Bizarros e ilustrados: tres militares españoles en la guerra de Independencia de México
Bizarre and Enlightened: Three Spanish Soldiers in the Mexican War of the Mexican War of Independence
Sergio A. Vargas Matías
Universidad de Sonora, Hermosillo, México
sergio.vargas@unison.mx
Recibido: 4/04/2024
Aceptado: 17/05/2024
DOI: https://doi.org/10.33732.14.100
Resumen
El presente artículo, expone la actuación de los técnicos criollos Fernando Miyares y Mancebo y Bonifacio de Tosta y Montaño, y el peninsular Valentín de Ampudia Grimarest, quienes fueron enviados a la Nueva España para poner su sapiencia en los ámbitos de la ingeniería y los sistemas de comunicación para poner fin a la insurgencia, misión que si bien puede considerarse como el cenit de la trayectoria de estos hombres al servicio de la Corona española, también constituyó, por sus significativas implicaciones, un punto de inflexión en sus vidas. En este sentido, la revisión de esta etapa en la vida de estos personajes ilustra las complejas circunstancias que enfrentaron aquellos que combatieron contra los independentistas mexicanos en nombre del rey, así como de las disyuntivas que encararon ante el final de un virreinato y el nacimiento de una nación.
Palabras clave: Nueva España, Guerra de Independencia mexicana, Ilustración, Militares.
Abstract
This article presents the performance of the Creole technicians Fernando Miyares y Mancebo and Bonifacio de Tosta y Montaño, and the peninsular Valentín de Ampudia Grimarest, who were sent to New Spain to put their expertise in the fields of engineering and communication systems to put an end to the insurgency, a mission that, although it can be considered the zenith of the career of these men at the service of the Spanish Crown, also constituted, due to its significant implications, a turning point in their lives. In this sense, the review of this stage in the lives of these characters illustrates the complex circumstances faced by those who fought against the Mexican independence fighters in the name of the king, as well as the dilemmas they faced at the end of a viceroyalty and the birth of a nation.
Keywords: New Spain, Mexican War of Independence, Enlightenment, Military.
Esta obra está bajo una licencia internacional Creative Commons Atribución-CompartirIgual 4.0. CC BY
INTRODUCCIÓN
Sin lugar a duda, uno de los acontecimientos que mayores debates genera en torno de la historia de México es la guerra de Independencia. Desde hace décadas, numerosos investigadores han abordado el estudio de la gesta desde diferentes perspectivas, entre las cuales ha prevalecido la que se conoce como la «historia de bronce», es decir, una mirada subordinada al interés del Estado en fortalecer la identidad nacional, exaltar los valores cívicos y favorecer la cohesión social, en concordancia con el programa ideológico del régimen de la Revolución1.
En consecuencia, el estudio del alzamiento independentista se enfocó en la vida y obra de los «grandes hombres» que lideraron a las fuerzas rebeldes en su afán de vencer al ejército realista. Por tal motivo, se privilegió el aspecto ideológico de la lucha y las reivindicaciones sociales plasmadas en las proclamas de Hidalgo y Morelos, así como la labor desempeñada por las sucesivas juntas y congresos nacionales que, en las distintas etapas de la conflagración, trataron de insuflarle un sentido político a la revuelta; todo ello, aderezado con el recuento de las principales batallas y las hazañas de los héroes que nos dieron «patria y libertad».
Dicha visión, dejó de lado a los otros grandes protagonistas del conflicto: los realistas, es decir, los criollos y europeos que, encuadrados en las diferentes agrupaciones del ejército y las milicias combatieron en nombre de la Corona española y que, debido al sesgo nacionalista de la historiografía referente a la revolución de Independencia, han sido sistemáticamente ignorados2, salvo por aquellos trabajos dedicados a personajes como Félix Ma. Calleja (Ortiz Escamilla, 2017) y José de la Cruz (Hernández Galicia, 2011); y sobre todo, los referentes a quienes como Pedro Celestino Negrete (Olveda, 2022), Anastasio Bustamante (Andrews, 2018) y Antonio López de Santa Anna (Fowler, 2010) abandonaron la causa de Fernando VII y abrazaron el Plan de Iguala.
Todo ello, contribuyó a la asunción de una narrativa un tanto distorsionada, en la cual prevaleció una concepción maniquea, apenas disimulada, de los actores que tomaron parte en los acontecimientos, que por las mismas razones difuminó –e incluso, muchas veces invisibilizó–, numerosos aspectos de un proceso complejísimo y multidimensional que, en consecuencia, muchas veces quedó reducido a un relato de corte teleológico, simplificado y plasmado en blanco y negro.
Quizás por ello, salvo por ciertos episodios puntuales como la expedición de Xavier Mina, el lapso que transcurre desde la ejecución de Morelos hasta el alzamiento de Iturbide han sido escasamente abordados, tal como ocurrió con los escenarios del conflicto, pues siguiendo la misma lógica, la mayor parte de las investigaciones dedicadas al proceso independentista se centraron en los acontecimientos y operaciones bélicas sucedidas en El Bajío, espacio donde actuaron los principales jefes insurgentes3.
En este sentido, este artículo pretende contribuir de forma sustantiva al Estado de la cuestión, con base en la información localizada en múltiples repositorios documentales y cartográficos de México y España, donde se consultó una ingente cantidad de materiales, muchos de ellos inéditos, con el objetivo de lograr una aproximación más cercana a quienes lucharon contra la insurgencia, personajes que si bien son apenas conocidos, contribuyeron de distintas maneras al triunfo de las tropas realistas, pese a lo cual, sus vidas se vieron irremediablemente afectadas por el dramático curso de los acontecimientos.
Las guerras de Independencia
Tras la ocupación francesa de España, los virreinatos americanos se vieron sacudidos por la inestabilidad política derivada de la usurpación del trono de los borbones por parte de Napoleón (mayo de 1808), situación que, en apenas unas semanas, derivaría en la guerra de Independencia ibérica, y luego, en una lucha generalizada por la emancipación de las posesiones hispanas en el Nuevo Mundo. Aunque las autoridades coloniales intentaron sofocar estos alzamientos con sus propios medios, fue poco lo que pudieron hacer debido a la falta de recursos y el escaso apoyo de la metrópoli.
En consecuencia, en los años siguientes, partieron de la península numerosos contingentes con la misión de restablecer el orden en los territorios hispanos allende el Atlántico, varios de los cuales fueron enviados a la Nueva España. Así, de acuerdo con Archer (2005) y Marchena (2008), entre 1812 y 1819, llegaron al virreinato mexicano diversos cuerpos expedicionarios de composición variopinta, pues estaban integrados por hombres reclutados por leva, delincuentes o infractores menores, y en algunas ocasiones, por militares de carrera, muchos de ellos curtidos en la lucha contra los franceses.
Al respecto, cabe señalar que las tropas que combatieron a los rebeldes en México en la etapa inicial de la rebelión, estaban conformadas con unidades inexpertas, comandadas por jefes de edad avanzada, que «a toda costa evitaban el peligro del combate en el que una derrota [...] podía destruir su reputación militar» (Archer, 2005: 142). Por ello, la llegada de los cuerpos expedicionarios representó un cambio cualitativo en el curso del conflicto, pues su participación fue uno de los factores que inclinó la balanza a favor del ejército del rey.
