Federico Obanos. ¿Un precursor de la doctrina anfibia del siglo XX?
Federico Obanos. A forerunner of 20th century amphibious doctrine?
José Miguel Quesada González
Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado (UNED)
Recibido: 22/05/2023
Aceptado: 27/09/2023
DOI: https://doi.org/10.33732/RDGC.13.85
Resumen
En 1934, el Cuerpo de Marines emitió la primera doctrina anfibia moderna. Se trataba de una respuesta a la necesidad estratégica de ejecutar con brillantez este tipo de operaciones en los años venideros, como acabaría sucediendo durante la contienda mundial. Justo ese año fallecía el general Federico Obanos y Alcalá del Olmo. Observador del entorno estratégico de su tiempo y visionario en su profesión, el casi desconocido oficial español de infantería de marina adelantó someramente, con casi cuatro décadas de ventaja, tanto las bases del pensamiento anfibio actual como alguna de las tácticas plasmadas en la doctrina de los Marines.
Palabras clave
Desembarcos, Enseñanza Naval, Galípoli, Infantería de Marina, Neocolonialismo.
Abstract
In 1934, the Marine Corps issued the first modern amphibious doctrine. It was a response to the US strategic need to brilliantly execute this type of operation in the coming years, as eventually happened during the world war. Just then, General Federico Obanos y Alcalá del Olmo passed away. An observer of the strategic environment of his time and a visionary in his profession, this almost unknown Spanish Marine officer, almost four decades ahead of his time, briefly advanced both the foundations of current amphibious thinking and some of the tactics embodied in Marine doctrine.
Keywords
Gallipoli, Landing, Marine Corps, Naval Education, Neo-colonialism.
INTRODUCCIÓN
Es imposible separar las actividades de guerra anfibia del neocolonialismo desplegado por Estados Unidos y por Japón entre el final del siglo XIX y la Segunda Guerra Mundial. Con el Caribe, el Pacífico y la costa asiática como principales escenarios, la imagen de una multitud de hombres armados descendiendo de buques de guerra o de transportes para penetrar en los litorales de Corea, Cuba, Hawai, Filipinas, México o Santo Domingo, entre muchos otros, está grabada en la mente de todos los estudiosos y aficionados a la historia militar que han evocado aquellas operaciones. Curiosamente, la guerra anfibia arrastraba en esos años un lastre de desconfianza tras los sonoros fracasos y las inciertas victorias que las misiones de este tipo habían venido teniendo a lo largo del siglo XIX, sobre todo cuando las playas contaron con fuerte oposición enemiga. Estados Unidos, en particular, comprendió que sólo con la elaboración de una robusta doctrina impediría la repetición del lamentable papel jugado por sus tropas en el desembarco de Daiquirí de 1898, donde únicamente la ausencia de resistencia española impidió el desastre1. La clamorosa derrota anglo-francesa en Galípoli —una campaña que había comenzado con un gran desembarco—, ante un ejército que se tenía por inferior, no hizo más que confirmar la gran dificultad de esta manera de hacer la guerra.
A pesar de todo ello, con posterioridad a esa derrota, algunos países —muy contados— recuperaron la fe en la guerra anfibia, tanto que se haría esencial durante la Segunda Guerra Mundial. En ese camino hacia la confianza, Boose (2008: 40) es uno de los historiadores que identifican el Tentative Manual for Landing Operations —un documento redactado en 1934 con el esfuerzo del Cuerpo de Marines— con la primera doctrina moderna. Ahí se mostraban con claridad los factores de éxito de una operación anfibia y se daban indicaciones precisas para su preparación y ejecución, de tal forma que la victoria estuviese prácticamente garantizada, incluidas las playas fuertemente defendidas. Casualmente, cuando buscaba antecedentes remotos a dicha doctrina, el firmante de este artículo se topó con el poco conocido infante de marina que le da título. Se trata de un oficial del Cuerpo e historiador que llegó al empleo de general de división y que ocupó, entre los años 1919 y 1922, el destino de mayor nivel dentro de su propia organización—inspector general, hoy comandante general—. La obra Desembarcos pasajeros en tiempo de guerra establece, ya en 1897, algunos de los aspectos que deben cuidarse en una operación de estas características, tanto en la fase de planeamiento como en la ejecución. La relevancia de este trabajo fue tal que, desde 1897 hasta bien avanzado el siglo XX, se consideró texto obligatorio para la formación de los oficiales navales españoles2.
¿Fue realmente Obanos un adelantado a su tiempo? La presente investigación nace con el deseo de responder a esa pregunta, explicita en su propio título. Los primeros indicios llevan a pensar que Federico Obanos se anticipó a lo que otros escribirían décadas despúes. Con el fin de demostrarlo, se han utilizado las fuentes primarias constituidas por sus propios escritos y los de estudiosos coetáneos, con referencia especial al Tentative Manual de 1934, ya mencionado. Asimismo, para saber más sobre las facetas militar e historiadora, se ha consultado su expediente personal en el Archivo General de la Marina «Álvaro de Bazán» y en los fondos de la Real Academia de la Historia, institución a la que perteneció como miembro correspondiente.
En el contenido que sigue a esta introducción, se dedican dos apartados a hacer una semblanza de lo vivido por Federico Obanos desde su juventud hasta el momento en que terminó de publicar toda su obra, en un intento de comprender quién era el personaje que empuñó la pluma para escribir en favor de una actividad bélica en la que casi nadie creía. Posteriormente, se describirán las carencias doctrinales del momento en que vivió para, finalmente, establecer los elementos de comparación entre Desembarcos pasajeros y las obras precedentes y posteriores.
El autor desea agradecer la excepcional diligencia y las facilidades dadas por Vicente del Campo Hernán y Asunción Miralles de Imperial y Pasqual del Pobil, del Archivo General de la Marina y de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, respectivamente. Por otra parte, este trabajo no habría comenzado sin las preguntas metódicas formuladas por el coronel de infantería de marina Alejandro Ferreira Velón. Fue él quien intuyó antes que nadie que la obra del general Obanos, escrita cuando aún era comandante, merecía la pena ser investigada.
Figura 1. Retrato del general Federico Obanos, de la galería de inspectores generales del Cuerpo.
Fuente: Secretaría del Cuartel General de la Fuerza de Infantería de Marina (San Fernando, Cádiz).
