A la espada y el compás…, y más, y más
To the sword and the compass…, and more, and more
Santiago A. Cabello Berdún
Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado, Málaga, España
Recibido: 21/05/2021
Aceptado: 28/05/2022
DOI: https://doi.org/10.33732/RDGC.10.57
Resumen
La dualidad de «la pluma y la espada» se hace patente durante la conquista y colonización de América. Los hombres que consiguieron esta magna obra no podían separar su mentalidad militar de la del hombre renacentista y ello fue la consecuencia de su aportación a la Tratadística Militar en el Nuevo Mundo. Un ejemplo sobresaliente de este grupo de soldados-escritores es Bernardo de Vargas Machuca que en su obra Milicia Indiana (1599), a la que después se añadirán Compendio de la esfera y Descripción de las Indias, consigue construir un auténtico manual sobre el arte de la guerra en el Muevo Mundo.
Palabras clave
Nueva Granada, Arte de la Guerra, Conquista, Manual, Vargas Machuca
Abstract
The duality of «the pen and the sword» becomes clear during the conquest and colonization of America. The men who achieved this great work could not separate their military mentality from that of the Renaissance man and this was the consequence of their contribution to Military Treatises in the New World. An outstanding example of this group of soldier-writers is Bernardo de Vargas Machuca, who in his work Milicia Indiana (1599), to which Compendium of the sphere and Description of the Indies will later be added, manages to build an authentic manual on the art of war in the New World.
Keywords
New Granada, Art of War, Conquest, Manual, Vargas Machuca
INTRODUCCIÓN
En 1599 se publica el primer tratado como tal sobre el arte de hacer la guerra en las Indias, Milicia y descripción de las Indias, como un «aviso para exploradores y conquistadores». Un manual, en definitiva, sobre la manera en que los caudillos o capitanes con pretensiones, deben actuar para poder conducir a su hueste en un medio claramente hostil.
La conquista de las Indias no son las contiendas de Italia, es una empresa sin fin con un modo de hacer la guerra totalmente distinto (Navarro García, 1993). Hay que hacer un tipo de guerra específico y adecuado para cada escenario. Desde el norte, en las tierras de lo que sería Nueva España hasta Valdivia, al sur del río Biobío, Chile, hay una distancia de más de 7.000 kilómetros en línea recta y 60 grados de latitud, una amplia variedad climática, que parte un norte árido para llegar al sur umbroso propio de la fachada pacífica chilena, pasando por las grandes masas forestales del trópico (Bennasar, 1985). La manera de ganar para la cristiandad esos territorios tenía que ser distinta a todo lo conocido (Elliot, 2006) y así lo relatan aquellos hombres de armas y de letras que da a conocer sus experiencias en estos territorios, aunque el gran docente, el tratadista por excelencia sea Bernardo de Vargas.
Aquellos que quieren plasmar su experiencia en los territorios que recorren o simplemente exponer sus méritos dejan momentáneamente la espada y cogen la pluma. En un tiempo coetáneo con Hernán Cortés y referido a lo que después se convertiria en el Virreinato de Nueva España, disponemos de la Relación de algunas cosas de la Nueva España y de la gran ciudad de Temestitán, escrita por un compañero de Hernán Cortés llamado el Conquistador Anónimo y, posteriormente, La Historia verdadera de la conquista de Nueva España de Bernal Díaz del Castillo que no saldrá a la luz hasta 1632, aunque su manuscrito andaba circulando desde 1568. Son los testimonios primerizos de las guerras y conquistas mexicas.
Finalizando el siglo XVI (1598), el Maestre de Campo Alonso González de Nájera escribe Desengaño y reparo de la guerra del reino de Chile (publicado en 1614) que será el tratado equivalente sureño en la conquista, guerra y pacificación de los territorios del sur. La forma con que plantea cómo hacer la guerra a los indios de esas latitudes es totalmente sui generis tanto en cuanto lo son las características de los araucanos o mapuches (Donoso Rodríguez, 2016), que disponen incluso de caballería ligera en su lucha contra los españoles, cosa de la que presentará no pocas quejas el autor. Vargas Machuca describe un escenario completamente distinto en su obra, el que se sitúa en las selvas profundas de Nueva Granada y el que da noticias de aprendizaje a quienquiera montar hueste, y sobre el que se profundiza en el presente trabajo.