EL GUERRERO BENEVOLENTE
Fernando Miyares y Mancebo nació el 2 de junio de 1780 en Caracas, Venezuela4, y murió el 26 de septiembre de 1821, probablemente en Badajoz, España. Fue hijo del destacado mariscal de campo venezolano Fernando Antonio Vicente Miyares Pérez (1749-1819), quien a lo largo de 40 años desempeñó diversos cargos al servicio del Imperio español, entre los cuales destaca el de haber sido el último capitán general y gobernador de la provincia de Venezuela; en todos ellos, Miyares Pérez fue reconocido por su «eficacia, buen orden, celo y habilidad» (Berbesí de Salazar, 2014).
La madre de Miyares y Mancebo, fue la cubana Inés Mancebo Quiroga (1750-1832), ampliamente conocida por su amistad con la familia de Simón Bolívar a quien, según la sabiduría popular, amamantó y cuidó en su más tierna infancia, lo cual le granjeó el cariño de “El Libertador”, a tal grado que, en cierta ocasión, éste intervino para que se le devolvieran los bienes que le habían sido confiscados por orden del gobernador de Barinas, Manuel Antonio Pulido5.
En octubre de 1791, Fernando ingresó en el Seminario de Patriótico de Vergara6, institución educativa de vanguardia fundada por la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, en la que estudiaban tanto los vástagos de la nobleza del País Vasco como los hijos de los personajes más destacados del funcionariado, las fuerzas armadas y los intelectuales, entre los que no faltaban numerosos herederos de las élites criollas (Chaparro Sainz, 2011).
Casi un año después, el venezolano se incorporó al Regimiento de Infantería de León, donde alcanzó el grado de teniente 2º. Posteriormente, ingresó en el Real Cuerpo de Ingenieros como ayudante, hasta ser nombrado como 1er capitán. Sus primeras intervenciones en combate ocurrieron en la Guerra del Rosellón (1793-1795). Tras la ocupación de la península, Miyares luchó en diferentes frentes contra los franceses, y fue herido de gravedad en la batalla de Espinosa de los Monteros en 1808, lo que no impidió regresar a la lucha tras recuperarse de sus heridas. Así, se distinguió en numerosas acciones contra el enemigo, por lo cual fue recomendado a Las Cortes en cinco ocasiones7.
Por su don de mando y destreza en el combate, Miyares recibió distintos cargos, hasta ser designado cuartel maestre y mayor general de infantería y caballería del 2.º ejército de operaciones; sin embargo, en noviembre de 1814, pidió separarse de ambos cargos para trasladarse a Guatemala. Por ello, viajó a Cádiz, donde permaneció en espera de un momento propicio para hacerse a la mar. Empero, a principios de abril de 1815, se le ordenó comandar la expedición pacificadora enviada por Fernando VII para exterminar los movimientos independentistas.
Las fortificaciones realistas del Camino Real de Veracruz
Tal como lo especificaban sus instrucciones, desde su llegada a tierras veracruzanas Miyares se dedicó a estudiar la manera de contrarrestar el dominio que los rebeldes ejercían en el Camino Real. En consecuencia, propuso ocupar los puntos de El Encero, Cerro Gordo, Plan del Río, El Órgano, Cuesta de la Calera y el Puente del Rey, así como los de Santa Fe, el puente de San Juan y La Antigua; sin embargo, luego de pensarlo más detenidamente, ordenó establecer los destacamentos en El Encero, Plan del Río, Puente del Rey y La Antigua, ya que en el resto de las posiciones faltaba el agua y era muy difícil proveer a las guarniciones de forma adecuada. Enterado de que los torrenciales aguaceros que caían en época de lluvias podían inutilizar el último tramo de la ruta principal, el venezolano resolvió ocupar también las posiciones de San juan y los llanos de Santa Fe.
Aunque en un primer momento Miyares calculó que se requeriría de unos 800 hombres para cubrir todos los puestos, luego consideró que únicamente sería necesaria la mitad de dicho número, siempre y cuando los bastiones se edificaran según lo prescrito por el francés Marco Renato Montalembert, sistema con el cual se había hecho el fortín de Órdenes Militares en Plan del Río8.
Es de suponer que, gracias a su experiencia en las guerras contra Francia y su formación en el Cuerpo de Ingenieros, Miyares había tenido la oportunidad de conocer de primera mano las innovaciones planteadas por Montalembert, mismas que, puede inferirse, consideró apropiadas para al tipo de conflagración que se desarrollaba en la Nueva España.
Una vez aceptado el plan de Miyares por el alto mando, se inició a la construcción de los reductos, si bien hasta donde se sabe, sólo el fortín de Plan del Río fue hecho de acuerdo con los postulados de Montalembert, por lo que es posible que este inmueble sea el único bastión de la Nueva España –y tal vez de América– construido bajo los preceptos del sabio francés.
Así, en las semanas posteriores se estableció el fortín de El Encero, construido en una venta cercana a la hacienda del mismo nombre, cuyas piezas se modificaron para albergar una guarnición de 20 hombres. Además, para reforzar la posición, se le añadieron al inmueble un medio baluarte y dos parapetos, y se habilitó como parapeto un horno contiguo, con el fin de que ambos puestos se defendieran mutuamente.
En los alrededores del Puente del Rey, Miyares erigió dos reductos: el primero, tomando como base las fortificaciones levantadas por los insurgentes –emplazamiento al que dio el nombre de Atalaya de la Concepción–, mismas que perfeccionó con la adición de un parapeto, un foso y una torre para la colocación de un telégrafo óptico.
En el cerro opuesto, el venezolano dispuso la edificación de otro bastión, al que nombró «Fernando VII», con el propósito de que éste y la atalaya cubriesen con sus fuegos el uno al otro. Este fortín era un recinto simple, que Miyares consideraba provisional, pues en su opinión la reducida planta del edificio debía ampliarse lo suficiente como para levantar en su interior algunos barrancones para la tropa y un depósito de municiones.
Más allá de sus habilidades técnicas, son varias las causas que explican el éxito logrado por Miyares en tierras novohispanas, sobre todo si se le compara con los jefes que le precedieron: en primer término, la facultad que le concedió Calleja para actuar según le pareciera; en segunda instancia, su buena relación con el ayuntamiento xalapeño, principal sostén financiero del ejército virreinal en la zona; su don de mando, y sobre todo, la clemencia con la que se comportaba con los pobladores de la comarca, a quienes trataba con «consideraciones hasta entonces desusadas» (Rivera Cambas, 1869: 515-516)9.
Pese a sus éxitos, el venezolano también sufrió como todos los rigores de la guerra, ya que además de las tareas propias de su profesión, también debió ocuparse del gobierno político y militar de la provincia (diciembre de 1815)10, lo que sumó un incontable número de actividades y pendientes a su ya de por sí ajetreada jornada laboral. Además, la humedad y el calor de Veracruz agravaban las dolencias que padecía como resultado de las lesiones que tenía en el pecho, como resultado de un enfrentamiento contra los insurgentes en las inmediaciones de Tlacolulan (Ortiz Escamilla, 2008: 222).
