Identidad y conflicto en regiones del sudeste asiático: una recopilación de casos de estudio
Identity and conflict in regions of Southeast Asia: a compilation of case studies
Sara Álvarez Quintáns
Universidad Alfonso X El Sabio, Madrid, España
saraalvarezquintans@gmail.com
Recibido: 2/09/2024
Aceptado: 29/09/24
DOI: https://doi.org/10.33732/RDGC.15.111
Resumen
El sudeste asiático continental es una región que alberga una increíble variedad de culturas. La actual configuración de Estados, religiones e identidades conforma un crisol de factores determinantes al analizar las raíces de los conflictos armados que proliferan en la región. Estos no sirven solo como variables explicativas, sino que inciden en la relación de las partes con actores que quedan fuera de las dinámicas de conflictividad, como grupos de criminalidad organizada transnacional.
En este artículo se proponen varios casos de estudio con la finalidad de comprobar de qué maneras las dinámicas de identidad en el sudeste asiático pueden ejercer influencia sobre los conflictos armados de la actualidad y otros fenómenos adyacentes. Los estudios de caso propuestos son el norte de Myanmar, el sur de Tailandia y el noreste de India.
Palabras clave
Etnicidad, Dinámicas identitarias, Conflicto armado, Tailandia, Myanmar, India.
Abstract
Continental Southeast Asia constitutes a region of the world in which a wide variety of cultures exist. The contemporary configuration of states, religions and identities creates factors that are inescapable when analysing the roots of the armed conflicts in this region. These factors serve as explanatory variables, but they also co-modify the relationships among the parts in the conflict and external actors—for example, transnational criminal groups.
Several case studies are proposed in this article with the objective of determining how identity dynamics present in Southeast Asia could exert influence over currently active armed conflicts, as well as other adjacent phenomena. The proposed case studies are Northern Myanmar, Southern Thailand, and Northeastern India.
Keywords
Ethnicity, Identity dynamics, Armed conflict, Thailand, Myanmar, India.
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INTRODUCCIÓN
Existen numerosas disciplinas dentro de las ciencias sociales desde las que se puede tratar la problemática de la identidad y su influencia sobre el comportamiento humano.
En el sudeste asiático, distintos aspectos identitarios han estado tradicionalmente vinculados a la existencia de numerosos conflictos armados —y se podría afirmar que también a la racionalización de los mismos—. Von der Mehden (1996) desarrolla —en el marco de la búsqueda de la seguridad a través de la unidad nacional en países del sudeste asiático— la importancia de la existencia de distintas minorías religiosas y el uso de la religión como mecanismo de influencia en el diseño y la toma de decisiones políticas a nivel gubernamental. La importancia de las políticas identitarias también reside en su utilización por parte de grupos marginales en el contexto de ciertos movimientos sociales (Naseem y Stöber, 2014).
Tanto en el sudeste asiático como en otras regiones del planeta, las tendencias de las últimas décadas apuntan a un declive de los conflictos interestatales (Estado versus Estado) en favor de una mayor proliferación de conflictos entre actores no estatales (Croissant y Trinn, 2009;). En lo que Mary Kaldor (2013) denomina “nuevas guerras” se puede encontrar un enfoque integrador para el análisis del conflicto armado. En este estudio, la autora argumenta que las guerras luchadas en nombre de la identidad siguen una lógica distinta de aquellas motivadas por objetivos geopolíticos o ideológicos (Kaldor, 2013: 3), aunque a este respecto cabe apuntar que este factor se tiene en cuenta más como herramienta de análisis que como variable independiente. La intensidad media de los conflictos también se ha visto reducida, predominando los conflictos intraestatales en los que participan actores no estatales y prolifera la violencia unilateral contra elementos de la población civil (Pettersson y Eck, 2018).
Por supuesto, podrían haberse incluido en este análisis una gran cantidad de casos de estudio, pues los de esta clase abundan en el contexto asiático. Sin embargo, se han seleccionado Tailandia, Myanmar e India no solo por su relativa actualidad, sino por el impacto que tienen en su entorno inmediato. Más adelante se hablará de la importancia de los movimientos transnacionales, pero baste señalar aquí que las dinámicas que facilitan la movilidad transnacional son las mismas que promueven la traslocación de las identidades, haciendo que la problemática supere las fronteras establecidas por los Estados (Jönsson, 2010: 56).
Por consiguiente, el presente artículo pretende arrojar luz sobre la cuestión de la relación entre conflicto armado e identidad en el sudeste asiático, tratando de identificar factores comunes a través de la comparación de tres casos de estudio.
MARCO TEÓRICO Y METODOLOGÍA
Muchos son los autores que han teorizado acerca del vínculo existente entre identidad y conflicto. Grandes filósofos y politólogos a lo largo de la historia, como Hegel, Spinoza o Foucault arguyeron que la identidad —ese elemento central para el presente análisis— se construye a partir de la negación y la diferencia (Öner, 2016; Grier, 2012; Della Rocca, 1993). Huntington (1993) escribió su archiconocida tesis acerca del choque de civilizaciones para tratar de colocar el énfasis en el conflicto potencial entre seis civilizaciones diferenciadas, entendidas estas como entidades culturales. Aunque se pueda cuestionar esta aproximación desde distintas perspectivas del saber, lo que realmente aporta una visión relevante para este estudio es que Huntington coloca el foco de los conflictos internacionales sobre la etnia y la cultura por encima de otras señas de identidad. Las aproximaciones más convencionales parecen señalar que la relación entre identidad y seguridad es proporcionalmente inversa —en el sentido de que la identidad se perfilaría como un factor de inseguridad—, mientras que, curiosamente, la seguridad en entornos considerados “menos desarrollados” se observaba primordialmente en términos de diferencias étnicas y/o religiosas (Bilgin, 2012).