SUS INICIOS EN LA VIDA CASTRENSE
Aunque de sangre navarra, Federico Obanos y Alcalá del Olmo nació en Valencia el 5 de marzo de 1856. Dada la endogamia de la época, no debe sorprender que su árbol genealógico esté plagado de militares, tanto por parte paterna como materna. Sin ir más lejos, su padre, Marcelino Obanos Larumbe, se había significado en los episodios convulsos del tercio central del siglo XIX, después de alistarse en 1833 como voluntario carlista. Terminada la guerra, se incorporó al ejército cristino y prosperó en el oficio de la milicia, manteniéndose en activo hasta la década de los setenta, cuando era teniente coronel de infantería y le llegó la hora del retiro3.
Su nacimiento coincidió con un cambio de época. En el campo económico y tecnológico, el desarrollo de un proceso de fabricación barata de acero iba a dar el pistoletazo de salida a la segunda revolución industrial y a la generación de las condiciones que darían lugar a la escalada armamentística y a la construcción de grandes buques de guerra de su edad madura. Los bandos contendientes en Crimea —una guerra con varias acciones anfibias importantes— estaban a punto de firmar el tratado de paz. En lo que respecta al contexto político nacional, el Bienio Progresista tenía los días contados, minado por los disturbios del año anterior en Cataluña y por los que se estaban gestando en ese momento, en una coyuntura de pronunciada inflación de los productos alimenticios básicos.
Estrenó su primer uniforme en Cartagena, el 10 de julio de 1870, cuando, jovencísimo, atravesó la puerta del, ya demolido, Cuartel de Batallones, donde residía el 3.er Regimiento de Infantería de Marina. A sus catorce años, era uno de los doce aspirantes a cadete que ingresaban ese día4. A propósito del cadete, esta era una figura del Antiguo Régimen que, por razones meramente económicas, había sido recientemente recuperada para la Infantería de Marina5. En un tiempo de mudanza, con el conflicto cubano recién estallado e inmersos en un proceso constituyente para alumbrar un nuevo régimen político, el joven Obanos se presentó a la primera convocatoria publicada tras varios años de suspensión de la enseñanza de nuevos oficiales. A la oposición podían concurrir todos los españoles no privados de sus derechos de entre dieciséis y veintiún años, llevándose a cabo la selección y clasificación por medio de un examen de tres ejercicios6. Federico consiguió estar entre los mejores de 105 candidatos.
Si se echa un vistazo a los documentos disponibles, se encontrarán dos irregularidades que arrojan alguna sombra sobre el proceso de selección. La primera, que bien podría un error administrativo, consiste en que Obanos no estaba en la relación oficial de admitidos a examen, lista preceptivamente publicada antes de la oposición. La otra acabó convirtiéndose en una pesadilla que amargaría los últimos años de su carrera militar.
Con el paso de los años, algunos de sus compañeros habían constatado que el joven cadete había ingresado en el Cuerpo con dos años menos que la edad mínima reglamentaria. Eso suponía un agravio para los que se encontraban en las posiciones consecutivas del escalafón y tenían una edad parecida, porque retrasaba o impedía su ascenso. Obviamente, los daños eran mayores en los empleos más altos, donde la pirámide organizacional se estrecha enormemente y quedan pocas vacantes. Por eso, tanto cuando llevaba las divisas de coronel como las de general de brigada, varios oficiales denunciaron la remota ilegalidad ante el Consejo Supremo de Guerra y Marina, solicitando airadamente una revisión de sus ascensos. Con no poco esfuerzo, Obanos consiguió zafarse de las acusaciones por medio de la presentación de una nueva partida de bautismo. El documento con la fecha enmendada fue aceptado tanto por el Centro Consultivo de la Armada como por las otras instancias a las que habían recurrido, quizá temiendo las consecuencias de invalidar los actos administrativos de toda una carrera7.
Se puede anticipar que, durante la edad adulta, demostró altas capacidades intelectuales para la investigación histórica, la erudición en aspectos profesionales y la traducción del francés. Desafortunadamente, no se puede decir lo mismo de su período de instrucción, donde no destacó, seguramente por la propia inmadurez debida a la brecha de edad que le separaba de los compañeros. Sea por lo que fuera, en los exámenes finales, celebrados en San Fernando, no pudo llegar a la máxima nota en ninguna de las asignaturas cursadas, alcanzando en todas ellas un «bueno», comparable al «notable» de la enseñanza general española de un siglo después8.
Con la patente de oficial ya en el bolsillo, el primer contacto con un conflicto bélico le llegó en 1873, en plena revolución cantonal. A este movimiento no se había adherido a pesar de que, en su destino cartagenero, había vivido el agitado ambiente del momento. Enviado desde la ciudad mediterránea a Ferrol, embarcó en la fragata Carmen, un buque de la escuadra del almirante Lobo que, por tanto, era parte del dispositivo de bloqueo del cantón murciano (Pérez, 2007: 256). Cerrado ese corto episodio, marchó con su batallón al norte, a la división del general Arsenio Martínez Campos, que se encontraba desplegada para luchar contra la rebelión carlista. En esa altura, el enemigo tenía el práctico control del territorio por encima del río Ebro y del Maestrazgo, con absoluta implantación en las provincias vascas y en Navarra9. El teniente Obanos tuvo un comportamiento muy meritorio en aquellos combates y recibió varias condecoraciones. Sin embargo, le cupo el sinsabor de que su unidad fuese una de las derrotadas por fuerzas muy inferiores en la batalla de Abárzuza, en junio de 1874, donde, además, fue abatido el Marqués del Duero. Afortunadamente para el joven oficial, su pesar debió de mitigarse con la contribución a la victoria liberal en Oteiza, que celebraría dos meses más tarde.
LA TRANSICIÓN DE LA ESPADA A LA PLUMA
El Cuerpo elegido en su tierna adolescencia no satisfizo las primeras expectativas de Federico. Ya fuera por la desazón de encontrarse en un entorno donde no era de los mejores, ya fuera por la sobrecarga de misiones y servicios que tenían sus unidades en esos años (Cózar 1993: 29), nuestro protagonista se propuso muy pronto abandonar el mando de una sección de fusiles y dedicarse a otras tareas más intelectuales dentro del mundo castrense.
