaron que a un grupo armado que se dirigía a las obras que se estaban llevando a cabo, y que estaba tomando posiciones en la espesura de la selva para hacer fuego sobre sobre el grupo de soldados deportados que estaban trabajando. El gobernador ordenó el repliegue a la vez que planeó una acción de respuesta.

Cada vez que había algún incidente con los españoles o con sus vecinos hostiles, los líderes Metalanim se refugiaban en su fortaleza de Chapalap, De la Concha ideó la formación de una guerrilla volante23, formada por dos soldados, cuatro deportados y siete disciplinarios (expertos en milicia y en combate en la jungla) que saliese de Colonia por tierra para esperar la llegada de los indígenas a su refugio cuando el crucero Antonio Ulloa se acercarse a bombardear los asentamientos costeros. Un fallo de la seguridad hizo que los Metalanim supiesen de la acción naval y esta fue suspendida. El gobernador mandó fortificar Colonia ante algún probable ataque indígena quedando solos los soldados de la expedición. No obstante, la guerrilla volante atacó la fortaleza de Chapalap causando un buen número de bajas, teniendo un muerto y dos heridos en la acción y otro fallecido más en la retirada a su base. Esta acción afectó a los nativos, ya que era la primera ocasión en la que las tropas españolas tomaban la iniciativa. El Gobernador en el informe que cursó a Manila escribió que:

[…]Para que este gobierno recupere el respeto y prestigio que necesita creo indispensable Excmo. Señor hacer caer sobre estas gentes con severa rigurosidad el peso de las armas al que desde hace tiempo son acreedores y ahora más que nunca, pues no satisfechos con la independencia absoluta con que indebidamente han venido disfrutando han tenido la ocasión de pretender coartar la acción del gobierno por la sola sospecha de que pudiera afectar a su libertad […]24.

E hizo la propuesta de crear una agrupación guerrillera compuesta por algunos miembros de las tribus amigas, soldados del Destacamento y de unos 300 refuerzos (o 200 disciplinarios en su defecto) que le remitiesen como refuerzos. Se comprometió a que en seis meses, a lo más tardar, quedarían sitiadas las tribus rebeldes y serían rendidas por hambre o por asedio artillero. Además, solicitó la activación del Estado de Guerra y una recompensa para los integrantes de la guerrilla volante.

El día 28 de mayo es desautorizado y reprendido desde Manila por las acciones tomadas por parte del Gobernador General de Filipinas.

La situación entra en un nuevo estado de calma, y las autoridades españolas aprovecharon la oportunidad para levantar una cruz de siete metros en el cementerio para honrar a Posadillo el 4 de julio, el mismo día que solicitaron hacer las celebraciones los metodistas norteamericanos.

La llegada del nuevo gobernador José Pidal y la puesta en marcha de un nuevo paquete de medidas que favorecen claramente los intereses kanakas y los atraen hacia la administración española consigue que el rey de Metalanim reconozca la autoridad española el 19 de noviembre de 1894 (Manzano Cosano 2020).

La presencia en la isla de Ponapé nunca fue asimilada completamente por los kanakas, aun a pesar de las continuas manifestaciones de adhesión, de la política colonial respetuosa con sus instituciones y del autogobierno que se forzaba la administración española en implantar. No hubo una fusión o forja de un proyecto común de desarrollo; los quince años que duraría su incorporación a la corona española desaparecieron de su memoria colectiva en poco espacio de tiempo.

CUARTO ENFRENTAMIENTO: LA REVUELTA POLÍTICO RELIGIOSA DE MARZO DE 1898

En este conflicto postrero hay divergencias en cuanto al origen de los enfrentamientos, algunos autores sugieren que más que un problema entre la población isleña y las autoridades coloniales fue un problema religioso interno en el que España no tuvo más remedio que intervenir. En cualquier caso, los incidentes comenzaron cuando el rey Not pretendió que todos los habitantes se convirtiesen al catolicismo, la respuesta de los habitantes de Mants y de Param fue atacar a todos los católicos de sus territorios y a las misiones allí establecidas; la isla quedó entonces dividida en dos bandos, uno católico integrado por grupos de Not, Atuak y Chokach y otro los de influencia metodista de Mants, Param, U, Metalanín y Kiti.