El desarrollo de la disciplina de los estudios de seguridad llevada a cabo por la conocida como “escuela de Copenhague” a partir de los años ochenta dio lugar a la inclusión de distintos aspectos sociales. En este sentido, el foco se sitúa en las amenazas que tienen como elemento central ciertos tipos de sociedades o características sociales en su conjunto, en lugar de un Estado o, como sucedería más adelante, el individuo como figura protagonista. La llamada “seguridad de las sociedades” incluye, especialmente, aquellas amenazas para la seguridad de una sociedad que se construyen en forma de cuestiones identitarias (Hough, 2008; Wæver et al., 1993). Al hablar de los casos de estudio, autores como Chatterjee (2005: 81) afirman que ciertas perspectivas de las Relaciones Internacionales, como el realismo, no son adecuadas para afrontar la problemática de la relación entre identidad y conflicto en el contexto de Asia.
Si se parte de la conceptualización de que tanto la identidad como la seguridad son constructos sociales (Bilgin, 2012, 81), las consecuencias para la arquitectura de la seguridad —ya sea a nivel estatal, regional o global— permiten, hasta cierto punto, la transformación de las relaciones. Al apartarse de las concepciones neorrealistas y neoliberales —que gravitan en torno a los preceptos de anarquía y egoísmo—, es posible encontrar aproximaciones como la de Bleiker (2005, 116), que asegura que «la diferencia no conduce, necesariamente, a la violencia», sino que esta nace de las narrativas políticas y su gestión de las identidades. De acuerdo con el célebre analista político Alexander Wendt, la lógica de la anarquía no es más que la utilización de ciertas estructuras, intereses y prácticas (Wendt, 1992: 394).
Vale también la pena referir el fenómeno del transnacionalismo, puesto que muchas de las identidades/etnias que se incluyen en este estudio no se limitan a circunscripciones estatales, a menudo dando fe de su presencia en más de un país de forma simultánea. Esto tiene amplias implicaciones para la seguridad a nivel regional. Los principales defensores del transnacionalismo son Nye y Keohane, que califican las relaciones transnacionales como aquellas en los que «los actores no estatales desempeñan un papel fundamental» y que están relacionadas —al menos, a cierta escala— tanto con la globalización como con lo que estos autores denominan «interdependencia compleja» (2012). Por otro lado, extrapolando el concepto de “identidad religiosa transnacional” elaborado por Eickelman (2015) se establece que una identidad transnacional es un concepto complejo que implica la trascendencia de delimitaciones tales como Estados, regiones o localidades por parte de las identidades, llegando así a una cierta unidad de comunidad o costumbres.
La religión como elemento de distinción identitaria ha constituido una base para el conflicto y la discriminación en las sociedades humanas desde muchos siglos antes de la existencia del Estado moderno. Sin embargo, el hecho de que existan sociedades que se construyen a partir de identidades religiosas hace que la existencia de otros grupos en un mismo territorio pueda ser considerada como una amenaza para la integridad nacional y, por ende, la seguridad (Hough, 2008, 117‒118; Bangura, 1994).
La teoría de la identidad social, tal y como la enuncia Brown (2000), se basa en la premisa de que la capacidad cognitiva de identificar patrones es una habilidad necesaria para la supervivencia, que en el plano social desemboca en la creación de identidades grupales. Aunque algunos aspectos de esta teoría son criticados —como la existencia de motivaciones ajenas a la formación de los propios grupos, entre otras— (Cuhadar y Dayton, 2011), conceptualmente se podría argumentar que esta diferenciación basada en el reconocimiento de patrones puede efectuarse desde numerosos tipos de lentes —léase: religiosas, socioeconómicas, culturales, políticas, y demás—.
También existe, por ejemplo, el concepto de “identidad histórica” (Lorenz, 2008), según la cual la alteridad y la identidad constituyen conceptos relacionales en lugar de absolutos, siendo las conceptualizaciones más esencialistas aquellas que equívocamente pueden dar lugar a actuaciones radicales —como el racismo institucionalizado o campañas de limpieza étnica, en un caso extremo—.
Aunque el concepto de etnia sea ampliamente discutido en ciencias sociales, se toma aquí la definición enunciada por Walton (2012: 3), en la que una etnia se establece como «un grupo constituido socialmente en base a un criterio cultural, que es mutable en el tiempo a través de interacciones con otros grupos».
Por otro lado, es común calificar de “conflicto étnico” a toda dinámica conflictiva que presente factores culturales, lingüísticos, religiosos o históricos, combinados en distintas proporciones (Croissant y Trinn, 2009). En este sentido, tal vez sea posible identificar un cierto sesgo a identificar como “étnico” todo aquel conflicto que cuente con componentes no estatales, ya que se perciben las identidades no nacionales como lo ajeno al Estado y a sus lógicas. El término “conflicto étnico” es, en sí mismo, impreciso (Kaufman, 2011: 91). Esta apreciación, sin embargo, no constituye un argumentario que se vaya a aplicar al conjunto del análisis, aunque tal vez podría ser tenida en cuenta para futuras investigaciones sobre el tema.
