Guerra Colonial

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La Revista de Tropas Coloniales y sus reflexiones sobre la bahía de Alhucemas

The Revista de Tropas Coloniales and its ideas about Alhucemas Bay

María Gajate Bajo

Universidad de Zamora

Recibido: 15/11/2018; Aceptado: 2/12/2018

Resumen

El propósito del presente trabajo es realizar un acercamiento tangencial a la Revista de Tropas Coloniales y a su ideario, revelador del difícil entendimiento entre el dictador Primo de Rivera y la oficialidad africanista. Con doce años de intensa vida, los comprendidos entre 1924 y 1936, esta publicación se esforzó sobremanera a la hora de justificar la ocupación de Alhucemas. Punto clave para entender el poder del caudillo rifeño Abd-el-Krim, se deberán explicar las dificultades que la operación entrañaba así como la significación histórica de esta bahía.

Palabras clave

Revista de Tropas Coloniales, Miguel Primo de Rivera, africanistas, Franco, Abd-el-Krim, Alhucemas

Abstract

The purpose of this essay is to make a tangential approach to the Revista de Tropas Coloniales and its ideology, revealing the difficult understanding between the dictator Primo de Rivera and the Africanist staff. With twelve years of intense life, those between 1924 and 1936, this publication made an enormous effort to justify the occupation of Al Hoceima. It was a key point to understand the power of the Riffian caudillo Abd-el-Krim and we ought to explain the difficulties than the operation entailed as well as the historical significance of this bay.

Keywords

Revista de Tropas Coloniales, Miguel Primo de Rivera, africanist, Franco, Abd-el-Krim, Al Hoceima

1. Introducción

España parecía en el verano de 1923, como en tantas otras ocasiones, un país a la deriva. Cataluña, por un lado, constituía una fuente inagotable de quebraderos de cabeza para los sucesivos ejecutivos, incapaces de lidiar con un sinfín problemas de orden público. Por otro lado, la desdichada «cuestión marroquí» había desembocado en un callejón sin salida, evidenciándose la imposibilidad de instaurar un protectorado civil sin el recurso a las armas. De hecho, los ojos del país se fijaban entonces, entre expectantes y angustiosos, en el recrudecimiento de los combates en Tizzi Assa, enclave intermitentemente cercado y con problemas de avituallamiento (Gudín de la Lama, 2008).

Apenas medio año antes se había logrado el rescate de los prisioneros de Axdir, supervivientes de las tristes jornadas que siguieron a la derrota de Annual (julio de 1921). Suponía, sin embargo, un muy pobre consuelo, apenas un alivio, en un contexto crispado por el asunto de la depuración de responsabilidades y que terminaría por dinamitar el mando de Dámaso Berenguer (Recio García, 2018; Gajate Bajo, 2013). Las negociaciones sobre el estatuto de la ciudad de Tánger, además, serían otra losa para un régimen caduco.

Todo lo enunciado precipitó, en esta atmósfera de hartazgo y amargura, el pronunciamiento de Miguel Primo de Rivera el 13 de septiembre de 1923.

2. El desembarco de Alhucemas, el eterno objetivo de los africanistas

Primo mostró pronto su pragmatismo político y, ante la imposibilidad de retirar a España de sus compromisos internacionales, procuró negociar la paz con El Raisuni y con Abd-el-Krim. De este modo, pudo renovar en octubre de 1923 el compromiso de colaboración con el jerife de Yebala. No obstante, mucho más dificultoso –y discreto ante la opinión– resultó el acercamiento al rebelde de Axdir, la sede de la recién fundada República del Rif. Este personaje rechazaba cualquier acuerdo sin el previo reconocimiento de la independencia de su región.

Aun así, Primo de Rivera guardó un as en la manga. No pudiendo ceder y vislumbrando el fracaso de estas negociaciones, se dispuso a retirar las tropas coloniales hasta un nuevo frente, la conocida como línea de Estella. A la postre, se trató de una sinuosa barrera de posiciones fortificadas que, en el oeste del Protectorado, protegían las comunicaciones entre Tánger y Fez, y también entre Tánger, Tetuán y Ceuta, aunque para ello hubiese que renunciar a la ocupación de Xauen; y en la parte este, significó un retroceso militar de quince kilómetros.

Lo que pretendía el dictador con esta operación ha hecho correr ríos de tinta entre los especialistas: para algunos, se trataba de llevar a cabo una campaña de bombardeos con TNT, bombas incendiarias y gases tóxicos. Retirar las tropas era necesario para protegerlas de los efectos de estas sustancias nocivas (Balfour, 2002: 200). Curiosamente, los militares más entusiastas ante el empleo de gases tóxicos serían los africanistas ideológicamente más progresistas. Entendieron que esta era la forma más humanitaria de hacer la guerra, pero no cayeron en la cuenta de que los más perjudicados fueron los civiles. Otros investigadores, en cambio, entienden que lo que el general procuraba era dejar al descubierto el flanco galo para así obligar a Francia, ante un enemigo común, a una colaboración militar (González Calbet, 1987: 198 y 278). Por último, hay quien apuesta por la idea de que lo que se deseaba era una revisión de los acuerdos internacionales: que España consiguiese librarse de parte de su Protectorado a cambio de la cesión de Tánger (Sueiro, 1992: 131-156).

