Guerra Colonial

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La creación de la alianza atlántica en el marco de la política de contención

The creation of the Atlantic alliance in the framework of the containment policy de María Martínez Carmena

Reseña de Alfredo Crespo Alcázar

Universidad Nebrija

Recibido: 26/11/2019; Aceptado: 23/12/2019

1. Ideas iniciales

María Martínez Carmena nos presenta una obra clave para entender no sólo una organización fundamental en lo que a las cuestiones de seguridad se refiere (la OTAN), sino para conocer exhaustivamente el contexto histórico en el que aquélla fue creada. En efecto, el libro que tenemos entre manos disecciona de manera precisa el periodo inmediatamente posterior al final de la Segunda Guerra Mundial, una etapa que condicionó, cuando menos, las siguientes cuatro décadas.

Cuando aborda su objeto de estudio, la Profesora Martínez Carmena no se deja llevar ni por filias ni por fobias; por el contrario, demuestra un sobresaliente rigor científico y una honestidad intelectual que le permite expresar opiniones “políticamente incorrectas”. A modo de ejemplo de esta última afirmación, sentencia que “con muchas luces, y también cuajada de numerosas sombras, la Alianza Atlántica ha sabido reinventarse para seguir representando el nexo político y militar por excelencia entre Europa y los Estados Unidos” (p. 149). En consecuencia, considera que la trayectoria de la OTAN ha representado una historia de éxito, pese a las declaraciones realizadas por Donald Trump o a la irrupción de lo que denomina un “europeísmo excluyente” en materia de defensa.

2. El rol de Estados Unidos: del aislacionismo al protagonismo

Sin embargo, como se demuestra en esta obra, la creación de la OTAN resultó muy compleja puesto que debieron sortearse numerosos obstáculos en forma de reticencias que gozaban de honda tradición entre la opinión pública norteamericana y entre amplios sectores de la clase política estadounidense. Al respecto, además de la oposición de los aislacionistas, también existió la liderada por grupos internacionalistas que argumentaban que la Alianza Atlántica significaba un menosprecio para la recién creada ONU. En este sentido, el rol desempeñado por el Presidente Harry Truman fue decisivo a la hora de poner en marcha tanto la doctrina de la contención como la OTAN: “la decisión de crear la Alianza Atlántica significó consolidar y otorgar carácter permanente, y no sólo contingente, a la política de contención que se había iniciado con Truman” (págs. 95-96).

La autora expone el contenido de su obra de manera cronológica lo que facilita tanto la lectura como la comprensión del mensaje que nos quiere transmitir. Para ello, comienza poniendo de manifiesto la ruptura que se produjo al término de la Segunda Guerra Mundial de la alianza que durante la contienda bélica habían mantenido frente al nazismo Estados Unidos y la URSS. A partir de ese instante, puede afirmarse que nos hallamos ante un escenario internacional bien distinto al de 1939, al frente del cual se situaron dos superpotencias con sistemas políticos, económicos y culturales antagónicos. Se iniciaba, en consecuencia, la “guerra fría” cuyo desarrollo se prolongó hasta 1991, fecha en que aconteció la implosión de la URSS.

La presencia protagonista de Estados Unidos en el escenario internacional fue una de las grandes consecuencias que se derivaron del final del Segunda Guerra Mundial. Se trató, por tanto, de una actitud antagónica a la mantenida en 1918: “los Estados Unidos entendieron que debían pagar el precio de compromisos políticos y militares mediante alianzas, al objeto de mantener su posición de superpotencia y no alterar el equilibrio en favor de la Unión Soviética” (p. 64).

Este cambio de postura y su realización a través de la política de la contención obedeció esencialmente a la percepción de la URSS como una amenaza frente a la que el aislacionismo, como sentencia acertadamente la autora, no hacía a Estados Unidos más seguro: “la política de los Estados Unidos pasaba así a ser activa frente al comunismo –y ofensiva para la Unión Soviética-, socavando aún más la posibilidad de entendimiento entre los antiguos aliados” (p. 40).

No obstante, como hemos comentado en los párrafos previos, el binomio contención-OTAN resultó complejo ponerlo en marcha. En efecto, dentro de las propias filas del Partido Demócrata (formación a la que pertenecía el Presidente Harry Truman, cabe precisar) surgieron notables detractores, sobresaliendo al respecto la figura de Henry Wallace. Éste último estimaba que la contención empeoraba el escenario internacional y ponía de manifiesto la soberbia de Estados Unidos en política exterior. Como refleja Martínez Carmena, el aludido Wallace: “abogaba por la defensa de la diplomacia, el diálogo político y el principio de buena fe. Pedía una oportunidad real para esa desconocida Unión Soviética, cuyo gobierno atendía a unos patrones de conducta que no resultaban inteligibles para las democracias occidentales. También sostenía firmemente que la alarma que la Administración Truman propagaba sobre el peligro soviético era deliberada e injustificada, dando lugar a planteamientos maniqueos de lucha entre la democracia y la opresión” (págs. 131-132). Por su parte, la URSS interpretó que la Alianza Atlántica estaba dirigida contra ella. Se trata de una visión que en la actualidad se mantiene intacta, tal y como refrendan las diferentes intervenciones realizadas por Vladimir Putin.

3. En conclusión, una respuesta necesaria

A partir de 1945 el expansionismo soviético se había convertido en una realidad tangible, un aspecto que ya había denunciado el estadista británico Winston Churchill, de tal modo que la deteriorada situación en la que se hallaba sumida Europa Occidental, podría incentivar las expectativas de Moscú, bien mediante una agresión externa, bien alentando la revuelta de partidos comunistas. En este sentido, Stalin entendía que las numerosas pérdidas humanas sufridas por su país durante la guerra “legitimaban” sus apetencias territoriales. Tal perspectiva la interpretó a la perfección George Kennan (embajador de Estados Unidos en Moscú), aunque como recalca Martínez Carmena, el diplomático norteamericano no planteó el uso de la fuerza para hacer frente a la URSS, cuyo desprecio por las democracias liberales sí que enfatizó.

Por su parte, en la agenda de los gobiernos europeos, en particular en los de Francia y Reino Unido, las cuestiones de seguridad comenzaron a adquirir un lugar de privilegio a partir de 1945, un fenómeno corroborado por iniciativas como la firma de los tratados de Dunkerke y Bruselas. No obstante, era necesaria una implicación real, esto es, militar y presupuestaria, por parte de Estados Unidos si quería asegurarse la viabilidad de la nueva organización (la OTAN). Ese compromiso de Washington se produjo y permaneció inalterable durante las siguientes décadas, convirtiendo a la Alianza Atlántica en una comunidad de valores y principios cuya vigencia se mantiene intacta a día de hoy.

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