Como se puede comprobar, las aproximaciones al estudio de la seguridad en relación con la identidad cultural de ciertas comunidades son múltiples, y en ocasiones hasta pueden resultar un tanto contradictorias. Por lo tanto, la intención de este epígrafe es la de arrojar cierta luz sobre la complejidad de la disciplina, de un modo tal que se haga posible observar el objeto de estudio con la certeza de que: a) los conceptos con los que se trabaja con a menudo entendidos como cuestionados por la propia disciplina (Gallie apud Lorenz, 2008); y b) que, al margen del esfuerzo clasificatorio que se puede realizar desde los campos de la ciencia política, la antropología social y otras disciplinas convergentes, para este estudio serán relevantes aquellos actores para los que la identidad —diferenciada de otras identidades percibidas como antagónicas— juegue un papel central en las dinámicas del conflicto —no en su constitución (Kaufman, 2011: 94)—, dándose este, en muchas ocasiones, al margen del Estado, o donde este desempeña un papel secundario.
En cuanto a la metodología de naturaleza cualitativa que se ha empleado en la elaboración de este artículo, el aspecto más significativo de la misma es el análisis de caso de estudio. En concreto, se ha seleccionado un total de tres casos, que aspiran a dotar de una visión lo más amplia posible acerca de la relación entre identidad y conflicto en el sudeste asiático continental. Resulta conveniente apuntar que los casos individuales —así como sus contextos particulares— difieren entre sí en muchos aspectos; es a causa de esto, también, que se ha juzgado adecuado ampliar y variar el análisis, de cara a aportar mayor profundidad al panorama.
La política comparada, como campo de estudio, tiene apenas unas décadas de antigüedad. Sin embargo, en la disciplina de las Relaciones Internacionales, la aproximación comparada ofrece una serie de ventajas al análisis que no resultan nada desdeñables. En primer lugar, el estudio comparativo permite tener en cuenta una serie de variables multinivel que proporcionan una visión comprehensiva de un fenómeno tan altamente complejo como es la interacción humana en todas sus facetas (Caporaso et al., 1986). La complejidad del sistema internacional, sin embargo, ofrece la posibilidad de una amplia gama de patrones existentes, permitiendo una generalización que en lo particular puede llegar a ser invisible —a pesar de que permita una mayor variedad de detalle—, tal y como apunta Singer (1961). En países con una gran producción académica en este capo y tipo de investigación cualitativa, como es el caso de Estados Unidos, existe una gran tradición de empleo de estudio de caso en la disciplina de las relaciones internacionales, particularmente en el ámbito de la seguridad y los conflictos armados (Bennett y Elman, 2007), y son preponderantes en otras áreas de conocimiento como la economía política (Odell, 2004) y el derecho (Nelken, 2007).
A mayores, la metodología utilizada se centra eminentemente en la revisión literaria, basada en fuentes de naturaleza secundaria, ya que el objetivo fundamental del presente estudio pasa por la caracterización de los elementos analizados. De esta manera se tendrán en cuenta aspectos históricos, políticos y culturales, con el fin último de comprender cómo se relaciona la presencia de identidades percibidas como alternativas con dinámicas de conflicto en ciertas regiones del sudeste asiático.
CASOS DE ESTUDIO SELECCIONADOS
A lo largo de la historia reciente del continente asiático, pero con mayor incidencia quizás en las regiones del sur, los movimientos etnonacionalistas han supuesto importantes desafíos de seguridad tanto para los Estados como para las comunidades (Chatterjee, 2005: 81). El presente texto incluye el análisis de tres casos de estudio que pretenden ilustrar las bases sentadas anteriormente acerca de las dinámicas de identidad y conflicto en la región del sudeste asiático continental. A saber, los tres casos que se exponen a continuación son el norte de Myanmar, el sur de Tailandia y el noreste de India.
El norte de Myanmar: conflicto armado y pluralismo étnico
En este primer caso de estudio es importante hacer notar que las dinámicas del conflicto motivadas por la identidad no dan lugar a una oposición intergrupal, como sucede en los otros dos casos seleccionados para este estudio.
Desde el 1 de febrero de 2021, Myanmar se encuentra sumido en un proceso de guerra civil que afecta a todo el territorio nacional y que ha supuesto la reactivación del conflicto armado (Ong, 2023; Álvarez Quintáns, 2022). Sin embargo, las distintas dinámicas de conflicto —democracia vs. autoritarismo, federalismo vs. centralismo y pluralidad étnica vs. identidad nacional— que lastran el país llevan presentes en él desde su independencia en 1948 (Yee Mon Htun, 2020; Jolliffe, 2015).