Sea como fuere, el plan de repliegue táctico se aprobó finalmente en mayo de 1924 y Francia en efecto inició la invasión del valle del Uarga, frontera muy permeable entre ambos protectorados. El dictador se trasladó a Tetuán para organizar y supervisar dicho repliegue a lugares menos vulnerables que las colinas de Beni Arós o la ciudad santa de Xauen (Bourfa, 2002: 161). El semiabandono, por desgracia, no estuvo ni bien planteado ni ejecutado. Tan pronto como se inició, las notas oficiosas (sustitutas, en buena medida, de la labor de los reporteros) informaban de la seriedad de los combates, pero no dejaban de subrayar que, por decoro –concepto muy empleado en nuestra historia–, había que hacer frente decididamente a los rebeldes. Las luchas se tornaban encarnizadas y, por eso, mientras que el retorno de la quinta de 1921 se postergaba, Primo asumía personalmente el cargo de Alto Comisario el 16 de octubre de 1924.

Además de alarmar a la cancillería inglesa, temerosa de que los franceses aprovechasen este vacío de poder para fortalecerse, la operación pudo costar sólo en la zona occidental un número de bajas próximo a 15.000 individuos. Y es que los rifeños, convencidos de que este retroceso era una manifestación de debilidad, respondieron llegando hasta las puertas de Ceuta y bombardeando Tetuán. Además, en enero de 1925, los hombres de Abd-el-Krim apresaron a El Raisuni, quien finalmente falleció en cautiverio pocos meses después. Los partidarios del cabecilla rifeño no le habían perdonado su claudicación ante los españoles.

Fracasada la operación, se impuso, pues, la necesidad de avanzar por otra vía: había que buscar una nueva estrategia. Esta sería la del desembarco aéreo-naval de Alhucemas y la ocupación de Axdir. Todo ello contando, además, con la colaboración francesa (García, 2000: 49-54). La benevolencia del mariscal Lyautey hacia el titulado Emir del Rif se hallaba bajo mínimos entonces, ya que el general temía un excesivo envalentonamiento del jefe marroquí habida cuenta de su genio militar y habilidad diplomática.

Abd-el-Krim había empezado a intensificar su propaganda contra la ocupación en la zona francesa del Uarga. Amenazaba, de hecho, con avanzar sobre Fez y llamaba a los trabajadores en Argelia para retornar al Rif. Sus hombres se empeñaban en construir aceleradamente líneas, trincheras; diseñaban abrigos subterráneos y montaban redes telefónicas.

El ataque se presentía inminente y así fue, saldándose con 2.916 bajas francesas, entre muertos y desaparecidos (Caballero Echevarría, 2013: 195). El gobierno galo retiró a Lyautey de sus responsabilidades, sucediéndole Pétain al mando del Cuerpo de Ocupación. Además, la colaboración entre Francia y España, aunque objeto de gran secretismo, empezó ahora a ser más real que nunca.

A nadie se le ocultaba que se avanzaba hacia una alianza militar. El prestigio que había adquirido el líder de los Beni-Urriaguel hacía imprescindible una acción común. Por este motivo, para agilizar las conversaciones con Francia, el dictador regresaba a Madrid. Paralelamente, tocaba «fabricar» el consenso en torno a esa cooperación militar1. Se presentía, de algún modo, el fin de la larga guerra de desgaste. Pero, qué duda cabe, muchos años de propaganda francófoba, de acopio de agravios y, en suma, de relaciones muy envenenadas habían fomentado un estado generalizado de constantes recelos entre la opinión pública (Paniagua, 2015: 211-215). De contrarrestar este ánimo se ocuparían reconocidos cronistas como Lezama, Corrochano, López Rienda o Leopoldo Bejarano (García Palomares, 2014: 310-312).

La Conferencia hispano-francesa de Madrid se celebró entre los meses de julio y julio. El 21 de agosto, por fin, se tomó la decisión en Algeciras de colaborar en un desembarco. Primo y Petain planificaron una operación anfibia conjunta. Estudiaron a conciencia la previa intentona anglo-francesa en Gallípoli, en 1915, y las razones de su fracaso, reparando sobre todo en la falta de un mando único y de un plan detallado de acción. Se quiso explotar en esta ocasión, a diferencia de lo procurado durante la Gran Guerra, el factor sorpresa y la maniobra logística. Bajo el mando supremo del dictador y operacional de Sanjurjo, participarían 13.000 hombres en el desembarco de Alhucemas, encuadrados en dos brigadas. Una, la de Ceuta, bajo el mando del general Saro Marín; la de Melilla, la otra, a las órdenes del general Fernández Pérez. Por primera vez en la historia militar, una unidad de carros de combate intervendría en este tipo de operación.