Por si lo anterior no fuera suficiente, hay que agregar que, durante su estancia, Miyares tuvo oportunidad de examinar las aptitudes de buena parte de la oficialidad novohispana, evaluación cuyos resultados fueron muy poco favorables, pues quedaron al descubierto muchos de los vicios, errores y abusos de los que adolecían muchos de los jefes realistas cuyo mediocre desempeño perjudicaba de manera determinante los esfuerzos de la Corona para terminar de una vez por todas con la rebelión.
Por tanto, en febrero de 1816 Miyares recomendó una reforma general del ejército virreinal, con el propósito de reestructurar los distintos cuerpos que lo componían con los mejores hombres disponibles, repatriando a España a todos los oficiales que no fueran necesarios, «deshaciéndose de los que pueda haber que no estén en estado de servir por sus achaques, edad avanzada o ineptitud, sin pararse mucho en las solicitudes que los que se hallen en cualquiera de estos tres casos hagan por permanecer en el servicio, por las consecuencias que es bien obvio el deducir».
En su informe, el venezolano lamentaba que a pesar de lo dilatado del conflicto, hasta ese momento no se había elaborado un plan general de operaciones que guiara la actuación de los distintos mandos –lo que puede interpretarse como un velado reproche al desempeño de Calleja–, por lo que según él cada jefe actuaba de acuerdo con sus propias ideas y conveniencias, lo que limitaba el impacto de los triunfos conseguidos por las fuerzas españolas, justo cuando se estaba tan cerca de conseguir la victoria final11.
Aunque no se tiene constancia de las reacciones del estamento militar a las fuertes críticas hechas por Miyares, cabe inferir que, de conocerlas, seguramente causaron un profundo malestar entre los comandantes novohispanos, quienes a su vez miraban la exitosa actuación del venezolano con recelo, sobre todo al contrastarla con los mediocres resultados logrados por ellos12. Como haya sido, lo cierto es que, a las pocas semanas de haber presentado su evaluación, Miyares entregó el mando de la plaza de Veracruz a José Dávila13.
A su salida, las obras del camino militar quedaron a cargo del teniente coronel Manuel Rincón, personaje que junto con su hermano José había colaborado estrechamente con el venezolano, tanto en sus campañas militares como en la construcción de las fortificaciones que se hicieron durante su corta estancia en tierras veracruzanas14.
Hay que mencionar que pese a los halagüeños pronósticos de Miyares acerca de la durabilidad de los edificios, al poco tiempo los comandantes de las guarniciones debieron solicitar de forma urgente recursos para la reparación de los inmuebles, pues éstos presentaban daños estructurales ocasionados por las continuas lluvias que asolaban la región y quizá, por la premura con la que fueron edificados15.
Tras abandonar la Nueva España, Miyares fue nombrado jefe de brigada de la división territorial de Extremadura (marzo de 1817), de cuyo mando dimitió apenas unos meses después (agosto), a causa de las secuelas producidas por las lesiones sufridas en México, mismas que lo obligaron a permanecer inactivo hasta marzo de 1820, cuando tras el restablecimiento del régimen constitucional, Fernando VII lo designó gobernador de la plaza de San Sebastián, cargo que finalmente no ocupó pues unos días más tarde fue enviado a Extremadura.
Al llegar allí, el capitán general de la provincia nombró a Miyares comandante general de las tropas de todas las armas estacionadas en Badajoz, labor que desempeñó cumplidamente, aunque sólo por un breve tiempo, pues unas cuantas semanas más tarde, se ordenó la disolución de aquellas fuerzas, con lo cual, la dilatada carrera de Miyares en el ejército español llegó a su fin16.
EL INVENTOR POLIFACÉTICO
Bonifacio de Tosta y Montaño nació en Guatemala, en 1781. Fue hijo de María Josefa Sánchez-Montaño (1747) y Pedro José Tosta Hierro (1742), quien se desempeñó como fiscal del crimen en la Audiencia de Guatemala entre 1778 y 1788, año en que el funcionario fue ascendido a fiscal de lo civil, cargo que, sin embargo, desempeñó por muy poco tiempo, pues falleció ese mismo año17.
Tras el fallecimiento de don Pedro, la familia Tosta decidió regresar a España, sin embargo, doña María Josefa murió súbitamente en La Habana, por lo que los huérfanos quedaron bajo la tutela de Bartolomé Cabello, quien en los años siguientes los apoyó para que ingresaran en las fuerzas armadas (González Guardiola, 2020: 131).
Desde su niñez, Bonifacio mostró interés en la navegación, por lo que en cuanto alcanzó la edad requerida, viajó a España para solicitar su ingreso en la Real Armada. Así, en 1797 fue destinado a Cádiz como guardiamarina; luego, gracias a su dedicación y esmero, fue promovido a alférez de fragata en 180018.
En ese cargo, el marino inició sus estudios en el campo de la telegrafía óptica19, al tiempo que cumplía diversas comisiones al servicio de las armas del rey, participando en numerosos enfrentamientos contra los ingleses, hasta que en marzo de 1806 recibió órdenes para servir en batallones; al poco tiempo se embarcó en el navío San Fulgencio, como miembro de la escuadra comandada por Juan Ruiz de Apodaca.
Durante la guerra de Independencia española, el guatemalteco tomó parte en varios combates contra los franceses e incluso asistió a la rendición de la escuadra del almirante Rosilly en junio de 1808. Fue en este periodo cuando tuvo oportunidad de conocer de primera mano el sistema de telégrafo marino diseñado por el británico Home Riggs Popham, a partir del cual desarrolló el suyo (De Paula Pavía y Pavía, 1874: 331-332).
En 1807, Tosta realizó un ensayo de sus telégrafos marítimo y terrestre ante Ruiz de Apodaca, entonces comandante de la escuadra del Océano; aunque la prueba fue exitosa, el futuro virrey de la Nueva España sugirió algunas mejoras al sistema de códigos para agilizar los mensajes entre las embarcaciones y las torres en tierra firme. Hechas las modificaciones, Apocada recomendó al alto mando la adopción del invento del marino, pues «llena todas las ideas que se ha propuesto para el bien del servicio de S.M., y los juzgo digno del aprecio [...] y de las gracias que el Rey Nuestro Señor tenga a bien dispensarle».
Al poco tiempo, el guatemalteco viajó a Perú, donde radicó entre 1808 y 1809. Ahí, perfeccionó su telégrafo terrestre con tan buena fortuna que el virrey Abascal se interesó en establecer una línea de semáforos para «la pronta comunicación de noticias y avisos que puedan ofrecerse»; empero, Tosta declinó el ofrecimiento, pues deseaba regresar a la metrópoli, por lo que se le pidió que hiciera un modelo a escala de su creación para evaluar la viabilidad del proyecto.
Hecho lo anterior, quedaron demostrados los beneficios del dispositivo, no sólo por la velocidad con la que transmitía los mensajes, sino por los ahorros que suponía su bajo costo en comparación con la constante erogación que representaba el pago de los sueldos de los vigías que custodiaban los caminos y costas20.