Myanmar es un país increíblemente complejo de analizar desde la perspectiva étnica. La Ley de Ciudadanía de 19821 reconoce de manera oficial un total de 135 etnias en el territorio nacional. Las más importantes, aparte de la mayoría bamar2, son la karen3, la arakanesa4, la shan5, la kachin, la chin6 y la mon7 (Jönsson, 2010). En cuanto a las lenguas habladas, se estima que coexisten más de un centenar de grupos etnolingüísticos diferentes (South, 2011: 6). La mayoría de la población se identifica con la confesión budista de la rama theravada, aunque existen importantes minorías de cristianos (karen) y musulmanes (en el oeste) (Departamento de Estado de Estados Unidos, 2021), que coinciden eminentemente con las regiones de mayor conflictividad. De esta manera se configura la identidad nacional dobama, es decir: aquella persona que es de etnia bamar y practica el budismo theravada (Yee Mon Htun, 2020: 168), dejando fuera otras expresiones de identidad étnica.
El norte del país presenta un verdadero crisol étnico. En ciudades como Muse, en la frontera con la provincia china de Yunnan, es posible encontrar no solo miembros de las etnias han8, dai9 y jingpo10, sino importantes muestras de influencia china como el uso del yuan o la proliferación de ciertos negocios (Gore et al., 2022: 13). En lugares como este, donde la autoridad estatal es extremadamente frágil, las identidades juegan un papel fundamental en la configuración de las estructuras de poder imperantes (Meehan, Sai Aung Hla y Sai Khan Phu, 2021: 111), siendo no pocas de ellas de carácter criminal (Hu y Konrad, 2021: 15; Egreteau, 2012: 103).
Ilustración 1. La frontera China-Myanmar
Fuente: The Economist. https://www.economist.com/asia/2010/11/25/good-fences
Con todo, esto no significa que el Estado siempre se encuentre al margen o que juegue un papel antagónico. En el caso de la frontera norte con China, algunos grupos sirven para funcionar como una especie de control que pueda salvaguardar la región fronteriza —no solo la frontera en sí, sino el espacio adyacente—, controlar información permitir que ciertos tipos de bienes o personas crucen de un lado a otro, y demás estrategias (Jönsson, 2010: 57). La proliferación de una gran variedad de actores ilícitos, como milicias, organizaciones criminales y otros grupos armados, es posible gracias a un complejo entramado de redes clientelares, muchas de las cuales se establecen gracias al factor de la identidad étnica. Por ejemplo, los líderes de las milicias Pan Say y tarmoenye deben una parte de su fuerza a sus conexiones transnacionales con elementos empresariales, lo que les permite sobrepasar cierto tipo de barreras culturales y económicas (Meehan, Sai Aung Hla y Sai Khan Phu, 2021: 119).
En el este, limitando con lo que es el noroeste de Tailandia, existe también una gran variedad de grupos que no se organizan territorialmente de acuerdo con los límites nacionales, sino que extienden su presencia e influencia a ambos lados de la frontera, principalmente en relación con los flujos de migración forzada que han suscitado los permanentes conflictos armados (Jönsson, 2010).
En el oeste del país también es posible encontrar importantes movimientos de población no regulados, tanto personas desplazadas a causa del conflicto (Gupta y Mehrotra, 2023) como grupos armados que operan en las zonas fronterizas evadiendo a las fuerzas armadas de los distintos Estados (Shaiza, 2024; Ong, 2023). Esto ha condicionado muy a menudo la relación con los vecinos Bangladés e India —sobre todo, pero no únicamente, en relación con la problemática rohinyá11—, que mantienen una política de reservada cautela con respecto a Myanmar (Shaiza, 2024; Baruah, 2003).
Taylor (2024) indica que Myanmar no solo se ha establecido como el país con mayor criminalidad organizada del mundo —según el Índice de Crimen Organizado Global para el año 2023—, sino que la situación ha empeorado de manera notable desde el golpe de Estado de 2021 y la reactivación del conflicto armado. En relación con sus vecinos, se ha detectado que ha aumentado la presencia de actores de origen chino en las economías ilícitas —principalmente, narcóticos y tráfico de personas—, y que los niveles de crimen organizado en el noroeste de India y algunas zonas de Tailandia están siendo afectados de manera negativa en parte debido a la situación de conflicto armado en Myanmar (Taylor, 2024; Gupta y Mehrotra, 2023; Mahadevan, 2020).
Las provincias del sur de Tailandia: irredentismo malayo
En las tres provincias del extremo más meridional de Tailandia —Patani, Narathiwat y Yala— se encuentra un grupo social que representa una triple minoría: lingüística, religiosa y étnica. En un país principalmente budista cuya etnia mayoritaria es la thai, los malayos musulmanes del sur se han agrupado en torno a una identidad que popularmente se conoce como nayu (Bunmak, 2011: 38).
La frontera entre Tailandia y Malasia reflejada en la Ilustración 2 se extiende unos 500 kilómetros por terreno montañoso y de vegetación frondosa, características que la convierten en un límite altamente poroso. Aproximadamente, unas 200.000 personas cuentan con doble nacionalidad en esta región, y muchas de ellas cruzan la frontera a diario en el desempeño de distintas actividades económicas (Liow y Pathan, 2010: 76).
Ilustración 2. La frontera Tailandia-Malasia
Fuente: Rattanamanee Polkla, Sor y Dubus, Arnaud, Policies of the Thai State towards the Malay Muslim South (1978-2010), 2018
Los malayos musulmanes no son la única minoría étnica presente en Tailandia —denominadas de manera genérica chao khao12 (Cohen, 1992)—. Sin embargo, sí que resulta una de las más conflictivas, puesto que se sitúa en el centro de un movimiento insurgente que lleva activo —eso sí, de distintas formas— desde hace décadas, y representa una de las principales amenazas para la seguridad interna del país.