Además, las fuerzas navales combinadas se componían del portaaviones Dédalo, tres acorazados, seis cruceros, treinta y seis buques menores, veinticinco transportes y tres buques-hospital. La fuerza aérea, por último, dispuso de seis hidroaviones de caza, otros tantos de bombardeo, una escuadrilla de bombardeo francesa, un globo, un dirigible y dos aviones para evacuaciones sanitarias.

El 8 de septiembre, y tras varias maniobras ficticias, comenzó el desembarco en las playas de Ixdain y La Cebadilla. Simultáneamente, se desarrolló la exitosa defensa de Kudia Tahar, posición crucial en la defensa de Tetuán. Las dificultades fueron cuantiosas en las siguientes jornadas y, hasta un mes más tarde, el 13 de octubre, no se ocupó Axidr. Abd-el-Krim, sin embargo, todavía esperó para rendirse hasta mayo de 1926. Toda la operación se saldó con un total de 361 fallecidos y 1.975, heridos. No obstante, los choques armados todavía proseguirían.

Cabe subrayar que esta ofensiva, en buena medida contemplada como una revancha por lo de Annual, tuvo una extraordinaria repercusión en la prensa, predominando los discursos de exaltación patriótica. La victoria sirvió para reforzar al dictador, reconocido con la Laureada de San Fernando, y para satisfacer a los africanistas.

3. La Revista de Tropas Coloniales y su relevancia histórica

El ejército expedicionario en el Rif tenía una piel muy fina después del Desastre de Annual y lo evidenció durante el proceso de depuración de responsabilidades. Con el objetivo de apoyar una política colonial más eficaz en África se creó la Revista de Tropas Coloniales; una fuente histórica muy útil, por otra parte, para conocer el periodismo militar, con indisimulada vocación patriótica, de esta época.

En enero de 1924, fue la Liga Africanista quien inauguró la aparición de dicha revista con la edición de su primer número en Ceuta. El general Queipo de Llano, muy en sintonía con el colonialismo más militarista, asumió la dirección del consejo de redacción hasta septiembre (la revista desaparece durante tres meses porque buena parte de su consejo editor/mandos militares son movilizados para las operaciones de repliegue), también integrado por otras conocidas firmas de médicos, militares, ingenieros, etc., como las de Cándido Lobera, Franco –quien sería director de la publicación a partir de enero de 1925–, Goicoechea, García Figueras, Díaz de Villegas, etc. Con varios cambios nominales a lo largo de su historia, África dejó de salir a la calle en julio de 1936, coincidiendo con el estallido de la Guerra Civil, y reapareció a comienzos de 1942. Cuatro años después se incorporó a la dirección del Consejo Superior de Investigación Científica, como órgano del Instituto de Estudios Africanos (Velasco de Castro, 2013).

La etapa comprendida entre 1924-1926 es la que se analizará en las siguientes páginas, cuando el dominio español sobre territorio marroquí no estaba todavía consolidado. Se debía, por tanto, convencer a la opinión pública de que había que perseverar en la «misión civilizadora» encomendada: llegaba el momento de la acometida final, capaz de rendir al líder rifeño Abd-el-Krim.

El contenido de muchos artículos de la revista fue eminentemente intervencionista y Queipo será el primero en manifestar sus metas:

Ser útiles a nuestra patria […] la condición primordial para alcanzar el éxito es la absoluta continuidad de las normas a seguir, que deben permanecer constantes, con racional adaptación a las circunstancias2.

Saturados de las vacilaciones políticas de Madrid, del infructuoso debate sobre la conveniencia de un protectorado militar o civil, el dominio sobre la bahía de Alhucemas se perfiló desde el nacimiento de esta publicación señera como el gran problema con el que tropezaba la actuación hispana en el Rif. Era el punto clave para la colonización efectiva del norte de Marruecos en cuanto que permitiría la aniquilación de los Beni Urriaguel, la unificación de las regiones asignadas a España desde 1904 y el dominio de un territorio muy fértil:

Es necesario llegar a Alhucemas […] Gran parte del público español, desorientado y mal informado ve en ese nombre, Alhucemas, el símbolo de un programa conquistador y militarista3.

Así, se entiende que la derrota del caudillo de Axdir constituyese un gran elemento de orgullo para la redacción. Quizás por todo ello, la revista cargó frecuentemente contra políticos e intelectuales a los que juzgó carentes de espíritu patriótico. Sirvan de ejemplo las siguientes líneas:

Intelectuales eximios, como don Miguel de Unamuno, han asegurado, viniera o no a cuento, que la guerra de Marruecos es tan injusta como la de Napoleón contra España hace un siglo, y esto no es cierto […] La guerra de África es una guerra colonial, es decir, civilizadora de un pueblo atrasado4.

También las iniciales prácticas conciliadoras de Primo, célebre (y controvertido) por sus tesis abandonistas, toparon con la resistencia e incomprensión de estos periodistas amateur y africanistas de convicción, ansiosos por poner fin a la sangría que experimentaba el país. Sí aplaudieron, no obstante, en mayo de 1924, que el Directorio derogase la normativa de 1918 sobre promociones y ascensos, la establecida para satisfacción de las Juntas de Defensa; además, también el dictador supo atraerse a estos militares cuando, en abril de 1925, se decretó el establecimiento de recompensas con el que se premiaba a las fuerzas de choque.

