Colonialismo portugués y neoextractivismo en Brasil: una analogía de continuidad colonial
Portuguese colonialism and neoextractivism in Brazil: an analogy of colonial continuity
María Victoria Buznego-Jiménez
Universidad Complutense de Madrid, España
mariabuz@ucm.es
Recibido: 14/11/2022
Aceptado: 2/12/2022
DOI: https://doi.org/10.33732/RDGC.11.73
Resumen
Este artículo analiza cómo el modelo colonial-capitalista portugués se ha perpetuado a través del neoextractivismo en Brasil, explorando las prácticas extractivas dentro de la lógica de la colonialidad. La propuesta teórica parte de la conexión con el territorio y la visión del mundo desde epistemologías decoloniales y feministas, atendiendo particularmente al binomio «cuerpo-territorio». A través de un análisis crítico de la historiografía del proceso de colonización en Brasil, se enlaza cómo la dominación de los territorios se traslada al cuerpo y la naturaleza en la forma de (neo)extractivismo, demostrando que tales prácticas atienden a la «ilusión desarrollista» expandida en América Latina. A lo largo de este trabajo, se pretende afianzar un intercambio epistemológico eco-sostenible, decolonial y feminista, en diálogo con las poblaciones indígenas y afrodescendientes, para imaginar un futuro próximo menos distópico a través del cual resistir y coexistir.
Palabras clave
Colonialismo Portugués, Neoextractivismo, Cuerpo-territorio, Feminismo Decolonial, Descolonialidad
Abstract
This article analyzes how the Portuguese colonial-capitalist model has been perpetuated through (neo)extractivism in Brazil, exploring extractive practices within the logic of coloniality. The theoretical proposal encompasses the connection with territory and the worldview of decolonial and feminist epistemologies, paying particular attention to the «body-territory» binomial. Through a critical analysis of the historiography of the colonization process in Brazil, the paper links how the domination of territories is transferred to the body and nature in the form of (neo)extractivism, demonstrating that such practices serve the «illusion of development» expanded in Latin America. Throughout this article, it is intended to strengthen an eco-sustainable, decolonial and feminist epistemological exchange, in dialogue with Indigenous and Afro-descendant populations, to imagine a less dystopian near future through which to resist and coexist.
Keywords
Portuguese Colonialism, Neoextractivism, Body-territory, Decolonial Feminism, Decoloniality
INTRODUCCIÓN
La pregunta principal a la cual este trabajo pretende responder es cómo el modelo colonial-capitalista portugués, impuesto durante el proceso de colonización de las Américas, se ha perpetuado a través del neoextractivismo en Brasil. Para ello, se exploran las prácticas neoextractivas en Brasil dentro de la lógica de la colonialidad y cómo tales prácticas reflejan una continuidad del colonialismo portugués, incidiendo en sus efectos y consecuencias.
Como propuesta teórica, se navega desde la conexión con el territorio y la visión del mundo a través de epistemologías decoloniales y feministas, atendiendo de forma particular al binomio «cuerpo-territorio» (Zaragocin, 2017, 2021). En este sentido, la crítica de la ocupación de los territorios indígenas y la explotación de los recursos naturales como un producto capitalista-colonial permite reflexionar sobre la continua colonialidad a través del modelo neoextractivista.
En primer lugar, se realiza un análisis historiográfico para comprender las prácticas extractivas de los colonizadores portugueses en el Brasil colonial. Más específicamente, a través del estudio de las prácticas coloniales portuguesas de explotación de la tierra y de extractivismo. Además, se analizan las justificaciones político-económicas desde la teoría desarrollista que tienden a promover las prácticas neoextractivistas en América Latina, es decir, los discursos estatales y de las empresas extractivas para validar este tipo de actividades económicas como una necesarias y beneficiosas a fin de conseguir el progreso.
Más allá de todo lo anterior, es de profundo interés en esta contribución imaginar formas de cómo resistir-coexistir, cuestionando el modo de producción neoextractivista, y continuar reclamando el derecho por los territorios ancestrales a través de propuestas académicas y de activismo desde los movimientos sociales y epistemologías indígenas, decoloniales y feministas.
EPISTEMOLOGÍAS DESCOLONIALES Y FEMINISTAS
Tomando como punto de partida el concepto de feminismo decolonial, Yuderkys Espinosa (2014, como se cita en Zaragocin, 2017: 20) aduce que este pretende articular diversas epistemologías críticas y alternas a la modernidad de Occidente, particularmente de la corriente radical feminista del continente subalterno, América Latina, a fin de producir una epistemología propia que reconozca la convergencia intrínseca de la opresión de raza, género, clase y sexualidad.
El punto de interculturalidad epistémica entre los Buen Vivires y feminismos decoloniales ocurre desde el Abya Yala. Como contra-geografía imaginaria y concebida como un espacio decolonial, Abya Yala contiene un significado material, metafórico y político en favor de la auto-determinación de los pueblos indígenas y afrodescendientes. Desde el feminismo decolonial, Abya Yala no sólo representa un imaginario territorial de resistencia y praxis contra lo colonial-europeo, sino que «es una contra-geografía espacial porque profundiza una postura espacial desde donde se cuestionan estructuras de poder presentes en la modernidad» (Zaragocin, 2017: 20-21).
Conceptualizar el espacio como lugar de resistencia epistémica permite desarrollar una serie de reflexiones que alcancen dimensiones corpóreas. El concepto «cuerpo-territorio» resulta propicio para analizar el proceso colonial en Abya Yala. Cuerpo-territorio puede definirse como «la relación ontológica inseparable entre el cuerpo y territorio: lo que es experimentado por el cuerpo es experimentado simultáneamente por el territorio en una relación de codependencia» (Zaragocin y Caretta, 2021: 1504).
