Guerra Colonial

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Estados Unidos en Filipinas: las consecuencias de una ocupación

The United States in the Philippines: the consequences of an occupation

Pedro Francisco Ramos Josa

Universidad Internacional de Valencia
pedrofrancisco.ramos@professor.universidadviu.com
https://orcid.org/0000-0003-0695-8538

Enviado: 12/08/2024
Aceptado: 17/10/2024

DOI: https://doi.org/10.33732/RDGC.15.107

Resumen

La victoria sobre España en la guerra de 1898 supuso para Estados Unidos la obtención de una serie de territorios de ultramar que constituyeron su incipiente imperio. Las necesidades de pacificación y control de sus nuevas posesiones, en especial en el archipiélago filipino, estimularon una serie de cambios estratégicos y organizativos que condujeron a la creación del moderno Estado estadounidense. Constituyéndose así su experiencia colonial en un claro precedente de su desarrollo posterior, no sólo a nivel institucional, sino por los debates y tensiones internas que generaría su ascenso a potencia mundial.

Palabras clave
Imperio estadounidense, guerra hispano-estadounidense de 1898, Filipinas, contrainsurgencia, promoción de la democracia.

Abstract

The victory over Spain in the 1898 war resulted in the United States acquiring a series of overseas territories that formed its nascent Empire. The need to pacify and control its new possessions, particularly in the Philippine archipelago, prompted a series of strategic and organizational changes that led to the creation of the modern American state. In this way, the U.S. colonial experience became a clear precedent for its subsequent development, not only at an institutional level but also through the debates and internal tensions that would arise from its emergence as a global power.

Keywords
American Empire, Spanish-American War of 1898, Philippines, counterinsurgency, promotion of democracy.

Esta obra está bajo una licencia internacional Creative Commons Atribución-CompartirIgual 4.0. CC BY

INTRODUCCIÓN

La ocupación estadounidense de Filipinas se prolongó durante casi cinco décadas, entre 1898 y 1946, dejando en la antigua colonia española un legado de naturaleza mixta; pero no es menos cierto que ese mismo esfuerzo colonizador, junto al llevado a cabo en Cuba, y en menor medida en Puerto Rico y Guam, influyeron en la propia evolución política, económica y social de Estados Unidos. Por tanto, el objetivo del presente trabajo es analizar cómo la ocupación de Filipinas influyó en la evolución de Estados Unidos, bajo la hipótesis de que la ocupación de Filipinas supuso un claro precedente en el intervencionismo exterior que caracterizó la política exterior de Estados Unidos tras la II Guerra Mundial.

En 1898, Rudyard Kipling, el afamado escritor británico nacido en Bombay, dedicaba a Estados Unidos su famoso poema «La carga del hombre blanco», advirtiendo de la tremenda tarea que se le avecinaba con la adquisición de su flamante imperio de ultramar. Sus versos, como una premonición, anticipaban a lo que se enfrentarían los estadounidenses en su nuevo papel de potencia colonial:

Llevad la carga del Hombre blanco.

Enviad adelante a los mejores de entre vosotros;

Vamos, atad a vuestros hijos al exilio

Para servir a las necesidades de vuestros cautivos;

Para servir, con equipo de combate,

A naciones tumultuosas y salvajes;

Vuestros recién conquistados y descontentos pueblos,

Mitad demonios y mitad niños.

(…)

Llevad la carga del Hombre Blanco,

Olvidad esos tiempos de la infancia,

Los laureles ligeramente concedidos,

La fama fácil y sin fundamento;

Venid ahora, a buscar vuestra hombría,

A través de todos los años ingratos,

Frutos, aguzados con la costosa sabiduría,

El juicio de vuestros compañeros1.

Y es que efectivamente, con la ocupación de sus nuevas posesiones, Estados Unidos abandonaba su carácter de potencia continental americana para convertirse en una potencia colonial mundial. Una transformación, que como veremos a continuación, afectó al modo en que los propios estadounidenses se veían a sí mismos y anticipó muchos de los debates modernos que agitan su escena política desde la ocupación de Irak en 2003, tal y como se recoge en el poema de Bertrand Shadwell «El evangelio de la fuerza» (Bryan, 1899: 713):

Toma la espada y el rifle,

Envía tus barcos con rapidez,

Para unirte a la lucha de las naciones,

Y competir con ellas en avaricia;

Ve a buscar mercado para tus bienes,

Más allá del diluvio occidental,

Los paganos que te resistan

Lo pagarán con sangre.

(…)

Toma tu espada y rifle,

Roba a cada raza salvaje,

Anexa sus tierras y puertos,

Pues esta es la gracia cristiana.

Aunque masacres a miles,

Aún lo considerarás una ganancia;

Si extiendes tu comercio,

¿Quién teme la maldición de Caín?

El Gran Estados Unidos estaba formado en la década de 1940 por los estados continentales y casi un centenar de islas en el Caribe y el Pacífico, más los territorios de su imperio, el quinto mundial en población para entonces (Immerwahr, 2023). Aunque para lidiar con la incongruencia de haberse liberado de un imperio para luego hacerse con uno propio, en Estados Unidos prefirieron denominar a sus nuevas posesiones con el eufemismo de territorios, los cuales representaban casi el 13% de su población antes de la II Guerra Mundial. De todos ellos, el archipiélago filipino fue el más importante, no sólo por concentrar el 86,7% de los habitantes de sus colonias, sino por convertirse en todo un laboratorio para Estados Unidos de lucha contrainsurgente, administración colonial y promoción de la democracia.