A fin de restablecer el orden el gobernador de las Carolinas Orientales, José María Fernández de Córdoba, se trasladó a la bahía de Mants a bordo del Quirós para comprobar la situación in situ. Allí fue informado de las características propiamente religiosas del conflicto, la revuelta no era sino una propuesta interna como rechazo a la orden del rey de Not de imponer la religión católica a los habitantes de la isla de Panam. Dadas las circunstancias, el propio gobernador quiso llevar a cabo una política conciliadora entre las diferentes facciones acudiendo a la ascendencia de los reyes y gobernantes locales como mediadores. Algunos, como el rey Pablo de Metalanín, le mostraron su apoyo, pero a la vez le comunicaron que no tenían medios para detener las escaramuzas ni a los jefes de los revoltosos. Otros en cambio, le dijeron que no tenían la más mínima intención de mediar en el conflicto.

A la vez que se ordenaron las patrullas costeras del Quirós y del Villalobos (que había llegado desde Yap), el gobernador Fernández de Córdoba envió al Alférez de avío Carlos Pineda a Manila pidiendo refuerzos militares; obviamente la situación de guerra que se estaba viviendo en Filipinas no era la propia como para atender a la petición

Conocido el conflicto que se estaba viviendo en el archipiélago filipino y por temor a un ataque sorpresa por parte de buques norteamericanos, los cañoneros quedaron fondeados en Santiago de la Ascensión como puntos de defensa ante un eventual desembarco, por lo que en Atuak, quedaron solo veintisiete soldados al mando del segundo comandante del Villalobos, Lorenzo Moya. Comprobada esta nueva situación por parte de los elementos revoltosos, incrementaron su hostilidad hacia la guarnición española, que se había reforzado con algunos católicos del lugar. Las descargas de fusilería eran constantes, aunque ellos mismos sabían que su armamento (carabinas wínchester y escopetas japonesas) tenían poco que hacer frente a los fusiles máuser del ejército español.

La situación de asedio se prolongó hasta que, por medio de barcos alemanes, se tuvo noticia de la firma de la paz entre España y Estados Unidos, volviendo el Villalobos a Atua. Ante la renovada presencia naval española los rebeldes solicitaron la paz, por lo que se retiró el destacamento.

Pero la situación no representaba una vuelta a la normalidad y la estabilidad precedentes, el aislamiento y el colapso financiero continuaron, siendo el vapor correo el único lazo externo. En Ponapé debieron mandar al cañonero Quirós a las Marshall a fin de adquirir los víveres necesarios para la subsistencia; la situación en Yap no era muy diferente; Salvador Cortés, gobernador de la isla, se lamentó en una carta fechada en octubre de 1898 de la escasez de vituallas, medicinas y la precariedad de las arcas gubernamentales. Las pocas mercaderías que logran obtener son de las factorías de O’Keefe y las aportadas por el buque alemán Arcona. (Manzano Cosano 2020).

En definitiva, si hay que definir la situación del archipiélago carolino en la posguerra inmediata son: aislamiento y escasez. En la mente de todos estaba la cuestión de que la situación se iba a cronificar y que era improbable que se pudiese continuar con el modo de vida habitual. Perdidas las Filipinas, la única conexión era con las islas Marianas y Palaos, bastiones aislados en la Micronesia. Que el gobierno de Madrid decidiese el abandono o traspaso de los territorios era ya solo cuestión de tiempo. En agosto de 1898 comenzaron las negociaciones con Alemania.