De todo lo anterior y comparando estas primeras obras que describen y relatan las formas de hacer la guerra, a los indios, sus costumbres, la vegetación y geografía de las indias, pueden extraerse las siguientes premisas:
a) La conquista se lleva a cabo a través de una hueste, no mediante un ejército regular.
b) La guerra en la Indias es distinta. De nada valen las enseñanzas de las contiendas de Italia, aunque tenga vigencia el arte de escuadronar.
c) No existe enemigo fácil en el campo de batalla, aunque si de costumbres deleznables.
d) Explican sus experiencias, aunque saben que tendrán un público teórico reducido, a pesar de su valor intrínseco. En las indias lo que realmente cuenta es la experiencia. La veteranía del «baqueano» se contrapone a la bisoñez del «chapetón» (Navarro García, 1993).
e) Aunque aportan jugosas enseñanzas, solo la obra de Vargas Machuca puede considerarse un manual en toda la extensión de la palabra.
En la lectura detenida del texto se aprecia la atmósfera de tensión que se debía respirar en los avances por las selvas tropicales, en cierta manera, y guardando las distancias en tiempo y espacio, recuerdan testimonios sobre la guerra del Vietnam o la del Congo. Como se puede observar en la figura 1:
La guerra de guerrillas que llevan a cabo los indios (hay quien habla de un modelo de propio de insurgencia, como es el caso de Barrios Romero, 2007), está siempre presente, un modo que se aleja bastante de las experiencias italianas y del ideal caballeresco de la hidalguía hispana, pero que es comprendido, corregido y adaptado por los soldados españoles, sin que por ello se olvide el arte del encuadramiento, para devolverles los golpes con sus propias armas (Espino López, 2001).
De los mencionados capítulos se analizan aquellos apartados más importantes para la Historia Militar: organización, armamento, fortificaciones, formas de presentar batalla y por último manera de asentar la paz en territorios rebeldes o recién conquistados.
BERNARDO DE VARGAS MACHUCA
Nació en Simancas en 1555. Desde muy joven, quizás después de una breve incursión por las aulas vallisoletanas, inició su formación castrense junto a su padre en las campañas contra los moriscos de Granada, sublevados bajo la dirección de Aben Humeya, para pasar posteriormente a Italia donde se distinguió en diversas batallas y cercos (figura 2).
Hacia 1578 viajó a América, y después de pasar por Nueva España, Perú y de participar en dos armadas contras las acciones de Drake, se instaló en el Nuevo Reino de Granada. En 1590 intervino en once jornadas «encargadas por los gobernadores y Real Audiencia de Santa Fe», unas veces con el título de Maese de Campo y otras con el de capitán general. Estas expediciones estaban destinadas a pacificar a las tribus levantiscas siendo sus mayores méritos «desarraigar los indios cimarrones que saltean el Río Grande de la Magdalena» y «la pacificación de los indios pijaos». Participó en el socorro de las ciudades de Altagracia y Medina de Torres, asoladas por los nativos y en la reedificación de la ciudad de Santiago de la Atalaya. En sus últimos años en el Reino, ya como teniente general, nombrado por el gobernador de Ibagué, San Miguel de Pedraza, Timaná y de la provincia de Saldaña, Bernardino de Mújica Guevara, pobló una ciudad en el alto Caquetá a la puso de nombre de Simancas en recuerdo del lugar de su nacimiento.
En 1595, se casó en segundas nupcias con Juana de Mújica y Serna e hizo el primer viaje de vuelta a España dispuesto a que la Corona y el Consejo de Indias le reconocieran sus méritos en el ámbito militar. Tuvieron que pasar cinco años antes de que fuera nombrado alcalde mayor y comisario de las fortificaciones de Portobello, Panamá, tiempo que aprovechó para escribir Milicia y descripción de las Indias y la Carta y discurso sobre la pacificación y allanamiento de los indios de Chile, ambas en 1599. Durante esta estancia inició o renovó una buena relación con algunos personajes cortesanos de gran relevancia social e intelectual como el grupo de literatos y eruditos reunidos en torno a la figura central de Luis Tribaldos de Toledo, que llegaría a ser cronista mayor de las Indias. Debió de realizar una buena gestión en su cometido puesto que el siguiente nombramiento fue de gobernador de la isla Margarita, donde permaneció cinco años, logrando impulsar la economía isleña y sus defensas frente a asaltos de piratas y corsarios.