Como indica Hopkins (2018), la victoria sobre España en 1898 dio paso a una nueva fase del Imperio estadounidense al hacerse con colonias en el Caribe y el Pacífico, pero no sería un imperio al uso. Mientras «Gran Bretaña construyó un imperio, Estados Unidos buscaba la hegemonía» (Hopkins, 2018: 32), de ahí que en lugar de ser un imperio esencialmente extractivo, el estadounidense lo fuese geopolítico:

• Geoestrategia: en su ascenso a potencia mundial, los líderes estadounidenses eran conscientes de la necesidad de dotar a Estados Unidos de la profundidad estratégica necesaria para superar sus límites continentales, de ahí que las nuevas colonias fueran esenciales para sus planes.

• Política: pero el Imperio estadounidense no sería como los demás, pues fruto de su excepcionalismo, tendría una misión más elevada que el resto, la expansión de la democracia. Como señala Smith (1994: 43), «el resultado fue importante para el futuro de la política exterior americana por la simple razón de que el poder americano tenía ahora una misión que justificaba su ejercicio».

Pero no sólo sería un imperio diferente al resto de imperios desde su punto de partida, sino que para los propios Estados Unidos sería también distinto por cuanto hasta el momento su expansión continental había asimilado a pequeñas poblaciones muy similares a los estadounidenses, mientras que ahora se trababa de conquistar, someter y gobernar a pueblos distantes y muy diferentes, social y racialmente (Immerwahr, 2023). Una tarea que, como veremos a continuación, supuso un gran esfuerzo a Estados Unidos y cambiaría para siempre su forma de verse y de comprender su papel en el mundo, con importantes consecuencias en su evolución histórica.

LOS DEBATES EN TORNO A LA OCUPACIÓN Y LA PROMOCIÓN DE LA DEMOCRACIA

La ocupación de Filipinas no respondió a un plan unánime de la Administración McKinley (Willian McKinley, 25º presidente de Estados Unidos, 1897-1901), sino que más bien se debió al triunfo de los partidarios de una large policy que dotase a Estados Unidos de una profundidad estratégica en Asia de la que carecía hasta el momento. Con Theodore Roosevelt2 y Henry Cabot Lodge3 como máximos exponentes, abogaban por aprovechar la oportunidad geopolítica que la guerra con España brindaba a Estados Unidos por tres razones principales:

• Lograr un punto de apoyo para la apertura comercial de China,

• Conseguir así una excusa para el fortalecimiento naval de la nación, y

• Asegurarse un lugar entre las potencias imperiales mundiales (Kramer, 2006).

El senador republicano por Indiana, Albert J. Beveridge, también partidario de esa extensión de los intereses geopolíticos estadounidenses, añadiría lo siguientes motivos para justificar la ocupación de Filipinas:

• La incapacidad de autogobierno de los filipinos,

• La posibilidad de que otras potencias se hiciesen con el archipiélago,

• La obtención de nuevos mercados para Estados Unidos,

• La capacidad de control del Pacífico gracias a su adquisición, junto a la de Hawái,

• La misión que Estados Unidos debía encarar hacia sus nuevos dominios (Beveridge, 1898).

Una vez vencida España y con Filipinas en poder estadounidense, el presidente McKinley anunciaba que, lejos de ambiciones expansionistas y planes preconcebidos, Estados Unidos se había encontrado con el deber de ejercer el control sobre Filipinas bajo el principio de asimilación benevolente, «para proteger a los nativos en sus casas y en sus derechos y religiones personales…sustituyendo la ley arbitraria por el dominio afable y la justicia» (McKinley, 1898). Eso sí, un deber que compró a España por 20 millones de dólares.

Por tanto, en la lógica de la ocupación de Filipinas se fusionaban dos vertientes contrapuestas, por un lado la del engrandecimiento nacional y por otro la moralista, es decir, exigencias geoestratégicas y obligaciones democratizadoras se dieron la mano para justificar primero, e informar después, el dominio estadounidense sobre el archipiélago bajo un expansionismo republicano que sustituiría el dominio colonial por la enseñanza del autogobierno bajo los principios de generosidad y benevolencia (Go y Foster, 2003).

En ningún otro protagonista de la época se entremezclan más ambas visiones que en Theodore Roosevelt, sucesor en la Casa Blanca de W. McKinley tras su asesinato en 1901. Convencido de convertir sus aspiraciones de grandeza para Estados Unidos en una misión nacional, T. Roosevelt unió en un proyecto singular principios de política realista con el deber civilizador para justificar el liderazgo estadounidense (Cox, Lynch y Bouchet, 2013), tanto a nivel doméstico, donde el aislacionismo de su primera época aún pervivía, como a nivel exterior, donde su ascenso internacional era visto con suspicacia por el resto de potencias.

Para su aliado H. C. Lodge, las Filipinas representaban toda una revolución para el rol de Estados Unidos en el mundo, no sólo por su distancia, sino por constituirse en la quintaesencia de su large policy. Para empezar, las Filipinas eran clave para apuntalar el control sobre Hawái (que desde agosto de 1898 pasó a ser territorio de Estados Unidos) y alcanzar profundidad estratégica en Asia; en segundo lugar, ello obligaría a desarrollar y mantener su poder naval, una de las reivindicaciones más queridas por T. Roosevelt y Lodge; y por último, porque todo ello conduciría a la aceptación del papel de Estados Unidos como una gran potencia más, cuya grandeza y responsabilidades respondían al ideal de la nación como agente internacional de reforma (Immerman, 2010).

Pero los partidarios de una política exterior más intervencionista no estaban solos en la defensa del control de Filipinas, al menos otros dos grupos también presionaron para su anexión. En primer lugar se encontraban quienes valoraban las posibilidades comerciales que ofrecía el archipiélago, con el subsecretario del tesoro F. A. Vandervilt a la cabeza, apoyado por los principales sectores exportadores del país (como la National Association of Manufacturers o la American Asiatic Association). No sólo se trataba de Filipinas en sí misma, con sus más de ocho millones de habitantes, sino de algo mucho más importante, como era logar un punto de apoyo y centro de distribución desde el cual acceder a toda Asia, desde China a Corea, pasando por los dominios franceses en la región, convirtiendo a Manila en la Meca de Oriente (Soberano, 1974).