Hay dos grandes sucesos que se pueden considerar los más relevantes en relación con el movimiento armado: el incidente de la mezquita de Krue Se y la masacre de Tak Bai, sucediendo ambos en 2004. Estos dos episodios marcaron un antes y un después en la actividad insurgente en las provincias del sur, conflicto que entre 2004 y 2016 se saldó con más de 6.000 muertos y el doble de heridos (Minority Rights Group, 2018).
Desde una perspectiva histórica, el conflicto existente en la región lleva vigente desde el siglo xviii. Curiosamente, la identidad patani se conforma siglos antes de la expansión del islam por esta región (Abuza, 2009: 11), a pesar de que, a día de hoy, parecen inextricables la una de la otra. Patani se convirtió oficialmente al islam en 1475, pero no sería hasta circa 1789 que Siam conquistó su territorio y lo convirtió en reino tributario (Liow y Pathan, 2010; Abuza, 2009). La posterior presencia de fuerzas externas —británicos en el siglo xix y japoneses en torno a la Segunda Guerra Mundial— fue consolidando paulatinamente el control de Siam, y luego Tailandia, sobre estos territorios de mayoría musulmana (Wongsurawat, 2019; Abuza, 2009).
Entre el 70 y el 90 por ciento de la población que habita estas tres provincias es de etnia malaya y religión musulmana de la rama suní (Minority Rights Group, 2018), lo que invierte por completo los porcentajes que se pueden observar en el resto del país. Muchos no emplean el sistema de escritura tailandés, sino el jawi, una forma de escritura que utiliza caracteres árabes para transcribir distintas lenguas del sudeste asiático, como el acehnés. En conjunto, los factores de religión, por un lado, e idioma, por otro, conforman los elementos distintivos de la identidad nayu (Bunmak, 2013; 2011).
Sin embargo, identificar a los malayos musulmanes de Patani con otros movimientos religiosos, como los salafistas, constituye un error de juicio. De hecho, estos rechazan la identidad nayu por asociarla a prácticas tradicionalistas del islam, desviaciones de la norma que los salafistas perciben como “corrompidas” (International Crisis Group, 2017). En la práctica, el movimiento irredentista está muy fragmentado: mientras que algunos grupos presentan un fuerte componente etnonacionalista, otros se inclinan más hacia objetivos salafistas o se relacionan con corrientes ideológicas muy variadas (Abuza, 2009).
Una de las figuras más representativas del separatismo malayo en Tailandia es la de Haji Sulong, ulema13 que revivió el movimiento durante la oleada de descolonización que tuvo lugar en el contexto internacional durante la segunda mitad del siglo xx. A pesar de su fracaso, esta rebelión consiguió la reivindicación una región autónoma con administración local, reconocimiento del idioma, y autoridad sobre los asuntos religiosos (Bertrand, 2021: 207).
Una de las principales razones por las que el conflicto en el sur de Tailandia alcanzó las dimensiones que llegó a presentar durante las primeras dos décadas del siglo xxi fue la criminalización que sufrió el movimiento por parte de distintos gobiernos tailandeses —de manera más notable, el del primer ministro Thaksin Shinawatra, cuya administración difundió la idea de que eran bandidos y narcotraficantes los que llevaban a cabo los ataques, y por consiguiente, la respuesta armada tuvo un marcado giro militarista— (Liow y Pathan, 2010).
La insurgencia malaya en Tailandia es una de las menos entendidas en el mundo, no solo por la acuciante falta de información dentro del mundo académico, sino porque el propio gobierno tailandés dispone de pocas estrategias al margen del ámbito militar y policial. Se puede argumentar que se trata de un conflicto identitario acervado por continuas faltas de entendimiento. Como ejemplo, citar la desafortunada iniciativa de las grullas de la paz, en la que el gobierno de Thaksin hizo llover sobre la población musulmana una ingente cantidad de grullas de papel que llevaban inscritos mensajes de paz; ignorando, a todas luces, que una de las suras coránicas identifica las bandadas de pájaros como una declaración de guerra (Corán, 105:1‒5; Morris, 2004; The Sydney Morning Herald, 2004).
Las Colinas Naga: entre India y Myanmar
En territorio indio, situadas al noreste del país, se encuentran las Colinas Naga, un macizo montañoso que hace frontera entre India y Myanmar. En la Ilustración 3 se puede apreciar la complejidad geográfica del área. Esta región cuenta con la presencia de una minoría étnica denominada “naga”, cuya lucha por la autodeterminación lleva desarrollándose desde los inicios de la independencia del país tras el imperialismo británico. Además de en el estado de Nagaland, los naga también se encuentran diseminados por los estados de Asam, Manipur y Arunachal Pradesh, así como en la región de Sagaing (Myanmar) (Vashum, 2022; Baruah, 2020; 2003). El plebiscito celebrado en 1951 constituye, además de un importante símbolo para este grupo, el comienzo del conflicto por el control administrativo del territorio (Kikon, 2005: 2833).