Tanto Estados Unidos como Alemania son las potencias que van a copar la posguerra y en las que se van a repartir los territorios hispanos. La potencia americana renunciará a los archipiélagos, a excepción de la isla de Guam, dentro del área de influencia alemana, aun a pesar de la colonia metodista carolina, que pidió su incorporación a América del Norte.

La Paz de París de 10 de diciembre de 1898 puso fin a la guerra hispano-americana y plasmó el triunfo del modelo colonial estadounidense, producto genuino de la segunda revolución industrial sobre el modelo, ya esclerotizado, de la Monarquía Hispánica.

Producto del conocimiento superficial de los territorios que tenía la potencia americana y del carácter de imposición de sus tesis, los redactores olvidaron la inclusión de la isla de Cagayán de Joló y las dos de Sibutú en el tratado, creando un nuevo incidente, ya que España denunció en enero de 1900, a través de su ministro en Washington, Duque de Arcos, la ocupación ilegal de algunos de los enclaves que no habían sido incluidos (Togores Sánchez 2019). No solo hubo los intercambios de notas diplomáticas entre Madrid y la capital americana, sino que esta circunstancia fue tratada en las cancillerías de las potencias con intereses en la zona. Como quiera que los norteamericanos se negaron abandonar la zona, España no pudo mantener su postura, máxime cuando era la única posesión que quedaba en Asia una vez cerrada la operación de venta de Carolinas y Marianas. Dada la indiferencia de los demás países, determinó llegar a un acuerdo y, después del regateo correspondiente, se llegó en julio de 1900 a una tasación de venta por 100.000 dólares.

La Gaceta de Madrid publicaba en el 24 de agosto de 1901

[…]

ARTÍCULO ÚNICO

España renuncia en favor de los Estados Unidos de todo título o derecho que, al firmarse el Tratado de Paz de París, hubiese podido tener sobre cada una o todas las islas pertenecientes al Archipiélago filipino, situabas fuera de los límites especificados en el art. III de dicho Tratado de París, y especialmente a las islas de Cagayán de Joló y Sibutú y sus dependencias, y conviene en que todas ellas queden comprendidas en la cesión del Archipiélago en idénticas condiciones a aquellas que fueron expresamente incluidas dentro de la mencionada delimitación.

Los Estados Unidos, en atención a esta renuncia, pagarán a España la suma de cien mil dólares ($ 100.000) dentro del plazo de seis meses, a contar desde el día del canje de ratificaciones del presente Tratado.

El presente Tratado será ratificado por S. M. la Reina Regente de España, previa aprobación de las Cortes del Reino, y por el Presidente de los Estados Unidos, con el consejo y consentimiento del Senado, y se canjearán las ratificaciones en "Washington en el más breve plazo posible.25

La presencia en Oriente de España como potencia colonial quedaba así liquidada definitivamente

BIBLIOGRAFÍA

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Elizalde Pérez-Grueso, MD. “Misión y Conflicto: Enfrentamientos entre España y Estados Unidos en las islas de Micronesia a fines del siglo XIX” pp. 137–151 en Silvia Betti (edit.) Norteamérica y España: una historia de encuentros y desencuentros. New York. Escribana Books. 2019

Fornier Casals, J.F. “Inspección político-militar de las islas Carolinas” Revista de Historia Militar, nº 108, 2010, 111–153

Manzano Cosano, D. El Imperio español en Oceanía. Córdoba. Almuzara. 2020

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Togores Sánchez, L.E. “Informe del General Serrano sobre la expedición militar de 1890”. Mar Oceana, 1995, 243–257

Togores Sánchez, L.E. ”La defensa de la soberanía española en Filipinas antes de la guerra del 98” Revista de Historia Militar, Nº Extra. II, 2019, 47–86

Vidal, M.J. “De la expansión colonial europea al imperialismo” en Juan Carlos Pereira (coord.) Historia de las relaciones internacionales contemporáneas. Madrid. Ariel Ciencia Política. 2017

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1 Concretamente, en el año de 1873 España se debatía simultáneamente en dos guerras civiles en territorio peninsular, la tercera carlista y la cantonal, y otra en territorio insular (Guerra Larga) en Cuba, además de la inestabilidad política interna motivada por la renuncia de Amadeo I al trono y el establecimiento de la Primera República.