El tercer grupo a favor del control de Filipinas estaba formado por el sector Protestante que, a pesar de estar en contra de su ocupación permanente, veía en la penetración estadounidense una vía para revertir la opresión católica en el archipiélago y mostrar así la verdadera cara del cristianismo a través de su labor misionera (Soberano, 1974). Tal fue la influencia de ese movimiento que incluso un pacifista y aislacionista como el senador R. M. La Follete4 apoyó inicialmente la ocupación filipina tras escuchar los testimonios de varios obispos protestantes sobre la situación del pueblo filipino.

Por tanto, tres poderosas fuerzas se unieron para favorecer la ocupación filipina, los nuevos internacionalistas a nivel político, los expansionistas comerciales a nivel económico y los misioneros protestantes a nivel religioso.

A su manera, los anti-imperialistas también se opusieron al control de Filipinas en varios frentes. En el religioso, los católicos estaban totalmente en contra de la anexión y se unieron al movimiento antiimperialista. En su postura influyó de forma determinante su miedo a una intrusión Protestante en Filipinas (Soberano, 1974). El obispo de Peoria John L. Spalding5 advertía que «el patriotismo, entendido como los antiguos, es sólo una virtud parcial. Cuando es más intenso se vuelve más estrecho e intolerante» (Bryan, 1899: 678), para preguntarse a continuación qué podía ofrecer el imperialismo salvo la amenaza de la ruina, ya que habiendo librado del gobierno colonial español a tantos pueblos, no debía Estados Unidos caer en la misma condición de conquistador, debiendo centrarse en la mejora de su propia democracia como mejor ejemplo en el mundo de la nueva era, pues «el patriotismo, como la caridad, empieza en casa» (Bryan, 1899: 692).

Los católicos no estaban solos, no todos los protestantes fueron imperialistas. Para el reverendo presbiteriano H. van Dyke la cuestión que se abría con la anexión de Filipinas era clara para Estados Unidos, «¿los Estados Unidos van a continuar siendo una república pacífica o se van a convertir en un imperio conquistador?» (Bryan, 1899: 432). En opinión de van Dyke, hacerse con Filipinas supondría una clara desviación de la historia de Estados Unidos, y lejos de las apelaciones al deber civilizador, lo que de verdad se escondía tras la ocupación eran intereses económicos mucho más prosaicos. Además, para van Dyke, a diferencia de otros regímenes políticos, el sistema democrático y republicano estadounidense no estaba diseñado para agresiones criminales ni gobiernos coloniales, pues «las instituciones americanas están fundadas en la igualdad. Si nos convertimos en un poder colonizador deberemos abandonar nuestras instituciones o seremos paralizados por ellas… [pues] imperialismo y democracia, militarismo y autogobierno son términos contradictorios» (Bryan, 1899: 439). Además, la ocupación de Filipinas obligaría a Estados Unidos a crear un gran ejército de ocupación, con el consiguiente aumento de impuestos para sufragar el militarismo, que sin duda impondría a la nación su precio de sangre (como les ocurría al resto de potencias coloniales). Mejor que una ocupación permanente, van Dyke proponía un protectorado temporal para Filipinas, con la misión principal de prepararles para el autogobierno.

Una solución, la del protectorado, que para el líder demócrata W. J. Bryan era la mejor alternativa para Cuba, Puerto Rico y Filipinas, también con la finalidad de lograr el autogobierno. De inclinarse por la anexión, el Congreso estadounidense estaría sancionando una «política que siembra las semillas del militarismo en Estados Unidos» (Bryan, 1899: 57). No solo eso, la adquisición de Filipinas podría ser el inicio de una unión defensiva u ofensiva con una o más naciones europeas, justo el tipo de alianzas de las que habían abominado George Washington y Thomas Jefferson; aunque también podría suponer un menoscabo de la Doctrina Monroe, pues al entrar en Asia, las potencias europeas podrían dejar de respetar la preeminencia estadounidense en América. En términos económicos, el dominio de Filipinas apuntalaría el poder de las grandes corporaciones sobre los trabajadores estadounidenses, sin olvidar el peligro que podría representar para estos la llegada de inmigrantes filipinos.

Andrew Carnegie6, uno de los pocos magnates que se opuso a la anexión de Filipinas, no creía en los beneficios económicos derivados de su control, que se habían expuesto como una de las principales razones de su ocupación. Al contrario, no veía posibilidad alguna de que Filipinas se convirtiera en la India de Estados Unidos. Para Carnegie, el Imperio británico obligaría a Estados Unidos a una política de puertas abiertas en el archipiélago contraria a los intereses comerciales nacionales. Pero además, sin la preparación militar necesaria, las Filipinas se convertirían en un objetivo apetecible para muchas potencias europeas mejor dotadas ofensivamente. Por tanto, las opciones estaban claras para el pueblo estadounidense, «un camino- seguridad, paz, prosperidad, civilización, republicanismo; el otro- peligros, impuestos, sacrificio de vidas, militarismo e imperialismo» (Bryan, 1899: 99).

En el Senado, el demócrata B. Tillman expuso la causa anti-imperialista en términos raciales (hoy serían considerados más bien racistas), al advertir que con la ocupación de Filipinas se encontrarían «dos razas una al lado de otra que no se pueden mezclar sin deterioro y perjuicio de ambas y sin la destrucción final de la civilización más avanzada» (Bryan, 1899: 123). Ya que el pueblo filipino no estaba preparado para las instituciones republicanas y democráticas estadounidenses, ni para la libertad americana, Tillman se preguntaba «¿por qué nos empeñamos en imponerles una civilización no acorde a ellos y que en su opinión sólo significa degradación y una pérdida de respeto, que es peor que la pérdida de la vida misma?» (Bryan, 1899: 125). Por eso Tillman pedía que Estados Unidos no se corrompiera en sueños imperiales, y que se conformase con la gloria y el honor de haber luchado una guerra por el amor a la libertad, en lugar de eso, «permanecemos allí ahora bajo una pretensión falsa. Estamos allí de forma equivocada. Estamos allí sin ninguna justificación para nosotros ni para el mundo civilizado» (Bryan, 1899: 127).