En vista del éxito de sus artefactos, en agosto de 1809, el alto mando le ordenó ir a Sevilla para poner en funcionamiento su sistema de telégrafo marítimo (De Paula Pavía y Pavía, 1874: 333), cuyo procedimiento «original e ingenioso» superaba al de Popham, «dado a luz en 1803 [...] que inmediatamente adoptaron casi todas las Marinas» (Fernández Duro, 1903: 381); tantas ventajas ofrecía el método del marino que incluso el gobierno español decidió publicarlo a sus expensas, por lo que el guatemalteco dedicó seis meses a la redacción, corrección e impresión del texto, mismo que tuvo una amplia difusión tras ser presentado en 181021.
Con todo, la notoriedad lograda por Tosta no fue suficiente para eximirlo de sus deberes militares, por lo que en julio de ese año viajó a La Habana y luego a Veracruz (De Paula Pavía y Pavía, 1874: 333) para instalar una línea telegráfica entre México y Veracruz; empero, ante el estallido del alzamiento independentista22, fue enviado a El Bajío para enfrentar a los insurgentes comandados por Hidalgo y Allende, distinguiéndose particularmente en la acción de Aculco, al lado de Félix María Calleja (Hernández y Dávalos et al, 2007: 7), la toma de Guanajuato, en noviembre de 1810 (Beristáin de Souza, 1821: 222), y la batalla de Puente de Calderón (enero de 1811), a las órdenes de Ramón Díaz de Ortega (Calleja, 1811: 38).
Al volver la ciudad de México, el guatemalteco escribió al virrey Venegas para insistir en la necesidad de edificar una línea de telégrafos ópticos «desde esta capital a Veracruz, pasando por Puebla y Xalapa», cuya instalación podrían costear los comerciantes novohispanos, quienes, en su opinión, serían los más beneficiados por la obra. Para que el virrey pudiera despejar cualquier duda en cuanto a la viabilidad de su propuesta, el marino se ofreció a:
dirigir la construcción de los dos primeros para que ejecutándose los ensayos y presentándolos [para que] vuestra excelencia quede satisfecho de su veloz ejecución y utilidad sabiéndose a cuánto ascenderá su costo y sirvan de modelo para hacer los demás en época favorable que vuestra excelencia determine23.
Según parece, la delicada situación por la que atravesaba el gobierno colonial impidió la concreción del plan, por lo que el guatemalteco marchó entonces a Zacatecas, donde inventó una máquina para sustituir los malacates que se usaban en las minas24. Como recompensa a sus méritos, el ya experimentado militar fue ascendido a teniente de navío en febrero de 181225.
Al año siguiente, Tosta solicitó a Calleja –quien había sido designado Jefe Político Superior del virreinato– que le concediera el mando del apostadero de San Blas, argumentando en su favor los «18 años» de servicio que tenía en la Marina. Hay que recordar que el marino había servido a las órdenes del conde de Calderón en diversas campañas contra los insurgentes, por lo que éste no tuvo reparos en autorizar su traslado, aunque la cuestión de su ascenso quedó en suspenso, en espera de la resolución de la Regencia26.
Meses después, al ver que su solicitud no era atendida, el inquieto guatemalteco pidió que se le confiriera el cargo de administrador de la Aduana de Veracruz o bien, que se le promoviera a capitán de fragata para asumir así la capitanía del puerto; o en su defecto, que se le nombrara comandante del apostadero de San Blas27, donde radicó en algún momento, si bien no se tiene certeza por qué motivo o con cuál cargo28.
Al poco tiempo, con la llegada de la «expedición pacificadora» enviada por Fernando VII para recuperar el control del Camino Real de Veracruz, Tosta se vio ante la oportunidad de llevar a cabo su proyecto telegráfico, ya que, entre las tareas encomendadas a su comandante, el venezolano Fernando Miyares y Mancebo, estaba la de instalar una línea de telegrafía óptica en el trayecto Xalapa-Veracruz, con la posición del Puente del Rey como punto intermedio29.
Enterado de los amplios conocimientos del marino en la materia, Miyares lo comisionó para que supervisara la fabricación de los semáforos, misión que el guatemalteco desempeñó de manera eficiente, «no perdonando fatiga ni trabajo», entre noviembre de 1815 y mayo de 181630. Así, se fabricaron cuatro aparatos31 que primero se pensó situar en el cerro de Macuiltépetl, Cerro Gordo, Plan del Río y la Cuesta de la Calera, pero luego se decidió colocar en la Atalaya de la Concepción –donde se erigió una pequeña torre–, La Antigua, Loma Criolla y el fuerte de San Juan de Ulúa32.
Desafortunadamente, la partida del venezolano (1816) impidió la concreción del proyecto, por lo que Tosta viajó a La Habana, tal vez con la idea de regresar a España; no obstante, en la isla se reencontró con un viejo conocido: Juan Ruiz de Apodaca, quien poco después sería enviado al virreinato mexicano para sustituir a Félix María Calleja. Como ya se dijo, Apodaca conocía los artilugios del marino y estaba convencido de su valía, por lo que no es de sorprender que lo invitara a acompañarlo a la Nueva España para instalar una línea de Xalapa a Veracruz33.
Los telégrafos: segunda llamada
Tras su llegada, Tosta dedicó sus esfuerzos a tratar de establecer la línea proyectada; sin embargo, diversos factores impidieron su concreción: en primer término, la imposibilidad de los consulados de México y Veracruz para financiar el proyecto, debido a que en los años previos a la guerra, ambos entes se habían embarcado en la construcción del moderno Camino Real, lo que había agotado sus caudales, situación que se había agravado de forma alarmante como resultado de la constante interrupción de las comunicaciones y el consecuente declive del comercio.
Por si fuera poco, el guatemalteco también enfrentó la falta de materiales y artesanos competentes para la fabricación de las piezas, y sobre todo, la pertinaz resistencia de los funcionarios y comandantes de la región para proporcionarle los apoyos económicos y humanos para la construcción de los telégrafos y los edificios para su instalación. Por ello, únicamente se colocó uno de los aparatos en Xalapa, en el cerro de Macuiltépetl, pues si bien luego se erigieron tres torres en Pajaritos, Corral Falso y Cerro Gordo, el proyecto quedó inconcluso, tanto por la falta de recursos como porque ya en aquel momento, se creía que la insurgencia había sido exterminada; así, de acuerdo con Apodaca:
Las provincias de Puebla, Oaxaca y Veracruz continúan en el feliz estado de pacificación que expresan mis anteriores partes, […] se transitan libremente los caminos, se cultivan los campos, se ejerce el tráfico y la industria y sus habitantes viven con la misma confianza que antes de la rebelión» (Fowler, 2010: 73).
Un año más tarde, tras el pronunciamiento de Agustín de Iturbide y la subsecuente capitulación de Xalapa (junio de 1821), los trigarantes se adueñaron de los instrumentos y materiales que durante tanto tiempo –y tan celosamente– habían sido resguardados por el marino (Ortiz Escamilla, 2008: 35), con lo que el proyecto quedó definitivamente cancelado.
Con el correr de los meses, fue evidente el grado de apoyo concitado por el alzamiento de Iturbide y la imposibilidad de las escasas fuerzas españolas desplegadas en el virreinato para contener el avance del ejército de las Tres Garantías, lo que seguramente no pasó desapercibido para el guatemalteco, quien al igual que otros destacados militares realistas –por ejemplo José Antonio de Andrade (Archer, 2005: 273) y Antonio López de Santa Anna– decidió «pasarse» a las filas mexicanas en compañía de su hermano José María (Secretaría de Marina, 2012: 181).