Ilustración 3. La frontera India-Myanmar
Fuente: India Sentinels. https://www.indiasentinels.com/opinion/india-myanmar-border-construct-fence-and-strengthen-free-movement-regime-6218
La población naga se estima entre los 2 y los 4 millones de individuos, dependiendo de qué organismo oficial se consulte y de si se cuentan los individuos que habitan en Myanmar, además de en territorio indio (Kikon, 2005; Baruah, 2003). En la identidad naga aparece fuertemente insertado el cristianismo (también el animismo, en menor medida), lo que supone una fuente adicional de fricción con la mayoría hinduista (Chara, 2018; Phillips, 2004). Este término tiene un cariz territorial, ya que originariamente hacía referencia a las gentes que habitaban una región muy concreta; se sabe que no se trata de una caracterización lingüística, dado que las distintas tribus naga hablan hasta una treintena de lenguas diferentes (Baruah, 2003: 322).
El Consejo Nacional Socialista de Nagaland de Isak Muivah (CNSN-IM) —facción dominante del Consejo Nacional Socialista que se fragmentó en 1988— acuñó el término Nagalim para diferenciar las aspiraciones políticas de un Estado naga independiente de la demarcación administrativa del estado de Nagaland, vinculada al Estado indio y al gobierno central de Nueva Delhi desde el año 1963 (Baruah, 2020).
Los orígenes del conflicto se remontan a la época colonial, durante la cual el control británico nunca llegó a afianzarse en ciertas áreas de la región, montañosas y de difícil acceso, por lo que el régimen administrativo que se extendió desde otras partes de India a comienzos del siglo XX fue difuso y, en muchas ocasiones, frágil (Baruah, 2020; Phillips, 2004). Tras la independencia de Birmania —actual Myanmar— e India a partir de 1947, sus respectivos gobiernos se encontraron en posesión de ciertas zonas dentro de sus territorios que habían sido poco o nada integrados en la estructura administrativa del régimen colonial británico. En este contexto de gobernanza deficitaria condicionado por las dinámicas de la geografía del poder es donde nace el movimiento nacionalista naga.
El movimiento por la integración territorial y la independencia de los estados y las poblaciones naga, aunque fragmentado y con numerosas vertientes, cuenta con una importante ideología política, lo cual ha posibilitado su supervivencia a lo largo de las décadas (Chara, 2018).
En la actualidad, existe un proceso de paz inconcluso que no ha dado respuesta a varias de las problemáticas planteadas por este conflicto étnico y político. El acuerdo firmado en 2005 entre el gobierno indio y el Consejo Nacional Socialista de Nagaland no consiguió dar una solución definitiva a la problemática (Vashum, 2022).
Desde la independencia del país y la definición de sus límites territoriales, en torno a los 1.600 kilómetros de frontera entre India y Myanmar se asentó un gran crisol de tribus y grupos étnicos, que habitualmente se mueven entre un territorio y otro para continuar con sus modos tradicionales de vida (Das, 2024). Esto sigue siendo cierto en la actualidad; los mizo indios y los chin de Myanmar se consideran étnicamente cercanos (Singh, 2024). Existe un amplio entramado de grupos que reivindican sus propias aspiraciones políticas y territoriales en esta región. La Gran Nagaland, el Gran Mizoram o Kukilandia son proyectos irredentistas que afectan no solo a los territorios indios y bangladesíes, sino incluso a algunas partes de Myanmar y China (Chatterjee, 2005: 83).
En este caso, y como en los ejemplos anteriores, se cumple la máxima ya estipulada con anterioridad de que algunas comunidades étnicas se autodefinen a través de la negación (Chara, 2018: 69), con consecuencias que van más allá de los límites fronterizos: los distintos grupos forman lazos mediante un entramado de agravios percibidos y rasgos étnicos comunes (Shaiza, 2024: 720; Hanlon, 2006; Bangura, 1994). La relación entre los naga en India y los grupos étnicos armados del noroeste de Myanmar ha demostrado ser beneficiosa para ambos, ya que en ocasiones buscan refugio en las áreas fronterizas tras llevar a cabo ataques contra las fuerzas de seguridad indias (Shaiza, 2024; Chatterjee, 2005).
Aunque una parte importante del movimiento emplea la desobediencia civil como herramienta para conseguir sus objetivos (Baruah, 2003), la violencia armada está presente en la región, en la que participan grupos de las fuerzas de seguridad como los Rifles de Asam (Heidelberg Institute, 2023). Determinadas facciones, como el CNSN-IM participan en conversaciones recurrentes con el gobierno de cara a alcanzar un acuerdo; sin embargo, el tráfico de armamento y la extorsión a civiles siguen estando presentes allí donde la insurgencia continúa sus esfuerzos armados (Shaiza, 2024; Heidelberg Institute, 2023).
Durante el año 2023, la violencia en el estado de Manipur escaló considerablemente, y en parte en relación con la presencia de grupos étnicos relacionados con Myanmar, tanto locales como procedentes del país vecino (Michaels, 2024; Gupta y Mehrotra, 2023). La situación de seguridad del noreste indio sigue deteriorándose, debido a las relaciones tanto de cooperación como de competitividad que se establecen entre grupos armados (Michaels, 2024).
