Historia Contemporánea de Japon
Contemporary history of Japan
de José Luis Rodríguez Jiménez
Reseña de Alberto Guerrero Martín
UNED
El libro de José Luis Rodríguez Jiménez, profesor titular del área de Historia Contemporánea y Mundo Actual de la Universidad Rey Juan Carlos, es una excelente aportación al conocimiento de la historia contemporánea de Japón, y conjuga con equilibrio tanto el lenguaje académico como el sencillo, realizando con ello una acertada y amena síntesis de la historia de Japón desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la actualidad. Así, la obra comienza en la era Meiji y la posterior interacción de Japón con el mercado global, marco que la historiografía japonesa ha denominado segunda «modernidad» (kindai) y la occidental época «industrial», y que se prolongó hasta la derrota de 1945, si bien ya estas interacciones se habían dado desde antes de la era Meiji (Falero, 2015: 217). A continuación, se estudia el Japón posterior a la II Guerra Mundial hasta la actualidad y su relación con la geopolítica global, donde Japón ha sido un actor protagonista al menos desde el punto de vista económico.
La obra se mueve dentro de los usuales conceptos de exclusividad y aislamiento que han definido la historia de Japón. El autor ha tenido el acierto de comenzar el libro en la época en la que se puede considerar que Japón nace como estado-nación, lejos entonces de la mera unidad geográfica habida antes de la era Meiji (1868-1912), y que hay que enmarcar en un similar proceso de formación de los estados modernos a escala mundial, pero que, sin embargo, es más tardío si lo comparamos con otros estados europeos, aunque más prematuro que los asiáticos (Falero, 2015: 129).
Supone la primera incursión del autor en la historia de Japón —ya que es más conocido por sus estudios del fascismo tanto en sus orígenes como en su posterior desarrollo—, y viene a llenar una laguna en el análisis de la historia contemporánea japonesa en la historiografía española. Esta nación, a pesar de haber tenido un desarrollo espectacular, ha sido una de las potencias surgidas durante el siglo XX menos tratada por la historiografía española, donde cabe destacar las obras de Federico Lanzaco o Florentino Rodao, utilizadas por el autor de este libro junto con algunos otros trabajos, si bien pocos, en español. Dado que no es un experto en Asia, es de agradecer la notable labor de síntesis que se ha hecho de la historia contemporánea de Japón, reflejando cómo ha logrado pasar en poco más de una generación de ser un país anclado en una especie de feudalismo remiso a desaparecer para pasar prácticamente de la noche a la mañana a un proceso de industrialización que colocará al país entre las primeras potencias mundiales, si bien a bastante distancia de casi todas. Además, conseguirá crear un vasto imperio en muy poco tiempo que, no obstante, perderá tras su aplastante derrota en la II Guerra Mundial. Sin embargo, su capacidad de resiliencia hará que a partir de los años cincuenta de la pasada centuria se asista a un resurgir de Japón, esta vez económico, que logró colocarle como segunda potencia económica a nivel mundial.
El libro se compone de siete capítulos —careciendo de un apartado introductorio y otro de conclusiones—, siendo el primero el titulado Japón a mediados del siglo XIX, en el que se explica cómo su condición insular ha influido en la vida de sus habitantes y se analizan las peculiares características de un país con una posición periférica en el mundo. Si bien se indaga también en los orígenes del pueblo japonés y de su cultura y religión, no se profundiza lo suficientemente en ello al no ser el objetivo del libro. Por ejemplo, no se menciona que Amaterasu, diosa del sol y del día, acabó siendo una deidad nacional y «un ancestro de la casa imperial» (Falero, 2015: 124). Continua este primer capítulo con el análisis de la aristocracia guerrera y el shogunatu y del aislamiento de Japón en el contexto del imperialismo europeo en Asia. Aislamiento que terminará, como es sabido, en la era Meiji, que es precisamente la que abarca el capítulo segundo, Restauración imperial y revolución Meiji (1864-1894), tratado con maestría por el autor. En el mismo el lector asiste al fin del secular aislamiento japonés, para el que la anterior apertura de su vecina China había sido un precedente. Será a partir de la llegada de los barcos de guerra norteamericanos al mando del comodoro Perry el 8 de julio de 1853 y el posterior tratado de Kanawaga de 1854, por el que el shogun aceptará el aprovisionamiento de los barcos norteamericanos en varios puertos japoneses y el establecimiento de un representante diplomático, aunque, indica el autor, no se llegaron a establecer relaciones diplomáticas ni comerciales. Acuerdos similares se firmaron posteriormente con Gran Bretaña, Holanda y Rusia.
