Resistencia en el techo del mundo: la guerrilla tibetana (1956-1974)
Resistance on the Roof of the World: Tibetan guerrilla warfare (1956-1974)
Antonio García Palacios
Universidad Complutense de Madrid, Madrid, España
Recibido: 05/04/2021; Aceptado: 09/09/2021
Resumen
En 1950, la República Popular China se abalanzó sobre el Tíbet inaugurando un nuevo período en la historia de esta apartada y remota región asiática. La ocupación militar de su área oriental forzó a Lhasa a negociar una serie de resoluciones impuestas por los chinos que se concretaron en el Acuerdo de los Diecisiete Puntos, rubricado en 1951. En virtud del mismo, el Tíbet quedó en una posición de absoluta subordinación respecto a Pekín vigente aún a día de hoy. Esta colonización forzosa despertó un profundo malestar en la conciencia nacional tibetana que, en términos militares, cristalizó en una fuerza guerrillera impulsada por la CIA, la Chusi Gangdrug.
Palabras clave
Tíbet; China; guerrilla; Mao; CIA
Abstract
In 1950, the People’s Republic of China leaped on Tibet, beginning a new period in the history of this remote and isolated Asian region. The military occupation of its eastern area forced Lhasa to negotiate a group of resolutions imposed by the Chinese that were settled on the Seventeen Points Agreement, signed in 1951. By virtue of it, Tibet was left in a position of absolute subordination with respect to Beijing still in force nowadays. This mandatory colonisation aroused a deep unease in the Tibetan national consciousness that, in military terms, crystallised in a guerrilla warfare promoted by the CIA, the Chusi Gangdrug.
Keywords
Tíbet; China; guerrilla; Mao; CIA
En no pocas ocasiones, bien por falta de análisis profundos, bien por influencia de intereses políticos o de otra índole, se han ido solidificando dentro del ideario colectivo, también en el seno del propio estudio histórico, imágenes preconcebidas o estereotipos que distorsionan el pasado de determinados pueblos, incluso naciones enteras, dotándolos de ciertas connotaciones identitarias completamente alejadas de la realidad. Este tipo de planteamientos tendenciosos, que tienen su origen en la historiografía del S. XIX, en muchos casos aún no han sido superados, quizá porque no se han planteado las preguntas oportunas. Así ocurre, por ejemplo, en lo concerniente a la conocida como Región Autónoma del Tíbet, objeto de una «liberación pacífica» por parte de China en octubre de 1950. La invasión del territorio tibetano decretada por Pekín abrió la puerta a un proceso de colonización y aculturación cuyas consecuencias son actualmente tangibles.
De cara al exterior, el pueblo tibetano se presenta como el adalid de la resistencia pacífica, callada, y hasta cierto punto resignada, ante las irrefrenables ansias expansionistas de una superpotencia como es China. En cierto modo y pese al apoyo (tibio y artificial) de una parte de la comunidad internacional, parece que el Tíbet cumple con su papel de víctima propiciatoria. Sin embargo, volviendo la mirada hacia el interior de la agreste, inhóspita y cautivadora tierra tibetana e indagando en su pasado más reciente, descubriremos que la guerra de guerrillas fue una de las múltiples formas de oposición a las que recurrió el país de los lamas frente a la agresión del gigante asiático.
El final de la Segunda Guerra Mundial trajo consigo una alteración en el equilibrio de fuerzas dentro del continente asiático. Por un lado, la decadencia del decrépito Imperio británico se concretó en la pérdida de una de sus más valiosas posesiones, India, que proclamó su independencia el 15 de agosto de 1947. Esta circunstancia no fue baladí para el Tíbet, que vio marchar a un importante aliado, pues los británicos siempre habían considerado este territorio como bastión y muralla natural para la protección del Raj frente a los chinos. La creciente presencia británica en tierras tibetanas a partir de 1913 había sido percibida desde Lhasa como un «mal menor» que avalaba la consecución de un «bien mayor»: limitar en la medida de lo posible la influencia china y garantizar su condición de estado independiente. Por otro, la desaparición del Imperio japonés resultante de su derrota militar a manos de soviéticos y estadounidenses, devolvía a China el protagonismo perdido a raíz de la invasión japonesa de parte de su espacio nacional1 y de la guerra civil entre nacionalistas y comunistas, abierta desde 1927. Precisamente, la conclusión de este conflicto en 1949 y la consiguiente fundación de la República Popular China, el 1 de octubre de ese mismo año, reactivaron el interés de Pekín en todo lo relativo al Tíbet. En palabras de Mao: «China se ha levantado».
Con un gobierno fuerte y bajo el pretexto de «liberar a las minorías nacionales chinas del continente», Pekín comenzó a diseñar una estrategia de expansión –el Programa Común– en la que el Ejército Popular de Liberación (en adelante EPL) de Zhu De actuaría como brazo ejecutor. Este objetivo partía de la consideración de que el Tíbet era en sí mismo una «parte integral de China», precisamente en un contexto de marcada debilidad interna, con un dalái lama de tan sólo 14 años –Tenzin Gyatso, decimocuarto y actual dalái lama–, sin apenas capacidad de mando, y con la sociedad y las élites enfrentadas en dos bandos y al borde de la guerra civil tras la rebelión del regente Jamphel Yeshe Gyaltsen, quinto reting rimpoche2, y su misteriosa muerte en prisión en 1947. Dentro de esta coyuntura de agitación política y social, el Ejército, a priori garante de la independencia tibetana frente a cualquier tipo de agresión exterior, no atravesaba su mejor momento. Ante la falta de equipo y preparación de sus tropas, el Kashag, el gobierno tibetano para asuntos seculares, solicitó ayuda a los británicos con el fin de solventar las carencias militares que evidenciaba la milicia nacional, especialmente acuciantes con China en pie de guerra. La llegada de armas y municiones procedentes de India apenas mejoró la situación del Ejército tibetano y el Kashag se vio empujado a realizar un importante esfuerzo económico y diplomático que se concretó en un acercamiento al gobierno de este país, representado en Lhasa por Harishwar Dayal. Tras sendos encuentros, en agosto y noviembre de 1949, a los que precedió, en febrero, una reunión en Gyantse entre el oficial tibetano Depon Kunsangtse y el coronel indio Srinivasan en la que se concretó la entrega –prácticamente simbólica– de un cargamento de material militar (Shakya, 1999: 43)3, las autoridades indias se comprometieron a enviar instructores que entrenaran y prepararan para el combate a los soldados tibetanos. Aunque lejos de lo esperado, el Khasag dio por bueno el ofrecimiento de Nueva Delhi y acometió una agresiva campaña de reclutamiento para incrementar su reducido ejército, de 13.000 efectivos. En poco tiempo, los pastos alrededor de Lhasa se convirtieron en populosos campos de entrenamiento de tropas.