Se debía, en suma, retornar a la ofensiva y mejorar la dotación de los expedicionarios. Había, igualmente, que poner fin a la perniciosa influencia de las Juntas y que encauzar a la opinión. Junto a la política, la actividad agrícola, el comercio y el fomento de las infraestructuras, con particular atención hacia la construcción de puertos, también coparon una buena cantidad de artículos. Sin olvidar el arte, la antropología o la religión (González, 2017). Su número aumentaría exponencialmente desde 1927, una vez sometido militarmente el Rif.

4. ¿Cómo encarar la guerra de Marruecos? La visión africanista del problema

La colaboración con Francia halló un respaldo entusiasta por parte de esta revista. Así se aprecia en las palabras de Cándido Lobera, quien subrayaba que:

Tenemos la absoluta fe en el triunfo completo y ruidoso de las naciones protectoras […] Si los franceses bloquean la frontera del sur del Rif y de Yebala, y limpiaran Tánger y Uxda de agentes protectores de la rebeldía, y cortan la emigración golondriga de rifeños y la correspondencia con Abd-el-Krim […] si todo ello se llevase a cabo simultáneamente, bastaría un periodo de seis meses para pulverizar la rebeldía rifeña5.

De todas formas, era justo admitir también que la fuerza rifeña conocía a la perfección el terreno, dominaba las tácticas de guerrilla y contaba con una organización adecuada, distinguiéndose entre tropas regulares de Abd-el-Krim (tabores, mías y jamsin) y combatientes irregulares a su servicio. Un comentario similar al previo es el de Francisco Franco:

Alhucemas es el foco de la rebelión antiespañola, es el camino a Fez, la salida al Mediterráneo, y allí está la clave de muchas propagandas que terminarán el día que sentemos el pie en aquella costa (1986: 74).

Hacía años, desde el lejano 1911, que todas las operaciones militares españolas, incluso la de 1921, tenían como objetivo la ocupación de Alhucemas. También se había acariciado la idea, recordémoslo, en 1913 y en 1922, con Martínez Anido. En esta ocasión, el cerebro de la operación sería el general Gómez Jordana.

Sin esta bahía, argumentaba, por ejemplo, Goicoechea en el artículo más arriba referido, sería imposible extender al territorio marroquí los beneficios derivados de las nuevas industrias y de una mayor ordenación fiscal. Como siempre, por tanto, la machacona idea de la misión civilizadora en África que entroncaba con el regeneracionismo de Costa6. Francisco Franco, por su parte, enfatizaba también las dificultades de la guerra al manifestar que:

La obra de España en Marruecos es obra de gigantes: no es la dificultad de una guerra con enemigo organizado, grandes batallas, poblaciones… corazón en que herir el poder enemigo… Es guerra de asimilación: hay que castigar sin despertar odios; el enemigo de hoy es el aliado de mañana7.

No era un reto pequeño, por tanto. En reiteradas ocasiones la redacción aplaudió la pericia y fortaleza de los mandos africanistas, ese celebrado desprecio hacia la muerte por parte de las tropas de choque, al tiempo que censuró la falta de ambiente nacional y de respaldo público a su labor. El consejo editor consideraba que la opinión del país estaba, en buena medida, extraviada y de aquí arrancaba la mala moral de los expedicionarios y de la oficialidad8.

Sin embargo, también los periodistas debían ocupar el banquillo de los culpables por sus malas prácticas y los gobiernos sucesivos, por su negligencia. Así lo defendió, al menos, Víctor Ruíz Albéniz, referencia obligada en el estudio de la presencia colonial española en África. A pesar de la extensión de la cita, vale la pena reproducirla:

En Francia, en Inglaterra, antes en Alemania, en los Departamentos Coloniales, o los de Negocios Extranjeros, existen “Negociados de Prensa” […] Es allí, donde cuando conviene a la política del país, se llama a los periodistas y se les encomienda trabajos de propaganda […] ¿Cuántos relatos de operaciones en África habéis leído en la prensa francesa, sobre todo si se refieren a hechos de armas adversos? […] La opinión pública francesa sabe de Marruecos lo que a los estadistas conviene que sepa. Nunca se les avisa de tal o cual programa militar concreto, nunca se alimenta en el pueblo la ansiedad […] ¡Esa maravillosa discusión durante meses y meses, y en plena campaña, mantenida por los periódicos españoles acerca de la conveniencia o improcedencia de la marcha sobre Alhucemas, solo en una prensa como la de España se puede registrar!9.

A tenor de estos comentarios, no es aventurado afirmar que periodismo y patriotismo se confunden. De paso, la censura y, en su defecto, la autocensura, se justifican. La función narcotizante de los periódicos se hacía indispensable y para instruir al pueblo, para convencerlo de la urgencia de ocupar a Alhucemas –que, desde luego, no admitía discusión en las páginas de esta revista–, se publicaron abundantes artículos sobre la materia durante los primeros años del mandato de Primo.