Japón, como le había pasado a China por la fuerza de las armas, se verá obligado, si no quiere seguir el camino chino, a aceptar tratados desiguales con las potencias occidentales y a aceptar la presencia de estas en su territorio, lo que fomentará una reacción nacionalista y xenófoba, como se explica en uno de los epígrafes de este capítulo. A continuación, se trata de la restauración del poder imperial en la figura del príncipe Mutsuhito y de la modernización del país con la consecuente desaparición de las tardías estructuras feudales. Se asiste así a una modernización de Japón que sabe conjugarse sin renunciar a una parte importante de su tradición, algo que en la actualidad no sucede, ya que se está abandonando lo tradicional en aras de la modernidad y lo occidental. Japón se convertirá de esta manera en el primer país no occidental en abrazar los procedimientos de la revolución industrial, lo que hará que en muy poco tiempo se convierta en una potencia económica. No obstante, a pesar de esta occidentalización progresiva, el papel de la mujer en la sociedad japonesa apenas evoluciona durante estos años. Por otro lado, se procedió a una reforma religiosa en clave nacionalista, se suprimió el decreto que prohibía la práctica del cristianismo y se buscó dar una imagen de país moderno, sin religión oficial, pero que favorece el mantenimiento de las tradicionales prácticas religiosas.
Este segundo capítulo también contempla que ese fin del aislamiento japonés conduzca a una política expansionista en el siglo del imperialismo, ya que el orgullo de Japón como nación había quedado dañado al firmarse los tratados desiguales. Aquí se aporta una visión del nacionalismo de un país con un ritmo de crecimiento demográfico propio de las naciones más desarrolladas, puesto que el 1889 ya tiene cerca de 40 millones de habitantes, y que va a poner sus ojos en Corea para situarla dentro de su órbita de influencia. Pronto vendrían las victoriosas guerras contra China y Rusia y, ya tras la Primera Guerra Mundial, se puede considerar que Japón se convierte en uno de los jugadores internacionales clave (Brzezinski, 1998: 15). Precisamente serán estas dos guerras las que contemplen los dos primeros epígrafes del capítulo tercero, Dos modelos para un Japón poderoso: liberalismo restringido y nacionalista y autoritarismo ultranacionalista (1894-1937). El autor profundiza aquí en cómo Japón se convierte en apenas medio siglo en una potencia industrial, tecnológica y militar que vencerá primero a una atrasada China y, seguidamente, a una nación occidental, Rusia. Dos imperios terrestres con importantes recursos humanos que se verán vencidos por una potencia insular y aquí cabría preguntarse, en un ejercicio digno de la geopolítica, qué es más significativo, el poder terrestre o el marítimo, debate que, si bien no es contemplado por el autor, no hubiese estado de más en este capítulo. Y es que algunos pensadores europeos de la primera mitad del siglo XX pronosticaron un declive europeo y un consecuente desplazamiento hacia el Pacífico del «centro de gravedad geopolítica», señalando que serían los Estados Unidos y Japón los posibles herederos de la decadencia europea (Brzezinski, 1998: 47).
Los siguientes epígrafes tratan del continuo crecimiento de la economía japonesa, aunque esta, como bien señala el autor, no está en condiciones de competir con la de las potencias occidentales, con unos productos manufacturados de peor calidad debido a la falta de técnicos y obreros especializados. También se trata de la política japonesa anterior a la Primera Guerra Mundial y a la entrada de Japón en un conflicto en el que obtendrá importantes réditos. Estas ventajas, nos dice el autor, serán ratificadas en la Conferencia de Paz de París en 1919, obteniendo el dominio, aunque en calidad de mandato, de las islas alemanas en el Pacífico. No obstante, en lo concerniente a China tendrá que renunciar a varios acuerdos obtenidos mediante la amenaza de una intervención militar. Siguen otra serie de epígrafes que reflejan el modelo político de liberalismo restringido japonés; la limitación del poder militar japonés por los gobiernos de Londres y Washington; la crisis económica interior e internacional; el giro del gobierno hacia la derecha; la era de los virajes y el militarismo de Japón; la creación del Estado títere en Manchuria; la retirada japonesa de la Sociedad de Naciones; las sociedades patrióticas, y termina el capítulo con una sintética, pero reveladora, explicación del panasianismo y militarismo, así como del camino hacia la invasión de China.