De manera progresiva, los chinos incrementaron su presión sobre la frontera oriental del Tíbet, defendida por un contingente menor de unos 2.500 efectivos pobremente equipados y peor armados. Pese a los deseos del Kashag de elevar hasta los 100.000 el número de combatientes del Ejército tibetano, lo cierto es que este anhelo chocaba con la ausencia de una infraestructura militar óptima para sostener una formación de semejante volumen. En ningún caso, la determinación y la voluntad de la clase política y el pueblo tibetanos servirían para cubrir el bajo nivel de cualificación militar de unas tropas que, de ser necesario, poco o nada podrían hacer frente a cualquier tipo de agresión por parte de China. En este sentido, el Kashag intentó compensar su debilidad interna fortaleciendo sus vínculos con la comunidad internacional a través de una intensa y dinámica actividad diplomática. Al envío de una legación a la ciudad india de Kalimpong, entre las fronteras de Nepal y Bután, se sumó el deseo de tender puentes con Estados Unidos a través del conocido presentador Lowell J. Thomas, quien visitó Lhasa en el verano de 1949, y al que se hizo entrega de una carta dirigida al presidente Harry S. Truman. Pese a que los británicos optaron por no establecer una representación diplomática en el Tíbet de cara a no dar argumentos a las suspicacias de Pekín en torno a conspiraciones imperialistas en este territorio, mostrando además una posición escéptica en lo concerniente a la pretensión tibetana de entrar a formar parte de la ONU –su incorporación tendría que contar con el beneplácito de chinos y rusos–, Gran Bretaña, venida a menos en Asia tras perder India, la joya de la corona colonial, facilitó la llegada a la isla de una misión tibetana en 1949. Incluso se llegaría a enviar una embajada a la propia China con Tsipön Shakabpa Wangchuk Deden a la cabeza, por entonces, uno de los pocos oficiales de alto rango con experiencia en asuntos internacionales gracias a su papel como ministro de Finanzas y su dilatada trayectoria en gestiones comerciales. ¿Simple diplomacia? ¿Espionaje? ¿Ambos, quizá? Sea como fuere, no era demasiado complicado intuir las intenciones chinas a corto plazo.
Lo cierto es que, a partir de 1950, el Tíbet empezó a bascular hacia la órbita estadounidense. No en vano, en plena Guerra Fría, Washington tendría siempre «voluntad» de asistir a todo aquel que pudiera tomar parte en su lucha por contener la expansión del comunismo internacional, especialmente en un tiempo en el que la URSS, que gobernaba con puño de hierro en Europa del Este, era el espejo en el que se miraba la recién fundada República Popular de China de Mao. En cualquier caso, a través de su plenipotenciario en Nueva Delhi, Loy Henderson, Estados Unidos hizo saber a Shakabpa que no deseaba posicionarse abiertamente a favor del Tíbet para no abrir un nuevo conflicto en el escenario asiático tras el estallido en el mes de junio de la Guerra de Corea, supeditando su apoyo a una agresión explícita por parte de China. En vista de la ambigüedad de Gran Bretaña, Estados Unidos e India, el Kashag optó por estirar el recurso al diálogo. Así, el 16 de septiembre de 1950, tuvo lugar un encuentro en Nueva Delhi entre Yuan Zhongxian, embajador chino en India, y una delegación tibetana. Más allá de los intentos de los tibetanos para convencer al diplomático enviado por Pekín de que el Tíbet estaba libre de cualquier tipo de influencia extranjera, de la reunión se derivó una conclusión irrevocable: en ningún caso, China reconocería la independencia del Tíbet.
Ahora sólo quedaba esperar a que esta declaración de intenciones se hiciera efectiva, algo que ocurrió el 6 de octubre de 1950, cuando el XVIII Cuerpo de Ejército del EPL, comandado por Zhang Guohua, lanzó un ataque a gran escala sobre la región de Kham, la más oriental del Tíbet, penetrando por la ciudad de Chamdo tras cruzar el curso alto del río Yangtsé, hasta entonces frontera natural del Tíbet en el este. La propaganda de la República Popular de China planteó la acción militar como un paso necesario para la «liberación» del territorio tibetano del régimen teocrático de los lamas que, según la corriente maoísta, actuaba como muro de contención frente a cualquier iniciativa de modernización. Mao, por encima del uso de la fuerza, deseaba materializar sus aspiraciones sobre el Tíbet recurriendo a la vía del «diálogo» en un momento en el que China, destrozada después de años de guerra civil, se hallaba inmersa en un proceso de afianzamiento internacional en plena Guerra Fría. Partiendo del riesgo de que el Tíbet se convirtiera en campo de operaciones de los estadounidenses en pleno corazón de Asia, no es de extrañar que, en el encuentro mantenido con Mao en enero de 1950, Stalin viera con buenos ojos la inminente intervención militar del EPL en este territorio.