La relación cuerpo-territorio es utilizada como marco conceptual por colectivos feministas en América Latina que defienden el territorio contra la actividad extractiva. Asimismo, las ontologías indígenas del espacio y las comprensiones decoloniales del cuerpo generizado a su vez afirman este significado. Cuerpo-territorio como método da prioridad a lo corporal como unidad de análisis de la dinámica espacial1 y se destaca en los campos académicos y de movilización social relacionados con la violencia de género y la industria extractiva (Zaragocin y Caretta, 2021: 1504).
El vínculo entre el espacio y el cuerpo es indisociable, así cuando el territorio se contamina, el cuerpo también lo está. Como concepto y método, el cuerpo-territorio permite identificar conflictos concernientes al territorio y posibilita la curación de los cuerpos y el territorio (Zaragocin y Caretta, 2021: 1508). De igual manera, el binomio cuerpo-territorio comprende un aporte crucial para la producción de conocimiento decolonial, ya que refiere a la forma de conocer y vivir en el mundo de las poblaciones indígenas originarias en coexistencia con la naturaleza.
Continuando con el binomio cuerpo-territorio y en el lado subalterno de la diferencia colonial, Cairo y Grosfoguel (2010: 13) reflexionan en que para una mujer indígena en las Américas en el siglo XVI o a comienzos del siglo XXI se globaliza un conjunto de relaciones de poder que establece diversas jerarquías interseccionales: «raciales, patriarcales, espirituales, sexuales, pedagógicas, ecológicas, militares, lingüísticas y epistémicas a escala global». Estas jerarquías, que fueron creadas por medio del proceso colonial y son mantenidas hasta nuestros días, permiten analizar las condiciones estructurales que sostienen las formas de dominación de la colonialidad.
Concebir la tierra como la que da origen a la vida, en lugar considerarla un recurso para sobrevivir y generar capital, y como un territorio del cual la humanidad forma parte integral, mas no es jerárquicamente superior, sienta las bases para discutir el desarrollo capitalista distinguido por la acumulación por medio de la desposesión. La resistencia contra la privatización y mercantilización de los recursos naturales ha sido protagonizada principalmente por los pueblos indígenas y campesinos, desde epistemologías contrapuestas al individualismo y utilitarismo del capital.
Para los primeros pueblos de Brasil, el concepto de Buen Vivir significaba entender la convivencia humana con la naturaleza y practicarla. En la actualidad, las y los descendientes de la Madre Tierra resisten la modernidad y la colonización, ambos procesos capitalistas que perjudican la naturaleza, las personas indígenas y su cultura (Fleuri y Fleuri, 2017: 8). Una forma de vida sostenible, en armonía con el medio ambiente, es contraria al sistema colonial-capitalista impuesto por los europeos que desembarcaron en las tierras de Abya Yala.
La racionalidad científico-técnica y moderna de Occidente como forma de conocimiento se ha postulado como la única episteme válida y capaz de generar conocimientos reales sobre la naturaleza, lo económico y lo social. La «colonialidad del poder» es la categoría que filósofas/os y científicas/os sociales de América Latina utilizan para describir las jerarquías entre las distintas epistemologías en el mundo. La experiencia colonial europea fue el punto de inflexión de esta jerarquización, fundamentada en la idea de que los colonizadores poseían una superioridad cognitiva y étnica (Castro Gómez, 2010: 393).
No obstante, a través del conocimiento indígena y su relación con la naturaleza, es posible imaginar otra forma de existencia, en armonía con el territorio y el cuerpo, en contraste con las prácticas «civilizatorias», destructivas y explotadoras de los colonizadores, forzadas en el mundo a lo largo de siglos de dominación hacia las personas representadas como inferiores, «incivilizadas» y «salvajes».
La dominación de la economía-mundo capitalista por parte de Europa se sustentó en la explotación colonial, sin la cual no es posible concebirla. La coexistencia de diversas formas de producir y transmitir el conocimiento fue eliminada en tanto que «todas las formas de conocimiento humano se ordenan en una escala epistemológica de lo tradicional a lo moderno, de la barbarie a la civilización, de la comunidad al individuo, de Oriente a Occidente» (Castro-Gómez, 2010: 400).
El proceso colonizador europeo tuvo un carácter eminentemente violento, cuyas consecuencias se reflejan por medio de la ocupación de territorios, el exterminio de pueblos categorizados como «primitivos y atrasados», una profunda imposición cultural y la depredación de las tierras y el entorno natural a un nivel histórico de saqueo sin precedentes (Semeraro, 2018: 164-165). Estos elementos persisten en el contexto latinoamericano actual, así como en otros espacios del mundo, y se vinculan directamente con el proceso colonial, con incidencia incluso a lo interno del tejido social de naciones «independizadas» de la potencia colonial.
Los territorios de las comunidades indígenas están siendo violados por empresas transnacionales mineras, proyectos hidroeléctricos y energéticos, obligándoles a tener que desplazarse y dejar sus tierras. Ante tal despojo y violencia, los cuerpos de las mujeres que participan en los movimientos de resistencia se han convertido también en territorios invadidos y violados, hasta el punto de que «controlar el cuerpo de las mujeres a través de la violencia sexual es una forma de manifestar el control del territorio de los colonizados» (Hernández Castillo, 2017: 36).