Para G. F. Hoar, uno de los tres senadores republicanos que votaron en contra del Tratado de París, la conquista de pueblos extranjeros y su gobierno sin su consentimiento quedaban fuera de la Constitución estadounidense, entre otras razones porque era inmoral y malvado en sí mismo y porque tampoco se encontraba recogida en la Declaración de Independencia. Para Hoar, según la tradición americana, emanada de sus Padres Fundadores, los gobiernos derivan sus poderes del consentimiento de los gobernados, no de las armas que portan o de la opresión que son capaces de ejercer, por eso no estaba de acuerdo con que «la lección de nuestros primeros cien años sea que la Declaración de Independencia y la Constitución sean un fracaso, y que Estados Unidos empiece el siglo XX donde España empezó el siglo XVI» (Bryan, 1899: 177). No es de extrañar, por tanto, que en la Liga Anti-Imperialista, la principal organización en contra de la adquisición de Hawái y Filipinas, confluyeran asuntos legales, raciales, laborales, económicos y político-institucionales en sus refutaciones al expansionismo de ultramar estadounidense (Tucker, 2009; Hopkins, 2018).

De hecho, en el Senado, una de las principales preocupaciones respecto al Tratado de París era precisamente la de traspasar los límites constitucionales. De ahí que varios senadores fueran partidarios de aprobar el texto bajo la condición de añadirle una enmienda que certificase los propósitos honestos de Estados Unidos en la ocupación de Filipinas, una posibilidad que Lodge neutralizó al convencerles de que tales reservas confirmaban la desconfianza sobre los verdaderos deseos de Estados Unidos hacia Filipinas (Soberano, 1974).

Así pues, en la votación para la ratificación del Tratado de París en el Senado estadounidense la gran cuestión fue si retener o no el archipiélago, lo que se ha denominado la primera cuestión filipina. Finalmente, los imperialistas se impusieron en el Senado, con una ajustada victoria de 57 votos a favor de su ratificación por 27 en contra y 6 abstenciones; dos votos menos a favor y el tratado hubiese sido rechazado. Dentro de los síes, el 68% correspondieron a votos republicanos, mientras que en los noes el 85% fueron Demócratas7, anticipando en gran medida la división partidista de la campaña electoral de 1900 en torno al imperialismo, y que de nuevo se decantaría del bando republicano con la reelección de McKinley y la derrota de Bryan.

EL TIPO DE OCUPACIÓN Y COMBATE

Cuando Estados Unidos se hizo con el control de Filipinas, en realidad estaba heredando un conflicto colonial. La nonata República de Biak-na-Bato era el sueño del movimiento patriótico filipino que, bajo las órdenes de Emilio Aguinaldo, había luchado contra los ocupantes españoles desde 1896 (Go y Foster, 2003).

Mientras para Estados Unidos la guerra con España fue breve, la inauguración del Congreso de Malolos por los nacionalistas filipinos, junto con la aprobación de su Constitución en 1899, no cambiaron los planes de la Administración McKinley consistentes en no dar papel alguno al movimiento liderado por Aguinaldo, lo que condujo a que éste declarase la guerra a las fuerzas ocupantes estadounidenses en febrero de ese mismo año. (Kramer, 2006).

El conflicto duró hasta julio de 1902 y pasó por diversas fases, obligando a Estados Unidos a desplegar en las islas un total de 120.000 soldados a lo largo de esos tres años (cuando para derrotar a España sólo fueron necesarios 11.000). Si durante los primeros nueve meses de contienda Aguinaldo optó por el enfrentamiento abierto contra las fuerzas estadounidenses, una vez comprobada su fortaleza giró a un enfoque asimétrico basado en tácticas de guerrilla, a lo que Estados Unidos respondió con un endurecimiento de su Gobierno Militar, especialmente bajo el mando de Arthur MacArthur (Kramer, 2006).

De la dureza de la lucha contrainsurgente hablan las más de 4.200 bajas que tuvo Estados Unidos durante esos tres años, además de los 400 millones de dólares gastados en los combates y en los más de 600 puestos creados en las distintas islas para vencer a la guerrilla nacionalista (Zimmermann, 2002). Filipinas en realidad se extendía por más de 7.000 islas, en una cadena de más de 1.600 kilómetros de largo, el equivalente a la distancia entre Seattle y Los Angeles, con un ambiente hostil para los regimientos de voluntarios debido al calor, la humedad y las enfermedades tropicales; sin olvidarnos de que muy pocos hablaban español y mucho menos alguno de los 27 dialectos usados por la mayoría de filipinos (Arnold, 2009).

Mientras en el resto del archipiélago el gobierno civil pronto sustituyó al militar, en la segunda isla más grande, la de Moro Mindanao, el militar se extendió por catorce años (en esta isla Estados Unidos gobernaría por primera vez a una población musulmana, Immerwahr, 2028). En lugar del modelo de acomodación y patronazgo civil empleado en la mayoría de las tierras bajas filipinas, en Moro Mindanao sería la imposición de la ley marcial la que lograría finalmente la supresión y dominación de la resistencia mora y la legitimación del gobierno estadounidense (McCoy y Scarano, 2009).

Si bien la ocupación estadounidense, a diferencia de la española, separaría claramente las esferas político-militar de la religiosa, y aunque se heredaron los prejuicios raciales sobre el carácter bárbaro y retrasado de la población musulmana, se asumió que un correcto sistema educativo conduciría a la población mora a la civilización, protegiéndola al mismo tiempo de la influencia corruptora de la política filipina (McCoy y Scarano, 2009). La creación de la provincia mora en 1903 permitió al gobierno militar convertir a Mindanao en una de las regiones más productivas de Filipinas, acabando con los sultanatos de la isla e integrándola con el resto del archipiélago, algo que no había ocurrido bajo el dominio español.