A la vista de sus tratos con los rebeldes, Tosta fue dado de baja de la Armada española en abril de 1822, dando fin a sus más de 25 años al servicio de la Corona34. Al año siguiente, Iturbide lo designó gobernador de California, mandato que al parecer sólo ejerció por unos días (Bancroft, 1885: 484), aunque hay quien dice que ni siquiera llegó a tomar posesión del cargo (Río, 2009: 127) debido a la oposición de los habitantes de aquella jurisdicción (Cázares Aboytes, 2018: 132).
Aunque no están claras las razones de Agustín I para conferirle un cargo de tal envergadura, es probable que en el ánimo del vallisoletano haya pesado de forma decisiva la habilidad demostrada por el marino para reunir los fondos necesarios para el pago del préstamo de las fuerzas iturbidistas durante su estancia en Guadalajara (Bancroft, 1885: 485).
Como haya sido, lo cierto es que durante los años siguientes el guatemalteco fue lo suficientemente inteligente para «navegar» en las aguas de los caóticos años que siguieron a la proclamación de la Independencia. Así, logró alcanzar un respetable estatus como comerciante que le dio una nombradía que se extendió a su familia35 y se consolidó aún más cuando su hija María Dolores se casó «a la edad de 18 años con uno de los personajes más complejos y discutidos de la historia mexicana del siglo XIX, Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna» (Leonardini Herane, 2017: 57)
Finalmente, tras una dilatada estancia en el virreinato, Bonifacio de Tosta y Montaño falleció el 12 de febrero de 1828 en la ciudad de México, a los 47 años de edad36, sin poder ver jamás cristalizado su sueño de poner en funcionamiento la línea de telegrafía óptica entre la capital y el puerto de Veracruz, tecnología que apenas dos décadas más tarde quedaría obsoleta por la llegada del telégrafo electromagnético, establecido en nuestro país, paradójicamente, por el español Juan de la Granja (Pérez, 1904: 66).
EL TÉCNICO SIN FORTUNA
Valentín de Ampudia y Grimarest nació en Cartagena de Levante en 1789. Descendiente de un linaje de militares por ambas ramas37, sus padres fueron el ingeniero Francisco de Ampudia Valdés García y Emmanuelle Valentine Legallois Grimarest Oller. Tuvo varios hermanos, entre los que destaca Pedro de Ampudia, quien, tras la emancipación de la Nueva España, sería gobernador de los estados de Tabasco (1843-1844), Nuevo León (1846 y 1853-1854) y Yucatán (1855).
Ampudia inició su andar en las armas españolas en los tercios de infantería en Texas; luego, se desempeñó como ingeniero voluntario por más de tres años en La Habana, lapso en el que enfocó sus esfuerzos al estudio de las matemáticas. Gracias a ello, en octubre de 1808 la Junta Superior de Extremadura le concedió el ingreso en el Real Cuerpo de Ingenieros, donde sirvió los años siguientes, hasta que fue hecho prisionero por los franceses en Badajoz (marzo de 1811).
No obstante, Ampudia consiguió fugarse y viajó a Cádiz, donde se integró a las fuerzas que defendían la Isla de León. Desde fines de 1812 permaneció en Andalucía, hasta que en marzo de 1815 se le ordenó partir a Nueva España. Sin embargo, pasaría un año hasta que por fin pudo embarcarse a su nuevo destino. A lo largo de todo ese tiempo, Ampudia se distinguió por su celo, participando activamente tanto en las tareas propias de su profesión como en el combate, por lo cual se le otorgaron varias preseas y reconocimientos.
Proyectos, planes y obras
La llegada de Ampudia al virreinato mexicano se dio en un momento en el que la rebelión parecía amainar, por lo que Félix María Calleja aprovechó la ocasión para establecer una línea de fortificaciones en el tramo Ciudad de México-Puebla del Camino Real, con el propósito de asegurar la comunicación entre ambas ciudades y controlar las zonas aledañas al recorrido, donde se producían granos, pulque y otros insumos que proveían a la capital. Por ello, Calleja le ordenó a Ampudia que fortificara la Venta de Córdova, y supervisara los trabajos en las ventas de Río Frío y Texmelucan, que se acondicionaron para alojar tropas.
Unos meses después, debido a que desde el fallecimiento del mariscal de campo y director subinspector Miguel Constanzó la comandancia del Real Cuerpo de Ingenieros se hallaba acéfala, los documentos y planos pertenecientes a dicha agrupación le fueron entregados a Ampudia, quien, a su vez, solicitó que se le reconociera como comandante del cuerpo38. No obstante, a pesar de los méritos del ingeniero, el nombramiento recayó en el coronel Juan Camargo y Cavallero, quien había trabajado estrechamente con Constanzó en las obras de fortificación del puerto de Veracruz39.
Al respecto, cabe resaltar que para entonces, además de las obras de fortificación del camino México-Puebla, Ampudia había asumido la responsabilidad de atender diversas obras en la ciudad de México, como la reparación de las garitas de La Candelaria, San Lázaro, Vallejo y San Cosme40, la construcción de una fortificación de campaña para proteger los reales almacenes de pólvora que se localizaban en la parte posterior del bosque de Chapultepec41, y diversos arreglos menores en el presidio de Santiago42, así como algunas reparaciones en la garita de Peralvillo43, trabajos por los cuales, es posible suponer que el ingeniero se sentía con los méritos suficientes para hacerse de la dirección de la agrupación.
Entre los numerosos materiales cartográficos elaborados por Ampudia o en colaboración con alguno de sus colegas, cabe mencionar los croquis del fuerte de La Palmilla y de los terrenos de Tomatlán; los planos de la hacienda fortificada de La Zanja, el Lago de Chapala, las fortificaciones de Tepexí de la Seda y el campamento de Tlachichilco (1817), el fuerte de Xauxilla, el tendedero de Antón Lizardo y el puerto de Guaymas (1818), así como los de las bahías de Galveston y San Fernando (1819), entre muchos otros (Manso Porto, 1997: 54, 61, 93, 105, 110 y 123-126).
Sin embargo, para Ampudia, la oportunidad de ascender a la jefatura del cuerpo no tardó demasiado en llegar: un año después, en enero de 1818, por orden de Fernando VII44, Camargo se embarcó rumbo a España, dejando en su lugar al ingeniero, quien recibió el nombramiento oficial como director del Real Cuerpo de Ingenieros por parte del virrey al mes siguiente45. A pesar de lo anterior, Ampudia resintió la falta de cooperación de algunos de los comandantes de la tropa destinada a los trabajos de fortificación, cuyos efectivos se ocupaban de vigilar a los trabajadores, y en ocasiones, debían tomar parte directa en dichas labores.
Según parece, a ciertos comandantes les molestaba estar subordinados a las órdenes de los ingenieros, por lo que se quejaban continuamente, e incluso, incurrían en actos de insubordinación; por tal motivo, Ampudia le escribió a Apodaca para pedirle que interviniera46. Pese a la sorpresa que le causó al virrey una solicitud tan inusitada, Apodaca le otorgó su apoyo al ingeniero47. En marzo de 1819, Ampudia solicitó, por intermediación del virrey Apodaca, que le fuera concedido el grado de teniente, petición que fue rechazada en septiembre del mismo año por el rey Fernando VII48.