Lo intentó por primera vez al poco de recibir su bautismo de fuego, en noviembre de 1873. Creyó que lo mejor, dadas sus aptitudes, era ingresar en el Cuerpo de Estado Mayor del Ejército y, para poder prepararse la prueba de admisión, se estableció en Madrid. Lamentablemente, el permiso le fue revocado dos meses después, justo cuando su coronel recibió órdenes para que efectivos del 3.er Regimiento se incorporaran a las operaciones contra los carlistas. Tras varios meses de combates, solicitó de nuevo cambiar de cuerpo. Esta vez se presentó al examen de acceso a la Academia de Ingenieros de Guadalajara, donde, finalmente, ingresó en noviembre de 1874. Aunque fuese uno de sus alumnos durante casi seis meses, no se sintió a gusto allí. En ese tiempo, el Cuerpo de Ingenieros se encontraba inmerso en un activo proceso de incorporación de nuevas tecnologías y Obanos no debió de verse atraído por el Electromagnetismo, la Resistencia de Materiales y el Sistema Acotado, materias tan vinculadas al telégrafo, al ferrocarril y a la Topografía, respectivamente, y que eran algunos de los servicios de reciente adquisición (Quesada, 1997: 410). Desencantado, abandonó voluntariamente las clases para incorporarse otra vez a su unidad, que todavía estaba combatiendo en el norte10.
Fue entonces cuando, quemados sus barcos, buscó el desarrollo intelectual que tanto deseaba dentro de la Infantería de Marina, en una sorprendente evolución que duraría varias décadas. Con tan sólo veintidós años, al poco de terminar la guerra civil antes referida, fue nombrado profesor del Centro de Instrucción del Departamento de Cádiz. Esa incipiente vocación didáctica se vio consolidada en 1884, cuando le destinaron como profesor de la Academia General Central, precisamente a la sección encargada de preparar a los sargentos para el ascenso a oficial. Este centro de adiestramiento naval había sido constituido en 1879, cuando algunas reformas significativas emprendidas por el Ejército pedían a gritos su traslado a la Marina. El Cuerpo empezó a desarrollar entonces una fuerte personalidad propia, empujado por el mayor número de efectivos y por la gran preparación adquirida en los conflictos civiles, tanto en suelo peninsular como en Ultramar. Estrenaron orgánica —una más adecuada para el crecimiento de las unidades a partir de la movilización de reservistas—, mientras que se unificaron las formaciones de soldados y de oficiales acabando, entre otras novedades, con la obsoleta clase de cadetes (Cózar, 1993: 66).
Dos misiones fuera del territorio peninsular hicieron que Obanos se diera de bruces con la realidad estratégica mundial y adquiriera conciencia del futuro que le estaba reservado a la Infantería de Marina. La primera tuvo lugar en noviembre de 1888, cuando fue comisionado para un servicio en el Apostadero de La Habana. Desde finales de octubre, la prensa venía informando de la necesidad de socorrer al cónsul español en La Guaira (Venezuela). Estaban preocupados porque, hacía meses, había estallado un movimiento contra el presidente del antiguo territorio español y se presumía el envío de un buque de guerra que pudiese «amparar, si llegara el caso, los intereses de nuestro comercio». Dicha nave habría de salir del apostadero con una guarnición suficiente como para poder ejecutar una incursión anfibia en las proximidades de Caracas11. Finalmente, no hubo operación de ningún tipo, pero el capitán Obanos sí que viajó desde Cartagena a la isla antillana al frente de 88 infantes del 6.º Tercio Activo, que era la fuerza prevenida para esa eventual misión12.
La segunda vez que se invistió del carácter expedicionario de su Cuerpo fue en 1894. Entre las condiciones que habían puesto fin a la Primera Guerra del Rif —o guerra de Margallo— estaba el pago de unas indemnizaciones cuya primera entrega debía realizarse en julio de ese año (Llanos, 1894: 299). En medio de una gran incertidumbre por la muerte de quien había firmado el acuerdo por parte de los vencidos —el sultán Muley Hassan—, el Consejo de Ministros envió a Mazagán —actual El-Yadida— una compañía expedicionaria de infantes de marina. Su misión era escoltar en el transporte Legazpi al personal encargado de recoger esa gran suma13. En esta ocasión, el contingente fue creado con efectivos del gaditano 1.er Regimiento, bajo el mando del capitán Obanos.
Desde la vuelta de Mazagán hasta su destino como coronel del 3.er Regimiento, en 1911, no mandó ninguna unidad del Cuerpo. En esa década y media larga sólo ocupó puestos auxiliares en el Ministerio de Marina y en la Inspección General. Se trata de un período de madurez que, en lo personal, incluye la satisfacción de contraer matrimonio, en 1899, con Saturnina Lazaga Baralt, hija del malogrado comandante del crucero Almirante Oquendo, uno de los navíos participantes en la batalla naval de Santiago de Cuba. Esa felicidad se vio tristemente neutralizada dos años después, con ocasión de la muerte de pulmonía de su único hermano varón, Arturo, también oficial de infantería de marina y secretario particular del ministro del ramo14. En lo intelectual, fueron años que despertaron en Federico Obanos un gran interés por la investigación histórica y profesional y en los que escribió toda su obra, empezando por Desembarcos pasajeros en tiempo de guerra, puesto a la venta en 189715.
Tremendamente inquieto con el escenario estratégico que le rodeaba, a sus cinco libros hay que añadirles varios artículos publicados en El Mundo Naval Ilustrado, en la Revista General de Marina y en Vida Marítima, que se pusieron a disposición de los lectores entre los años 1901 y 1906. Con la excepción del cerco de Orán y Mazalquivir —uno de los enfrentamientos contra los turcos enmarcados en la pugna por el control del Mediterráneo del siglo XVI—, Obanos se volcó en el estudio de lo cercano, es decir, el siglo XIX y su momento presente. En particular, se mostró muy curioso con cómo estaban evolucionando las armadas y el poder anfibio en otros países, conectando hábilmente las reformas emprendidas y el nuevo material adquirido, por un lado, con las victorias navales o expedicionarias conseguidas por esas mismas naciones, por otro, resaltando la relación causa-efecto entre ellas. Más concretamente, mostró cómo el poder naval influyó en la derrota china de 1900, cuando las potencias occidentales doblegaron al gigante asiático (Obanos, 1901b). Usando ejemplos británicos, destacó —lo mismo que había hecho Mahan— el papel que habrían de jugar en los futuros conflictos las marinas mercantes, tan «indispensable[s] a la grandeza de un país como una importante flota militar» (Obanos, 1901a: 295). Asimismo, retrató en seis entregas y con mucho detalle la evolución del Japón, un país medieval hasta la guerra civil de 1868-1869 que, tan sólo veinte años más tarde, ya contaba con el germen de una marina moderna y una potente flota de cruceros rápidos y bien armados, entre otros buques de guerra. Dicha fuerza naval ya había demostrado su capacidad al vencer al gigante chino (Obanos, 1906: 103).