La victoria final no sólo le costó a Estados Unidos vidas y tesoro, sino también parte de su imagen benevolente. A los casos de tortura bajo la cura del agua, se añadieron matanzas como la de la isla Samar, sin olvidarnos de la reubicación en campos de concentración de comunidades rurales enteras para privar a la guerrilla de su sustento local, así como la destrucción de sus granjas y cultivos (en un ambiente que recuerda mucho al que se enfrentaría Estados Unidos en Vietnam prácticamente con la misma estrategia). En total, las víctimas filipinas oscilaron según las fuentes entre las 20.000 y las 50.000 para los combatientes, y entre las 200.000 y el millón para los civiles, para una población total de unos ocho millones (Kramer, 2006).

Durante la lucha contra las guerrillas, la estrategia de atracción desplegada por el ejército estadounidense, consistente en la lucha contrainsurgente al mismo tiempo que se implementaban acciones sociales tales como la construcción de escuelas, el despliegue de campañas de vacunación o la reparación de carreteras, apenas tuvo impacto en el desarrollo de la contienda, aunque sí que unos 5.000 filipinos se integraron bajo el mando estadounidense, los conocidos como Scouts (Arnold, 2009). La población civil, en su mayoría, se encontraba en medio de una lucha de la que era la principal víctima por ambos bandos, pagando muy cara la simple sospecha de colaboracionismo (tal y como les sucedería un siglo después a los afganos atrapados entre los Equipos de Reconstrucción Provincial, la lucha contra los taliban y la resistencia de estos).

En 1900, tras asegurar su reelección, el presidente McKinley emitió la Orden General 100 por la que se pasaba de la atracción a la ocupación militar, juzgando bajo las leyes de guerra a cualquier miembro o colaborador de la guerrilla, enviando al exilio a líderes filipinos y deteniendo a cualquier sospechoso sin mayor evidencia (Arnold, 2009). De todos modos, ni siquiera la victoria sobre la guerrilla nacionalista de Aguinaldo supuso el fin del esfuerzo militar estadounidense, pues en 1907 el 20% de su ejército se encontraba destinado en el archipiélago, con un coste para los contribuyentes de un millón de dólares al año (Arnold, 2009), más de 33.000 millones actuales. Hasta su intervención en Afganistán, la guerra de Filipinas fue la más prolongada para Estados Unidos, de hecho, los doce primeros Jefes del Estado Mayor de su ejército habían servido en Filipinas (Immerwahr, 2023).

Un gasto que representaba una parte sustancial del esfuerzo de la ocupación de Filipinas, primera experiencia a largo plazo de lo que más tarde se denominaría Promoción de la Democracia. Tras la derrota de la guerrilla se aprobó la Ley Orgánica Filipina de 1902 que, junto a las leyes emitidas por la Segunda Comisión Filipina, conformaron el estado colonial estadounidense en el archipiélago.

El esquema de gobierno colonial diseñado por la Administración Roosevelt fue el siguiente:

Figura 1. Sistema de gobierno colonial de la Administración Roosevelt para Filipinas

Fuente: elaboración propia.

Como primer gobernador de las islas fue nombrado Howard Taft, quien se basó en la anterior división racial española para cooptar a las élites ilustradas locales para su nueva misión democratizadora, al mismo tiempo que se dejaba en un segundo plano a las clases bajas formadas por indios, chinos, más moros e igorotes (Kramer, 2006). Al impedir el Congreso estadounidense la aprobación del libre comercio con Filipinas y privarle el Tribunal Supremo de la aplicación de la Ordenanza del Noroeste, dejando al archipiélago como territorio no incorporado; a la Comisión Filipina no le quedó más remedio para sufragar el incipiente estado colonial que recurrir a los impuestos locales, lo que a su vez indujo a la descentralización del sistema y a buscar el apoyo sobre las élites locales, con el aumento del caciquismo y corrupción consiguientes (Go y Forter, 2003)8.

Bajo un impulso reformador inspirado en el Progresivismo tanto republicano como demócrata, un ejército de administradores coloniales, economistas, profesores, doctores, misionarios, inversores y miembros del Cuerpo de Ingenieros del Ejército se repartieron por las nuevas posesiones de ultramar para transformar los territorios y conducir a la civilización a sus habitantes (McDougall, 1997). De lo que se denominó colonialismo calibrado en esta primera etapa se pasó a la promesa de independencia tras la victoria electoral de Woodrow Wilson, cuya materialización supuso en realidad una reforma del gobierno estadounidense en el archipiélago, con la derogación del marco legal de 1902 tras la aprobación de la Ley Jones (o de Autonomía Filipina) y la filipinización de su administración local, además de la concesión del libre comercio a los productos filipinos (Kramer, 2006).

Los principales cambios derivados del nuevo sistema colonial se resumen en la siguiente tabla:

Tabla 1. Principales novedades tras la Ley Jones de 1916 en el gobierno colonial estadounidense de Filipinas

INSTITUCIÓN

NOVEDADES

Poder Ejecutivo

• Desaparecía la Comisión Filipina

• Gobernador General y Vicegobernador, nombrados por Presidente EEUU, deber consulta a Senado filipino

• Creación Despacho de Tribus no Cristianas

• Auditor para examinar cuentas de todos los niveles administrativos

Poder Legislativo

• Senado y Cámara Baja elegidos por sufragio ampliado

• Leyes aprobadas por dos tercios sometidas a Gobernador General, Presidente y Congreso de EEUU

Poder Judicial

• Sin cambios sustantivos

Administración

• Aumento de la incorporación de filipinos (para 1920, el 94% de la administración estaba formada por filipinos, cuando seis años antes constituían sólo el 71%)

Fuente: elaboración propia.