A la decepción anterior, se sumó el hecho de que, pese a su diligencia, Ampudia fue destituido del mando del cuerpo de ingenieros49 agrupación que quedó bajo la responsabilidad del teniente Juan Soriats50. No obstante, Ampudia continuó gozando de la confianza del virrey Apodaca, quien siguió tomando en cuenta la opinión del ingeniero con relación a los planes y proyectos de fortificación planteados para la defensa de las costas de Veracruz51.
A finales de octubre de 1819, con la disminución de las actividades insurgentes, Ampudia pudo darse un respiro de sus extenuantes labores para contraer matrimonio con la guatemalteca Rafaela Bataller, hija de Miguel Bataller, auditor de guerra y oidor de la Real Audiencia. El enlace se celebró en el Santuario de Nuestra Señora de la Soledad del Campo Florido. Dada la prosapia de la familia de la novia, y que las amonestaciones conciliares corrieron a cargo del propio arzobispo, es de suponer que, para entonces, el ingeniero había alcanzado un alto estatus en el seno de la sociedad novohispana.
Es de suponerse que, en los meses siguientes, el ingeniero continuó dedicados a sus labores, como hombre de confianza de Apodaca. Por ello, se entiende que estuviera a su lado cuando estalló la rebelión encabezada por Agustín de Iturbide, que como se sabe, en unas cuantas semanas logró sublevar a la mayor parte de las provincias novohispanas, con lo cual, rápidamente puso sitio a la Ciudad de México. Así, en marzo de 1821, ante la posibilidad de una incursión del ejército Trigarante, Apodaca le pidió a Ampudia que fortificara la garita de Belén, obra que seguramente fue la última realizada por el ingeniero en América52.
En septiembre, ambos contendientes celebraron un armisticio con miras a encontrar la manera de poner fin al conflicto; para evitar cualquier incidente entre sus tropas, se decidió delimitar sus respectivas posiciones, para lo cual ambos bandos nombraron a dos comisionados, tarea que recayó en Ampudia.
Al poco tiempo, pese a su notoria aversión a la empresa insurgente, Ampudia decidió adherirse al movimiento Trigarante, quizás porque ante la debacle de la administración virreinal, avizoró posibilidades de crecimiento en el nuevo gobierno. Consumada la Independencia, Ampudia se integró al cuerpo de técnicos al servicio de la joven nación53, en compañía de dos hermanos suyos que habían llegado al país como parte de la comitiva del malogrado Juan O´Donojú (Marley, 2014: 22).
Sin embargo, ya para entonces el ingeniero manifestaba una «fuerte debilidad de nervios», por lo que, en octubre de 1821, pidió a sus superiores que le abonaran el importe correspondiente a su salario y el de sus hermanos, con el propósito de hallar un remedio para sus males54. Para su desdicha, sus reclamos no fueron atendidos, a pesar de la intervención del propio Iturbide55.
Es posible que preocupaciones causadas por el convulso escenario político de la época, aunadas a las dificultades para cobrar sus emolumentos, hayan agravado su inestabilidad emocional, por lo que, en mayo de 1822, Ampudia solicitó permiso para trasladarse a La Habana56, ciudad en la que como ya se dijo, se había formado con ingeniero57. A juzgar por los hechos, es evidente que más que restablecer su salud mental, lo que Ampudia pretendía al viajar a Cuba para poder regresar a España sin levantar sospechas y no ser acusado de traición.
Según parece, Ampudia permaneció en La Habana apenas lo necesario para preparar su salida a Cádiz, a donde llegó en enero de 182358. Días después, se presentó ante las autoridades españolas, para solicitar su reingreso al ejército y que se le reconociera el grado de coronel que según declaró, le había conferido el autoproclamado virrey Francisco Novella59. Para su mala fortuna, Ampudia no contaba con documentación alguna que confirmara sus dichos, lo cual justificó alegando que había extraviado todas sus pertenencias durante su viaje de regreso a la península.
Al preguntársele por qué se había quedado en México tras la caída del régimen colonial, Ampudia se excusó arguyendo que su mala salud mental le había impedido salir del país. Sin embargo, sus explicaciones invalidaban el supuesto nombramiento dado por Novella, pues como observaron los comandantes hispanos, una afectación de esa naturaleza hacía imposible que se le hubieran otorgado tales responsabilidades60.
En los años siguientes, Ampudia continuó insistiendo para que se le reconociera el nombramiento dado por el virrey de facto, y se le permitiera reintegrarse a la vida militar61. No obstante, pese a sus esfuerzos, únicamente consiguió que a partir de octubre de 1827 se le concediera un sueldo de 540 reales de vellón al mes en retribución por sus años de trabajo, pues las autoridades determinaron que su padecimiento era «poco verosímil de curar en términos de poder ser útil al servicio»62.
Aunque no se cuenta con algún dictamen médico que permita saber cuál fue el padecimiento mental que aquejó al ingeniero, lo cierto es que incluso en sus últimas misivas conocidas, su redacción no muestra los rasgos de incoherencia o evasión de la realidad típicamente asociados con la demencia. En todo caso, en los últimos textos de Ampudia, únicamente se evidencian la tristeza y el sufrimiento de un hombre que, pese a su notable tesón y conocimientos, fue consumido como tantos otros, en las llamas de la Era de las Revoluciones:
Acábense los tormentos y las amarguras: cesen los insultos y las provocaciones; dígnese V.E. acogerme bajo su protección, e informar a la reina de mi aptitud para el desempeño, a efecto de que se sirva acceder a mis justas y debidas reclamaciones. Mi gratitud y mi reconocimiento será eterno63.
CONCLUSIONES
A lo largo de estas páginas, se ha presentado un breve recuento de la obra y andanzas de tres militares españoles que, en distintos momentos, participaron en la guerra de Independencia mexicana. Pese a sus distintas trayectorias profesionales, sus vidas presentan algunas similitudes interesantes, entre ellas, su estrecha vinculación con América y su formación ilustrada, apreciable en su notable preparación técnica. Sin embargo, tal como hemos visto, cada uno de ellos tuvo un final muy distinto.
Así, mientras que Miyares permaneció fiel a la Corona hasta el final de sus días –lealtad que le permitió conservar su prestigio y prebendas como militar–, Tosta eligió permanecer en México, donde supo labrarse una posición prominente gracias a los estrechos lazos de amistad y parentesco que cultivó con algunos de los más destacados líderes de la Trigarancia, como Iturbide y Santa Anna, así como por su habilidad para incursionar en otros ámbitos diferentes al castrense.
En las antípodas de estos dos personajes estaría Ampudia, quien, a pesar de su infatigable labor y numerosos servicios a la Corona, jamás logró hacerse de las posiciones que creía merecer, lo que aunado a su indecisión en los momentos cruciales del nacimiento del Estado-Nación mexicano, echó por la borda cualquier posibilidad de conseguir algo más o mejor que la exigua pensión que se le otorgó como recompensa por sus años de servicios.