En 1616 emprendió un segundo viaje de vuelta a España a fin de reclamar puestos de mayor responsabilidad. Después de cinco años esperando, en los que escribe Teórica y práctica de la jineta, secretos y advertencias della, con las señales y enfrentamientos de los caballos, su curación y beneficio (1619), consigue el puesto de gobernador de las provincias de Antioquia, Cáceres y Zaragoza en el Nuevo Reino de Granada, destino del que no llegó a disfrutar puesto que muere el 17 de febrero de 1622 en Madrid. Dejaba sin publicar su Apología y discurso de las conquistas de las Indias Occidentales, en clara oposición a las tesis de Fray Bartolomé de las Casas y en línea con lo que Juan Ginés de Sepúlveda expone en Demócratas, sive de justi belli (Roma 1550).
SU OBRA
Es un libro escrito por un conquistador (y hombre de letras) de «segunda generación» que conoce lo que han hecho sus predecesores y que complementa con su propia experiencia que va mucho más allá de la autopromoción del autor y de los meros relatos de conquista.
La obra se divide en cuatro libros (cuya portada queda reflejada en la figura 3), el primero de ellos trata sobre las cualidades morales, físicas y hacendísticas que debe tener un buen caudillo militar, que recuerda en cierto modo al inventario de las virtudes de un caballero andante. El segundo, «en que se advierte el modo de hacer soldados y prevenir sacerdotes, medicinas, armas y municiones», explica cómo organizar la milicia, el perfil idóneo que deben tener los soldados, la necesidad y el modo con que deben de tratarse los sacerdotes que acompañan a la hueste; los cuidados que las armas y munición necesitan en ambientes propios de Nueva Granada; y hace un compendio de recetas medicinales para los males que suelen afectar a las tropas, unos inicios claros a la sanidad militar.
El tercer libro consta de una amplia serie de consideraciones acerca de la marcha y el arte de la guerra a la que se enfrentan, desde la batalla (o guazavara, como él la denomina) en campo abierto hasta la tipificación de las emboscadas que pueden recibir las tropas españolas o los golpes de mano nocturnos que a su vez deben dar contra los poblados indígenas, sin olvidar consejos sobre ingeniería de puentes o de fortificaciones. Por último, el cuarto, relata el arte de hacer la paz, objetivo básico del ejército en la ampliación de los territorios de la Corona, y las formas de repoblación, organización civil y militar, y repartimiento de tierras, todo ello con serias admoniciones de cómo se debe de tratar a los indios.
La obra completa está llena de comentarios y ejemplos de personajes de la antigüedad clásica, objeto de devoción propio de típico hombre del Renacimiento, como son Alejando, Julio César, Mario, Aníbal, Catón, Vespasiano y de otros caudillos de la conquista más propios de su tiempo tales como Colón, Hernán Cortés, Pizarro, Valdivia, Ximénez de Quesada, etc., que ilustran y complementan los avisos y consejos que el escritor hace.
Independientemente del manual del buen conquistador (benemérito o caudillo en palabras del escritor), estamos ante una etnografía de primera mano sobre las tribus caribes (andaquíes, muzos, pijaos, carares, cusianos y becos entre los más beligerantes) de Nueva Granada en los tiempos de la conquista, en la que contempla no solo los aspectos militares de las tribus a la que se enfrenta sino cuestiones culturales y sociales. En otras palabras, nos ofrece un testimonio etnográfico de la voluntad, el ingenio y la resistencia cultural de los indios a los que se enfrenta (Flores Fernández, 1987).
En la Milicia Indiana no dejan de deslizarse constantes defensas de los valientes soldados que marcharon a la conquista y, como era nota característica de cierta milicia de su siglo, las quejas por el poco beneficio que obtienen de sus heroicidades (Tovar, 1981).