Enrique Arqués, por ejemplo, con marcada vocación aleccionadora e intentando restar gravedad a lo tratado señalaba: «Es digno de saber por qué una cabila –cincuenta y tantas tiene nuestra zona– trae de cabeza a veinte millones de españoles…»10. Rememoraba, acto seguido, las buenas relaciones que tradicionalmente los generales Marina, Jordana y Aizpuru habían mantenido con el viejo Abd-el-Krim, la protección prestada al caudillo, los acuerdos comerciales logrados, etc. y, apuntaba a las intrigas desencadenadas durante la conflagración mundial para explicar el origen de las desavenencias. Si bien no explicaba nada, no precisaba las causas de los malentendidos:

Y he aquí como Abd-el-Krim [hijo], después de algunas vicisitudes, viose inesperadamente al frente de una harca de unos quinientos hombres –que se costeaba Dios sabe cómo– y dispuesto a vengarse de España y… a vender las minas al mejor postor11.

La sombra del contrabando quedaba sembrada pero nada podía entender el lector del viraje de Abd-el-Krim, de las razones de su hostilidad. Arqués terminaba haciendo hincapié en la fuerza que los Beni Urriaguel ejercían sobre Bocoya y Temsaman, dos cabilas vecinas y en la necesidad de cortar esos lazos, emprendiendo el avance desde el interior de la región de Gomara.

En una colaboración posterior, Arqués sí matizaba las diferencias entre El Raisuni y Abd-el-Krim, pues si bien el primero surgió como el fruto del desorden latente de Yebala, el segundo engendró una nueva revolución12. Ahora bien, el cadí no tenía carácter guerrero, aunque sabía muy bien cómo practicar una guerra de desgaste. Aquí residía la clave de su autoridad. Conocía bien a los españoles, con los que su padre había tratado mucho, y él mismo era asiduo lector de la prensa peninsular. Su única debilidad, creía el periodista, arrancaba de las divisiones entre urriagueles.

Se precisaba de la colaboración con Francia para aplastar a los Beni Urriaguel y así lo manifestaba, en un tercer artículo, Arqués. Con una frontera de más de cuatrocientos kilómetros y total libertad de comunicación entre la zona española y las ciudades de Uxda, Taza y Fez, no se podía asfixiar a la República de Axdir sin el socorro galo:

Mutuamente nos necesitamos porque el enemigo es común. Y común es también la obra de colonización civilizadora a que nos obligamos ante el mundo […] Borrado ya el prejuicio de Tánger, que era el motivo principal de la vida discordia, ninguna rencilla queda13.

En efecto, se había firmado el estatuto de la ciudad hacía dos meses, aunque la delegación española sólo lo ratificó ad referéndum tiempo después y con algunas modificaciones. El documento no hacía sino consolidar las facultades francesas sobre la ciudad. A partir de mayo empiezan, de hecho a intensificarse los rumores a propósito de una inminente operación sobre Alhucemas14. La designación del general Sanjurjo como Comandante General de Melilla, por ejemplo, apuntaba en esa dirección:

¡Verdaderamente es este un pueblo encantador, que… nunca sabe lo que quiere! Se desea, se clama, se vibra por la paz, incluso pasando por el abandono, y en el fondo lo que se desea es una intensa labor enérgica, viril […] Si mañana el teléfono canta que Sanjurjo ha emprendido el avance hacia Alhucemas, no se alzará ni una voz de alarma ni de protesta. ¿Hay quien lo duda?

Se advertía meses después, sin embargo, de que la operación tendría envergadura, no pudiéndose limitar solo a la ocupación de la costa y requiriendo una estrechísima colaboración, nunca antes vista, con París15. Ningún enemigo armado podría quedar en la retaguardia, pues era esta una de las lecciones aprendidas después de muchos tropiezos en el continente africano.

Desde febrero de 1925, la Revista de Tropas Coloniales denuncia cómo se iban intensificando los ataques de Abd-el-Krim sobre el valle del Uarga y repara en la divisiones que la política imperialista genera entre las autoridades galas. Sospechaban que la evacuación española del Rif tendría repercusiones en el mundo islámico y, mientras que un bloque de diputados, los fieles al partido colonialista, defendían la urgencia de conquistar la zona, otros tantos, con Lyautey a la cabeza, eran partidarios del sostenimiento de un cordón sanitario frente al norte del Rif16. Una vez registrado el ataque, no obstante, se abrió en efecto el camino para el entendimiento hispano-galo, cosa que no fue sencilla si atendemos a las palabras de Cándido Lobera:

Los Altos Comisarios de ambos gabinetes cambiarán palabras cordiales, que sean todo un programa de mutua inteligencia; pero los colonialistas no por eso se avendrán a tratarnos con neutralidad y justicia, ya que otra cosa, lamentablemente, sea imposible de soñar. Ellos –salvo raras excepciones– siguen empleando un tono de lenguaje irritante y muestran vivo deseo de que lo imaginado sea realidad17