Dentro de los principios de la comunalidad se encuentran la defensa de la Tierra como Madre y como Territorio, lo cual es asumido por muchas mujeres indígenas organizadas como epicentro de su agenda política. Cualquier feminismo que se pretenda decolonial debe asumir la defensa de la Madre Tierra como defensa de la vida misma (Hernández Castillo, 2017: 37). El binomio cuerpo-territorio vuelve a resonar a raíz de estas reflexiones: el cuerpo vinculado al territorio en la lucha por la auto-determinación, la liberación y la vida anticolonial.
Asociado a la perspectiva del feminismo decolonial y el territorio, el extractivismo como modo de apropiación del territorio sale a relucir. Con el término extractivismo se designan las actividades que retiran volúmenes colosales de recursos naturales sin procesar -materias primas- y destinados principalemente a la exportación.
En este sentido, los territorios de Abya Yala han sido objeto de saqueo, apropiación y destrucción desde tiempos de la conquista colonial. Debido a la riqueza de sus recursos naturales, los territorios fueron reconfigurados en razón de la expansión de las fronteras de las mercancías, lo cual tuvo como gran consecuencia, entre otras, la degradación de territorios y su transformación en áreas de sacrificio. De manera que, en virtud del proceso colonial de especialización interna y dependencia externa, la naturaleza de estos territorios se exportaba para beneficio de Europa (Svampa, 2019: 16).
Si bien se trata de una lógica de un mismo proceso extractivista, la de extraer recursos naturales de la tierra, los avances tecnológicos han acelerado el desmonte y transporte de los minerales, lo que permite hacer uso del término «neoextractivismo». Además, la perspectiva crítica de la ecología política consolida una narrativa en torno a este concepto e integra tanto procesos naturales como sociales en la misma construcción conceptual. Asimismo, los conceptos se distinguen por los impactos con relación a los territorios y los desastres sociales y ambientales que se producen (Ramos de Castro, 2018: 41).
El extractivismo recorre coordenadas espacio-temporales y en el presente emplea tecnologías más eficaces para la explotación, con mano de obra especializada y escenarios sociopolíticos que permiten reproducir ampliamente el capital. En la práctica extractivista, la naturaleza fue subordinada a escala comercial en la colonización de las Américas, proceso por el cual los recursos naturales pasaron de ser bienes colectivos, es decir, de usos comunes a bienes enajenables, mercantilizables y privatizables (Ramos de Castro, 2018: 42, 53).
En la apuesta por el modelo extractivo, las economías latinoamericanas del siglo XXI estuvieron favorecidas por los altos precios de las materias primas (commodities) en el mercado internacional. En vista de la extraordinaria rentabilidad, los gobiernos en América Latina resaltaban las ventajas que suponía el boom de los commodities, haciendo caso omiso o invisibilizando las desigualdades sociales, ambientales, territoriales y económicas de la exportación de commodities a gran escala. Esta práctica política en relación con el extractivismo implicó el retorno de una visión productivista del desarrollo (Svampa, 2019: 11).
El extractivismo tomó nuevas características entrado el siglo XXI, no sólo por el número y grado de los proyectos, la multiplicidad de actividades extractivas, los actores en juego (nacionales y transnacionales), sino que, por su parte, surgieron grandes resistencias a nivel social que cuestionaron este nuevo emprendimiento de acumulación capitalista defendiendo la naturaleza, el territorio, los bienes comunes y las comunidades ancestrales (Svampa, 2019: 12). El auge de este modelo en las tierras de Abya Yala ha estado acompañado de protestas, movilizaciones y formas de resistencia contra la ocupación de territorios indígenas por empresas extractivas y las consecuencias a la naturaleza de esta depredación.
Ent al virtud, Svampa (2019: 14) presenta el «neoextractivismo» como una categoría analítica que nació en América Latina y comprende un carácter crítico-denunciativo, así como una fuerza movilizadora contundente. La autora fundamenta lo anterior en que, a lo interno de la dimensión política del concepto, le atañen las relaciones de poder y remite a una serie de responsabilidades diferenciadas y –otras– compartidas entre los centros y periferias del mundo, el Norte y el Sur Global.
La ilusión desarrollista fue reinstaurada por el neoextractivismo en la región latinoamericana bajo la idea de que podría alcanzarse el desarrollo a través de las oportunidades que ofrece el auge de las materias primas y el papel activo del Estado. A raíz de esto, emergieron nuevas pugnas sociales, políticas y ecológicas y resistencias sociales que pusieron en cuestionamiento esta concepción productiva del desarrollo y también acusaron a los gobiernos de colaborar con la consolidación de un modelo que arrasa con la naturaleza y se apropia de tierras indígenas y campesinas, destruyendo los territorios a su paso (Svampa, 2019: 17).
Gran parte de los gobiernos latinoamericanos ha concebido el extractivismo como una posibilidad atractiva para reducir la pobreza y fortalecer el Estado, tanto desde los gobiernos conservadores como aquellos más de izquierda, adoptando una suerte de «capitalismo benévolo» (Gudynas, 2012: 121-124). Bajo este marco adoptado, los beneficios del modelo extractivo, que se observan como inyección de capital en la economía nacional y compensaciones económicas para implementar políticas sociales, acallan los daños y la dependencia que generan las prácticas extractivas.
El análisis de las lógicas desarrollistas asociadas a la expansión ilimitada del capitalismo y los procesos globales hacen posible establecer una «relación entre neoextractivismo (como dinámica de desarrollo dominante) y Antropoceno (como crítica a un determinado modelo de modernidad)» en el examen de sus efectos en el planeta. De esta manera, la crisis ecológica y climática se encuentra unida a la crisis de la modernidad (Svampa, 2019: 19) y al modelo extractivo que ha se ha ido agudizando conforme avanza el desarrollo (bio)tecnológico.