En las penurias sufridas por Miyares, Ampudia y Tosta, pueden observarse muchos de los vicios y problemas que afectaron el desempeño de las tropas fieles al rey en suelo mexicano, pues como ya lo han hecho notar Archer y Moreno Gutiérrez, en el ejército realista en contadas ocasiones hubo una adecuada coordinación entre los comandantes provinciales y las autoridades en la Ciudad de México, así como entre aquellos y sus pares de otras demarcaciones, lo que aunado a la carencia de recursos y de hombres suficientes para una lucha desgastante en terrenos agrestes y malsanos, impidió la consecución de “una victoria definitiva” (Archer 2002; Moreno Gutiérrez 2018: 112).
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1 A lo largo del siglo XX, los sucesivos gobiernos emanados de la Revolución, cultivaron, por medio de la educación pública, una narrativa nacionalista –a menudo tendenciosa y descontextualizada–, de los procesos de conformación del Estado-Nación, orientada la creación de una mitología cívica poblada por héroes impolutos y villanos execrables, con el propósito de introyectar en la sociedad mexicana un imaginario histórico-cultural en el que es imposible distinguir algún matiz o claroscuro en quienes intervinieron en los acontecimientos, y muchos menos, entender las motivaciones y circunstancias que explican sus actos.
2 Con la excepción del vallisoletano Agustín de Iturbide, comandante de las milicias realistas que en 1821 lideró el movimiento Trigarante, y a quien se le han dedicado numerosos trabajos, como los realizados en los últimos años por Moreno Gutiérrez (2017), Guzmán Pérez (2021) y Espinosa Aguirre (2022).
3 Lo anterior dejó al margen diversas cuestiones que permanecieron relegadas hasta que, en las últimas décadas, algunos académicos se interesaron por otras cuestiones, tal como ocurrió por ejemplo, con los trabajos realizados desde la óptica de la historia militar (p. e., la obra de Christon Archer, Juan Ortiz Escamilla, Moisés Guzmán Pérez, Rodrigo Moreno). Esta tendencia ha continuado en los últimos años, lo que ha contribuido a una vigorosa renovación de la historiografía independentista, que se ha visto reflejada en la publicación de numerosos libros, artículos y ponencias, entre los que cabe mencionar a Flores Carreño (2018) y Pérez Rodríguez (2018).
4 Archivo Histórico del Ayuntamiento de Vergara (AHAV), 17472-881, Expediente de Fernando Miyares y Mancebo.
5 Archivo del Libertador (AL), vol. 172, f. 522, Simón Bolívar a Manuel Antonio Pulido, Caracas, agosto de 1813.
6 AHAV, 17472-881, Expediente de Fernando Miyares y Mancebo.
7 Archivo General Militar de Segovia (AGMS), Hoja de servicio de Fernando Miyares y Mancebo, secc. 1, leg. 3216, carpeta 12.
8 Archivo General Militar de Madrid (AGMM), Archidoc, 5373.28, Fernando Miyares al virrey Calleja, 18 de febrero de 1816.
9 A los anteriores, cabe agregar otro factor no menos importante y quizás más decisivo: la falta de coordinación entre los distintos cabecillas que operaban en la región de Veracruz, quienes pocas veces actuaron de forma conjunta, lo que dificultaba la organización de acciones más efectivas, pese a los denodados esfuerzos de Guadalupe Victoria por cohesionar y dotar de una eficiente organización operativa a los patriotas. En este sentido, es posible afirmar sin duda alguna que la muerte de Morelos, acaecida el 22 de diciembre de 1815, significó un duro golpe para la rebelión pues a partir de entonces, el movimiento careció del liderazgo indiscutible del cura de Carácuaro, lo que se tradujo en una serie de enfrentamientos entre el resto de los jefes revolucionarios que buscaban hacerse con el mando. En cuanto a Victoria, cabe señalar que no sólo se esforzó por estructurar a la insurgencia en Veracruz, sino que también buscó la manera de conformar un gobierno «nacional» provisional en concierto con Vicente Guerrero y Ramón Sesma, iniciativa que finalmente no prosperó (Saucedo Zarco, 2014: 384-385).
10 AGMM, Archidoc, 5373.30, Fernando Miyares al virrey Calleja, 18 de diciembre de 1815.
11 No está de más decir que Miyares no fue el único que criticó la falta de capacidad de las autoridades virreinales para exterminar a la insurgencia, pues tanto el obispo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo, como el de Puebla, Antonio Joaquín Pérez, se expresaron en términos similares, incluso acerca del desempeño del propio conde de Calderón (Ortiz Escamilla, 2008: 235-237; 2017: 173-176).
12 Según Alamán, ya para entonces el venezolano estaba muy «disgustado por la rivalidad que notaba en el mismo virrey y en otros jefes, nacida acaso de la superioridad de los conocimientos de aquel», si bien Archer sostiene que Calleja reconocía sin ambages el talento «guerrero» de Miyares, al grado tal que cuando éste, forzado por sus lesiones, decidió abandonar el virreinato, «casi (le) imploró […] que reconsiderara su decisión y esperara más tiempo para recobrar la salud». Al respecto, véase: Alamán, 1849: 371; y Archer, 2008: 214.
13 AGMM, Archidoc, 5373.30, Fernando Miyares a José Dávila, 8 de abril de 1816.
14 Archivo General de Indias (AGI), México, 1322, Manuel Rincón al virrey Calleja, 6 de septiembre de 1816.
15 Archivo General de Indias (AGI), México, 1322, Manuel Rincón al virrey Calleja, 6 de septiembre de 1816.
16 AGMS, Hoja de servicio de Fernando Miyares y Mancebo, secc. 1, leg. 3216, carpeta 12.
17 Biografía de Pedro José Tosta y Hierro, disponible en: https://dbe.rah.es/biografias/63582/pedro-jose-tosta-y-hierro
18 Archivo General de Marina «Álvaro Bazán» (AGMAB), exp. 620_1215, f. 6, Hoja de servicio de Bonifacio de Tosta y Montaño, 9 de junio de 1800.
19 AGMAB, 620_1215, ff. 9-11.
20 AGMAB, 620_1215, ff. 22-23, Simón Rábago, Lima, 17 de abril de 1809.
21 AGMAB, 620_1215, f. 11, Bonifacio de Tosta, Isla de Léon, 28 de marzo de 1810.
22 AGMAB, 620_1215, f. 20, Bonifacio de Tosta a Félix María Calleja.
23 Archivo General de la Nación (AGN), Indiferente Virreinal, cj. 3836, exp. 4, Bonifacio de Tosta al virrey Venegas, Ciudad de México, 20 de octubre de 1811.
24 AGMAB, 620_1215, f. 36. Quizás por esto, en algunos textos se ha dicho que Tosta fue un «rico minero zacatecano», actividad en la que, por otra parte, sí incursionó su hijo Bonifacio (Blázquez Domínguez, 2010: 98; Instituto Geológico de México, 1897: 15; y Ramírez Rodríguez, 2018).
25 AGMAB, 620_1215, f. 36, 5 de diciembre de 1816.
26 AGMAB, 620_1215, ff. 16-17, Félix María Calleja al ministro de Marina, Ciudad de México, 15 de junio de 1813.
27 AGMAB, 620_1215, f. 38, 5 de noviembre de 1817.
28 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 995, exp. 1, f. 10, José Govantes, Xalapa, noviembre de 1816.