Si se tiene en cuenta lo que se estaba debatiendo en esos años en las Cortes españolas, se comprenderá que los artículos citados no fueron fruto de la casualidad. Desde 1899, se habían venido presentando sucesivos planes navales con el propósito de sacar la Armada del estado de postración en que permanecía desde el final de la guerra hispano estadounidense, llevándola a unos niveles de eficacia razonables. Como otros, Federico Obanos quería que la fabricación de esos nuevos navíos saliera adelante. De hecho, cuando decidió publicar la primera de las entregas sobre el Japón, no hacía mucho que se había debatido el plan del ministro de Marina Joaquín Sánchez de Toca, que incluía la construcción de siete acorazados y tres cruceros, y que no prosperó por la sempiterna falta de dotación presupuestaria (Rodríguez, 2012: 243 y 244).
La publicación de su primer trabajo importante de investigación histórica —La Marina en el bloqueo de la Isla de León (1810-1812)— fue el pistoletazo de salida para que entrase oficialmente en círculos académicos. Incluso unos meses antes de la puesta a la venta, el general e historiador José Gómez de Arteche (1905) adelantaba una elogiosa reseña del libro en el boletín de la Real Academia de la Historia, apoyando implícitamente la admisión de su autor en esa institución16.
LA PERENTORIA NECESIDAD DE DOCTRINA ANFIBIA EN LOS ALBORES DEL SIGLO XX
Para entender el empleo que se hacía de las operaciones anfibias en el siglo XIX hay que saber que eran misiones que involucraban, por lo general, a pequeños contingentes, muchas veces las propias dotaciones de los buques de guerra que componían la fuerza atacante. Además, cuando las playas se encontraban medianamente defendidas el fracaso estaba prácticamente servido. Por lo tanto, se solía desembarcar en puntos alejados del objetivo final, transportando la fuerza hasta la costa por medios muy precarios, que dejaban expuestos a soldados y marineros en su recorrido hasta la arena. Cuando, a los avances tecnológicos traídos por la segunda revolución industrial, se unieron las transformaciones en los sistemas de reclutamiento, el tamaño de las fuerzas en conflicto aumentó. Así, la complejidad de desembarcar un gran contingente en una costa mínimamente guarnecida aumentó aún más, ofreciendo resultados poco predecibles y siendo, muchas veces, inviable.
Antes del cambio de siglo, nuestro autor había vivido algunas operaciones anfibias de calado y conocido los ecos de otras que habían tenido lugar muy poco antes. Supo del gran éxito cosechado por los estadounidenses en Veracruz, en 1847, cuando pusieron en la costa a doce mil hombres para bloquear la ciudad por tierra y por mar y, posteriormente, poder someterla a un intenso bombardeo. También conoció el desembarco anglo-francés en Calamita de 1854, una acción previa al asedio de Sebastopol que sólo pudo salir adelante por la ausencia de oposición rusa. A pesar de que la utilización de lanchas a vapor había mejorado muchísimo el movimiento buque-costa, 54.000 hombres fueron llevados a la playa en medio de un enorme caos logístico, mucho más serio en el lado británico (véase la figura n.º 2).
Figura 2. Fotografía del puerto de Balaclava en 1855, tomada por Roger Fenton. La imagen da una idea bastante fiel del caos logístico al que se tuvieron que enfrentar las unidades desembarcadas.
Fuente: Biblioteca del Congreso, Prints & Photographs Division, sig.ª 2001697262.
También oyó hablar de cómo tuvo lugar, sin resistencia alguna, el desembarco español de 1860 en la desembocadura del río Martín, dentro de la Guerra de África. Fue este un medio de acceder al valle de Tetuán y crear así una tenaza sobre la ciudad, en unión con la columna procedente de Ceuta. Seis mil soldados de la división del general Ríos formaron la cabeza de playa, fortificaron el perímetro y permitieron la penetración que llevaría a la conquista de la mencionada capital rifeña (Álvarez-Maldonado y Gamundi, 1994: 119-125). Dentro de la guerra de Secesión estadounidense, una de las operaciones anfibias más estudiadas en época de Obanos fueron los dos ataques anfibios a Fort Fisher, en 1864 y 1865 (véase la figura n.º 3). La absoluta descoordinación entre el comandante naval y el comandante de la fuerza de desembarco provocó el fracaso del primero de ellos, retrasando los planes de la Unión de tomar la fortaleza y de controlar, rio arriba, el área de Wilmington (Ohls, 2006).
Figura 3. The bombardment and capture of Fort Fisher, litografía de Currier & Ives (entre 1865 y 1872). El primer asalto a Fort Fisher (1864), dentro de la Guerra de Secesión estadounidense, es uno de los ejemplos paradigmáticos del fracaso de una operación anfibia por falta de alineación en el mando y control. Corregido el problema, el segundo asalto, ejecutado en enero de 1865 (en la litografía), sí que tuvo éxito.
Fuente: Biblioteca del Congreso, Prints & Photographs Division, sig.ª 2013646578.
Con todo ese conocimiento, Obanos estaba seguro de que, a medida que el final de siglo se acercaba, urgía la necesidad de desarrollar la capacidad de realizar desembarcos eficaces. Hay que reparar en que siete potencias occidentales se habían lanzado a la ocupación efectiva de África, una vez que, en 1885, la Conferencia de Berlín hubo resuelto, en un principio, las fricciones entre ellas. Aun así, la empresa no estaría exenta de conflictos que, tarde o temprano, conllevarían el envío de tropas por mar a suelo africano. Así sucedió, por ejemplo, con la guerra de Margallo en el Rif y con las guerras contra los bóeres y los zulúes en Sudáfrica. Volviendo la mirada hacia Asia, ya se ha visto cómo un emergente Japón había derrotado a la potente China en 1895, con la fuerte involucración de su flamante armada y la brillante ejecución de varias operaciones anfibias. Además, propiciada por los avances tecnológicos y la estrategia naval del capitán de navío Alfred T. Mahan —The influence of sea power upon history (1660-1783), publicada en 1890—, las grandes potencias estaban enfrascadas en una desquiciada carrera por la construcción de buques y la captura por todo el mundo de bases navales en la que repostarlos y repararlos.