Hasta febrero de 2024 existía un acuerdo de movilidad entre India y Myanmar, denominado Régimen de Libre Movimiento (RLM)14. Dicho régimen especial fue diseñado —tras numerosas iniciativas fallidas—por el gobierno indio en el marco de su política Act East (“Actuar hacia el Este”), e incluía disposiciones como la de permitir a los miembros de grupos étnicos que viviesen cerca de la frontera el traspasar el límite hasta un máximo de 16 kilómetros sin necesidad de documentos de viaje (Singh, 2024; Das, 2022). Sin embargo, la presencia de migrantes ilegales, grandes flujos migratorios, grupos de crimen organizado y redes de tráfico de oro y narcóticos (Das, 2024; Mahadevan, 2020) ha justificado el refuerzo de la frontera por la parte india, que ya se había suspendido en ocasiones anteriores.
CONCLUSIONES: IDENTIDAD Y CONFLICTO
La filósofa y politóloga de origen belga, Chantal Mouffe, enunció que «el “antagonismo” es una batalla entre enemigos, mientras que el “agonismo” es una batalla entre adversarios» (Mouffe, 2000: 102‒103). Tal vez esta frase tenga la capacidad de articular, en unas pocas palabras, la naturaleza de la pugna entre identidades, esa “esencia de la negación” de la que, tal y como se ha establecido en estas páginas, se esconde en el origen de la conceptualización que muchas veces se tiene del mundo. Vale la pena puntualizar que esta construcción desde lo negativo —que es lo mismo que decir desde la diferencia— no debe ser equiparada con un inconveniente o con una maldad de manera intrínseca. Muy ciertamente, si se observa la problemática desde la perspectiva del agonismo, es posible encontrar diálogo y respeto. Lo primordial es identificar si se está hablando de rivales o de enemigos.
Dicho esto, el análisis cuantitativo de los casos de estudio ha revelado una serie de características comunes que pertenecen a los distintos grupos, al margen de sus evidentes variaciones. En primer lugar, se observa que todos los grupos se identifican con unos rasgos definitorios que los diferencian del conjunto mayoritario del Estado —o Estados— en los que habitan; se establece una pugna entre una identidad local y una entidad nacional. Por otro lado, estas minorías se constituyen en mayorías —o, al menos, en una presencia significativa— en su propia región, estableciendo influencia de distintas formas. Tanto los malayos musulmanes en el sur de Tailandia, como los naga en los distintos estados que conforman el noreste de India, como los distintos grupos étnicos en sus respectivos estados étnicos a lo largo del territorio de Myanmar son capaces de conformar sus propias organizaciones e instituciones en torno a una identidad étnica grupal y diferenciada de aquella que se establece a nivel nacional (thai-budista, india-hinduista y dobama).
En segundo lugar —y quizás una de las conclusiones con mayor peso en todo este análisis—, los grupos no configuran entidades aisladas, a pesar de su perfilación conceptual como “diferentes” de las demás comunidades etnolingüísticas, políticas y culturales con las que conviven. De hecho, en ocasiones la percepción de rasgos comunes —una lengua de la misma rama, una religión compartida que incita a la solidaridad, una doble nacionalidad, los agravios compartidos o ciertos rasgos fisiológicos— sirven para motivar y mantener el establecimiento de lazos que van más allá de la comunidad inmediata, y que pueden ser de carácter económico, por ejemplo.
Las consecuencias que esto puede tener para la seguridad regional son considerables: establecimiento de redes mercantiles en las que se infiltran las economías ilícitas y otras actividades que quedan al margen de la regulación y la autoridad del Estado, por citar algunas. De hecho, otro rasgo que se identifica es que todos los casos de estudio presentan —aunque salvando diferencias obvias— o han presentado en algún momento de su historia reciente su propia forma de resistencia armada. En el momento en que se empieza a hablar de violencia armada a nivel subnacional —tal y como advertían Pettersson y Eck (2018) que constituye una nueva y persistente tendencia—, la colaboración a nivel transnacional entre actores no estatales se convierte en una amenaza a la seguridad que no solo puede llegar a afectar a varios países, sino que complejiza exponencialmente el contexto de la violencia.
Tanto es así, que la geopolítica de una región tan importante a nivel global como lo es la del Indo-Pacífico puede verse afectada por estas dinámicas de conflicto. La guerra civil que está teniendo lugar en Myanmar desde el año 2021 —aunque solo se trate del último capítulo de una larga historia de conflicto interétnico— es un perfecto ejemplo de ello. Y, a pesar de que la geopolítica no forma parte de este estudio, sí cabe apuntar que tanto India como China, los mayores poderes regionales, tienen sus propios intereses estratégicos en Myanmar, y el conflicto armado bien podría promoverlos o entorpecerlos, según cómo se desarrolle. En Tailandia, la insurgencia armada ha disminuido su nivel de violencia en los últimos años, si bien en medio de un panorama político muy convulso a nivel nacional. Con todo, el temor latente a que las organizaciones musulmanas del sur puedan establecer de alguna manera vínculos con la yihad global continúa, a pesar de que por el momento no ha sucedido tal cosa. Por último, aunque el gobierno indio ha llevado a cabo sucesivas iniciativas para llegar a un acuerdo de paz con el independentismo naga —1997, 2005, 2015—, estos no han llegado a buen término (Baruah, 2020). Es posible, aunque poco probable por el momento, que algunas de estas facciones lleguen a cooperar con otros grupos en Myanmar y así desestabilizar una zona montañosa de difícil acceso entre dos países.