En cualquier caso, la presencia de tropas chinas en suelo tibetano había desequilibrado ya la balanza y Pekín hizo de la coerción su arma principal para forzar un desenlace de los acontecimientos acorde a sus intereses. En otras palabras, había que conseguir que el Tíbet aceptara «voluntariamente» la dominación china. Con la guarnición de Chamdo desarmada –muchos soldados esperaron, literalmente, sentados a ser capturados– y la única carretera a Lhasa abierta –en su camino hacia la capital los chinos sólo iban a encontrar unos pocos regimientos tibetanos prácticamente sin armas ni conocimientos para su manejo, dirigidos por unos oficiales de raigambre aristocrática cuyo rango sólo obedecía a su posición social y no a sus dotes de mando–, Mao ordenó detener la ofensiva a expensas de cómo se desarrollara el subsiguiente proceso negociador. Ante lo que desde Lhasa se consideraba una agresión en toda regla, los tibetanos decidieron apelar a la ONU y a su secretario general, el noruego Trygve Halvdan Lie, pero su reclamación resultó desestimada. Ni Gran Bretaña ni Estados Unidos respaldaron la petición tibetana, que sólo contó con el apoyo de El Salvador –un aliado de poco peso–. Por su parte, India optó por adoptar una posición ambigua, concluyendo que el menor de los males era que Tíbet se aviniera a aceptar las condiciones propuestas por los chinos. Las prerrogativas reconocidas al Tíbet por chinos y británicos tras la Convención de Simla, celebrada el 3 de julio de 1914, aunque imprecisas e inconcretas, base reguladora del statu quo tibetano, eran ya papel mojado.
En diciembre de 1950, ante el temor de que el EPL avanzara hacia Lhasa, el dalái lama instaló su residencia en Yadong, a escasos kilómetros de la frontera con India, al tiempo que el Kashag decidió enviar las reservas nacionales de oro y plata a la ciudad de Gangtok, capital de la región india de Sikkim, cuyo chogyal (rey), era Tashi Namgyal, de origen étnico tibetano. Nada más cruzar la frontera, los chinos desplegaron todo un sistema de propaganda buscando convencer a los tibetanos de su noble propósito que no era otro que el de liberarlos de la opresión británica y estadounidense. Esta muestra de buena voluntad se acompañó con gestos como el trato digno dispensado a los soldados y oficiales capturados. De hecho, Ngabö, gobernador y máxima autoridad militar de Chamdo y a su vez integrante del Kashag, fue designado por las fuerzas de ocupación como mediador entre la República Popular China y el dalái lama. En un contexto de marcado desequilibrio y atados de pies y manos en las negociaciones con Pekín, los tibetanos no tuvieron más opción que rubricar el conocido como Acuerdo de los Diecisiete Puntos, del 23 de mayo de 1951, que aniquiló de facto la independencia del Tíbet y oficializó el deseo de Mao de una «liberación pacífica». Si bien es cierto que el documento reconocía una autonomía regional –bajo los dictados de la República Popular China–, garantizaba la libertad religiosa y la posición del dalái lama, avalaba el desarrollo agrícola e industrial y abría la puerta a la ejecución de las reformas que las autoridades locales considerasen oportunas, no lo es menos que, de ahora en adelante, el Tíbet sería ocupado por un nutrido cuerpo administrativo y militar chino, con todo lo que ello suponía, a lo que habría que sumar la incorporación progresiva de las tropas autóctonas al EPL, conforme a lo recogido en el Artículo 8.
El afianzamiento de la posición china dentro del Tíbet precipitó la intervención de Estados Unidos en el conflicto y Washington empezó a mover hilos para apoyar sobre el terreno la causa del dalái lama. En abril de 1951, el Departamento de Estado dio el visto bueno a una carta redactada por el embajador estadounidense en India, el ya mencionado Loy Henderson, en la que se instaba a Su Santidad a exiliarse en Ceilán –Sri Lanka– o, incluso, en Estados Unidos. El objetivo era convertir al líder tibetano en rostro visible y símbolo de la resistencia de un pueblo indefenso frente a la agresión de China. El dalái lama respondió amigablemente al ofrecimiento estadounidense, aunque evitó pronunciarse en firme. En cualquier caso, la misiva de Henderson fue el primer paso hacia una política de acercamiento progresivo entre la autoridad tibetana, dividida entre partidarios y detractores del Acuerdo de los Diecisiete Puntos, y la diplomacia estadounidense en Asia que intentó, sin éxito, implicar a indios y británicos en el asunto.
En julio, el dalái lama decidió regresar a Lhasa. Ello significaba, de manera implícita, el reconocimiento por parte del líder tibetano del Acuerdo de los Diecisiete Puntos. Uno de los hombres que más peso tuvo a la hora de decantar la voluntad de Tenzin Gyatso fue el veterano monje Chömpel Thubden, quien ostentaba el rango de trunyichemmo, una de las cuatro cabezas de la jerarquía eclesiástica en el Tíbet. También tuvo un efecto positivo en el dalái lama el encuentro mantenido el 15 de julio en Yadong con Zhang Jingwu, representante del Comité Central del Partido Comunista de China y primer secretario de la comisión creada ex profeso para gestionar el andamiaje diplomático en torno al proyecto tibetano. Los chinos buscaban ante todo normalizar su presencia en el Tíbet, legitimada por el Acuerdo de los Diecisiete Puntos, y ello pasaba por volver a sentar en el trono de Potala al dalái lama, un títere al que Pekín pensaba manejar a capricho para avalar su programa político. El 22 de julio de 1951, Tenzin Gyatso abandonó Yadong para dirigirse a Lhasa, llegando a la capital en agosto. Estados Unidos, que por entonces estaba desangrándose en Corea, no pudo volcarse como hubiera deseado en la cuestión tibetana que, en cualquier caso, no cayó en el olvido. Si bien era cierto que ahora el Tíbet era, en términos territoriales, parte de la República Popular China, no lo era menos que, de alguna manera, seguía conservando una serie de singularidades que definían su carácter autónomo, un aspecto que probablemente determinó en gran medida la vuelta del dalái lama a la capital. Quizá, Su Santidad diera por bueno el proverbio tibetano que reza: «Una palabra callada tiene libertad, una hablada no».