¿Qué era lo imaginado? No es difícil adivinarlo: la ocupación completa del norte de Marruecos, prescindiendo de España. Pero no era el momento de las recriminaciones. Al contrario, tocaba aplaudir la labor colonizadora desempeñada por el ejército vecino y olvidar viejas historias: aquel choque a raíz de la construcción de una factoría en la Mar Chica, los roces por Tánger, etc. Se imponía una visión pragmática de la materia. Y se deseaba, además, que el entendimiento resultase muy duradero:

Descubiertas a la faz de Europa las ocultas protecciones a la rebelión rifeña por entidades bancarias y sectores comunistas, solo nos queda desear que la colaboración anunciada y la común inteligencia entre las dos naciones llamadas a intervenir en la civilización de Marruecos no se reduzca únicamente a los presentes momentos en que nuestra cooperación es de capital interés para nuestros vecinos, y que las débiles palabras de los gobernantes franceses ante la oposición comunista de que sin los ataques rifeños les hubieran permitido el avituallamiento queden para siempre borradas, sin que el abolengo democrático de la vecina República sacrifique mañana la colaboración de hoy en aras del sentimiento comunista de no privar de medios de vida a nuestros enemigos comunes18.

El comunismo galo servía como chivo expiatorio para explicar el envalentonamiento de Abd-el-Krim, aunque se obviaba que su creciente presencia en el Uarga había enfurecido a los beniurriagueles. La redacción celebraba esta nueva fase de diálogo, pero lamentaba que se hubiese tardado tanto en llegar solución porque se había vertido mucha sangre hasta entonces en el Sultanato19. Creía la revista que la verdad, por fin saldría a relucir: todavía cabía defender el honor de las tropas españolas al ponerse tan de manifiesto la dureza de la guerra africana, a la que tampoco los franceses sabían hacer frente. Sin embargo, no faltaban reproches hacia su prensa y, en particular, hacia Le Temps:

El espectáculo más sorprendente que la rápida mutación de las circunstancias nos ha proporcionado ha sido la inmediata evaporación –el escamoteo podría decirse– de todas las esencia hispanófobo-colonialistas que tanto parecían influir en la opinión francesa. ¿O es que todos esos cronistas tan agoreros y tan hispanófobos no obstante la persistencia, la insistencia y la agotadora y cansina longitud de sus elucubraciones acerca de nuestra permanencia en Marruecos, no habían conseguido conquistar aún ni el corazón ni la cabeza de un puñado siquiera de ciudadanos franceses? ¿O es que no obstante su facundia y su conspicuidad y sus interminables disertaciones lo más cierto es que viven al margen de la evolución sentimental de su gran país?20.

El joven coronel Franco, además, enfatizó lo desequilibrado del reparto marroquí, pues sabido era que los acuerdos diplomáticos habían sancionado una partición donde a España se le encomendaba un territorio de dura orografía e históricamente insumiso. La acción militar francesa, en cambio, se vio favorecida porque, además de obtener terrenos abundantes y de más fácil sometimiento, se amparó en directrices políticas constantes. La crítica hacia la volubilidad de los gobiernos madrileños, así pues, permanecía. Pero, sobre todo, se le reprochaba a Francia la protección otorgada a contrabandistas:

¿Qué material recogieron los moros en sus ofensivas del Uarga y de Uazan? ¿Dónde adquirieron las baterías de 10,5? […] La historia se repite, y los sucesos que un día impresionaron al mundo presentándose nuestras dificultades y contratiempos en el Rif, como fracasos en una guerra contra un enemigo mal armado sin mando ni cohesión, hoy adquieren su valor real21.

Como cabía imaginar, llegados a septiembre, la revista efectúa un enorme despliegue fotográfico para celebrar el tan reclamado desembarco en la bahía de Alhucemas. Su sueño, el sometimiento de Abd-el-Krim, parecía de día en día más próximo. Acompañado por una vista aérea del peñón, el relato de Franco era el primero que narraba el desarrollo de la operación a la par que aplaudía a las tropas:

El continuo entrenamiento de las tropas, su insistente preparación, la meditada organización de todos los servicios, los repetidos simulacros y ejercicios tan completos y brillantes, y esta gran fe en todos nosotros serán los que allanando los indiscutibles y esperados obstáculos, nos han de facilitar el desembarco y el avance… Una detenida instrucción preparatoria en el manejo del material, un estudio concienzudo de la fortificación probablemente necesaria, la previsión de los transportes y sus contingencias, un cálculo apropiado de la acción enemiga y de las resistencias que hemos de vencer, un plano director de fuegos y enlaces y la cuidada moral de las tropas serán la base firme de la victoriosas jornadas de Alhucemas22.

Continuaba explicando los movimientos efectuados durante el 7 y de noviembre, hasta la ocupación con baterías de Punta de los Frailes y Morro Nuevo. Pero más que por sus minuciosas descripciones, el interés del escrito residía en que se apostaba por un ejército extremadamente tecnificado que poco, o nada, tenía que ver con aquel que se embarcó en la aventura marroquí a raíz de los incidentes violentos de Casablanca, en el lejano 1907.