El regreso republicano a la Casa Blanca tras la I Guerra Mundial supuso el fin del experimento liberal democrático en Filipinas y la recuperación del enfoque conservador de la primera etapa, que supeditaba por entero la administración colonial a los intereses nacionales de la metrópoli. A la reamericanización administrativa se sumó la militarización del Estado colonial bajo la excusa del estallido de revueltas agrarias, sindicales y sociales (Go y Foster, 2003).

Bajo un clima de creciente tensión, dio comienzo la segunda cuestión filipina. Si la primera había girado en torno a si hacerse o no con el control de las islas bajo la anexión, en esta segunda el debate se centró en la idoneidad de conceder de forma inmediata o no la independencia a los filipinos. Quienes rechazaban la independencia sostenían que Filipinas aún no estaba preparada para alcanzar la plena soberanía, manteniendo así vivos muchos de los prejuicios raciales que habían informado el primer debate; mientras que los partidarios de la independencia la concebían como un remedio a los males del imperialismo y una solución a la creciente inestabilidad en el archipiélago9.

En todo caso, el cambio de signo político con la victoria demócrata, junto con los efectos del crack bursátil de 1929, además de las preocupaciones derivadas de la inmigración filipina y las importaciones de sus productos, sin olvidar las presiones de soberanía procedentes del archipiélago, condujeron a la aprobación en 1934 de la Ley Tydings-McDuffie, o Ley de Independencia Filipina. Supeditada a la adopción de una Constitución, la independencia se concedería unilateralmente a los diez años de la creación de su nuevo gobierno, que debía ser de naturaleza republicana y neutral en asuntos internacionales10.

Finalmente, tras la invasión japonesa durante la II Guerra Mundial, la independencia filipina fue proclamada el 4 de julio de 1946. Para entonces, Manila era la sexta ciudad más poblada de Estados Unidos, por encima de Boston o Washington D. C. (Immerwhar, 2023).

LAS CONSECUENCIAS EN ESTADOS UNIDOS

Como indican McCoy y Scarano (2009), aunque el Imperio estadounidense tan sólo duró unas décadas, a diferencia de los europeos que se mantuvieron por siglos, el colonialismo contribuyó al desarrollo y fortalecimiento del poder estatal en Estados Unidos en un contexto de conflicto y competencia internacional. En concreto, la experiencia imperial condujo hacia «una notable expansión en el rol del gobierno federal en pos de una administración doméstica más activa, y la formación de un ágil Estado Imperial transnacional para una gobernanza global más efectiva» (McCoy y Scarano, 2009: 3).

De hecho, en la formación del moderno Estado estadounidense se pueden distinguir factores endógenos y exógenos, siendo el imperialismo, dentro de estos últimos, uno de los factores menos tenidos en cuenta hasta el momento. Por tanto, se puede afirmar que pretendiendo cambiar el curso de la historia de los pueblos recién conquistados, los estadounidenses a su vez fueron influidos y cambiados de forma más sutil a través de las capilaridades de su imperio (McCoy y Scarano, 2009).

Así pues, podemos afirmar que las innovaciones surgidas bajo el colonialismo ayudaron a transformar el gobierno estadounidense, que pasó de una pequeña burocracia y una dimensión hemisférica limitada a convertirse en una organización expansiva de gran poder, ampliando su capacidad y alcance para convertirse en una potencia global.

Institucionales

A nivel institucional, la influencia del imperio se hizo sentir más en Estados Unidos dependiendo de dos factores clave (McCoy y Scarano, 2009):

• En aquellas áreas que dependían más del nivel federal la influencia fue mayor que en las que estaban descentralizadas a nivel estatal o local (como la educación, por ejemplo).

• En las áreas donde la coerción se ejercía de forma más clara, también su impacto en la metrópoli fue mayor (como sucedía con la salud pública, la policía o la administración medioambiental, vital tanto para temas sanitarios como de extracción de recursos).

Conviene tener en cuenta que para imponer medidas sanitarias o de control de consumo de estupefacientes se requiere un fuerte control social, algo totalmente novedoso en la experiencia estadounidense sobre la convivencia entre el individuo y el Estado. Por ejemplo, a nivel policial, la experiencia de pacificación filipina que se extendió por más de una década, desarrolló la capacidad de vigilancia mediante informadores activos, misteriosas organizaciones civiles y agencias gubernamentales de vigilancia. Los oficiales y sus estrategias implementadas en Filipinas viajaron luego a Estados Unidos y fueron esenciales para el desarrollo de su sistema de seguridad durante la I Guerra Mundial, y tras ella, se aplicaron en la lucha anticomunista y la represión del movimiento sindical (McCoy, 2009), sin olvidar las tensiones sociales actuales generadas en torno a determinadas prácticas policiales.

Por otro lado, en lo referente a la defensa nacional, y al ejército en particular, la Guerra con España primero, y la ocupación de Filipinas después, produjeron un cambio sustancial en el modo en que Estados Unidos encaraba su seguridad. Si antes de 1898 el grueso de la defensa nacional dependía de cuerpos de voluntarios bajo las milicias estatales, a partir de entonces, con las novedades introducidas por el secretario de guerra Elihu Root entre 1901 y 1903 (consistentes en la creación de un Estado Mayor centralizado, de un Colegio de Guerra moderno y la expansión del entrenamiento militar profesionalizado), Estados Unidos pasó de un ejército que en exclusiva se dedicaba a la defensa doméstica a dotarse de uno más moderno para controlar su imperio, donde las labores de inteligencia se tornaron imprescindibles (McCoy y Scarano, 2009).