Dentro de esta nueva etapa en la trayectoria histórica del Tíbet, los chinos pusieron especial cuidado en estrechar lazos con la élite local aristocrática y religiosa así como con el propio dalái lama y su entorno con el fin de allanar el camino para un proceso colonizador sin demasiados sobresaltos. No en vano, Pekín asumía ahora el desafío de implementar el Acuerdo de los Diecisiete Puntos e impulsar su transición de la teoría a la práctica. Ello pasaba también por blanquear la presencia de un ejército de ocupación cuya siguiente parada sería Lhasa. En este sentido, las autoridades militares insistieron en la necesidad de que las tropas tuvieran un comportamiento ejemplar en suelo tibetano a fin de no soliviantar a la población ni dar pie a la conformación de un movimiento guerrillero indígena. Con este propósito, en enero de 1951, se publicó el Manual para el avance militar, en el cual podían leerse recomendaciones del tipo: «Los oficiales y las tropas militares tienen estrictamente prohibido cobrar impuestos y emplear mano de obra tibetana. En las áreas de Kham y el Tíbet se le permite hacer propaganda sólo bajo las condiciones descritas por el Comité del Partido; no se le permite hacer propaganda sobre la reforma agraria y la lucha de clases. Debe proteger los monasterios y no puede tocar los objetos sagrados. No le está permitido hacer propaganda contra la superstición ni difundir rumores que contengan palabras falsas sobre la religión. No resida dentro de monasterios o templos. Si un monje quiere unirse al ejército no se lo permita y persuádale para que regrese al monasterio. Normalmente, cuando visite monasterios, primero debe solicitar permiso. Y cuando realice una visita, no puede tocar las imágenes. Además, no debe escupir ni tirarse un pedo cerca del monasterio ni cazar, pescar o matar animales en su entorno próximo. Debe respetar las costumbres y hábitos del pueblo tibetano y trabajar para establecer con él relaciones amistosas. Cuando le pongan un pañuelo ceremonial en el cuello debe devolverlo. Todos los funcionarios gubernamentales que ocuparon cargos en el pasado continuarán manteniendo sus posiciones. Si escapan o se marchan, debe intentar convencerles para que regresen» (Goldstein, 2007: 182).
Una fuerza de avanzada de unos 600 hombres del XVIII Cuerpo de Ejército al mando de Wang Qimei llegó a Lhasa el 9 de septiembre de 1951. Ese día, las calles de la capital bullían en un ambiente de expectación, incertidumbre y preocupación. «Estos son los soldados comunistas de los que tanto hemos oído hablar, pero no son nada especial, siguen siendo chinos» (Goldstein, 2007: 206), comentó una mujer. El 26 de octubre, entró en Lhasa el resto del XVIII Cuerpo del general Zhang Guohua –unos 6.000 efectivos–, al que se unieron, el primero de diciembre, las tropas de Fan Ming, vinculadas al 1er Ejército de Campo, en torno a 1.200 hombres. La presencia de semejante contingente armado en la ciudad, con más de un millar de caballos y mulas, elevó de manera considerable la demanda de suministros alimenticios. Partiendo de que eran necesarios 2 jin (1 kg) de grano diarios para alimentar a un soldado y 3 jin (1,5 kg) por cada caballo o mula, el EPL no tardó en darse cuenta del problema de intendencia que se le venía encima. Ante la inminente crisis alimenticia y los problemas políticos y sociales que se podían derivar de la misma, Mao ordenó que las tropas se dispersaran por el territorio tibetano.
La frágil economía del Tíbet se fundamentaba por entonces en una precaria agricultura de subsistencia cuyos escasos excedentes quedaban en manos de una élite feudal, tanto seglar como religiosa. El clima, eminentemente árido, contribuía a esta frugalidad. La escasez de alimento y las enormes dificultades para el traslado de provisiones a través del escarpado paisaje tibetano –uno de los primeros proyectos chinos de ingeniería en la región fue la construcción de una carretera entre Sichuan y el Tíbet– derivaron en una situación de desabastecimiento en Lhasa. Además, la economía se vio sacudida por un proceso inflacionario por el cual, entre agosto y noviembre de 1951, se dobló el precio del grano. La «liberación pacífica» acababa de comenzar de la peor manera posible. En este contexto de precariedad y privación, los soldados chinos tuvieron que cambiar el fusil por la azada y volcarse en la puesta en valor de tierras yermas hasta entonces. Asimismo, fue necesario recurrir a la importación de arroz desde China vía India, con caravanas de mulas que tardaban en recorrer dieciséis días los sinuosos pasos de montaña del Himalaya entre Gangtok y Lhasa.