Giarraca (2012: 203-204) describe una serie de características en las que se basa el modelo extractivista que resulta conveniente subrayar para realizar una reflexión teórica del mismo. Por un lado, acentúa que las actividades extractivas son de una elevada explotación de recursos no renovables que generan rentabilidades bastante altas para ciertos agentes económicos, pero de valor de uso muy limitado para la comunidad. A su vez, estas actividades se vinculan con la rentabilización de los recursos naturales y se mantienen en conflicto con otras de carácter tradicional, como la agricultura, los cultivos industriales, el turismo y la ganadería. De la misma forma, no aportan valor para las necesidades internas, ya que principalemente se dirigen hacia las exportaciones, con lo cual se mantienen las condiciones de dependencia de las periferias hacia el centro en la economía-mundo capitalista.
En la actualidad, el neoextractivismo se concentra en la explotación masiva de bienes naturales, muchos no reproducibles y cada vez más escasos, pero también expande las fronteras de explotación. Entre los bienes primarios a gran escala para la exportación están los hidrocarburos, metales y minerales, así como productos ligados al modelo de agricultura, como la caña de azúcar, palma y soja. Este modelo capitalista amplía el espectro de actividades consideradas como extractivas, por cuanto incluye la expansión de la frontera petrolera y energética, la megaminería a cielo abierto, la construcción de grandes represas hidroeléctricas y la expansión de otras formas de monocultivos (Svampa, 2019: 21-22).
En términos espaciales, el modelo neoestractivista presenta una dinámica territorial que tiende la «ocupación intensiva del territorio y el acaparamiento de tierras, a través de formas ligadas al monocultivo o monoproducción» (Svampa, 2019: 23). El desplazamiento de poblaciones y de otras formas de economías son algunas de sus consecuencias más visibles. Así, este modelo produce una redefinición de la disputa por la tierra, en tanto que las comunidades vulnerables se enfrentan con actores económicos y políticos de mucho poder.
Además de las consecuencias mencionadas del modelo extractivo, «la concentración y extrajerización de la tierra y la nacionalización de los daños ambientales» son algunos de los efectos más arrolladores (Zibechi, 2012: 85). Las inversiones de capital extranjero, así como las de carácter nacional, reproducen prácticas coloniales de apropiación de la naturaleza y el consiguiente desplazamiento forzoso de comunidades indígenas de sus territorios en una relación desigual del poder, en la cual las formas despiadadas del agronegocio y explotación de la tierra protagonizan la catástrofe ecológica y humanitaria que la visión desarrollista, que ha invadido las Américas desde hace siglos, pretende justificar con este modelo.
Otro concepto a través del cual se pueden observar las consecuencias de la apropiación y destrucción de los territorios bajo la lógica (neo)extractivista es el de la «colonialidad climática», la cual se mantiene por el capitalismo extractivo, los intercambios desiguales a nivel ecológico entre el el Norte y el Sur Global, las estructuras imperiales del comercio y la dominación epistemológica occidental. Este intercambio desigual en lo ecológico es calificado como la continua expoliación colonial de recursos naturales y mano de obra del Sur Global al Norte Global. El capitalismo extractivo ligado al colonialismo y al imperialismo se mantiene a través de inversiones extranjeras directas, circuitos de intervenciones de desarrollo, flujos de crecimiento económico y capitalismo transnacional, que llegan a expensas de las personas empobrecidas y racializadas (Sultana, 2022: 4-6). Además de la devastación de la tierra, el capitalismo extractivista destruye las cosmovisiones y modos de existir indígenas –en sus territorios–.
Los saqueos y las extracciones de los territorios exteriorizan las conexiones a través de materialidades-territoriales con ideologías extractivas y codicia colonial-capitalista. El conocimiento indígena exhibe la importancia de «la autodeterminación y el parentesco ecológico, la relacionalidad más que humana, y justicia multiespecie». En lugar de la naturaleza mercantilizada como commodities, debería volverse vital el reconocimiento y valoración de ecosistemas vivos complejos, así como la agroecología (Sultana, 2022: 10).
COLONIALISMO PORTUGUÉS Y SUS PRÁCTICAS CAPITALISTAS DE EXTRACTIVISMO EN BRASIL
Quijano y Wallerstein (1992: 549) sostienen que la creación de las Américas como una construcción geosocial fue el acto que constituyó el sistema-mundo capitalista moderno. Según Wallerstein (1984: 53-54), para que el sistema-mundo capitalista se conforme era necesaria, por un lado, una expansión geográfica del mundo, «el desarrollo de métodos de control del trabajo para distintos productos y regiones de la economía-mundo», por otro lado, así como la creación de unidades estatales considerablemente fuertes, los cuales más adelante serían los Estados del centro de la economía-mundo capitalista.
En tal sentido, la creación de las Américas fue primordial para los dos primeros supuestos antes señalados (Quijano y Wallerstein, 1992: 549), en lo relativo al ámbito espacial, aunado a la gran biodiversidad de recursos naturales que se explotaría a partir del proceso de colonización de los territorios, y como lugar de experimento de control de trabajo, especialmente una mano de obra desplazada violentamente y sometida a esclavitud.
Con la conquista de los pueblos y las cuIturas que convivían en Abya Yala, inició un orden mundial que termina en un poder global 500 años después. A fin de conseguirlo, ese proceso implicó una concentración abismal de los recursos del mundo, particulamente de los territorios del Sur Global. De esa forma se instauró el colonialismo, que fue una relación de dominación directa, política, social y cultural de los europeos sobre las personas originarias de todos los continentes. El proceso de colonización también implicó que una imposición colonial de los patrones de producción de conocimientos y significaciones europeas (Quijano, 1992: 11-12).