CONSIDERACIONES PREVIAS
Para un soldado de su hueste, los enemigos son, desde luego, los indios americanos (enemigos en abstracto) reducidos por la conveniencia del discurso a un solo tipo. Aunque bárbaros (suelen practicar el canibalismo) poseen sus propias estrategias militares de acecho, emboscada y retirada. Vargas Machuca no se va a detener mucho en la psicología bélica de las tribus a las que se enfrenta, sino que explica cómo han de organizarse los españoles para hacerles frente. El concepto de «guerra justa» queda implícito en sus planteamientos: derecho a conquistar y obtener vasallaje, a repartir sus tierras, al castigo de los levantiscos y a la impartición de justicia. En Apologías llega a citar textualmente al dominico y consejero real, Juan Ginés de Sepúlveda, a la vez que se apoya en cartas que los licenciados Francisco Manso de Contreras, oidor de la audiencia de Panamá y Zoilo Díaz Flores, fiscal de la Real Chancillería de Panamá, donde defienden el derecho de hacer la guerra a los naturales para evangelizarlos, ya que son bárbaros por naturaleza e incorregibles si no es por la fuerza
La palabra enemigo abarca no sólo el ámbito militar sino también el moral, los indios no amigos son traicioneros, crueles, cobardes, practicantes de costumbres bárbaras y lujuriosas (canibalismo y poligamia), sucios e infantiles «… que no hay niños mas amigos de los juguetes, de que sean tan presto contentos» … «Es gente amiga de juguetes y niñerías, como son cuentas de vidrio, espejuelos, peines, trompas y niñerías».
CONTENIDOS DEL ARTE DE LA GUERRA
Vargas Machuca entiende que la guerra debe ser diferente a la que venían acostumbrados al itálico modo, puesto que «las guerras también tendrán diferente modo y práctica, cuanto fueren diferentes las tierras, las gentes, los ánimos y las armas con que pelearen en su invención». La mayoría de los soldados y caudillos que va a acudir a América, como el propio Vargas Machuca, lo harán ya bien curtidos en las campañas italianas y las lecciones aprendidas tendrán que modificarlas nada más empezar a tomar consciencia del nuevo escenario. La propia desproporción entre tropas españolas e indias, las grandes extensiones de terreno, las enfermedades desconocidas y la selva inundándolo todo, formarán una personalidad característica del soldado indiano. Por otra parte, en este desafío imperial, no existirán plazas fuertes que asaltar y será una auténtica pesadilla el transporte de cualquier pieza de artillería. Además, dada la complejidad del medio, la estructura y organización de la hueste en cuanto a efectivos y despliegue, se verá profundamente transformada sobre la marcha aunque se conserve la misma estructura de mando (Tanzil, 1994).
ARMAMENTO
Vargas Machuca considera inapropiadas para la infantería que se desenvuelve en el medio selvático, las cotas, corazas y arcabuces, siendo preferible el armamento adaptado al medio en que van a combatir, como sayos de armas, morriones y rodelas de algodón, espadas anchicortas y arcabuces cortos, mientras que la caballería deberá emplear cotas de ante, adargas pequeñas y ligeras, y deberán usar espuelas de pico de gorrión. En cualquier modo, y dado el cambio rápido de los condicionamientos medioambientales, sugiere que se vaya adaptando el armamento a la naturaleza de las distintas regiones en las que se combata. Como complemento, las unidades deberán llevar perros adiestrados (Navarro García, 1993), dado que era común el uso de canes de guerra de raza alana muy acorazados. Siempre iban en primera línea acompañando a los ballesteros y delante de los arcabuceros.
Comenta que las tribus aborígenes usan sobre todo lanzas de palma de unos treinta palmos cuya punta han endurecido mediante el fuego; macanas, también de palma; flechas de punta de pedernal, hondas y en algunos casos, en función de su localización geográfica, cerbatanas en medios boscosos y dardos, rodelas y coseletes de piel de toro en Chile, como muestra la figura 4. Resultaba crucial el armamento que hubiesen podido robar a los españoles, circunstancia que no deja de lamentar Alonso González de Nájera. En definitiva «Cada nación se aprovecha de parte de estas armas conforme a su aplicación y disposición de tierra».