En este marco, Federico fue uno de los primeros estudiosos que enmendaron la plana a Mahan, quien estaba obsesionado por el poder naval en sí mismo, es decir la dominación de las líneas marítimas de comunicación y los puertos y la creación de los medios para vencer al enemigo en una batalla naval decisiva, encuentro donde la flota de uno de los dos contendientes quedaría destruida, de la misma manera que había postulado Jomini en el ámbito terrestre (López, 2020: 104). Con lo que había vivido y sabido en los años precedentes, no es de extrañar que el autor de Desembarcos pasajeros se adelantara catorce años a Julian S. Corbett en la predicción de la importancia de las operaciones anfibias, afirmando que «las guerras futuras más probables tendrán sus primeros teatros de operaciones en el litoral de los distintos países»17. De esta manera, denunciaba el carácter incompleto de la estrategia de Mahan, cuyo efecto en una costa enemiga no habría de ser sino pasajero si las actividades iniciadas por una escuadra no se culminasen con un desembarco de tropas (Obanos, 1900: 30).
Asimismo, como si ya hubiese presenciado los avances armamentísticos de la Primera Guerra Mundial y el descrédito de la guerra anfibia tras Galípoli, Obanos identifica el progreso tecnológico como un riesgo para la viabilidad de las operaciones anfibias. Curiosamente, como una gran novedad entre los oficiales de la época, también es consciente de la oportunidad que eso supone para la fuerza atacante, que se beneficia de la ventaja táctica proporcionada por las nuevas armas.
«El moderno armamento de la infantería, con su alcance, precisión y rapidez, hace indispensables, no solo los nuevos modos de combate, si [sic]que también gran prontitud y facilidad en el manejo de aquél para obtener el mayor partido posible de las ventajas que proporciona» (Obanos, 1900: 32).
A estos planteamientos estratégicos hay que añadir que, en 1895, la revitalización del conflicto cubano había llevado al ministro de Marina —almirante José María de Beránguer— a devolver al Cuerpo la orgánica basada en regimientos. Ante la necesidad de cubrir tanto las nuevas vacantes de oficial como la más que previsibles bajas en combate, la Academia, que había cerrado en 1893 por las habituales imposiciones presupuestarias, fue abierta de nuevo (Rivas, 2007: 100). Además, el Consejo Consultivo se había pronunciado expresamente en 1896 sobre quién debía ejercer el mando de una columna de desembarco, estableciendo que, como era habitual en el siglo XIX, dicha responsabilidad correspondería al oficial más caracterizado de los que compusiesen la fuerza, ya fuera del Cuerpo General o del Cuerpo de Infantería de Marina, sin importar la naturaleza de los que saltaran a tierra18.
Ante el escenario complejo compuesto de la dificultad de ejecución, la necesidad futura de combatir en las playas, la revitalización de la enseñanza de los infantes de marina y la posibilidad de que cualquier oficial naval mandara un desembarco, el comandante Obanos sintió una fuerte preocupación. Desde su destino de la Dirección de Personal del Ministerio de Marina, su pasado docente le recordaba que, prácticamente, no existía doctrina para asegurar el éxito. Además. sabía que la ausencia de reglas y patrones habían hecho vacilar en el pasado a muchos oficiales veteranos a los que se había encargado la ejecución de operaciones de estas características. Este es un primer indicador de su talante precursor, porque los estadounidenses tuvieron que esperar a la guerra hispanoamericana para darse cuenta de la importancia de disponer de una adecuada doctrina anfibia y una fuerza bien adiestrada (Henry, 2000: 23).
En realidad, lo único que los alumnos del Cuerpo tenían entonces a su alcance eran algunos tratados escritos hacía ya más de siglo y medio, además de una serie de contenidos dispersos en multitud de «revistas, folletos, libros y reglamentos» (Obanos, 1900: IX). El más antiguo de ellos era el constituido por las Reflexiones Militares del marqués de Santa Cruz de Marcenado (1725: 102 y ss.), que incluye un capítulo titulado «Aprestos y ejecución de un embarco y desembarco: primeras diligencias de tropas, que le [sic] hayan hecho». Aunque de marcada obsolescencia, se debe destacar la importancia dada por Marcenado al mando y control, a la organización de la logística y la sanidad y al movimiento buque-costa, entre otros. También disponían del libro Conjunct Expeditions, escrito por el tratadista británico Tomás Molyneux en 1759. La principal aportación de este tratado fue el reconocimiento de la dificultad de las operaciones anfibias y, precisamente por eso, de la importancia de la mejora continua en su planeamiento y ejecución, de manera que exista un aprendizaje sostenido del resultado de ellas. Muy avanzado el XIX, la francesa Revue Maritime et Coloniale publicó entre 1882 y 1887, por entregas, el trabajo del teniente de navío Robert Degouy, llamado Étude sur les opérations combinées, un alentador manual de planeamiento y ejecución de operaciones expedicionarias, resultado de las recientes experiencias francesas en Crimea y México, entre otras.
LAS APORTACIONES DE OBANOS AL CAMPO DOCTRINAL
Como se ha dicho, los estadounidenses se dieron cuenta tras la guerra hispanoamericana de que había que potenciar las operaciones anfibias, por la sencilla razón de que eran necesarias para los propósitos de su política internacional, tal como el propio Obanos había previsto que sucedería. El fruto de esos años de trabajo fue el Tentative Manual of Landing Operations de 1934. En vez de renunciar a esta forma de hacer la guerra, los Marines habían identificado con claridad los factores de éxito de un desembarco y habían tomado medidas para prepararlos y ejecutarlos con garantía de victoria, incluso en playas bien defendidas. Se incorporaba ya la participación de la aviación en el apoyo de fuegos y en la protección de la fuerza de desembarco y, también, el empleo de carros de combate para romper las defensas enemigas y cubrir los flancos, entre otras armas y tecnologías de reciente auge como el gas tóxico, el lanzallamas o la radio.
Todos los autores coinciden en el gran valor de la que se considera la primera doctrina anfibia moderna. Con ella se resolvía la, hasta entonces, frecuente indeterminación de a quién corresponde la responsabilidad del mando y control de una operación de desembarco. Como gran novedad conceptual, destaca la importancia atribuida al adiestramiento anfibio, tristemente descuidado en operaciones fracasadas como Galípoli. Además, la inteligencia asume un gran papel, dejando de ser algo que puede ayudar al planeamiento para convertirse en un pilar imprescindible de las fases preliminares de la actividad bélica, en particular en lo concerniente a la información necesaria para el buen fin del movimiento buque-costa, es decir, ubicación y magnitud de las defensas, potencial minado de las playas y perfil hidrográfico de los fondos marinos. Tres capítulos del manual estaban dedicados a los aspectos logísticos y de transporte, dando una clara idea del peso que esta disciplina militar había adquirido en la prevención de la derrota. Con toda la preparación y el apoyo requeridos para un desembarco en fuerza, la sorpresa estratégica ya había dejado de ser viable. Los movimientos de grandes flotas de transporte y bombardeo no podían pasar desapercibidos para el enemigo, a quien solo se podía someter a cierta sorpresa táctica si se ejecutaban con maestría algunas maniobras de diversión o demostraciones anfibias que le hicieran dividir su fuerza o bloquear el movimiento de sus reservas (Quesada, 2023: 82-85). En definitiva, la doctrina del siglo XX asume la vulnerabilidad del combatiente anfibio y, sin embargo, se empeña en neutralizarla otorgándole una superioridad sobre el enemigo entendida en sentido amplio, ya sea por su nivel de adiestramiento, por su mejor armamento, por su velocidad de despliegue, por su conocimiento de la zona de proyección o por su manejo de la sorpresa táctica19.