Los dominados, través de la europeización cultural, reprodujeron lógicas del poder colonial para la conquista de la naturaleza, a fin de alcanzar beneficios materiales totalmente desarraigados de su forma de vida y coexistencia anterior a la colonización. La aspiración para lograr la idea de desarrollo se justificaba por medio de las prácticas coloniales y capitalistas de desarmonía ecológica. Aunque el colonialismo como orden político explícito fue destruido, la colonialidad continúa siendo el modo más general de dominación en el mundo contemporáneo (Quijano, 1992: 13-14).
Particularmente, González Casanova (2020: 26) arguye que el colonialismo también ocurre dentro de una misma nación cuando existe una «heterogeneidad étnica, en la que se ligan determinadas etnias con los grupos y clases dominantes, y otras con los dominados», a lo que denomina «colonialismo interno». Esta forma de marginación de unos grupos por otros resulta evidente respecto a las comunidades indígenas, e incluso las afrodescendientes, que son tratadas como «una colonia en el interior de los límites nacionales» (ibid.: 37).
Lo anterior se refleja en la representación de estas comunidades como un atrasadas, incivilizadas y subdesarrolladas en la pretensión de modernización y desarrollo de la nación dominante. El colonialismo interno es un fenómeno destacable en el análisis del caso brasileño puesto que las luchas y resistencias de los pueblos indígenas por sus territorios y formas de vida ha sido una constante que se remonta desde la colonización portuguesa hasta la actualidad.
El origen de Brasil se remonta a la colonización portuguesa de estos territorios por su asentamiento, dominación colonial y expoliación tanto de la tierra como de sus pueblos (Fleuri y Fleuri, 2017: 9). Investigaciones recientes han indicado que la organización social indígena en este territorio, antes de la colonización europea, era capaz de mantener comunidades grandes y estables sin perturbar los ciclos regenerativos de la reproducción vegetal y animal (Bunker, 1984: 1023).
La sostenibilidad indígena en el territorio se manifestaba por medio de sus relaciones con la naturaleza y entre su comunidad. Por ello, eran vulnerables a las distorsiones y dislocaciones de conquista europea, que llevaron enfermedades, impuso el desequilibrio ecosocial a través de la explotación de recursos naturales y la esclavización de personas indígenas y afrodescendientes para mano de obra. La extracción colonial, más allá de la capacidad de regeneración natural de la tierra, condujo a un empobrecimiento ambiental ampliamente ramificado (Bunker, 1984: 1024).
El prototipo completo de la agricultura de plantación en América, el engenho brasileño del siglo XVII, fue el instrumento portugués de ocupación y asentamiento más efectivo. A su vez, Stein y Stein (1970: 41) establecen que fue probablemente el legado colonial más significativo de la región. La producción de caña de azúcar había aparecido en el Caribe antes de 1530, específicamente en Quisqueya (posteriormente nombrada «La Hispaniola» por los colonizadores), pero no se exportó a gran escala hacia Europa. Sin embargo, ya en 1498, el azúcar portugués de Madeira se almacenaba para la venta en Amberes.
Es importante resaltar que la tierra brasileña tenía condiciones favorables para la producción de caña de azúcar, así como una franja costera de excelente suelo fácil de trabajar, lluvias adecuadas que eliminaban el riego que se necesitaba en las islas del Atlántico, y bajos costes de transporte desde los centros de envío en Recife y Bahía. Sin embargo, se requería un factor de producción importante: una mano de obra abundante, dócil y sedentaria (Stein y Stein, 1970: 41).
Los colonizadores portugueses expandieron las operaciones esclavizadoras hacia las personas indígenas en la costa de Brasil, pero les consideraban ineficientes como fuerza de trabajo en las plantaciones. Por tal razón, los portugueses procedieron a la importación de esclavos desde África occidental. En el siglo XVI movilizaron a Brasil aproximadamente 50 mil esclavos y en el siglo XVII más de 500 mil. Asimismo, los colonizadores portugeses proclamaban que «sin esclavos, no hay azúcar, no hay Brasil». Hacia 1570 había alrededor de 60 ingenios, número que creció en 1629 a 346 y a 528 en 1710 (Stein y Stein, 1970: 42)
Resulta preciso aclarar que el ingenio azucarero era un sub-sector de la economía europea (en particular de Países Bajos), ya que Portugal permanecía como intermediaria, reexportando azúcar brasileño a menudo en barcos de Países Bajos, muchas veces procesada en refinerías de Países Bajos y distribuida en Europa por comerciantes de Países Bajos (Stein y Stein, 1970: 42). Por otro lado, la competencia portuguesa con las colonias de Países Bajos y España por el territorio y el control económico redujo aún más las poblaciones originarias en Brasil. Las diferencias con los colonizadores españoles en las cabeceras del Amazonas estimularon el conflicto entre diferentes grupos indígenas, así como expediciones militares punitivas por ambas colonias (Bunker, 1984: 1026).
La explotación intensiva de recursos naturales caracteriza la historia económica de América Latina y de Brasil. Sus economías se fundamentaron en la extracción de recursos principalmente para la exportación. Los intereses en juego eran por supuesto mayores cuanto más ricos en recursos del suelo y subsuelo. Como forma de acumulación de capital, el extractivismo empezó a forjarse en grande escala desde hace 500 años, a la vez que la economía-mundo capitalista fue estructurada a partir de la colonización de las Américas (Ramos de Castro, 2018: 41).