Un cambio que la Liga Anti-Imperialista anticipó y al que se opuso al advertir que el pequeño gobierno al que estaban acostumbrados los estadounidenses aumentaría su tamaño y poder vía un gobierno federal empoderado a expensas del Congreso y los estados y un gran ejército permanente, ambos necesarios para el esfuerzo colonizador pero contrarios al tradicional ethos político estadounidense (Tucker, 2009).

Política Exterior

El nuevo Imperio estadounidense supuso un cambio de estrategia en el uso del poder e influencia global, ya que «las conquistas de ultramar de 1898 fueron, por lo tanto, fundamentales para los Estados Unidos en la transición de un antiguo imperio territorial de colonias y bases a una nueva forma de poder global que separa la defensa militar de las inversiones económicas» (McCoy y Scarano, 2009: 19). El Imperio estadounidense, arquetipo de la segunda revolución industrial, sustituyó en los territorios recién adquiridos al obsoleto modelo colonial español (Cabello, 2023), desarrollando nuevas estrategias que aún hoy continúan aplicándose.

Un ejemplo de estas medidas es el entrenamiento de fuerzas locales para funciones policiales y así descargar a la potencia ocupante de esa responsabilidad. El primer lugar donde Estados Unidos formó a cuerpos indígenas para el control de sus sociedades fue en Filipinas, a través de sus agentes policiales y de los cuerpos de Scouts Filipinos. Por tanto, se pude entender la experiencia colonial filipina como precursora de los actuales acuerdos de seguridad bilateral, ayuda militar y misiones de entrenamiento que son vitales en las relaciones de Estados Unidos con tantos países aliados alrededor del mundo (McCoy, 2009).

Un tejido de relaciones que forma parte esencial de su proyección exterior y que con la ocupación de Filipinas sentó las bases no sólo de su expansión por Asia, sino que mucho más importante, apuntaló su transición de una política exterior de corte aislacionista a otra internacionalista. El Imperialismo Progresivo aplicado en Filipinas sentó las bases de una política exterior enfocada a asegurar no sólo la independencia de Estados Unidos en el mundo, como había ocurrido hasta finales del siglo XIX, sino para lograr un puesto entre las grandes potencias mundiales. Como señala McDougall (1997), por primera vez en su historia, tras su victoria sobre España, unos orgullosos Estados Unidos se comprometieron internacionalmente en causas abstractas como libertad, democracia y justicia, y que un siglo después le conducirían a otras dos ocupaciones de dudosa efectividad.

Nacionalismo

La conquista de un imperio de ultramar transformó el nacionalismo estadounidense ampliando su excepcionalismo a escala internacional. Para los partidarios de la large policy, el expansionismo era un medio para lograr el rearme moral de la República estadounidense (Hopkins, 2018). Dos circunstancias alimentaron el celo colonizador, por un lado, el cierre de la frontera que dio fin a la expansión continental; por otro, el complejo contexto interno derivado de los excesos del capitalismo que hizo aflorar divisiones sociales, rompiendo el orden cívico y comprometiendo el compromiso posterior a la Guerra Civil.

Para T. Roosevelt, Lodge y Beveridge, llevar la misión civilizadora allende las fronteras estadounidenses era un modo de reafirmar lo principios y valores de los Padres Fundadores, acosados internamente por la corrupción y las protestas sociales. Para los expansionistas, Estados Unidos, tras su victoria sobre España, debía cumplir las órdenes divinas para liderar los esfuerzos de regeneración mundial, librando así a pueblos distantes del barbarismo y el salvajismo (Hopkins, 2018; Go y Foster, 2003). De hecho, la expansión de ultramar era vista como el siguiente paso del destino manifiesto que había justificado anteriormente la expansión continental de costa a costa (Immerwahr, 2023).

De ese modo, tras 1898, Estados Unidos se dotó de una retórica legitimadora no sólo para justificar internamente la adquisición de un imperio, sino para mostrar al resto del mundo que su intervencionismo exterior carecía de egoísmo y se realizaba siempre por el bien de la humanidad (un mensaje que se ha repetido desde entonces ininterrumpidamente). Por tanto, si hasta finales del siglo XIX un excepcionalismo introspectivo había servido a Estados Unidos para distinguirse del resto de naciones y proclamar su carácter único, a partir de 1898 al excepcionalismo se le unió un espíritu de grandeza nacional como obligación de liderazgo mundial, cambiando así su rol internacional y sentando las bases de su ascenso a superpotencia.

CONCLUSIONES

La principal lección que podemos extraer de la experiencia imperial estadounidense en Filipinas sería, por tanto, que la globalización, proyectos hegemónicos aparte, es sobre todo interconexión. Con su ocupación de Filipinas, no sólo Estados Unidos vio afectada su evolución institucional, sino que mientras se hacía con un imperio, en la primera década del siglo XX cerca de nueve millones de inmigrantes entraron legalmente al país, en lo que se convirtió en el mayor movimiento migratorio de la historia de la humanidad hasta ese momento (Zimmerman, 2002).

A lo largo de la historia, los imperios han sido fuentes de globalización constante, eso sí, de un tipo de globalización puramente coercitiva. Pero la globalización tiene una vía de doble sentido, por un lado, los pueblos sometidos sufren la influencia del dominio y control de las metrópolis, como le sucedió a Filipinas primero con España y después con Estados Unidos; pero por el otro, en esas mismas metrópolis se originan cambios promovidos por las necesidades derivadas del ejercicio de ese dominio y control sobre pueblos extraños, como hemos comprobado que le sucedió a Estados Unidos.

Como epítome del colonialismo surgido de la segunda revolución industrial, Estados Unidos pronto derivó en un imperialismo más informal, el ejercido de forma indirecta mediante influencias políticas, económicas y militares. Como hemos comprobado, las experiencias vividas en el imperio de ultramar obtenido tras su victoria sobre España en 1898 repercutieron en su evolución, enseñando importantes lecciones que, sin embargo, sus representantes no siempre han tenido en cuenta, como muestran las fallidas ocupaciones de Irak y Afganistán en pleno siglo XXI.