ORGANIZACION
La ordenación de la milicia irá en función del matiz de la misión que se le encomiende: si es una campaña de nueva conquista constará de un teniente general, un maestre de campo, sargento mayor, alférez general y alguacil de campo, así como el número de capitanes necesarios para comandar las compañías de unos cincuenta hombres y no los doscientos como se organizaban en Italia. La caballería irá en proporción de doce jinetes cada cien infantes,
Las incursiones de socorro o castigo se llevarán a cabo mediante la unidad de un caudillo, que a su vez nombrará a su correspondiente alférez y sargento con la gente necesaria para llevarla a buen término. En cualquier caso, siempre han de ir acompañados de un sacerdote, fraile a ser posible, con buena forma física, como consuelo espiritual de los expedicionarios y deberá llevar «si fuere a poblar, nombramiento de ordinario, para tomar la posesión de las iglesias y doctrina que se fueren haciendo».
Los soldados deben de tener, además de bizarría, un conjunto de virtudes morales e igualmente las propias de la milicia. Con respecto a las primeras destaca la humildad, la honestidad —rechazando a gente pendenciera, perjura y jugadora; en cuanto a las segundas: disciplina ante todo, evitando siempre el quedarse dormido en una guardia (que será castigado con la pena de muerte), «el que se durmiere pierde la honra y aventura la vida, porque merece la pena de muerte y en esto yo no pondría ningún escrúpulo en quitársela»; y cualquier intención de promover o participar en un motín (Del Vas Mingo, 1985).
MARCHA DE LA HUESTE
Hay serias advertencias sobre la necesidad de respetar las haciendas y personas amigas que vayan apareciendo a lo largo del camino, sobre todo aquellos que se encuentren a alguna zona fronteriza, tanto en cuanto será allá donde la milicia acabe de pertrecharse para la campaña y es básico no dejar desagravios a las espaldas que después pueden volverse en contra de los españoles. La conquista o incursión comienza con el toque de trompeta y con el caudillo de la hueste al frente.
Si se considera el uso de la caballería en la expedición, un escuadrón se situará en vanguardia y otro a la retaguardia, igualando el número de jinetes con lanzas con el de arcabuceros, de ellos algunos pasarán a la escolta de los pertrechos y otros serán destacados en avanzadilla. El ganado irá a la retaguardia. En cambio, si la expedición es a pié, la carga será llevada por indios cargueros interpolados entre la vanguardia, la retaguardia y el grueso de las tropas a fin de ser vigilados para que no huyan o roben a la menor escaramuza. Es importantísimo el silencio en la marcha y sobre todo evitar que se dispare un arcabuz, puesto que puede servir de aviso a las tribus hostiles.
Delante de la vanguardia es conveniente que vayan exploradores del terreno (indios amigos a ser posible) para evitar las trampas y hoyos con que suelen acecharlos; si fuese por un terreno selvático serán los macheteros los responsables de abrir el camino (Figura 5).
En función del recorrido: caminos a través de la selva, quebradas o desfiladeros, se deben de tomar distintas precauciones, sobre todo en los pasos peligrosos, en los que debe prevenir alguna emboscada. A fin de evitarlo se destacarán una docena de arcabuceros para rodear la amenaza y hacer fuego de prevención si hay dudas acerca de una acechanza. Alternativa a estos son los perros, que darán la alarma si se encuentran indios escondidos. Una buena prevención es llevar siempre un toldo, por una parte, servirá para proteger al jefe de la expedición de flechas o dardos y que quedarán colgados de él; por otra parte, siempre es un buen refugio para mantener vivo el fuego con que funcionarán los arcabuces en casos de lluvia, cosa bastante frecuente en las latitudes en que se desarrolla la conquista.
En las marchas del ejército es frecuente encontrar arroyos y ríos que es necesario vadear o atravesar para seguir adelante. En primer lugar, si es vadeable habrá que elegir con detenimiento el punto más adecuado. A continuación, se aseguran ambas orillas y se lanzan cuerdas de unión; una vez hecho esto en una balsa guiada por soldados a nado, se pasarán los enseres, mosquetes, arcabuces y cañones si los hubiere, procurando en todo momento que no se apaguen las mechas encendidas. Para ríos más caudalosos —y sin son de aguas tranquilas—, lo suyo será construir canoas y balsas triangulares para la tropa. Si, por el contrario, el río es de aguas bravas, la solución para cruzarlo será la de construir puentes de troncos entre las piedras. Si no hay otra posibilidad, el paso se efectuará haciendo una hilera humana entre ambas orillas, donde los soldados que no sepan nadar irán escoltados por los sí saben, y se destacará más abajo una cuadrilla especial para recoger a alguno que se haya podido soltar (Del Vas Mingo, 1985).