29 AGN, Historia, vol. 338, f. 486v, Xavier Abadía a Fernando Miyares, 7 de abril de 1815.
30 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 995, exp. 1, f. 11, Fernando Miyares y Mancebo, Veracruz, 20 de mayo de 1816.
31 Hay que señalar que los telégrafos manufacturados por Tosta, se basaban en un diseño original, que, si bien tenía algunas similitudes con los instalados por Hurtado en Cádiz, poseían características propias, gracias a lo cual podían transmitir sus mensajes con mayor velocidad y precisión.
32 AGMM, Archidoc, 5373.30, Fernando Miyares a José Dávila, Veracruz, 8 de abril de 1816.
33 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 995, exp. 1, f. 6, Ciriaco de Llano al virrey Apodaca, Xalapa, 26 de octubre de 1816.
34 AGMAB, 620_1215, f. 42.
35 Por ejemplo, su hermano José María fue comandante general del Departamento de Marina en Veracruz (Secretaría de Marina, 2012: 200).
36 Árbol genealógico de Bonifacio de Tosta Sánchez-Montaño. En este documento se menciona que el marino nació en Madrid, si bien en su hoja de servicio se asienta que es originario de Guatemala. Disponible en: https://gw.geneanet.org/sanchiz?lang=en&n=tosta+sanchez+montano&oc=0&p=bonifacio.
37 Entre otros, por el lado de su madre, el ingeniero francés Enrique Legallois Grimarest; por el de su padre, el ingeniero José Ampudia Valdés. Al respecto, véase: Cano Révora, 1994.
38 AGN, Operaciones de Guerra, vol. 963, exp. 3, ff. 8-9, Valentín de Ampudia al virrey Apodaca, Ciudad de México, 3 de enero de 1817.
39 AGMM, «Relación general de lo ejecutado y gastado en las R.s obras de la plaza de Veracruz y sus costas en todo el año de 1807», Juan Camargo, 31 de diciembre de 1807.
40 AGN, Indiferente virreinal, cj. 4203, exp. 12, f. 2, Ciudad de México, 14 de febrero de 1817.
41 AGN, Indiferente virreinal, cj. 4203, exp. 12, ff. 12-13, 16 y 20, Ciudad de México, 26 de agosto de 1817.
42 AGN, Indiferente virreinal, cj. 4203, exp. 12, ff. 18 y 22, Ciudad de México, 19 de septiembre de 1817.
43 AGN, Indiferente virreinal, cj. 4203, exp. 12, f. 24, Ciudad de México, 18 de octubre de 1817.
44 AGN, Operaciones de guerra, vol. 963, exp. 12, f. 69, Juan Camargo al virrey Apocada, Veracruz, 9 de enero de 1818.
45 AGN, Operaciones de guerra, vol. 963, exp. 12, f. 76, Virrey Apocada a Valentín de Ampudia, Ciudad de México, 17 de febrero de 1818.
46 AGN, Operaciones de guerra, vol. 963, exp. 24, f. 164, Valentín de Ampudia al virrey Apocada, Ciudad de México, 29 de octubre de 1818.
47 AGN, Operaciones de guerra, vol. 963, exp. 24, f. 168, del virrey Apocada a Valentín de Ampudia, Ciudad de México, 7 de noviembre de 1818.
48 AGN, Reales Cédulas Originales, vol. 221, exp. 175, Madrid, 28 de septiembre de 1819.
49 Más que por cuestiones relativas a su desempeño, es muy probable que la destitución de Ampudia haya sido condicionada por la jerarquía militar, pues según el reglamento del Real Cuerpo de Ingenieros, éste debía estar integrado por «un director sub-inspector, que por la naturaleza de su empleo debe ser lo menos brigadier con letras de servicio u oficial general, y ocho oficiales entre jefes y capitanes» (Zúñiga y Ontiveros, 1820: 210).
50 Si bien no está claro cuándo asumió Soriats el mando del cuerpo de ingenieros, parece ser que ya en agosto de 1819 era reconocido como tal, como lo demuestran algunos documentos en los que aparece como comandante de la agrupación. AGN, Operaciones de Guerra, vol. 792, exp. 66, ff. 341-342.
51 Entre los que cabe mencionar el proyecto para la construcción del fortín de San Carlos (que no debe confundirse con el fuerte de San Carlos, ubicado en Perote), en la parte norte de la costa veracruzana, elaborado por Manuel Rincón. AGN, Operaciones de Guerra, vol. 495, exp. 24, ff. 319-333, Pascual de Liñán al virrey Apodaca, Veracruz, 19 de febrero de 1819.
52 AGN, Indiferente Virreinal, cj. 6185, exp. 18, ff. 1-14.
53 Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional (AHSDN), D/111.5/310, cj. 19, f. 1, 3 de octubre de 1821.
54 Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional (AHSDN), D/111.5/310, cj. 19, f. 1, Ciudad de México, 3 de octubre de 1821.
55 AHSDN, D/111.5/310, cj. 19, f. 5, Agustín de Iturbide al secretario de Estado y Hacienda, Ciudad de México, 6 de abril de 1822.
56 AHSDN, D/111.5/310, cj. 19, f. 7, 5 de mayo de 1822.
57 AGMS, Sección 1, leg. A-1676, Hoja de servicios de Valentín de Ampudia, Madrid, 1 de enero de 1826.
58 AGMS, Sección 1, leg. A-1676, Ambrosio de la Cuadra al secretario de Estado y del Despacho de la Guerra, Madrid, 1 de octubre de 1826.
59 Ante la proclamación de Iturbide como jefe del ejército imperial mexicano de las Tres Garantías, el mariscal de campo Francisco Novella, en coordinación con otros militares realistas, depuso al virrey Apodaca, y asumió el mando como virrey de facto. No obstante, dadas las circunstancias de su nombramiento, O´Donojú, que había llegado a la nueva España como capitán general y jefe político superior, no lo reconoció como virrey saliente. En cuanto a la validez de los nombramientos conferidos por Novella durante su corto periodo de gobierno, resulta ilustrativa la controversia entre éste y Nicolás Mahy, capitán general de Cuba, quien suspendió los grados otorgados por aquel a los miembros de la expedición que en agosto de 1821 llegó a Veracruz desde La Habana para apoyar a quienes defendían la plaza y el castillo de San Juan de Ulúa. Respecto de la asunción de Novella como virrey, consúltese: Mendoza, 2007: 61-69; con relación a la controversia entre Novella y Mahy, revísese: Novella, 1822: 3-11.
60 AGMS, Sección 1, leg. A-1676, Ambrosio de la Cuadra al secretario de Estado y del Despacho de la Guerra, Madrid, 1 de octubre de 1826.
61 AGMS, Sección 1, leg. A-1676, Valentín de Ampudia al secretario de Estado, Antonio Remón Zarco del Valle, Sevilla, 30 de agosto de 1834.
62 AGMS, Sección 1, leg. A-1676, Ambrosio de la Cuadra al secretario de Estado y del Despacho de la Guerra, Madrid, 29 de septiembre de 1834.
63 AGMS, Sección 1, leg. A-1676, Ambrosio de la Cuadra al secretario de Estado y del Despacho de la Guerra, Madrid, 1 de octubre de 1826.