La cada vez más palpable injerencia china en los asuntos internos del Tíbet comenzó a despertar un sentimiento de desconfianza y malestar que fue arraigando en una parte importante de la población. Las «reformas democráticas» implementadas desde Pekín no obtuvieron la acogida esperada entre el pueblo tibetano y ello desembocó en protestas y levantamientos como el que tuvo lugar en 1956 en Lingtsang, dentro de la región de Kham, donde, según la historia oficial china, «los monjes reaccionaron violentamente ante los esfuerzos por abolir un sistema de servidumbre feudal». La subsiguiente oleada de represión ejercida por el EPL impulsó la creación de un movimiento de resistencia indígena auspiciado por la Agencia Central de Inteligencia (en adelante CIA). Acababa de prenderse la mecha revolucionaria y Estados Unidos estaba preparado para aprovecharse de esta coyuntura cambiante en el techo del mundo. El progresivo afianzamiento de un bloque contestatario en el interior del Tíbet se complementó con la constitución en India del Jenkhentsisum, un grupo opositor a China en el exilio patrocinado por un hermano del dalái lama, Gyalo Thondup, y entre cuyos líderes también se encontraba el ya citado Tsipön Shakabpa. En 1957, sin la aprobación del dalái lama y del Kashag, la CIA comenzó a proporcionar armas y entrenamiento a las «tropas voluntarias para defender la religión y el país», que pronto se dieron a sí mismas el sobrenombre de «Ejército de los Cuatro Ríos y las Seis Cordilleras de Kham». Es el germen de la Chusi Gangdrug, la guerrilla que, el 16 de junio de 1958, se fundaría oficialmente en Lhoka, al sur de Lhasa, comandada por Andrug Gonpo Tashi, Lobsang Nyendak Sadutshang y Namgyal Dorje Chagotsang. Según Yeshe Choesan, autor del libro Voice of an Exiled Tibetan. Hopes of Freedom and Struggle, entre 1956 y 1974, llegaron a combatir en las filas de la Chusi Gangdrug alrededor de 480.000 tibetanos.
La revuelta de Lingtsang marcó un antes y un después. En lo sucesivo, los chinos utilizaron todos los medios a su alcance para ejercer un control cada vez más estricto sobre el pueblo tibetano, en cuyo seno se estaba fraguando un profundo rechazo hacia las fuerzas de ocupación. La actividad represiva de los chinos en la región de Kham forzó el desplazamiento a Lhasa de una parte importante de los khampas4 implicados en el levantamiento. Sus historias acerca de las atrocidades cometidas por los soldados del EPL no dejaron indiferentes a los habitantes de la capital, llegando también a oídos de Su Santidad quien, desde el palacio de Potala –residencia de los lamas desde el S. XVI–, pudo observar cómo los alrededores de la ciudad se llenaban de improvisadas tiendas de campaña para dar cobijo a los migrantes.
La congregación en Lhasa de población procedente de la región de Kham hizo que los chinos comenzaran a estrechar el cerco sobre los habitantes de la capital. El testimonio de Rinchen Sadutshang, hermano de Lobsang Nyendak Sadutshang, uno de los impulsores de la Chusi Gangdrug, permite aproximarse a la realidad de aquel momento: «Dado que nuestra familia era khampa, éramos plenamente conscientes de que nos estaban vigilando de cerca en Lhasa. Que nos hallábamos bajo sospecha quedó meridianamente claro a finales del otoño de 1957. Una tarde, estando en casa mi hermano mayor Lo Gedun, las mujeres y los niños, apareció de repente un grupo de unos diez soldados chinos armados que irrumpieron en nuestro hogar. Registraron todas las habitaciones ¡Incluso miraron detrás de los armarios! Cuando se les preguntó, respondieron que algunos prisioneros peligrosos acababan de escapar y se pensaba que podían esconderse allí. Pero, sin lugar a dudas, estaban mintiendo para disfrazar su verdadero motivo; no fue difícil ver a través de sus mentiras. Buscaban armas y, cuando estuvieron absolutamente seguros de que no teníamos ninguna, se fueron. La gente de Lhasa, especialmente los monjes de los monasterios cercanos, estaba inquietándose y se formaron grupos en secreto. El pueblo se opuso firmemente a las demandas chinas de fusionar el Ejército tibetano con el EPL y de reemplazar la bandera tibetana por la china. También había malestar por la interferencia china en la administración del gobierno tibetano. Presentaron varias peticiones al Khasag, exigiendo que no se cediera más a las pretensiones de los chinos. A comienzos de 1958, las relaciones entre los tibetanos y los chinos se habían deteriorado aún más, y cada vez había más casos de aversión pública y abierta hacia la presencia china en el Tíbet» (Sadutshang, 2016: 204).
En febrero de 1957, el oficial de la CIA John Hoskins recibió el encargo de constituir un comando de infiltración en el Tíbet a partir del reclutamiento de voluntarios exiliados en India. Con el objetivo de formar y poner en servicio la unidad, integrada por seis combatientes y liderada por Wangdü Gyatotsang («Walt»), la agencia estadounidense trasladó a los reclutas a un centro de entrenamiento en Saipán, en el archipiélago de las Marianas. Allí, entre marzo y julio de 1957, gracias a la labor de instructores como Roger McCarthy «Slim» –quien previamente había asesorado ya a miembros de la inteligencia laosiana–, los tibetanos adquirieron conocimientos básicos en tácticas de guerra de guerrillas, manejo de armas y explosivos y operaciones paramilitares. Asimismo, con la ayuda inestimable del traductor mongol Geshe Wangyal, aprendieron los rudimentos fundamentales para el manejo del código morse y la captación de información. En adelante, se convertirían en los ojos y los oídos de la CIA en el Tíbet. Concluido el período de preparación, la CIA programó un operativo aerotransportado para lanzar al comando sobre el territorio tibetano y evitar las complicaciones diplomáticas que surgirían en caso de tener que atravesar la frontera entre el Tíbet e India. Para su viabilidad, la operación exigía una serie de requisitos previos que elevaban su grado de dificultad. En primer lugar, debía partir de un punto seguro y próximo al Tíbet, por lo