FORTICACIONES EN CAMPAÑA
Vargas Machuca recomienda hacer el alto de la jornada sobre las tres de la tarde (hora solar) a fin de que dé tiempo a construir un campamento con la seguridad adecuada. El lugar elegido debe estar cerca de un arroyo si se marcha sobre campo abierto, o en las inmediaciones de un barranco, si es más abrupto: «y el modo del Real se puede hacer de una calle con dos puertas o en triángulo, con tres, o en cuadra, con cuatro, dejando plaza en medio, limpia y desembarazada». Como prevención, se mantendrán los caballos ensillados, el freno colgado y las espuelas atadas a los estribos para que no se pierdan, además de una lanza en las inmediaciones. Si la parada es para más de un día, lo ideal es rodearse de un palenque o valla de madera con los troncos muy juntos y sin cuerdas, dado que éstas pueden servir de asidero para los atacantes en una incursión nocturna.
Para pequeños grupos, la mejor defensa consistirá en rodearse de matorrales espinosos formando una o dos cercas en torno a un centro desbrozado; en esta ocasión es aconsejable colgar mantas de los árboles de modo que entorpezcan la trayectoria de las flechas enemigas.
Durante el transcurrir de la noche, es importantísimo que no se den falsas alarmas y que todos los soldados duerman vestidos, calzados y cercanos a sus armas. Además, el silencio debe ser la nota imperante, impidiendo los murmullos y los cuchicheos de los indios acompañantes, «séale aviso evitar el murmullo en su campo y particularmente de la chusma y más si entre él hay indias paridas, que éstas suelen pellizcar a los niños porque lloren, todo a fin de impedir a la centinela el oído para que mejor pueda entrar el enemigo». De igual modo, no se debe consentir que salgan los indios —inclusive los amigos— del reducto sin la correspondiente escolta para evitar connivencias con las tribus hostiles.
TÁCTICAS Y ESTRATEGIAS
Vargas Machuca recomienda para las huestes hispanas las trasnochadas como medio eficaz de doblegar a los indios. Consideraba que como ellos son traidores y rebuscados hay que golpearles con sus mismos métodos, sobre todo si se va a pacificar alguna revuelta: «y es buen remedio acometerles con la misma herida para que no nos inquieten y nos teman».
Una trasnochada típica es la de alcance, que consiste en seguir las huellas dejadas por los indígenas en su marcha de día y vigilando los fuegos nocturnos hasta encontrar la oportunidad del asalto. Otras modalidades serán atacar cuando haya una fiesta tribal o fingir una retirada, esperando que todos vuelvan a sus poblados para sorprenderlos juntos. En cualquier caso, afirma el autor, las mejores son las que se dan en noches de lluvia puesto que los sonidos quedan bastante más amortiguados.
La aproximación debe hacerse en el más completo silencio. Se les quitarán los cascabeles a los caballos y se evitarán en todo momento los toques de trompeta o los disparos de arcabuz, que podrían alertar a poblaciones vecinas. El asalto debe de llevarse a cabo antes de romper el alba coordinándose las diversas fuerzas en caso de que se trate de una población dispersa. Si llegado el caso son descubiertos, los asaltantes deberán bloquear las puertas del poblado mientras llega la fuerza principal para que no salga ningún indio ni pueda avisar.
Una última modalidad que apunta es fomentar a través de parlamentarios una reunión de tribus para que, llegada la noche, «se dé el albazo de ellos, esto se entiende con gente que se ha rebelado y quebrado la paz, que con gente nueva no se debe hacer». La retirada después de la acción debe ser rápida, incluso doblando la jornada.
Las emboscadas —se justifica Vargas—, deben hacerse también porque son un método frecuente de ataque por parte de los naturales e insiste en que hay que combatirles con sus mismos ardides. La emboscada ordinaria se hará sobre un camino, allá se repartirán los soldados a ambos márgenes quedando ocultos entre los matorrales y evitando haber dejado alguna huella que pudiese delatarles. Un tiro de arcabuz dará lugar al ataque, que se llevará a efecto solo con espadas y rodelas para evitar el fuego cruzado, no obstante, es conveniente tener algunos arcabuceros preparados por si el desarrollo de la lucha no fuese todo lo favorable que se había planeado.
