Argelia en transición hacia una Segunda República
Algeria in transition to a Second Republic
de Aurelia Mañé Estrada, Laurence Thieux y Miguel Hernando de Larramendi
Reseña de Alfredo Crespo Alcázar
Universidad Nebrija
Los profesores Mañé, Thieux y Hernando de Larramendi nos ofrecen una obra rigurosa en la que analizan a un país fundamental, por razones principalmente vinculadas a la seguridad, tanto para España como para el escenario regional norteafricano como es Argelia. El protagonismo de esta nación siempre ha existido, si bien en ocasiones vinculado a hechos históricos tangibles (guerra de la independencia contra Francia en el contexto de un fenómeno de alcance más global como fue la descolonización, guerra civil desarrollada durante la década de los años 90 de la pasada centuria…) así como a otros más discutibles. Dentro de estos últimos, destaca la supuesta adopción de políticas de corte socialista, lo que le convirtió en un referente para numerosos movimientos de liberación nacional.
Los autores de esta obra, consecuencia de su conocimiento del objeto de estudio, acercan al lector la realidad de Argelia, eliminando aquellos mitos a través de los cuales sus sucesivos gobiernos han construido un relato ciertamente edulcorado. El hecho de que Mañé, Thieux y De Larramendi se decanten por una explicación cronológica, facilita la lectura y la comprensión de las numerosas ideas que componen el libro.
Así, dedican una primera parte a exponer los rasgos distintivos de la colonización francesa, sobresaliendo la intención deliberada de los gobiernos de París por no integrar a la población autóctona. Como consecuencia de esta estrategia, hallamos una sociedad argelina notablemente dividida, con dos grupos antagónicos bien identificados, pieds-noirds vs árabe-argelinos, viéndose este último privado de derechos políticos.
Ante tal situación emergieron una serie de actores que desafiaron las políticas francesas. El principal de todos ellos, por su vocación de continuidad en el tiempo, fue el Frente de Liberación Nacional (FLN). Esta organización apostó desde el primer momento por la lucha armada, es decir, por la violencia como herramienta al servicio de la consecución de un objetivo político superior (la independencia). En este sentido, no olvidemos que nos hallamos en la conflictiva década de los años cincuenta, cuando guerrillas, movimientos insurgentes y grupos terroristas aparecieron en diferentes enclaves geográficos, contando sus acciones con importantes apoyos doctrinales (Frantz Fanon) e intelectuales (Albert Camus).
El establecimiento de la I República en 1965 marca el comienzo de la trayectoria de Argelia como nación independiente, iniciando un recorrido que llega hasta la actualidad y en el que se pueden observar algunos elementos de continuidad que vinculan el presente con el pasado, tanto en el plano político como en el económico. Con relación al primero de ellos, apreciamos notables déficits democráticos en el funcionamiento de las instituciones de gobierno, el recurso al nacionalismo como fórmula susceptible de generar unidad y la presencia del ejército como parte integrante del paisaje nacional.
En lo que alude al segundo, la riqueza en gas se ha traducido en un monopolio del Estado sobre este sector, encargándose de “gestionar” las ganancias derivadas de aquél: “esta fue la base del contrato social argelino. Contrato que, de forma evidente, funciona en sentido inverso al de los estados modernos democráticos: de la definición de ciudadano como aquel que paga impuestos en función de las rentas de su actividad se pasa a una definición de argelino como aquel que recibe, por su actividad, la renta del petróleo” (p. 40). Este modelo de organización económica ha dado evidentes señales de endeblez, provocando en última instancia protestas contra las elites políticas, estimuladas aquellas por el paro que viene asolando a amplias capas de su población, en particular a la juventud, desde los años 80.
Asimismo, uno de los rasgos principales de Argelia es su incapacidad para poner en marcha reformas políticas y sociales de calado; de hecho, cuando se han intentado, además de ser siempre tuteladas desde el poder, muchas veces han degenerado en guerras civiles, como la acontecida durante los años 90. Este último acontecimiento en ningún caso puede considerarse un fenómeno aislado; por el contrario, dejó un reguero de consecuencias que condicionan actualmente la vida del país: “el recuerdo traumático de la violencia sufrida durante la década negra que actuó como un poderoso inhibidor de las movilizaciones populares, pero también la debilidad y la fragmentación de la sociedad civil y de las formaciones políticas dificultaron la emergencia de un frente de oposición sólido y capaz de construir una alternativa política sostenible” (p. 71).
Conforme avanzamos en la lectura de la obra, cobra máximo protagonismo la figura de Abdelaziz Bouteflika (presidente del país entre 1999 y 2019), un nombre que tiende considerarse sinónimo de estabilidad. Esta última premisa la cuestionan los autores, subrayando la capacidad mostrada por el aludido político de hacer de la necesidad virtud, presentándose ante la comunidad internacional como un referente en la guerra contra el terrorismo encabezada por la administración Bush: “el régimen pudo presentar entonces la guerra civil argelina que había sacudido al país durante la década anterior no como una consecuencia de la interrupción del proceso electoral de 1991 que había privado al FIS de su victoria sino como un enfrentamiento anticipado a gran escala de la “guerra contra el terrorismo” lanzada por la administración Bush tras los ataques terroristas contra Nueva York y Washington” (p. 67).
Sin embargo, esa estabilidad, precisamente por ser más supuesta que real, no ha solventado la irrupción de problemas que en algunas ocasiones caminan juntos o podrían hacerlo. En efecto, por un lado, Argelia no está ajena a la amenaza del terrorismo yihadista, en un momento en el que sus servicios de seguridad se muestran cada vez más obsoletos y sus vecinos regionales ofrecen preocupantes síntomas de debilidad, tal y como certifica la desintegración del Estado en Libia o en Mali. En ambas naciones el terrorismo y la criminalidad organizada se han asentado, amenazando con extender sus tentáculos por el entorno geográfico más cercano.
Por otra parte, la situación económica y social de amplios sectores sociales argelinos se ha deteriorado de manera acelerada. Esto se tradujo en la multiplicación de protestas pacíficas durante los últimos años, si bien carentes aquellas de organización e incluso de liderazgo, pero ante las cuales ya no era suficiente el recurso por el poder a la repetición machacona del pasado ya que para los jóvenes “el periodo “heroico” de la GLN es algo que sólo han conocido en los manuales escolares” (p. 123).
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