2 Sobre todo, a partir de 1868, año en que se abre el Canal de Suez y se están trazando los planos del futuro paso que uniese el Atlántico con el Pacífico.

3 En 1885 se firma un acuerdo entre Gran Bretaña, España y Alemania en el que se reconocía la soberanía española en Joló a la vez que se renunciaba a la de las tierras interiores de Borneo, en definitiva, era un repliegue estratégico para consolidar la frontera sur de Filipinas.

4 Las intervenciones exteriores fueron la praxis de la teoría del “destino manifiesto”, que aparecería por primera vez en el artículo «Anexión» del periodista John L. O’Sullivan, (Democratic Review de Nueva York, número de julio-agosto de 1845), reflejada en las anexiones de Texas (1845), Oregón (1846), California (1848), en la guerra con México, (1846-1848) y en la compra de Alaska (1867); amén de otras incursiones.

5 Kanaka se puede traducir como “hombres” y es la denominación que adoptan para sí mismos los integrantes de las etnias de Micronesia, Polinesia y Melanesia.

6 La isla de Ponapé se encontraba dividida en cinco tribus, al norte los Sokeh (Chokat o Yakoits), Not y U; al este la de Metalanim y al sur la de Kiti.

7 Denominaban así al lugar donde se habían establecido los asentamientos administrativos, ejerciendo su función de capital de la isla

8Cabeza Pereiro, 1895, 167

9 Vapor de hélice de 704 tm, equipado con un cañón Krupp de 80 mm. y una ametralladora Nordenfelt de 25 mm.

10 Cañonero de 1ª clase de 548 tm armado con dos cañones Hontoria de 120 y 90 mm., dos ametralladoras Nordenfelt de 25 mm. y una de 11 mm., además de un tubo lanzatorpedos.

11 “Estudio sobre las Carolinas: La isla de Ponapé: Geografía, Etnografía, Historia”. (1895). Por esta acción Obtuvo la Cruz de María Cristina de 2ª clase.

12 “Nuestro Ejército en las Carolinas” (1891).

13 Según Cabeza Pereiro, 1895, dos cañones de bronce llamados Quevedo y Villar, 177.

14 Crucero de 1150 tm de 2ª clase, réplica de los Velasco. Estaba armado con 4 cañones Hontoria de 120 mm., 2 cañones de 70 mm., 4 ametralladoras y dos tubos lanzatorpedos.

15Sánchez Díaz, 1974, 149.

16 La fuerza de infantería destacada en Filipinas se articulaba en siete regimientos: Legazpi n.º 68, Iberia n.º 69, Magallanes n.º 70, Mindanao n.º 71, Bisayas n.º 72, Joló´ n.º 73 y Manila n.º 74, (Puell de la Villa, 2003).

17Cabezas Pereiro, 1895, 181

18 Cuyo manuscrito de las operaciones sirvió de referencia para los trabajos de Sánchez Díaz (1974) y Togores Sánchez (1995.)

19 En estas acciones fue herido en una mano el mayor médico Cabezas Pereiro, autor de referencia.

20 Al llegar al acuerdo sin su aprobación el acto será suspendido en marzo por el gobernador provisional de Filipinas.

21Manzano Cosano, 2020, 379.

22 AHN, ULTRAMAR 5353 Exp 7.

23 Operaciones Especiales.

24 Informe del Gobernador Juan de la Concha Ramos sobre un levantamiento indígena en Ponapé, incluido en el Exp 7. AHN 5353.

25 GMD 24 de agosto 1901.

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