Enrique del Castillo, por su parte, con un tono marcadamente elogioso, daba amplia cuenta delo ocurrido en Kudia Tahar y mostraba su admiración hacia los soldados del regimiento del Infante, de procedencia catalana y aragonesa: «Episodio glorioso que constituye verdadera epopeya, de esas que esmaltan la historia de España»23. La redacción ignoraba los planes futuros de las autoridades hispanas y galas, aunque deseaba que las grandes operaciones finalizasen antes de la estación de lluvias, convencida de que menguarían mucho los apoyos internacionales para la causa rifeña:

Su prestigio perderá mucho con la derrota, se le restarán adeptos, medios de defensa y de subsistencias. Se le privará de una base ten importante como Alhucemas, se pondrá fuera de su mano el valor industrial de las célebres minas […] Vendrá, en el concepto exacto del que fue ilustre General Gómez Jordana, la labor lenta de cicatrizar la herida derivada de la intervención quirúrgica indispensable24.

Otra crónica del coronel Franco, fechada a finales de septiembre, se incluirá en el ejemplar de la revista correspondiente a octubre. Su prosa es ágil, repleta de detalles y apasionada. Lo esperable en alguien que actúa vocacionalmente: «Lentos e interminables nos parecen los días de enervante espera en nuestro vivac de Cebadilla y Morro Nuevo; pero la detención se impone»25. Reina la impaciencia y no amaina el temporal, se suceden los cañoneos enemigos, sufren mucho las harkas de Varela y Muñoz Grande, etc… Franco seguiría enviando crónicas desde el frente26, muy descriptivas y con un propósito claro: la salvaguarda del honor militar. He aquí la idea clave. El prestigio adquirido por Abd-el-Krim y su «pomposa» República empezaba a desmoronarse y de ello debían extraerse algunas enseñanzas:

El enemigo aguanta un primer encontronazo acumulando todos sus medios en los sitios por donde espera el avance; allí, o donde nos estacionamos largamente, acumula todos sus recursos de combate preparando organizaciones defensivas. Vencido el primer empuje, el desconcierto se apodera de ellos y queda solo el guerrillero, al que le falta para ser verdaderamente temible una religión y un patriotismo que no admita, como la musulmana, la sumisión, con todas las reservas que se quiera, ante el más fuerte27.

Aunque no abundaron estas referencias directas a la confrontación religiosa latente –siempre primó el discurso de la misión civilizadora–, como se puede ver, algunas hubo. Al comenzar octubre, y desde la playa de Las Palomas, Franco volvía a enviar otra contribución para Revista de Tropas Coloniales, admitiendo que el enemigo se hallaba ya muy desgastado y exhibía sus debilidades. Concluía señalando:

Cientos de años pasaron estos campos bajo nuestras miradas sin que sus habitantes fanáticos e intransigentes recogieran los frutos de la civilización vecina […] Borrada la leyenda de la tierra sagrada […] la duda ha entrado en el corazón del Rif, y con ella la esperanza para los buenos musulmanes28.

Lo sabemos: esos buenos creyentes serán sus «moros amigos», los de su guerra, la de 1936.

Alhucemas marca, en síntesis, el inicio de una nueva etapa en el Protectorado. Lyautey abandona entonces Marruecos, despedido con palabras muy elogiosas por parte de esta redacción, siempre admiradora de sus métodos29. Comentarios muy distintos, y alusiones a la misión que la Providencia había reservado a España por su situación geográfica, le dedica Arqués en cambio al político catalán Francesc Cambó. Contradictorio como pocos, después de haber defendido la presencia colonial española en África, ahora, tomado Axdir, es cuando juzgaba apropiada («honrosa» diría) la evacuación del Sultanato: «¿Cuándo hemos de creer al señor Cambó? ¿Antes, al demostrar que no podríamos irnos nunca de Marruecos, o ahora, al señalarnos como un profeta la ocasión propicia de huir?»30. A pesar de estas voces discordantes, los africanistas, qué duda cabe, efectuaron un balance muy positivo del año 1925 y así lo reconocieron, sabedores del giro experimentado en la situación militar y política del Protectorado. Con todo, no faltaron las voces que llamaron a la prudencia:

Solo el desarme total de la zona dominada y el progresivo en los frentes de contacto y cabilas de vanguardia pueden traernos los días de tranquilidad soñados. No nos impacientemos, pues, si las sumisiones se retardan31.

Esta era otra de las grandes enseñanzas de Marruecos, desde luego. La absoluta obligación de desarmar la retaguardia y respetar los tiempos de avance, uno de los grandes errores cometidos por el fallecido general Silvestre en Annual. El veredicto de Cándido Lobera era claro: «Merced al esfuerzo realizado en 1925 nace el año 1926 preñado de halagadoras promesas»32.