En suma, hasta este tercer capítulo el autor ha hecho un notable ejercicio para condesar y explicar cómo un país que durante siglos ha estado gobernado por señores territoriales (daimio) y una casta aristocrática de samurai, además de carecer de recursos naturales por las especiales condiciones de su geografía, se convierte en pocos años en un actor clave de la política internacional en Extremo Oriente. Todo esto no se entendería si no se parte de la base de que la Restauración Meiji hecha a partir de 1868, será, como señaló Kennedy, «la determinación de miembros influyentes de la élite japonesa de evitar ser dominados por Occidente, como parecía estar ocurriendo en el resto de Asia» (Kennedy, 1994, 333-334). Subyacen además en el libro dos ideas que refuerzan la explicación de cómo Japón se alzó hasta situarse entre las principales potencias, superando a algunas, como fue el caso de Italia. Por un lado, su aislamiento geográfico, puesto que la zona continental más próxima estaba en manos del decadente Imperio chino, que sería vencido sin especiales dificultades. Por otro, y no menos importante, el factor moral, ya que esa profunda unidad cultural, la adoración al emperador y al Estado, «la ética samurai del honor militar y del valor y énfasis puesto en la disciplina y la fortaleza» dieron paso a una cultura política marcadamente patriótica que reforzó los deseos japoneses de extenderse en una «Gran Asia del Este» (Kennedy, 1994, 335-336).
El cuarto capítulo, La guerra conduce al desastre (1937-1945), es un excelente ejercicio de historia militar, escuela bien conocida por el autor, no en vano es miembro de la Junta Directiva de la Asociación Española de Historia Militar (ASEHISMI) y ha escrito numerosos trabajos sobre esta temática. Trata en primer lugar de la invasión de China, que se puede considerar como el comienzo de la II Guerra Mundial, al menos en Asia. Fase que duró ocho años y que se saldó con la derrota japonesa. No obstante, el autor advierte de que esta guerra tendrá unas consecuencias diferentes si la comparamos con los conflictos pasados frente a China y Rusia. La particularidad estriba aquí en que Japón, además de ser el agresor, va a cometer crímenes de guerra, como los perpetrados en la ciudad de Nanking, genocidio contra la población civil, además de fomentar la violación y esclavitud sexual de miles de prisioneras chinas y de otros pueblos sometidos, sucesos que son narrados en sucesivos epígrafes. Seguidamente, se analizan los altos costes que la decisión de ir a la guerra supuso para Japón, así como los efectos negativos derivados de la invasión de China. Por otro lado, el pacto militar con la Alemania nazi y el empeoramiento de las relaciones con Washington que derivaron en una escalada de tensiones que terminó con la guerra contra Estados Unidos y Gran Bretaña. Conflicto que terminará con la capitulación de Japón tras el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.
Queda reflejado en este cuarto capítulo una vinculación entre ese nacionalismo japonés del que habla el autor y la posesión territorial, algo que también sucedió con la Alemania nazi. Según Brzezinski, los japoneses creían que la ocupación de Manchuria y el dominio de las Indias Orientales holandesas, ricas en petróleo, era «esencial para cumplir con la meta japonesa de aumentar el poder nacional y el estatus global» (Brzezinski, 1998: 47).
El capítulo quinto, Ocupación, segunda occidentalización y recuperación económica (1945-1963), repasa los acontecimientos ocurridos tras la derrota japonesa, con especial hincapié en la política estadounidense y el gobierno del general MacArthur; los juicios a los criminales de guerra y la reorganización económica, social y política con una nueva constitución, lo que es considerado como un segundo Meiji tendente a occidentalizar de nuevo al país. La Constitución de 1946, que vino a sustituir a la de 1889, logró encaminar al país hacia un modelo de monarquía parlamentaria. Los siguientes epígrafes giran en torno a el tratado de paz y el acuerdo militar con los Estados Unidos dentro del marco de la Guerra Fría, así como a las relaciones con la Unión Soviética y las dos Chinas. Importante es también el análisis del despegue económico japonés, con ayuda norteamericana, en este período, en el que, como bien recalca el autor, será muy importante un elemento de la tradición japonesa tan importante como el del «sentido de disciplina, laboral y social, basado en la creencia de que uno forma parte de un todo ancestral y eterno, al que debe servir, para su continuidad y engrandecimiento» (2020: 195). Cierran este capítulo dos grandes temas de debate: la alianza con Estados Unidos y el rearme de Japón.