Figura 4. Portada de Desembarcos pasajeros en tiempo de guerra.
Fuente: biblioteca del autor.
Volviendo la mirada a la obra escrita treinta y siete años antes que la doctrina estadounidense, la primera edición del libro Desembarcos pasajeros en tiempo de guerra, dedicaba siete capítulos a la organización de la fuerza de desembarco, al reconocimiento de la costa, al apoyo de fuegos, al movimiento buque-costa, a la consolidación de la cabeza de playa, a la penetración en territorio enemigo y a la ejecución de una retirada anfibia. Esto no dejó satisfecho al autor y, tres años más tarde, en su segunda edición, añadía otros contenidos de utilidad para el combatiente anfibio, esencialmente tácticas de infantería y de zapadores. Asimismo, incluyó en esta actualización el uso del cañón de artillería Vickers-Saint Chamond, de 75 mm de calibre, un material de reciente incorporación al Ejército y a la Infantería de Marina. Con este trabajado compendio, Obanos elevaba la importancia del adiestramiento como nunca hasta ese momento y anticipaba el papel multi disciplinar que habría de tener el infante de marina en el siglo posterior, dándole el mismo peso a la instrucción en el medio marino que a la formación como infante, como zapador y como artillero —«las fuerzas destinadas a tales empresas necesitan de una instrucción adecuada que las habitúe a esta mezcla de faenas navales y maniobras militares». (Obanos, 1900: 31 y 32)—.
Como sucedería más tarde con el establecimiento formal del mando único de la operación, a Obanos le preocupaba el modo en que las unidades se organizaban y en cómo los combatientes eran liderados. Como las dotaciones no tenían las mismas oportunidades de adiestrarse en el imperante y disperso orden abierto que las del Ejército, propone elevar el nivel de sus jefes, del mismo modo que habían hecho los estadounidenses unos años antes. De esta manera, las secciones de desembarco, regularmente mandadas por alféreces y tenientes, deberían ser lideradas por capitanes, quienes ejercerían el mando con «mayor experiencia y práctica». También cuida de no mezclar tropas de clases diferentes. El mando debe ser único pero los marineros y los infantes de marina tienen que agruparse en secciones de desembarco separadas (Obanos, 1900: 36 y 41).
En el movimiento buque-costa, nuestro autor no es nada innovador y se limitar a prescribir la táctica iniciada en la guerra de Crimea, en 1855, con la utilización de remolcadores a vapor para la aproximación de las lanchas a tierra20. Establece que cada uno de ellos lleve tras de sí a dos lanchas que, a una distancia de media milla, deben adelantarse por la fuerza propia de sus remos, mientras que las embarcaciones mayores, remolcadores incluidos, les proporcionan fuego de cobertura (véase la figura n.º 5). Así lo había descrito el teniente de navío Robert Degouy (1882: 117) en una de sus entregas a la Revue Maritime et Coloniale, publicadas quince años antes. Obanos pensó que debía facilitar un poco más las cosas a los planeadores de las operaciones futuras y cuidar de los detalles logísticos. Para evitar la complejidad asociada al empleo de diversas municiones, propone que los remolcadores apoyen con el fuego de las mismas piezas de artillería que las que acompañarán al despliegue en tierra, facilitando además un dibujo con el modo en que la cureña debe encajar en el castillo de proa (véase la figura n.º 6).
Figura 5. Desembarco a viva fuerza de una columna naval
Fuente: Obanos, 1900: 206.
Figura 6. Emplazamiento de la pieza Vickers de 75 mm en los remolcadores de las lanchas de desembarco
Fuente: Obanos, 1900: 216.
Una indiscutible novedad es la importancia dada por Obanos al reconocimiento de la costa y de los fondos marinos. Lo habitual para la época, hasta Galípoli y Alhucemas inclusive, era reconocer la playa con unos prismáticos desde alguno de los buques de transporte o apoyo, renunciando así al conocimiento exacto del terreno —más allá de los promontorios cercanos al litoral— y de la viabilidad del movimiento buque-costa. El propio Robert Degouy (1882: 114), ya mencionado, se conforma con un reconocimiento desde un barco rápido que recorra la costa donde se encuentra el objetivo, bajo la recomendación, eso sí, de que el ruido del motor sea ocultado por el rumor del oleaje. En la doctrina estadounidense de 1934 se aspira al conocimiento preciso tanto del terreno como del relieve marino, recurriendo a la infiltración de patrullas por medio de submarinos y a la fotografía aérea. Se prevé también el reconocimiento de playas distintas la prevista para el desembarco, de forma que, de ser detectados, el enemigo no tenga seguridad sobre dónde va a producirse la operación (Quesada, 2023: 83 y 84).
Obanos (1900: 64 y 65) no podía pensar, ni de lejos, en el transporte de patrullas en submarino ni en pilotos fotografiando el teatro de operaciones desde el aire, pero tenía claro lo que una fuerza de desembarco tenía que conocer antes de saltar a la playa. De la misma manera que propondrán los estadounidenses mucho después, prevé que unos oficiales sonden las aguas en las que se va a producir el desplazamiento buque-costa, que se infiltren patrullas nocturnas desde botes a remo y que, para que todo eso no ponga en riesgo la operación principal, que se reconozca una «mayor extensión de costa que la verdaderamente indispensable al objeto».
Por último, hay en Desembarcos pasajeros una mención especial a un servicio que no adquiriría verdadera carta de importancia hasta las operaciones anfibias de la Gran Guerra. Se trata de la Sanidad, cuya relevancia para el éxito del desembarco requerirá que el segundo médico acompañe a la columna con un destacamento de marineros y el número de mochilas-botiquín que se sea necesario (Obanos, 1900: 56).