5. Conclusiones

Como colofón, debe destacarse que Abd-el-Krim se rindió ante los franceses en mayo de 1926, si bien las operaciones militares se prolongaron hasta el verano de 1927. En cualquier caso, la pacificación del Protectorado puso fin a su rebelión, que revistió caracteres modernos, y apuntaló en el poder a Primo de Rivera.

Con el desembarco en la bahía de Alhucemas, por primera vez en la historia militar contemporánea, fuerzas aéreas, navales y de tierra actuaron bajo un mando único, el del dictador, con un general jefe, Sanjurjo, y dos columnas, las dirigidas por los generales Saro y Fernández Pérez. En vanguardia se recurrió sobre todo a harqueños y mehalíes, para descubrir al enemigo. Acto seguido, fueron legionarios y regulares los que se ocuparon de afianzar lo ocupado. El desembarco, sin embargo dejaría un saldo superior a los 300 muertos y 1.900 heridos en el bando español y cerca de 700 muertes, entre los rifeños.

La Revista de Tropas Coloniales sirve, y así así se ha querido mostrar, como fuente de primera mano para acercarnos a estas operaciones y a su gestación. Actuó, en suma, como portavoz del africanismo más militarista, capaz de seducir al propio Miguel Primo de Rivera.

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www.guerracolonial.es

  1. La acusación más grave que desde España se dirigía entonces contra Francia era la del contrabando de armamento a favor de los rifeños.

  2. Gonzalo Queipo de Lleno: “El problema de Marruecos”, Revista de Tropas Coloniales, febrero de 1924.

  3. Antonio Goicoechea: “Alhucemas y Beni Urriaglis”, Revista de Tropas Coloniales, enero de 1924.

  4. Ramiro de Maeztu: “Con el ejército”, Revista de Tropas Coloniales, enero de 1924.

  5. Cándido Lobera: “La colaboración franco-española en Marruecos”, Revista de Tropas Coloniales, abril de 1925.

  6. Cándido Lobera: “El ejército de África ha sido siempre apóstol de la paz”, Revista de tropas Coloniales, junio de 1924.

  7. Francisco Franco: “Los mandos”, Revista de Tropas Coloniales, enero de 1924.

  8. Gonzalo Queipo de Llano: “El problema de Marruecos”, Revista de Tropas Coloniales, febrero de 1924.

  9. El Tebib Arrumi: “La causa de muchos males. La actuación del periodista en la guerra colonial”, Revista de Tropas Coloniales, marzo de 1924.

  10. Enrique Arqués: “La cuestión de Alhucemas”, Revista de Tropas Coloniales, febrero de 1924.

  11. IDEM.

  12. Enrique Arqués: “La cuestión de Alhucemas”, Revista de Tropas Coloniales, marzo de 1924.

  13. Enrique Arqués: “La cuestión de Alhucemas”, Revista de Tropas Coloniales, abril de 1924.

  14. Víctor Ruiz Albéniz: “Crónica de política marroquí”, Revista de Tropas Coloniales, mayo de 1924.

  15. Pedro Maestre: “Mirando al porvenir”, Revista de Tropas Coloniales, agosto de 1924.

  16. “Ecos”, Revista de Tropas Coloniales, febrero de 1925.

  17. Cándido Lobera: “La colaboración franco-española en Marruecos”, Revista de Tropas Coloniales, abril de 1925.

  18. Francisco Franco: “Mirando a Francia”, Revista de Tropas Coloniales, junio de 1925.

  19. Tomás García Figueras: “El ataque de Abd-el-Krim a la zona francesa”, Revista de Tropas Coloniales, junio de 1925.

  20. R.G: “Ecos del mes”, Revista de Tropas Coloniales, junio de 1925.

  21. Francisco Franco: “La guerra en el Rif”, Revista de Tropas Coloniales, agosto de 1925.

  22. Francisco Franco: “Alhucemas”, Revista de Tropas Coloniales, septiembre de 1925.

  23. Enrique del Castillo: “El episodio de Kudia Tahar”, Revista de Tropas Coloniales, septiembre de 1925.

  24. Tomás García Figueras: “El ataque de Abd-el-Krim a la zona francesa”, Revista de Tropas Coloniales, septiembre de 1925.

  25. Francisco Franco: “Alhucemas”, Revista de Tropas Coloniales, octubre de 1925.

  26. Francisco Franco: “Alhucemas”, Revista de Tropas Coloniales, noviembre de 1925.

  27. Tomás García Figueras: “El ataque de Abd-el-Krim a la zona francesa”, Revista de tropas Coloniales, octubre de 1925.

  28. Francisco Franco: “Alhucemas”, Revista de Tropas Coloniales, diciembre de 1925.

  29. “Ecos”, Revista de Tropas Coloniales, octubre de 1925.

  30. Enrique Arqués: “Las contradicciones del señor Cambó”, Revista de Tropas Coloniales, noviembre de 1925.

  31. Francisco Franco: “Paz y desarme”, Revista de Tropas Coloniales, enero de 1926.

  32. Cándido Lobera: “La acción española en Marruecos durante el año 1925”, Revista de Tropas Coloniales, enero de 1926.