Se podrán hacer también emboscadas en las quebradas o en los mismos poblados, aprovechando que hayan salido a pescar o cazar y esperándolos a su regreso. Otros tipos serán: abandonar un cadáver y esperar a que acudan los indios a ranchearlo; esperarlos en las inmediaciones de donde hay ganado o caballos puesto que suelen acudir a flecharlos «y allí es bien tenérsela aparejada, que es cierto el caer en ella»; fingir huidas, donde parte de la tropa se quedaría esperando a los perseguidores; y por último, disfrazar a indios amigos de soldados, esperar a que los ataquen y ser sorprendidos por los auténticos.
Los indios también tienen sus técnicas. Los sitios más probables para que embosquen son las quebradas y los ríos —donde pueden despeñar piedra y lanzar flechas con todas las ventajas del terreno. A fin de evitarlo, y como ya se apuntó al hablar de la marcha de la columna, recomienda destacar una patrulla con perros para poder detectarlos que, en caso de alarma, disparará un arcabuzazo. Si la quebrada es muy abrupta y no se pueden tomar las alturas, conviene disparar al sitio donde se cree que se esconden, puesto que un disparo en sus posiciones aterra y hace que salgan los indios. Mientras tanto para el resto, la estrategia a seguir es reunir todos los porteadores en el centro, sentados y vigilados, mientras que tanto la vanguardia como la retaguardia retroceden o avanzan a fin de formar un círculo en torno a los pertrechos y en ese momento es cuando el caudillo debe dar las órdenes oportunas para la guazavara.
Suelen también llevarlas a cabo cerca de los sembrados puesto que los soldados acuden a recolectar comida sin mucho orden —vemos que el problema de la comida es común a ambos bandos—; y en las aguadas, cerca de los poblados o campamentos españoles aprovechando que las tropas no están formadas. También hay que tener una especial prevención con los cañaverales dado que al paso de la columna español, los indios prenden fuego por un lado mientras los esperan por el otro. En cualquier caso, la huida para después del golpe siempre la tienen planificada.
Para detectar una emboscada, Vargas Machuca recomienda ir mirando cuidadosamente los árboles tanto en cuanto es donde se suele apostar a los vigías y una cosa más, que confirma la apreciación de los indígenas por parte del conquistador; «aviso al caudillo que conocerá una emboscada por el sitio, por el olor de la bija con que los indios se embijan y untan, porque huele mal».
LA BATALLA
En palabras de nuestro autor la batalla abierta o guazavara contra los indios es la guerra más hidalga que ellos usan y en la que tendrán ventaja tanto en el armamento como en la estrategia y organización. Al ponerse en liza ambos contendientes es el medio más idóneo para conseguir honor y gloria, lugares en los que se tienen que enfrentar como promedio, en relaciones de cien indios por cada español.
Antes del comienzo de las hostilidades es conveniente tener reconocido el terreno para evitar zonas pantanosas que pudiesen impedir la acción de la caballería; vigilar y tomar las posibles alturas desde donde pudiesen ser atacados (la figura 6 explica una forma de hacerlo); y en todo momento tratar de plantear la acción principal a campo abierto, situándose siempre del lado del bosque.
Las huestes de aborígenes, según cuenta y deducimos, corresponden a un modelo de organización de la guerra de las sociedades preestatales. Van desnudos con el cabello trenzado la mayoría y algunos, los más destacados, rapados. Además, están emplumados y pintados —de rojo, amarillo y negro— con colas de animales al cinto señalando su estatus de guerreros. Los caciques al mando se distinguen por llevar casquetes con pieles de leones y tigres, y por la joyería y abalorios que llevan puestos. Cada tribu que se reúna, puesto que suele haber coaliciones contra los españoles, van comandada por su jefe, no existiendo un comandante supremo. Se presentan dando alaridos y bailando danzas guerreras desafiantes, bien producto de los rituales propios de guerra o de la chibcha que llevan ingerida (Morales Guinaldo, 2008).