CONCLUSIONES
Federico Obanos Alcalá del Olmo fue un oficial de infantería de marina que desarrolló un enorme interés por la Historia militar, por la Geoestrategia y por la doctrina anfibia, campos en los que acreditó tener una producción literaria abundante y de calidad. Pruebas de su nivel académico son la inclusión de una de sus obras como obligatoria para los aspirantes a oficial naval y el ingreso en la Real Academia de la Historia. Con sus publicaciones buscó el rearme naval español y el realce de las actividades anfibias, aunque, desde el punto de vista más táctico, su mayor preocupación fuera el nivel de adiestramiento de los oficiales que debían planear y mandar los desembarcos. Tomó contacto con esas distintas realidades mediante el estudio pormenorizado de todo el material que caía en sus manos, pero también con la participación en dos misiones expedicionarias y su desempeño como profesor de futuros oficiales.
En el transcurso de la presente investigación, se ha podido responder afirmativamente a la pregunta del título, es decir, se debe considerar al general Obanos como un precursor de la doctrina anfibia del pasado siglo, por las razones que se exponen a continuación. En primer lugar, realizó la gran aportación de escala estratégica de anticipar la importancia futura de la guerra por estos medios, adelantándose más de una década a Corbett, a quien se atribuye habitualmente esa revelación. Inspirado por el fomento del neocolonialismo de finales del siglo XIX, intuyó que las costas tendrían un valor esencial en desarrollo de los conflictos de años venideros. Este acto adquiere mayor valentía cuando se considera la minusvaloración de los desembarcos imperante en su época y el pensamiento de Mahan, que inspiraba a las naciones a fabricar con mayor prioridad muchos barcos y muy potentes. Fue consciente de que la evolución de la tecnología armamentística acrecentaría la dificultad de los combatientes anfibios, como confirmaría la Primera Guerra Mundial. No obstante, vio la otra cara de la moneda, es decir, que esa tecnología también podía ser aprovechada en su favor, dándole así la ventaja táctica que necesitaban.
Descendiendo un poco hacia lo particular, Federico contempló la importancia del adiestramiento del combatiente como factor de éxito anfibio, antes del fracaso de Galípoli, donde no hubo formación previa, y mucho antes de que los Marines lo establecieran como sistemático en el Tentative Manual de 1934. Quien salta a la arena de la playa tiene que estar tan familiarizado con el medio marino por el que se aproxima al objetivo como con los cometidos del soldado terrestre. Y el modo de conseguirlo es con procedimientos adecuados y ejercicios frecuentes. En la elaboración de su doctrina, finalmente propuesta a la Marina, Obanos recopiló tácticas dispersas en otros documentos, escritos por autores españoles y extranjeros. Sin embargo, fue capaz de crear conocimiento genuino, que sería confirmado por otras doctrinas extranjeras, como el Tentative Manual.
El exponente más importante de su aportación a la táctica anfibia es considerar la inteligencia como un factor de éxito. En un tiempo en que no se solía conocer a conciencia el terreno ni el litoral contra el que habría que enviar los botes, como sucedió en Galípoli, Obanos propuso la infiltración de patrullas y el sondado de los fondos marinos para garantizar la viabilidad del desembarco. Además, previó la ejecución de reconocimientos diversivos, de manera que no se ofreciera ninguna certeza al enemigo sobre dónde se iba a llevar a cabo la verdadera operación. Por último, se han encontrado indicios de interés por el apoyo sanitario y por la racionalización en la logística de la munición, algo que se desarrollaría mucho más tarde.
Para terminar, resulta descorazonador que un autor como Federico no haya sido citado posteriormente por ningún estudioso de la guerra anfibia ni que haya trazas suyas en la elaboración de la doctrina estadounidense de 1934. Cabría preguntarse si, al menos, su obra fue utilizada en el planeamiento de los desembarcos ejecutados en el Protectorado durante el primer cuarto de siglo, período en que su libro gozaba de plena vigencia académica en el ámbito naval. El hecho de que la mayoría de estas operaciones fueran realizadas por el Ejército, en un tiempo de escasa comunicación y de una abismal distancia interarmas, lleva fácilmente al pesimismo. En cualquier caso, será interesante determinar la influencia real de Desembarcos pasajeros en las Fuerzas Armadas propias, línea de investigación que se propone para el futuro.
BIBLIOGRAFÍA
López Díaz, Juan. «El bumerán de Mahan». Cuadernos de Pensamiento Naval, n.º 29, 2020: 99–117.
Pérez Crespo, Antonio. El cantón murciano. Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2007.
Quesada González, José Miguel. El reservismo militar en España. Madrid, Ministerio de Defensa, 2014.
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1 Un mes antes del desembarco cubano ya se hablaba de su preparación en los periódicos de todo el mundo. Entonces, un estudioso militar francés afirmó, menospreciativo, que los estadounidenses habían puesto de moda esa forma de combatir sin poseer experiencia suficiente. En un pronóstico muy poco afortunado, Charles Malo aseguró que, cuando se dieran cuenta de lo fácil que era hacerles fracasar, desistirían de su empeño. Malo, Charles, “Les débarquements et la défense des côtes”, Journal des débats politiques et littéraires, 21 mayo 1898: 1.
2 No se ha identificado aún la doctrina empleada por los estados mayores españoles en las operaciones anfibias proyectadas o efectivamente ejecutadas en el norte de África. En cualquier caso, para un mayor detalle del contexto en que cada una de ellas fueron concebidas y qué objetivos perseguían, entre otros, véase Díez (2023: 44 y ss.) y Quesada (2023: 52 y ss.).
3 De orientación muy conservadora, Obanos Larumbe había llegado al final de la Primera Guerra Carlista con el empleo de teniente de infantería, graduación que le fue reconocida por el régimen liberal en virtud de los acuerdos para el cese de hostilidades. La madre de Federico Obanos fue Carlota Alcalá del Olmo Ayala, hija del coronel malagueño José Alcalá del Olmo y Gaeta (García-Sanz y Ruiz, 2017: 412).
4 España – Almirantazgo. Relación de los 36 aspirantes a cadetes del Cuerpo de Infantería de Marina que han obtenido mejores notas en las oposiciones verificadas en esta capital, 20 de junio de 1870. Gazeta de Madrid (en adelante, GM), 22 de junio.