En la ocupación de Filipinas, Estados Unidos se enfrentó por primera vez a un esfuerzo de pacificación, contrainsurgencia y promoción de la democracia a largo plazo, donde los cambios de estrategia repercutieron negativamente en la estabilidad del proyecto. Cuestiones raciales, religiosas y políticas se entremezclaron en su expansión imperial, anticipando muchos de los debates y problemas que surgirían un siglo después, con su dominio sobre Bagdad y Kabul, acerca de los límites y medios de su intervencionismo exterior, confirmándose así la hipótesis de investigación del presente trabajo.

Por todas estas razones la ocupación de Filipinas es trascendental en la historia de Estados Unidos, aunque tradicionalmente haya sido relegada a un segundo plano respecto a Cuba. Qué duda cabe que Filipinas se transformó bajo el dominio estadounidense, pero es indudable también, como se ha tratado de demostrar en el presente artículo, que Estados Unidos vio alterada su evolución como consecuencia de sus esfuerzos colonizadores.

REFERENCIAS

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Cabello, S. Las guerras Kanakas: Fin de la Oceanía española. Guerra Colonial, 13, 2023, 51-66. https://doi.org/10.33732/RDGC.13.96

Beveridge, A. J. La marcha de la bandera. Discurso de campaña electoral del 16 de septiembre de 1898.

Bryan, W. J. Republic or Empire? The Philippine Question. The Independence Company. 1899.

Cox, M., Lynch, T.J., & Bouchet, N. (Eds.). US Foreign Policy and Democracy Promotion: From Theodore Roosevelt to Barack Obama. Routledge. 2013. https://doi.org/10.4324/9780203550373

Go, J. y Foster, A. The American Colonial Satte in the Philippines. Duke University Press. 2003.

Hopkins, A. G. American Empire. A Global History. Princeton University Press. 2018.

Immerman, R. Empire of Liberty. Princeton University Press. 2010.

Immerwhar, D. Cómo ocultar un Imperio. Historia de las colonias de Estados Unidos. Capitán Swing. 2023.

Kramer, P. A. The blood of government. Race, empire, the U.S. and the Philippines. The University of North Carolina Press. 2006.

McCoy, A. Policing America's Empire. The United States, the Philippines, and the Rise of the Surveillance State. The University of Wisconsin Press. 2009.

McCoy, A. y Scarano F., Eds. Colonial Crucible. Empire in the Making of the Modern American State. The University of Wisconsin Press. 2009.

McDougall, W. Promised Land, Crusader State. The American Encounter with the Wolrd since 1776. Mariner Books. 1997.

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Smith, T. America's Mission. The United States and the Worldwidw Strugle for Democracy in the Twentieth Century. Princeton University Press. 1994.

Soberano, R. The American debate on Philippine annexation at the turn of the century, 1898-1900. Asian Studies, 12, 1974, 39-51.

Tucker, S., Ed. The Encyclopedia of the Spanish-American and Philippine-American Wars. ABC-CLIO, 2009.

Zimmermann, W. First great triumph. How five Americans made their country a world power, FSG Books. 2002.

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1 Consultado en https://www.kiplingsociety.co.uk/poem/poems_burden.htm

2 Gobernador republicano de New York, sirvió en la guerra de Cuba al frente de un regimiento como Teniente Coronel, y acompañó a William McKinley en las elecciones de 1900 como candidato a Vicepresidente. Desde la década de 1890, Roosevelt era una de las voces más conocidas del grupo de presión en Washington que abogaba por un papel más activo de Estados Unidos en la política internacional (Tucker, 2009: 552).

3 Senador republicano por Massachusetts entre 1893 y 1924, al igual que Theodore Roosevelt era un ferviente seguidor de las teorías de Alfred Thayer Mahan sobre la modernización de la Marina como instrumento de proyección exterior de Estados Unidos, incluida la adquisición de puntos clave exteriores para ser usados como estaciones de abastecimiento y puestos comerciales (Tucker, 2009: 339).

4 Gobernador republicano de Wisconsin, sirvió como senador durante dos décadas, virando de un apoyo sin fisuras al esfuerzo democratizador de Estados Unidos en el exterior a un completo rechazo del imperialismo estadounidense. Valedor de las causas progresivistas, es considerado como uno de los senadores más importantes de la historia de Estados Unidos (consultado en https://www.senate.gov/senators/FeaturedBios/Featured_Bio_LaFollette.htm).

5 John Lancaster Spalding, cofundador de la Universidad Católica de América, obtuvo fama nacional al ayudar al presidente Theodore Roosevelt a poner fin a la gran huelga del carbón en 1902. Fue una figura muy respetada en Estados Unidos por su defensa del Americanismo y del papel de la educación cristiana como instrumento de mejora humana (consultado en https://www.biola.edu/talbot/ce20/database/john-lancaster-spalding).

6 Nacido en Escocia, se convirtió en el hombre más rico del mundo gracias a su control de la industria acerera en Estados Unidos, país al que había emigrado en 1848. En 1901 vendió su imperio empresarial a J. P. Morgan y se dedicó a actividades filantrópicas hasta su muerte en 1919 (Tucker, 2009: 103).

7 Resultado consultado en https://www.govtrack.us/congress/votes/55-3/s349

8 El Gobierno Civil establecido en 1902 no se pudo iniciar en la provincia de la Montaña, en Luzón, hasta su pacificación en 1903, y en la provincia Mora hasta diez años más tarde, permaneciendo durante esos años bajo jurisdicción militar (Go y Foster, 2003).

9 Posturas sobre la segunda cuestión filipina consultadas en https://philippines.michiganintheworld.history.lsa.umich.edu/s/exhibit/page/the-second-philippine-question

10 Ley de Independencia Filipina del 24 de marzo de 1934, texto consultado en Tydings-McDuffie Law | Philippine Independence Act (philippine-history.org)