que los estadounidenses eligieron Pakistán Oriental –Bangladesh, desde 1971– como base de despegue. Igualmente, el vuelo, que se iba a llevar a cabo durante la noche, requería de un cielo despejado de nubes y con luna llena, por lo que las posibilidades, puesto que el monzón concluía en octubre, se circunscribían a los seis días siguientes al 6 de este mes o al 5 de noviembre. La CIA encargó el desarrollo de la operación, con el nombre en clave de ST BARNUM, a Gar Thorsrud, experimentado piloto de la Far East Division. A partir de la información proporcionada por la fotografía aérea, Thorsrud seleccionó dos zonas de lanzamiento, un terreno arenoso a orillas del río Brahmaputra5, 60 km al sureste de Lhasa, y la aldea de Molha Khashar, cerca de Lingtsang, un núcleo de resistencia khampa. El 13 de octubre –el 8 hubo de cancelarse el operativo debido a la meteorología adversa–, un bombardero B-17 pintado de negro y pilotado por el capitán polaco Franciszek Czekalski6, al que acompañaba un equipo de cinco hombres de su confianza, partió del aeródromo de Kurmitola, en Pakistán Oriental, con los guerrilleros tibetanos a bordo. Cada uno llevaba consigo una pistola, una ametralladora pequeña, $130 en moneda tibetana, una radio de fabricación japonesa y dos cápsulas de veneno, último recurso en caso de ser hechos prisioneros por los chinos. Ni el uniforme ni el equipamiento –ni siquiera los botes de medicamentos– contenían distintivo alguno que pudiera relacionar a los tripulantes con Estados Unidos. Dos de los guerrilleros, Athar y Lotse, fueron lanzados al sureste de Lhasa, en las inmediaciones del monasterio de Samye. Su misión principal era obtener la aprobación del dalái lama para que Estados Unidos pudiera enviar ayuda militar al pueblo tibetano. Años más tarde, Lotse recordaría en una entrevista el momento del salto: «Cuando llegamos al lugar de lanzamiento, el asistente del piloto abrió una puerta y se encendió una luz roja. Salté primero seguido de Athar. El cielo estaba despejado y desde el aire pude ver lo que parecían tres personas corriendo, así que pensé en ahuyentarlas, cogí mi pistola y me preparé para disparar. Sin embargo, cuando me acerqué, comprobé que no eran otras personas sino nuestras propias sombras» (Goldstein, 2019: 104).
El resto de tripulantes no pudo saltar aquel día sobre la segunda zona de lanzamiento, en las proximidades de Lingtsang, debido al mal tiempo y el equipo integrado por Wangdü, Chö Bulü, Jangra Tashi y Tsewang Dorje hubo de esperar hasta comienzos de noviembre, cuando despegó un nuevo vuelo hacia Lingtsang. En esta ocasión, Jangra Tashi, el especialista en comunicaciones, no pudo saltar debido a un ataque de hipoxia, y tuvo que regresar a Pakistán Oriental. La misión de este segundo grupo guerrillero consistía en estrechar lazos con los insurgentes que ya venían actuando en Lingtsang y coordinar la llegada tanto de armamento como de personal de apoyo. En este sentido, convendría dejar claro que la CIA no buscaba crear una unidad propia de insurgencia sino asistir en términos militares a las fuerzas que operaban sobre el terreno. La suerte de este equipo de asalto no fue mejor en tierra. Chö Bulü y Tsewang Dorje cayeron en combate en Lingtsang en 1958. Allí moriría también al poco tiempo Jangra Tashi. Algo mejor le fue a Wangdü, quien pudo huir de Lingtsang y unirse a la Chusi Gangdrug en Lhoka a finales de 1958.
El programa de entrenamiento desarrollado en Saipán se complementó con la instrucción militar recibida por los futuros guerrilleros tibetanos en Camp Hale, Leadville, Colorado, ambos complejos dentro de lo que la CIA designó con el nombre en clave de ST CIRCUS para englobar el conjunto de acciones directas e indirectas a ejecutar en relación con el Tíbet. En el gélido y montañoso centro de formación de Camp Hale –después de la Segunda Guerra Mundial, albergó a 400 prisioneros del Afrika Korps– destacaron instructores como Tom Fosmire, William «Billy the Kid» Smith o Tony Poe, quien diría de los tibetanos: «Son los mejores hombres con los que he trabajado». El primer grupo enviado en mayo de 1958 a Camp Hale estuvo constituido por seis individuos entre los cuales se encontraba Ngawang Phunjung, sobrino de Gonpo Tashi. Kenneth Conboy y James Morrison, autores del libro The CIA’s Secret War in Tibet, estiman que, para febrero de 1963, habían pasado ya por el centro de instrucción de Colorado 135 guerrilleros.
En la primavera de 1958, Gonpo Tashi –el líder rebelde moriría en septiembre de 1964 tras las heridas sufridas en un enfrentamiento con los chinos en Dregung Mashung– decidió que el grueso de la fuerza guerrillera, concentrada en el sector de Lhasa, se desplazara hacia Lhoka, lugar de fundación de la Chusi Gangdrug. Con base operativa en la localidad meridional de Triguthang, la guerrilla –compuesta en su mayor parte por khampas, aunque entre sus filas había también excombatientes del Ejército Nacional Revolucionario (Kuomintagn) chino y hombres procedentes de la región de Amdo– pronto se dotó de unos símbolos y de una organización definida. Su bandera consistía en dos espadas ceremoniales cruzadas sobre fondo amarillo, el color sagrado en el budismo. Una, representa la valentía. La otra, envuelta en fuego, simboliza la espada de la sabiduría de Manjushri, discípulo de Buda. En términos estructurales, la guerrilla contaba con cuatro comandantes, cinco oficiales de enlace entre la fuerza de combate y la comunidad, otros cinco responsables de los suministros y el equipamiento, dieciocho comandantes de campo y un capitán por cada grupo de diez soldados. En total, se constituyeron treinta y siete unidades de tamaño variable, cuyos miembros eran agrupados en función de su lugar de origen, y designadas según las letras del alfabeto tibetano. Del mismo modo, todos los guerrilleros estaban sujetos a un código de conducta para evitar casos de robo, violación o saqueo. Se fijaron también recompensas para todo aquel que proporcionara cualquier tipo de información valiosa capturada al enemigo.