5 La crisis económica desatada a partir de 1866 había afectado a la dotación presupuestaria militar, llevando, tanto al Ejército como a la Armada, a emprender una serie de medidas de ahorro. Una de ellas fue suspender, a partir de 1867, el proceso de admisión de alumnos para el Colegio Naval Militar de San Carlos (San Fernando, Cádiz). Los oficiales de infantería de marina, que durante siglos provinieron del Cuerpo General, del Ejército o del ascenso de sargentos primeros o de primeros condestables, también concurrían, en ese momento, a ese centro (Rivas, 2007: 93-96). Cuando, en 1869, el almirante Topete restauró la enseñanza militar para los oficiales navales, en una recién creada —y controvertida— Escuela Naval Flotante —la fragata Asturias, fondeada en El Ferrol—, el Cuerpo de Infantería de Marina fue reorganizado, asegurando la juventud de los nuevos oficiales por vía de la clase de cadetes. En este caso, el adiestramiento se realizaba dentro de los regimientos, mientras que la adquisición del empleo definitivo requería de la aprobación de un examen común, a realizar en San Fernando. España - Decreto reorganizando el Cuerpo de Infantería de Marina, 4 de febrero de 1869. GM, 10 de febrero.
6 Uno de Geografía e Historia de España, incluyendo la traducción de un texto en lengua extranjera, otro de Álgebra y Aritmética y, finalmente, un tercero de Geometría Elemental, Trigonometría y Geometría Descriptiva. España – Almirantazgo. Disponiendo lo que se expresa para cubrir 36 vacantes de cadetes en el Cuerpo de Infantería de Marina por ascenso de los actuales. Programa de las materias que abraza el examen, 23 de marzo de 1870. GM, 31 de marzo.
7 Informe del Centro Consultivo de la Armada al Consejo Supremo de Guerra y Marina, 28 de diciembre de 1915. Expediente personal D. Federico Obanos y Alcalá del Olmo. Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán (en adelante AGMAB). Certificado de matrimonio entre D. Federico Obanos y Alcalá del Olmo y D.ª Saturnina Lazaga y Baralt, 4 de agosto de 1899. Ibídem.
8 Los exámenes tuvieron lugar en el primer tercio del mes de julio de 1871, siendo las asignaturas las siguientes: Armas Portátiles, Artillería, Detall y Contabilidad, Instrucción de Campaña, Fortificaciones, Ordenanzas del Ejército y la Armada, Procedimientos Militares y Táctica.
9 El nuevo gobierno de concentración nacional, formado tras el desalojo de la Asamblea por parte del general Pavía, estaba determinado a acabar con la rebelión cantonal y con la guerra carlista. Por eso, entregó las misiones de más enjundia a las fuerzas regulares y movilizó una reserva de nueva creación para que se encargara del orden público en la retaguardia, entre otras medidas (Quesada, 2014: 140).
10 Oficio de 26 de enero de 1874 del Coronel del 3.er Regimiento de Infantería de Marina al Ministerio de Marina, Carta de 19 de noviembre de 1874 de la Dirección General de Ingenieros del Ejército al Ministerio de Marina comunicando la aprobación del examen de ingreso en la Academia de Ingenieros del teniente Federico Obanos y Hoja de servicios, Expediente personal de D. Federico Obanos y Alcalá del Olmo, AGMAB.
11El Siglo Futuro, 31 octubre 1888: 2.
12 Carta de la Dirección de Personal del Ministerio de Marina al capitán general de Departamento de Cartagena, informando de la concesión de una indemnización por comisión de servicio en Cuba al capitán de infantería de marina, D. Federico Obanos Alcalá del Olmo, 7 enero 1889. AGMAB.
13El Correo Militar, 12 junio 1894: 1.
14 Quien era, además, el suegro del fallecido. La Época, 30 abril 1901: 3.
15 Al que seguirán los siguientes textos: una segunda edición de ese mismo libro, impresa en 1900, La Marina en el bloqueo de la Isla de León (1810-1812) —1905—, España: cuadros histórico-marítimos —1908—, Influencia de la capitulación de Andújar en la Guerra de la Independencia —1909— y Orán y Mazalquivir —1912—.
16 Aunque la mencionada formalidad se dilatara dos años exactos, un escueto billete encontrado en la Secretaría de la Real Academia demuestra cómo, el 5 de abril de 1905, tres miembros numerarios le habían propuesto como correspondiente por Alicante. Firman dicho escrito el jesuita Fidel Fita Colomé, el profesor Juan Catalina García-López y el arqueólogo Adolfo Herrera y Chiesanova, con el V.º B.º del director de la Real Academia, el aristócrata Antonio Aguilar Ochoa y Correa, aunque éste firma como marqués de la Vega de Armijo. Expediente personal de D. Federico Obanos y Alcalá del Olmo. Secretaría de la Real Academia de la Historia.
17 Corbett es el primer tratadista reconocido internacionalmente que impulsó las operaciones anfibias. Por medio de su obra Some Principles of Maritime Strategy, refrendó la importancia del dominio de la mar de Mahan, pero le contradijo abiertamente al afirmar que el poder naval, en sí mismo, no tiene sentido si no es posible proyectarlo sobre tierra (Corbett, 2005: 17).
18 Real orden disponiendo que se denomine columna de desembarco a las fuerzas de marinería y tropa que bajen a tierra reunidas, debiendo ser mandada, tanto en ejercicios como en operaciones de guerra, por el más graduado o antiguo de los jefes u oficiales que a ella pertenezcan, 28 de septiembre de 1896, Colección Legislativa de la Armada: 490 y 491.
19 Aunque nunca antes se hubiese formalizado, existen precedentes conocidos por Obanos que demuestran la solvencia de este planteamiento. Por ejemplo, la fuerza estadounidense enviada en expedición de castigo a las proximidades de Seúl, en 1871, había sido intensamente entrenada en el combate a nivel batallón y en el uso de la artillería de acompañamiento, cosechando un impresionante éxito (Quesada, 2023: 30). Asimismo, en los inicios del empleo de fusiles de repetición con cargador interno (como los conocidos máuser), Francia había pensado que las tropas de la Marina debían ser una de las primeras en usarlos, por «el escaso número de combatientes que en un momento de desembarco puede presentar cualquier barco de guerra» (Dusmet, 1881: 141 y 142).
20 Hasta la finalización de la Gran Guerra, esta sería la forma de transportar los combatientes hasta la arena de las playas. Sería en Galípoli cuando se probarían lanchas de desembarco con propulsión autónoma. Estas embarcaciones fueron de nuevo empleadas en Alhucemas, si bien quedó demostrado que, en el futuro, se requerirían lanchas más veloces y pequeñas (Quesada, 2023: 86).