Entre 1500 y 1822 Portugal fue la potencia colonial sobre el territorio de Brasil. Durante la mayor parte del período colonial, el dominio portugués se caracterizó por el establecimiento de empresas extractivas, que variaban en forma y características institucionales según los bienes demandados en Europa y las posibilidades de producción que ofrecía la colonia. Esta serie de auges de recursos coloniales implicó, en varios lugares y momentos históricos, la producción de distintos productos básicos, como caña de azúcar, oro, caucho, tabaco, cacao y algodón, entre otros (Naritomi et. al, 2012: 396).
Las plantaciones de caña de azúcar y la minería de oro constituyen dos actividades extractivas desarrolladas por Portugal que merecen especial atención puesto que se les consideran como las más importantes en cuanto a importancia económica y área de influencia, ya que se caracterizaron por una organización socioeconómica esencialmente extractiva y marcaron la ocupación inicial de regiones noreste y centro de Brasil. El auge azucarero fue como el período desde el inicio de la colonización efectiva de Brasil por Portugal hasta 1760. En este período también se incluye el apogeo de la producción y los beneficios económicos de 1570 a 1670, el «siglo del azúcar» (Naritomi et. al, 2012: 398-399).
Tres elementos resultan sustancialmente destacables sobre la economía azucarera y el sistema de plantación: latifundio, monocultivo y trabajo esclavo. La producción de caña de azúcar trajo el latifundio rural y la sociedad patriarcal y esclavista a Brasil y al resto de la colonias en las Américas. En 1729 el gobernador Luis Vahia Monteiro escribió que «las propiedades más sólidas de Brasil son los esclavos y la riqueza de un hombre se mide por tener más o menos (…), pues hay bastantes tierras, pero sólo quien tiene esclavos puede ser dueño de ellas» (Naritomi et. al, 2012: 399).
En ese tenor, la sociedad de la caña de azúcar se construyó sobre extremos desigualdad socioeconómica, dando lugar a élites políticas y económicas muy reducidas con poderes concentrados. Por otro lado, en el siglo XVIII, los esclavos representaban más de la mitad de la población en las capitanías del Nordeste y entre 65% y 70% en las zonas de plantación. En el otro extremo de la pirámide social, los senhores de engenho constituían la aristocracia terrateniente a nivel local. Eran hombres blancos y ocupaban una variadas funciones sociales y económicas y ejercían poderes políticos (Naritomi et. al, 2012: 399).
La polarización entre la persona del terrateniente y el esclavo en medio de la dominación del sistema de plantaciones de caña de azúcar destinadas a la exportación hacia Europa sentaron los cimientos de las estructuras económicas, políticas y sociales relacionadas con los ingenious azucareros y la producción de azúcar. Ante esto, el dominio colonial aumentó la concentración de los recursos y el carácter extractivo de la actividad azucarera (Naritomi et. al, 2012: 399). A su vez, esta dinámica determinó siglos después la consolidación del colonialismo interno en Brasil.
Visitando otra actividad extractiva durante la colonización portuguesa, el desarrollo de la minería aurífera en la parte central del territorio brasileño fue sumamente concentrada e intensa. Hacia 1695, los exploradores portugueses encontraron grandes cantidades de oro en el Estado actual de Minas Gerais. Asimismo, fue encontrado oro en regiones de los Estados actuales de Mato Grosso y Goias a partir de de 1720 y 1726. La producción alcanzó su punto máximo en 1760, pero poco después declinó y perdió relevancia a finales del siglo XVIII. Desde 1700 hasta 1770, la producción de oro fue aproximadamente la misma que toda la producción del resto de América entre 1492 y 1850 y correspondía al 50% de la producción del resto del mundo entre los siglos XVI y XVIII (Naritomi et. al, 2012: 400).
PANORAMA NEOEXTRACTIVISTA EN BRASIL: PRÁCTICAS Y SUS CONSECUENCIAS
La prolongada condición colonial y los 350 años de esclavitud reforzó oscurantismo, latifundios, una economía de exportación primaria y represión, mientras que en los países europeos se desarrollaban las libertades humanas, se realizaron reformas agrarias y se expandían los derechos, la ciencia y la democracia (Semeraro, 2018: 167).
La Independencia de 1822, decretada desde arriba, no cambió el sistema colonial que continuaba a cargo de la Casa Imperial. Siendo Brasil el último país en preservar el instituto de la esclavitud, proclamó oficialmente la abolición en 1888, pero no se eliminaron las condiciones que sustentaron la esclavitud. La aristocracia agraria y la oligarquía-racista se fortalecieron y prosperaron también durante la Antigua República (1889-1930), instaurada por los militares y dirigida por fuerzas conservadoras que excluyeron la participación de la población. Pasar del sistema esclavista a los ideales modernos-liberales y al régimen del salario obrero no promovió la descolonización y la liberación de la población (Semeraro, 2018: 168).
La revolución burguesa que promovió la modernización, la urbanización y la industrialización en la primera mitad del siglo XX produjo un tipo de capitalismo dependiente acomodando formas tradicionales y modernas en lo socioeconómico sin quebrar el sistema colonial ni promover una revolución democrática nacional. En tal sentido, la clase burguesa que surgió tendió a monopolizar la riqueza del país y apropiarse del Estado, independientemente de la proletarización y exclusión de gran parte de la población del poder politico y económico (Semeraro, 2018: 168).
Más adelante, Brasil acompañó el crecimiento de la producción mundial de hierro, triplicada a partir de 2005, con gran participación del hierro de Carajás. No obstante la caída de precios en el mercado mundial en 2012, se alivió a través de la intensificación de la extracción de mineral, principalmente ante la demanda de Estados Unidos, China y Japón. La Amazonia exporta un valor que corresponde al del 40% de todo Brasil, destacando el acero, hierro y aluminio (Ramos de Castro, 2018: 49).