La distribución de efectivos, en cambio, no es aleatoria, puesto que colocan en primer lugar a los portadores de lanzas y por detrás a los honderos y arqueros con abundante reserva de flechas y macanas a las espaldas; en el momento que éstos toman protagonismo, los primeros se agachan para que se puedan fijar objetivos. Sobre el campo se van a distribuir en forma de medialuna tratando de cercar a los españoles.
Dada la orden de ataque, el principal objetivo de los indios consistirá en llegar al cuerpo a cuerpo con el afán de coger prisioneros que, posteriormente, nos dice Vargas Machuca, serán martirizados y comidos: «es gente cruel, que, si aciertan a llevar a manos a algún español, le dan mil martirios, sacándole los ojos y trayéndole con un barboquejo por los mercados y borracheras y después lo matan y se lo comen». Acompañando a los combatientes «vienen cantidad de indias con catabres para cargar la carne y tripas de los nuestros, que no es menos barbaridad». Además, para más horror del cronista, comprueba que los caciques y jefes llevan tibias humanas al cuello como adorno ritual cuando no han fabricado flautas o pífanos con ellas.
Sólo van a conservar el orden en la primera acometida, «porque luego se revuelven y pelean sin orden, y como sea gente de nueva conquista, si una vez los desbaratan, tienen a los nuestros por hijos del sol y juzgan a los caballos y hombres toda una pieza e inmortales».
Frente a ellos se van a situar los soldados españoles con su caudillo al frente, que ya habrá tenido la prevención de situar a sus hombres lo suficientemente pertrechados para la guazavara y haber previsto la evacuación de los heridos hacia el Real. El caudillo, menciona Vargas Machuca, ha de dar ejemplo de bizarría combatiendo sólo con la espada y rodela «que con esto ganará nombre y animará a los suyos».
Con el tocar de las trompetas «se dará el Santiago» y si el sitio es llano atacará la caballería que, para atemorizar al enemigo colgarán de sus caballos cascabeles, y que serán los encargados de romper la línea. Tras ellos atacarán las escuadras de infantería con los rodeleros por delante. Si la primera línea de los indios está compuesta por gente de lanza, serán los arcabuceros —apuntando preferentemente a los caciques más señalados desde un ala— los que abran fuego, seguido de la acción de los rodeleros y lanceros. La caballería intervendrá cuando empiece a desbaratarse la primera línea indígena.
«Aviso a los soldados que no se desabrigue uno del otro, porque en esta guerra un soldado no es más de para un indio, porque si le cogen dos indios le matarán: y si dos se hallan juntos, son pocos veinte indios y si cuatro son pocos ciento». Puestos en fuga, no es conveniente una persecución muy prolongada, sólo la necesaria para atemorizarlos, puesto que los indios son más importantes vivos que muertos: «el vencer es cosa humana más el perdonar es cosa divina».
… Y LA PAZ
El objetivo de toda jornada o campaña debe ser establecer la paz con los aborígenes puesto que bajo ella se pueden conseguir vasallos y clientela para evangelizar. No obstante, son necesarias ciertas estrategias a fin de que ésta sea duradera. Las propuestas de Vargas Machuca serán, en primer lugar, desarmar a las tribus dejándolas solamente los arcos de caza; después establecer alianzas con tribus enemigas de las que se pretende dominar, acudiendo incluso a sembrar dudas y sospechas entre los propios vencidos. Llegado el caso, aconseja que se acuda a las deportaciones si son tribus especialmente díscolas y levantiscas: «y siempre se ha de estribar en conservar esta paz, porque es gran felicidad vivir en ella y gozar de lo que se posee en paz», aunque siempre hay que estar alerta ya que «es muy flaca la paz desarmada».
REFLEXIONES FINALES
Del análisis de la obra de Vargas Machuca se pueden extraer diversas reflexiones finales:
1. La obra es un testimonio militar de primera mano sobre el desarrollo de la conquista en sus primeros años.
2. Aporta una visión etnográfica muy amplia sobre las tribus prehispánicas de las selvas en Nueva Granada.
3. El autor, refleja y hace patentes, dos de las bases fundamentales en la que se asentaba la vida del hombre renacentista: la espada y el compás, las armas y la ciencia.
4. Ayuda a la construcción del imaginario del caudillo como categoría política autónoma en el proceso de incorporación de nuevas tierras a la Monarquía Hispánica.
BIBLIOGRAFÍA
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