El armamento de los guerrilleros consistía, fundamentalmente, en armas ligeras, en un alto porcentaje fusiles de fabricación soviética, británica, alemana o checoslovaca, muchos de ellos de la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, los tibetanos manejaban armas sustraídas a los chinos –de bastante mejor calidad– en los frecuentes asaltos a sus almacenes y centros de suministros.
El primer choque de envergadura con las tropas del EPL tuvo lugar en agosto de 1958 en las proximidades de Nyemo Dukhak Samdo. Atrincherados en sus posiciones, los chinos, que defendían una importante carretera, abrieron fuego contra los tibetanos que, ante la vehemencia de la artillería y ametralladoras del enemigo, optaron por retroceder y hacerse fuertes en puntos elevados cercanos. Después de dos días de intercambio de proyectiles, los tibetanos, carentes de munición, desenvainaron sus espadas y se abalanzaron sobre los chinos en lo que fue un salvaje cuerpo a cuerpo. La acción se saldó con 200 chinos muertos y un número indefinido de heridos. Los tibetanos sufrieron 128 bajas (40 muertos y 68 heridos) y perdieron en la lucha medio centenar de caballos y mulas, animales de carga y transporte vitales en un medio geográfico tan quebrado y abrupto (Kuzmins, 2011: 226). A este enfrentamiento le siguieron otros de relevancia como los acontecidos en Uyug, el aeródromo de Kangsyung o el monasterio de Dikhung Dugong.
La voluntad de apoyo militar de la CIA y el propio espíritu combativo de los tibetanos frente a la agresión de una potencia extranjera se vieron oscurecidos por una serie de aspectos que no pueden ni deben pasar desapercibidos. A las propias dificultades del idioma –ni los agentes de la CIA hablaban tibetano7 ni los tibetanos eran capaces de comunicarse con sus interlocutores en inglés–, subsanadas mejor o peor con ayuda de intérpretes mongoles, se sumaron otros factores como la falta de información que la CIA tenía sobre el Tíbet, en su mayor parte procedente de fuentes británicas, o el estatus de los combatientes, que no se ajustaba al esquema jerárquico occidental sino que respondía a un complejo sistema de lealtades –fundamentado en lazos definidos por la procedencia geográfica y el poder social dentro de una comunidad–. Esto era un inconveniente dado que, en no pocas ocasiones, los guerrilleros se vieron privados de apoyos entre la población local de una determinada región. Tampoco convendría olvidar que los estadounidenses se encontraban en el Tíbet respaldando una causa ajena pero en pro de un interés que nada tenía que ver con la libertad de un pueblo oprimido sino más bien con unos parámetros geoestratégicos globales definidos por el curso de la Guerra Fría. Nada nuevo bajo el sol. Este «interés desinteresado» pronto fue percibido por buena parte de los comandantes de la Chusi Gangdrug que, si bien es probable que se sintieran peones dentro de un tablero de ajedrez, no lo es menos que la mano estadounidense era la única a la que podían (y podrían) agarrarse. En una entrevista concedida a finales de 1993 al periodista Thomas C. Laird –entre sus obras, cabría destacar Into Tibet: The CIA’s First Atomic Spy and His Secret Expedition to Lhasa, libro centrado en la figura de Douglas Mackiernan, primer agente de la CIA muerto en acto de servicio–, Baba Gen Yeshi, líder guerrillero en Mustang8, comentó lo siguiente: «Al principio pensé que los americanos estaban ayudándonos, realmente ayudándonos, a recuperar nuestro país y nuestra libertad. Pero más tarde, después de muchas cosas, viendo lo que daban, lo que pedían, me di cuenta de que sólo buscaban su propio beneficio».
El Tíbet es en sí mismo un universo aparte en el que la identificación regional tiene un peso importante. Partiendo de esta premisa, las unidades guerrilleras se constituyeron buscando respetar la estructura sociopolítica imperante en el este del Tíbet, en Kham, definida por unos lazos familiares, de lealtad y arraigo, frente al autoritarismo jerárquico y monástico propio del centro geográfico tibetano, asentado desde 1642 en la autoridad del dalái lama. Pese al patrocinio de la CIA, hay que insistir en el surgimiento espontáneo de la guerrilla tibetana como una respuesta armada frente a la opresión china. Tras el levantamiento tibetano en Lhasa y el subsiguiente exilio del dalái lama en la ciudad india de Dharamsala, en marzo de 1959, muchos combatientes decidieron compartir el destino del líder espiritual budista, circunstancia que dio forma a un sólido núcleo de resistencia anclado en India. Los enfrentamientos directos con el EPL dejaron paso a una serie de acciones de desgaste ejecutadas desde Mustang en las que los tibetanos, basando su efectividad en la rapidez de movimientos y en un conocimiento exhaustivo del terreno, atacaron posiciones enemigas amparándose en el factor sorpresa, dinamitaron infraestructuras, robaron animales, bloquearon las comunicaciones chinas, emboscaron convoyes, capturaron armas, municiones y suministros y recopilaron abundante información. En su tesis titulada A History of Baba Yeshe’s Role in the Tibetan Resistance, Robert Ragis Smith recoge este interesante fragmento: «Un grupo de treinta tibetanos a caballo viajó al Tíbet… Nueve días después, el grupo regresó con uniformes, gorras, diarios, documentos del gobierno chino y mucha munición… Todo lo capturado procedía de la emboscada de dos convoyes chinos al oeste del Tíbet. Envié los diarios y los documentos gubernamentales a Darjeeling… Más tarde, cuatro funcionarios de la CIA me felicitaron por sobreponerme a tan difíciles condiciones y me elogiaron por nuestro éxito en el ataque a los chinos. Como recompensa, la CIA me obsequió con un cronógrafo Omega».