La ocupación de nuevas zonas de frontera minera, la mayor característica de la explotación mineral contemporánea en Brasil, se genera a partir de procesos que modifican el uso de la tierra con desplazamientos –forzados– de personas. Las empresas con sede en la Amazonia hace uso de procedimientos ilegales para minimizar los costes ambientales. En las comunidades locales se han observado impactos de las prácticas extractivas, como son: desestructuración de la economía familiar, conflictos sociales, étnicos y ambientales, desaparición de recursos naturales esenciales, así como pérdida de biodiversidad (Ramos de Castro, 2018: 50).
Los últimos 50 años de minería en la Amazonia demuestran una lógicas extractivas de apropiación que avanzan hacia dinámicas económicas sobre la selva, cuya consecuencia fundamental es la deforestación, las plantaciones de eucalipto, la expansión de grandes empresas en territorios ocupados por comunidades originarias para el agronegocio, la construcción de megaproyectos hidroeléctricos, cuyas represas privatizan las aguas, al igual que la ocupación de territorios indígenas para construir infraestructuras ferroviarias y de carreteras para gestionar el desplazamiento de mercancías (Ramos de Castro, 2018: 53).
Existe una relación importante entre los procesos históricos de expropiación, los contextos socioambientales injustos, el racismo, las amenazas a los territorios tradicionales, la ruptura de la subsistencia y la autodeterminación de las poblaciones indígenas, que conducen a escenarios en los que estos pueblos experimentan procesos de vulnerabilidad respecto a otros grupos de la población brasileña (Rocha et. al, 2019: 385).
Asimismo, el proceso de transición epidemiológica de las poblaciones indígenas se ve extremado por políticas de expansión de las fronteras para la producción de commodities minerales y agrícolas sin prever los efectos sobre los territorios de los pueblos indígenas. Al permitir la incorporación de nuevos territorios en la economía global de mercado, esta tendencia desestabiliza las comunidades preexistentes y afecta el ejercicio de sus formas de vida y de territorialidad (Rocha et. al, 2019: 385).
La incompatibilidad entre las prácticas extractivas e intervencionistas de los proyectos económicos y el modo de vida de los pueblos indígenas es una causa de movilización social a construir acciones colectivas para defender la vida, los bienes comunes y los territorios. En tal virtud, los conflictos eco-territoriales se desencadenan por políticas que distribuyen los riesgos ambientales a los territorios de grupos socialmente vulnerables y discriminados. Estos conflictos empeoran por pugnas sobre el control de tecnologías contaminantes cuyos riesgos para la salud humana y el medio ambiente incluyen un alto nivel de incertidumbre, como es el caso de los transgénicos y los plaguicidas (Rocha et. al, 2019: 385-386).
Otro riesgo importante para la salud indígena que surge por causa de las prácticas extractivistas es la escasez de alimentos asociada con la degradación de las áreas de cultivo, el desabastecimiento de peces en ríos, a su vez más contaminados por sustancias químicas, pesticidas y otros desechos arrojados a las cuencas, o incluso la reducción de las áreas forestales por la deforestación. La expropiación territorial y la degradación ambiental por la economía del (neo)extractivismo genera situaciones de inseguridad alimentaria debido a las consecuencia de los procesos extractivos, que conllevan el deterioro gradual de la naturaleza (Rocha et. al, 2019: 387-388).
Múltiples comunidades indígenas han sufrido varios desplazamientos forzados de su territorio. Sin embargo, los efectos de estos procesos han sido minimizados o negados en los discursos estatales y empresariales, apoyados tácitamente por los grandes medios de comunicación. En el imaginario elitista nacional de Brasil, la Amazonia debe ser una región empobrecida, sin conocimiento que aportar, y que el emprendimiento económico es medio para alcanzar del progreso y el desarrollo. Tal expresión colonial incorporada a través de prácticas autoritarias se convierte en un punto muy importante para comprender el tránsito hacia «los proyectos neoextractivistas y el saqueo intenso y continuo de los recursos naturales y de la vida organizada de áreas en la frontera del capital» (Ramos de Castro, 2018: 66-67).
RESISTENCIAS INDÍGENAS, DESCOLONIALES Y FEMINISTAS
Durante las cuatro últimas décadas, la Amazonia brasileña ha estado caracterizada por conflictos relacionados con la expansión de la minería en el país. Los actores que resisten en la defensa de sus derechos constitucionales a la tierra se vinculan al territorio como trabajadores de las aguas y de la tierra. Entre estos se pueden destacar los pueblos indígenas y comunidades afrodescendientes; movimientos de los sin techo en las áreas urbanas; movimiento LGBTIQ+, de mujeres y personas racializadas; movimiento de las/os sin tierra por la reforma agraria ampliada; así como movimiento de trabajadoras/es de los mega emprendimientos (Ramos de Castro, 2018: 64).
Estos movimientos tienen un gran componente territorial, vinculados al binomio cuerpo-territorio desde sus propias subjetividades, resistiendo las amenazas de pérdida de derechos relacionados el territorio. Tales resistencias pueden ser denominadas como «un campo de acción política de naturaleza colectiva, inscrita en los grandes temas de la ecología política o de una gramática política» (Ramos de Castro, 2018: 64).