El capítulo sexto, Japón es una potencia económica mundial (1964-1989), está dedicado en primer lugar a esa nueva imagen que Japón proyecta al mundo y al milagro japonés, que le convierte en la segunda economía mundial, analizando este importantísimo desarrollo industrial y los factores que lo favorecieron. Pero este espectacular desarrollo económico, basado en buena medida en la revolución tecnológica, alarmará a Estados Unidos, su principal valedor. Por otro lado, no descuida el autor la sociedad de este país, señalando su creciente modernización y crecimiento demográfico, que hará que en 1990 tenga más de 123 millones de habitantes. Este fuerte crecimiento poblacional irá acompañado de un creciente proceso de urbanización, lo que hará que a mediados de los setenta cerca del 75% de la población viva en las ciudades, con los problemas que este suceso acarreó. No obvia José Luis Rodríguez los primeros cambios que se producen en la situación social de la mujer japonesa y los efectos negativos de este modelo de desarrollo. También, aunque sucintamente, se aborda la situación política interna y la política exterior, en especial en sus relaciones con China y Corea. El pacifismo y el desarme nuclear son asimismo analizados en el libro. A continuación, se detiene en el importante mundo cultural y artístico de Japón, tanto en su faceta literaria como cinematográfica. Por último, se hace un breve acercamiento a la muerte y sucesión del emperador Hirorito, con el que finaliza la era Showa, la de Paz Ilustrada o Armonía Brillante (1926-1989).
El último capítulo del libro se titula el Japón actual, centrándose en el cambio de ciclo económico del país y en cómo pasa de ser la segunda potencia económica a la tercera, superada por su vecina China. Es una época de continuidad política e incertidumbre económica. Asimismo, se siguen analizando las relaciones con las dos Coreas, pero también con China y Rusia, que suponen, sobre todo estas dos últimas, aunque también Corea del Norte, importantes temas de preocupación en materia de seguridad dentro del juego de grandes potencias que se vive en Asia y que también afecta a Japón. Por otro lado, el autor no ha querido dejar de lado los grandes retos a los que el Japón actual se tiene que enfrentar, como son el del envejecimiento progresivo de su población, la alta tasa de depresión desde que se frenó el crecimiento económico, y el hecho de que Japón ocupe la segunda posición mundial en tasas de suicidios. También se habla aquí, y al principio del libro, de las fuerzas de la naturaleza y su importancia en la vida de los japoneses, explicando el terremoto y tsunami de 2011. Clausura este capítulo una mirada a la cultura japonesa y a sus elementos propios, deteniéndose en el manga y el anime y en la soledad como tema del arte. Incluye también el autor un breve epígrafe en el que se indica que Japón acaba de comenzar una nueva era, pues el 30 de abril de 2019 abdicó el emperador Akihito, terminando la era Heisi y comenzando la era Reiwa en la figura del actual emperador Naruhito.
Este capítulo final se habría redondeado con una mayor aproximación a la búsqueda de un lugar de Japón en el convulso contexto geopolítico que se está dando actualmente en la región Asia-Pacífico. Debido a ello, Japón ha empezado a reclamar su papel como potencia regional —no ya solo económica, sino militar también, a través del rearme del país, lo que puede resucitar viejos fantasmas del pasado—, en un nuevo giro geopolítico que puede tensar aún más las ya convulsas relaciones con China y que también podrían afectar a las mantenidas con Rusia. Se echan en falta asimismo en el libro una introducción y una conclusión que hubieran mejorado una obra de por sí notable, que explica de manera sencilla y rigurosa las peculiaridades de Japón y su papel en el mundo.
Finalizan el libro una selección de textos y una muy útil cronología desde 1603 —momento en el que el emperador otorga el título de shogun a Tokugawa Ieyasu, instaurándose el último shogunato— hasta 2019. También una importante bibliografía en la que, como se señaló, no abundan los autores españoles, por lo que este libro se convertirá en obligada fuente de consulta para todos los interesados en la historia contemporánea de Japón. Destacan las obras de W. G. Beasley o las del padre Arrupe, testigo de la explosión de la bomba atómica en Hiroshima, entre otras. En cuanto a la acertada selección de textos, se recogen desde fragmentos de la Constitución de 1889 hasta directrices para la expansión por Asia, pasando por el discurso que el primer ministro Tojo dirigió a la nación la tarde del 8 de diciembre de 1941 —tras los ataques a objetivos estadounidenses y británicos en el Pacífico—, o artículos del Tratado de Seguridad Nipón-norteamericano firmado en Tokio en 1952.
Bibliografía
BRZEZINSKI, Z., El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos. Barcelona, Paidós, 1998.
FALERO, A., «Japón en la historia del mundo», Entremons. UPF Journal of World History, n.º 15, 2015.
KENNEDY, P., Auge y caída de las grandes potencias. Barcelona, Plaza & Janés, 1994.
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