Resulta obvio que la fuerza y utilidad de la metodología comparativa reside en el contraste de la mayor cantidad de casos posible. En este sentido, sería recomendable ampliar el estudio para incluir otros fenómenos observables en Asia —ya que esta es una región en la que abundan— y tal vez ensancharlo en futuras líneas de investigación.
Una de las premisas que establece el marco teórico de este estudio consiste en que la relación entre identidad y conflicto sigue siendo variable y difusa, en la gran mayoría de los casos. Sin embargo, comprender las intricaciones de una puede ayudar a solventar los desafíos del otro.
Si bien los tres casos de estudio que han sido seleccionados presentan importantes diferencias, junto con sus propias y reconocibles idiosincrasias, es posible establecer una serie de factores comunes. En primer lugar, la caracterización de las identidades da como resultado la presencia de una minoría étnica —lingüística, religiosa, etc.— diferenciada de la mayoría de la población. Estas minoráis étnicas habitan regiones alejadas de los respectivos núcleos de poder de los Estados en los que están presentes. Por otra parte, es frecuente que dichos grupos étnicos tengan presencia más allá de las propias fronteras —Malasia, India, Myanmar, China—, ya que dichas regiones marginalizadas acostumbran a situarse en las periferias; lo que, por supuesto, destaca la importancia de la lógica del transnacionalismo a la hora de analizar cuidadosamente estos fenómenos.
Por supuesto, destaca la presencia de resistencias armadas, vinculadas de forma inextricable a una identidad percibida, aunque política y organizacionalmente presenten estructuras diferenciadas u objetivos incompatibles los unos con los otros. Este argumento se sustenta gracias a la existencia de facciones y escisiones en el seno de los propios grupos. Aquí, los agravios grupales juegan un papel determinante en el establecimiento de relaciones, ya que los grupos que no compiten de forma directa pueden llegar a cooperar de diferentes formas —ya sea en el conflicto o en la obtención de recursos—, incluso perteneciendo a etnias distintas o percibiéndose no iguales.
Por último, el papel del Estado y su relación con estos grupos ha sido y sigue siendo determinante en las dinámicas de la conflictividad. La existencia de conflictos que derivan de las realidades coloniales y la integración de dichos territorios en un Estado moderno —en el que se ponen en entredicho los fundamentos de la propia nación— y las aspiraciones de secesionismo, autonomía e independencia son inextricables de la realidad de las identidades, que pueden llevar al conflicto, pero también a la competición no violenta.
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1 Ley de Ciudadanía de 1982 (Ley n.º 4 del Pyithu Hluttaw).
2 Los bamar, o birmanos, constituyen la mayoría étnica de Myanmar: en torno al 70 por ciento de la población.
3 Los kayin son uno de los grupos étnicos más prominentes de Myanmar. El nombre más extendido de este grupo es “karen”.
4 Etnia presente mayoritariamente en el estado de Rakáin, al oeste de Myanmar (unos 3 millones de personas), pero también en India (marma) y Bangladés (mog).
5 Los shan (o tai) son budistas de la rama theravada que comparten muchas similitudes étnicas con los tailandeses (thai). Tienen fuertes lazos culturales con los pueblos precursores (Tai Yai) de lo que hoy se considera el Estado tailandés, incluyendo el territorio histórico de Lana.
6 Los chin habitan mayoritariamente en el estado Chin, al noroeste de Mynamar. Hablan su propia lengua y la mayoría pertenece a la confesión cristiana, aunque también practican ocasionalmente el budismo o el animismo. Su número se encuentra alrededor de los 2 millones de personas.
7 Grupo étnico originario del oeste de China y que actualmente se encuentra en Myanmar, Tailandia y Laos. Se cuentan alrededor de un millón de individuos.
8 La etnia han es la mayoritaria en China, superando el 90 por ciento de la población. Sus integrantes hablan lenguas de la rama sino-tibetana, como el mandarín o el cantonés.
9 También conocidos como tai lu, dai lu o, simplemente, lu. Se trata de un grupo étnico presente en el sur de China —esencialmente, en la provincia de Yunnan— India, Myanmar, Tailandia y Laos.
10 La etnia kachin, que en China recibe el nombre de jinghpaw o jingpo. Son mucho más numerosos en el estado Kachin de Myanmar, donde su número se sitúa en torno a los 450.000.
11 Grupo étnico presente en el estado de Rakáin y en Bangladés, que practica la religión musulmana (ocasionalmente, también el hinduismo).
12 “Gente de las colinas” o “tribus de las colinas”. Este concepto fue creado en la década de 1950 por las autoridades estatales, de cara a solidificar el esfuerzo de consolidación nacional que por aquel entonces se estaba llevando a cabo (Ishii, 2008). Oficialmente, se reconocen diez grupos, presentes en el norte y el oeste del país, que hablan lenguas pertenecientes a cinco grupos lingüísticos diferenciados: akha, hmong (miao), h’tin, karen, khmu, lahu, lisu, lua, mien y mlabri (Human Rights Osaka, 2010). Otros grupos de distinto origen o presentes en otras regiones de Tailandia no se reconocen como tales.
13 Doctor de la ley islámica.
14Free Movement Regime, en inglés.