En el modelo (neo)extractivista brasileño, las empresas son los actores que tienen control sobre la producción en el territorio del que se trate. Por consiguiente, los territorios ocupados por empresas extractivas se convierten en «territorio conflagrado», razón por la que emergen conflictos sobre el uso de los recursos y la tierra. «Esa conflictividad sobrepone las fronteras del capital a las fronteras de derechos, como los derechos de los pueblos indígenas», que se encuentran garantizados constitucionalmente desde 1988 a la vez que por otros instrumentos legales a nivel internacional (Ramos de Castro, 2018: 64-65).
La relevancia política y económica del neoextractivismo en sectores clave a escala nacional, sobre todo en la agroindustria y la minería, se torna en un desafío para la formulación de políticas más autónomas, más ecológicas y menos dependientes para Brasil y toda América Latina (De Souza Porto y Rocha, 2022: 495). El conocimiento indígena de coexistencia con el medio ambiente puede ayudar a imaginar otras formas de producción sostenible alejadas de la ambición y la indiferencia capitalista.
La corriente crítica de pensamiento latinoamericano ha formulado otra perspectiva de desarrollo que reconoce el pluriverso de epistemes y saberes y resignifica la acción colectiva como proceso de liberación, a fin de ampliar la noción de bienes comunes. El concepto del Buen Vivir como dimensión crítica de la reflexión sobre un posdesarrollo (Ramos de Castro, 2018: 43-44) es una propuesta epistemólogica que provee herramientas para resistir la destrucción de la Madre Tierra.
Para Alberto Acosta (2012: 283-285), el Buen Vivir es una oportunidad de imaginar nuevas formas de vida como alternativa a los conceptos de progreso y desarrollo, la cual precisaría una economía fundamentada en la sustentabilidad y la solidaridad. Esta propuesta posdesarrollista procura construir «otro tipo de relaciones de producción, de intercambio, de cooperación y también de acumulación» (ibid.: 284). Asimismo, el respeto de los ciclos ecológicos es un principio prioritario ante los procesos económicos bajo esta lógica, lo que permite repensar la vida humana de forma más holística e inclusiva hacia la Naturaleza.
La defensa del territorio y los derechos a la vida y la salud de las poblaciones indígenas significa una profundización del diálogo interdisciplinar e intercultural entre el sector académico, los movimientos sociales y la sociedad brasileña con estos pueblos, pero no sólo para preservar el medio ambiente y defender la sostenibilidad de los ecosistemas y la biodiversidad, sino además para preparar la proyección de vida frente a la crisis eco-climática en curso (De Souza Porto y Rocha, 2022: 498).
REFLEXIONES FINALES
En Brasil predominan en la actualidad las políticas de incentivo a la exportación de commodities para el mercado mundial, lo que implica la existencia de procesos neoextractivistas y una creciente primarización de la economía (Ramos de Castro, 2018: 48). Mientras tanto, las comunidades indígenas establecidas en las áreas forestales y de ríos en la Amazonia tienen marcas corpóreas de destrucción, «cuerpos marcados por heridas resultantes de la ingesta de minerales introducidos en la cadena alimentaria, sobre todo pescados; enfermedades respiratorias, dolencias derivadas del uso del agua y de la ingesta de frutos contaminados; desnutrición infantil; precarización de la vida en esos territorios» (Ramos de Castro, 2018: 66).
Uno de los efectos desgarradores de la actual inflexión (neo)extractivista es la avalancha de conflictos socioambientales, manifiestos a través de la intensificación de las luchas de las poblaciones indígenas por sus territorios, cuyos protagonistas principales son los movimientos indígenas y campesinos. Además, se unen nuevas formas de participación y movilización social, cuya misión se centra en defender la biodiversidad, la naturaleza, lo común (Svampa, 2019: 31).
Sin embargo, en la medida en que el capital experimenta un cambio trascendental en su forma y adquiere una portada posmoderna, así mismo las prácticas (neo)extractivas evolucionan juntamente y pueden intentar encubrir sus verdaderas intenciones: más apropiación, más poder. En tal sentido, la biodiversidad es un tema vanguardista en la economía global que tendrá efectos geopolíticos en el siglo XXI, específicamente lo relativo al acceso a la información genética. En este sentido, el conocimiento tradicional se eleva a la categoría de «patrimonio inmaterial de la humanidad» y se restructura como un bien necesario para el desarrollo de los procesos de capitalismo global, sobre todo en los sectores de agricultura y salud, con el interés de capitalizar la naturaleza (Castro-Gómez, 2010: 408-411).
Debido a que estamos entrando en un tipo de economía global que ya no se basa enteramente en los recursos minerales, sino cada vez más en los recursos vegetales y biológicos, las grandes corporaciones agroindustriales y farmacéuticas ejercen presión ante las entidad supranacionales para investigar y patentar los recursos genéticos contenidos en los productos naturales. (Castro-Gómez, 2010: 411). Esto también es una forma de lógica extractiva del conocimiento y la naturaleza.
Analizar las prácticas neoextractivistas, capitalistas, coloniales y violentas desde el binomio cuerpo-territorio permite visibilizar y, a la vez, realizar un ejercicio de conectar cuestiones interseccionales como género, raza, clase, sexualidad y ecología para configurar una crítica inclusiva que profundice en cómo la colonización y dominación de los territorios se traslada al cuerpo y la naturaleza.
La explotación desmedida de los recursos comunes y la disrupción total de la forma de vida originaria, en coexistencia con el medio ambiente, destruida por la colonización de Abya Yala y el resto de continentes, propicia un intercambio epistemológico eco-sostenible, decolonial y feminista, en diálogo con las poblaciones indígenas y afrodescendientes, para imaginar un futuro próximo menos distópico a través del cual resistir y coexistir en mente-cuerpo-territorio.
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