Durante el mandato de Kennedy (1961-1963) y Johnson (1963-1969) se mantuvo el compromiso estadounidense con el proyecto tibetano. Por entonces y como paso previo a su llegada a Mustang, los guerrilleros estaban recibiendo formación militar en un centro habilitado en Rajastán y gestionado por la CIB, la Oficina Central de Inteligencia india, en el que también ejercieron agentes de la CIA como Harry Mustakos –que ya había trabajado con los tibetanos en Saipán en 1957– o Tucker Gougelmann, un veterano de la guerra en el Pacífico, cuya siguiente parada sería Vietnam. En el contexto de la Guerra Sino-India de 1962, pueden encontrarse combatientes tibetanos integrados en una fuerza policial fronteriza, la ITBF, y prestando servicio en la Establishment 22/Fuerza Especial de Frontera, la Est. 22/SFF, con base en Dehra Dun, considerada desde Mustang una organización hermana de la Chusi Gangdrug. Algunos de estos tibetanos lucharían y caerían en la guerra librada en 1971 entre India y Pakistán Oriental. Más allá del envío de instructores a Mustang, el apoyo estadounidense durante aquellos años se tradujo en el transporte y lanzamiento desde el aire de dos entregas de suministros, armas y municiones, una en 1962 y otra en 1965. Del mismo modo, en 1969, la CIA proporcionó una sustanciosa ayuda financiera a la resistencia tibetana que actuaba en el extranjero.
En Mustang se gestó el conocido como «Ejército de Lo», formado por batallones de unos 100 combatientes que se alternaban en sus idas y venidas del Tíbet. Se movían con sigilo y al amparo de la oscuridad, adaptándose a las nada fáciles condiciones orográficas de su área de operaciones. Las acciones de sabotaje se combinaban con misiones dirigidas a la recopilación de información y eventuales saltos paracaidistas sobre territorio enemigo. Sin embargo, el cese de la cooperación estadounidense, fruto del acercamiento entre Pekín y Washington a comienzos de los 70, y el distanciamiento del gobierno nepalí, presionado cada vez con más fuerza por los chinos, precipitaron el cese de la lucha armada tibetana allá por 1974. Animados por el dalái lama –pero sobre todo marginados y olvidados por su principal valedor hasta el momento–, los tibetanos renunciaron a seguir combatiendo. Aquellos que no lograron escapar a India salvando el acoso y derribo de las tropas nepalíes, fueron encarcelados, caso de los comandantes más prominentes, o reasentados en campos de refugiados levantados por el Comité Internacional de la Cruz Roja. En cualquier caso, la renuncia a la violencia como medio de presión no fue óbice para que la Chusi Gangdrug, enterradas las armas, mantuviera una fuerte presencia a nivel político y social entre la comunidad de refugiados tibetanos en el exilio.
La muerte de Mao en 1976 y el posterior ascenso al poder de Deng Xiaoping abrieron un nuevo horizonte en las relaciones entre el Tíbet y la República Popular China, pero los acercamientos diplomáticos acaecidos en los años 80 no sirvieron ni de lejos para resolver un conflicto enquistado en el corazón y en la mente del pueblo tibetano, olvidado por una comunidad internacional ciega, sorda y muda después de décadas de desmanes chinos en el techo del mundo. Allí sólo quedan hoy extranjeros en su propia tierra.
En el año 2014, El País publicó un artículo firmado por Ángel Martínez y titulado «Los guerrilleros olvidados del Tíbet» en el que se daba voz a unos pocos excombatientes de la Chusi Gangdrug, parte de los 20.000 refugiados tibetanos presentes en Nepal según los datos de la Administración Central del Tíbet, el gobierno en el exilio. Uno de los entrevistados, Karma Rachen, cierra su intervención con una frase que, lejos de cuestiones políticas y militares, sintetiza a la perfección la razón de ser del movimiento de resistencia tibetano: «Espero la vuelta al Tíbet para morir en casa».
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En 1932, los japoneses establecieron en Manchuria un «estado títere» con capital en Hsinking –actual Changchun–, el Manchukuo, que se mantuvo hasta 1945. ↑
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Título del abad del monasterio de Reting, en el Tíbet central o Ü-Tsang. ↑
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Entre el verano de 1949 y marzo de 1950, el gobierno indio entregó al Tíbet 294 ametralladoras Bren; 1.260 fusiles; 168 subfusiles Sten; 38 morteros de dos pulgadas; 63 morteros de tres pulgadas; 28.000 proyectiles para mortero; y 1.600.000 balas de diferentes calibres. ↑
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Habitantes de la región de Kham. ↑
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Su denominación tibetana es Yarlung Tsangpo. ↑
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Czekalski formaba parte del contingente polaco asentado en Wiesbaden, República Federal de Alemania, bajo el nombre en clave de OSTIARY, al cual los estadounidenses habían recurrido con anterioridad para realizar incursiones sobre el espacio aéreo de la URSS. Tanto los pilotos polacos como los checoslovacos eran muy valorados por la experiencia en combate aéreo acumulada durante la Segunda Guerra Mundial. ↑
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La única excepción en este sentido fue Bruce Walker, miembro de la Fuerza Aérea e instructor durante una temporada en Camp Hale. Su conocimiento de la lengua y la cultura tibetanas se desarrolló a partir de los estudios cursados en la Universidad de Washington y en el Instituto de Tibetología Namgyal, en Gangtok. Fue miembro de la CIA entre 1956 y 1973, prestando servicio en el Tíbet, India y Hong Kong. ↑
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Aunque oficialmente parte de Nepal, la región de Mustang o Monthang compartía con el Tíbet similitudes lingüísticas y religiosas. Dado el escaso control que el gobierno de Katmandú ejercía sobre el territorio y la creciente animadversión de los nepalíes hacia China, en los años 60, Gonpo Tashi decidió establecer allí una base de operaciones con el visto bueno de la CIA por su óptima localización para lanzar misiones secretas hacia el interior del Tíbet y controlar la carretera que comunicaba con Sinkiang. ↑